Friday, November 28, 2008

1DA,B - 2008 (Pagola)

Marcos 23, 33 - 37
UNA IGLESIA DESPIERTA
José Antonio Pagola

Las primeras generaciones cristianas vivieron obsesionadas por la pronta venida de Jesús. El resucitado no podía tardar. Vivían tan atraídos por él que querían encontrarse de nuevo cuanto antes. Los problemas empezaron cuando vieron que el tiempo pasaba y la venida del Señor se demoraba.

Pronto se dieron cuenta de que esta tardanza encerraba un peligro mortal. Se podía apagar el primer ardor. Con el tiempo, aquellas pequeñas comunidades podían caer poco a poco en la indiferencia y el olvido. Les preocupaba una cosa: «Que, al llegar, Cristo no nos encuentre dormidos».

La vigilancia se convirtió en la palabra clave. Los evangelios la repiten constantemente: «vigilad», «estad alerta», «vivid despiertos». Según Marcos, la orden de Jesús no es sólo para los discípulos que le están escuchando. «Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: Velad». No es una llamada más. La orden es para todos sus seguidores de todos los tiempos.

Han pasado veinte siglos de cristianismo. ¿Qué ha sido de esta orden de Jesús? ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy? ¿Seguimos despiertos? ¿Se mantiene viva nuestra fe o se ha ido apagando en la indiferencia y la mediocridad?

¿No vemos que la Iglesia necesita un corazón nuevo? ¿No sentimos la necesidad de sacudirnos la apatía y el autoengaño? ¿No vamos a despertar lo mejor que hay en la Iglesia? ¿No vamos a reavivar esa fe humilde y limpia de tantos creyentes sencillos?

¿No hemos de recuperar el rostro vivo de Jesús, que atrae, llama, interpela y despierta? ¿Cómo podemos seguir hablando, escribiendo y discutiendo tanto de Cristo, sin que su persona nos enamore y trasforme un poco más? ¿No nos damos cuenta de que una Iglesia «dormida» a la que Jesucristo no seduce ni toca el corazón, es una Iglesia sin futuro, que se irá apagando y envejeciendo por falta de vida?

¿No sentimos la necesidad de despertar e intensificar nuestra relación con él? ¿Quién como él puede despertar nuestro cristianismo de la inmovilidad, de la inercia, del peso del pasado, de la falta de creatividad? ¿Quién podrá contagiarnos su alegría? ¿Quién nos dará su fuerza creadora y su vitalidad?

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34DO,A - 2008 (Pagola)

Jesús, el Señor
Mateo 25, 31 – 46
UN JUICIO EXTRAÑO
José Antonio Pagola

Las fuentes no admiten dudas. Jesús vive volcado hacia aquellos que ve necesitados de ayuda. Es incapaz de pasar de largo. Ningún sufrimiento le es ajeno. Se identifica con los más pequeños y desvalidos y hace por ellos todo lo que puede. Para él la compasión es lo primero. El único modo de parecernos a Dios: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».

¿Cómo nos va a extrañar que, al hablar del Juicio final, Jesús presente la compasión como el criterio último y decisivo que juzgará nuestras vidas y nuestra identificación con él? ¿Cómo nos va a extrañar que se presente identificado con todos los pobres y desgraciados de la historia?

Según el relato de Mateo, comparecen ante el Hijo del Hombre, es decir, ante Jesús, el compasivo, «todas las naciones». No se hacen diferencias entre «pueblo elegido» y «pueblo pagano». Nada se dice de las diferentes religiones y cultos. Se habla de algo muy humano y que todos entienden: ¿Qué hemos hecho con todos los que han vivido sufriendo?

El evangelista no se detiene propiamente a describir los detalles de un juicio. Lo que destaca es un doble diálogo que arroja una luz inmensa sobre nuestro presente, y nos abre los ojos para ver que, en definitiva, hay dos maneras de reaccionar ante los que sufren: nos compadecemos y les ayudamos, o nos desentendemos y los abandonamos.

El que habla es un Juez que está identificado con todos los pobres y necesitados: «Cada vez que ayudasteis a uno de estos mis pequeños hermanos, lo hicisteis conmigo». Quienes se han acercado a ayudar a un necesitado, se han acercado a él. Por eso han de estar junto a él en el reino: «Venid, benditos de mi Padre».

Luego se dirige a quienes han vivido sin compasión: «Cada vez que no ayudasteis a uno de estos pequeños, lo dejasteis de hacer conmigo». Quienes se han apartado de los que sufren, se han apartado de Jesús. Es lógico que ahora les diga: «Apartaos de mí». Seguid vuestro camino…

Nuestra vida se está jugando ahora mismo. No hay que esperar ningún juicio. Ahora nos estamos acercando o alejando de los que sufren. Ahora nos estamos acercando o alejando de Cristo. Ahora estamos decidiendo nuestra vida.

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33DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 25, 14 – 30
NO ENTERRAR NUESTRA RESPONSABILIDAD
José Antonio Pagola

La parábola de los talentos es un relato abierto que se presta a lecturas diversas. De hecho, comentaristas y predicadores la han interpretado con frecuencia en un sentido alegórico orientado en diferentes direcciones. Es importante que nos centremos en la actuación del tercer siervo, pues ocupa la mayor atención y espacio en la parábola.

Su conducta es extraña. Mientras los otros siervos se dedican a hacer fructificar los bienes que les ha confiado su señor, al tercero no se le ocurre otra cosa que «esconder bajo tierra» el talento recibido para conservarlo seguro. Cuando el señor llega, lo condena como siervo «negligente y holgazán» que no ha entendido nada. ¿Cómo se explica su comportamiento?

Este siervo no se siente identificado con su señor ni con sus intereses. En ningún momento actúa movido por el amor. No ama a su señor, le tiene miedo. Y es precisamente ese miedo el que lo lleva a actuar buscando su propia seguridad. Él mismo lo explica todo: «Tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra».

Este siervo no entiende en qué consiste su verdadera responsabilidad. Piensa que está respondiendo a las expectativas de su señor, conservando su talento seguro, aunque improductivo. No conoce lo que es una fidelidad activa y creativa. No se implica en los proyectos de su señor. Cuando éste llega, se lo dice claramente: «Aquí tienes lo tuyo».

Cuando se piensa que el cristianismo ha llegado a un punto en el que lo único o lo primordial es «conservar» y, no tanto, buscar con coraje y confianza en el Señor, caminos nuevos para acoger, vivir, y anunciar su proyecto del reino de Dios, estamos olvidando cuál es nuestra verdadera responsabilidad.

Si nunca nos sentimos llamados a seguir las exigencias de Cristo más allá de lo enseñado y mandado siempre; si no arriesgamos nada por hacer una Iglesia más fiel a Jesús; si nos mantenemos ajenos a cualquier conversión que nos pueda complicar la vida; si no asumimos la responsabilidad del reino como lo hizo Jesús, buscando «vino nuevo en odres nuevos», es que necesitamos aprender la fidelidad activa, creativa y arriesgada a la que nos invita su parábola.

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1DA.B - 2008 (Mulet)

Francesc Mulet

Cuando nos duele el silencio de Dios, necesitamos aguante para no desfallecer.

A veces nos pesa mucho la vida, y en las horas bajas buscamos apoyo en los demás, pero en el ambiente que nos rodea palpamos con dolor el silencio de Dios. Nos rodea la indiferencia religiosa, la ambigüedad y confusión de valores, la injusticia social y el clamor de los pobres, el desencanto de muchos, el agnosticismo o el ateísmo declarado de no pocos, e incluso el desprecio a las creencias cristianas.

Sin duda, todo esto constituye una dura prueba, una noche oscura, un toque de alerta a nuestra fe, y también una ocasión de madurar nuestra esperanza renovada si acudimos al Señor en la oración vigilante. A pesar de todo y por supuesto, a pesar nuestra miseria sin fondo, Dios sale siempre al encuentro de quien lo busca con sincero corazón. Es la revelación consoladora y central del evangelio de Jesús.

Vigilancia y oración han de ir unidas. Toda la vida cristiana debe ser un permanente Adviento de vigilancia y oración contra las tentaciones diarias que anticipan ya el combate final. Oración y vigilancia son actitudes básicas del cristiano, verdaderas virtudes, cimiento y sello de una vida animada por la fe y la esperanza.

El principal modelo de vigilia y oración comunicada es Cristo en su agonía de Getsemaní, en contraposición al sueño y embotamiento de sus discípulos. Por eso les avisó: "Velad y orad para no desfallecer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil". Ya antes, cuando Jesús les enseñó la oración sorprendente del Padrenuestro, entre sus siete peticiones la sexta dice: “No nos dejes caer en la tentación”.

Vigilancia y oración se apoyan mutuamente, porque son virtudes hermanas e inseparables. La oración sostiene la fe y la esperanza vigilante, manteniendo nuestro contacto y diálogo con Dios, como hacía Jesús. Todo el soporte de la vida del discípulo de Cristo se expresa y resume en la oración. Es, pues, la oración el mejor remedio contra la somnolencia y la modorra espirituales que nos privan de la agudeza, de la sensibilidad y de los reflejos cristianos para discernir la hora de Dios en nuestra vida personal y comunitaria.

La atención incansable que infunde el Adviento no tiene parada final en la Navidad, sino que continúa viaje hasta la vuelta definitiva del Señor. Pero esto no es una excusa para desentendernos del mundo presente. ¿Creemos en Dios? Creamos también en el hombre, amando a nuestros hermanos como Dios los ama en Cristo. Él está viniendo. Ya resuenan sus pasos cerca de nosotros. Que nos encuentre en la vigilancia de la fe y en la oración de una vida dedicada a amar a los demás.

Aún he tenido ocasión de poder enviarte las presentaciones de esta semana. Que tengas un provechoso Adviento,

Francesc Mulet, escolapio

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34DO,A - 2008 (Mulet)

El señorío de Jesús
Francesc Mulet

Cristo Rey, último domingo del año litúrgico: El juicio final no será más que hacer público el testimonio que día a día vamos pronunciando nosotros mismos con nuestra vida de amor o desamor.

Seremos valorados según la aceptación o el rechazo de Cristo a quien no vemos en carne y hueso, pero que se identifica con cuantos sufren en la tierra de los humanos. El prójimo es así la pantalla de nuestra vida, el vídeo para leer nuestra conducta, el espejo para recomponer nuestra figura cristiana, porque "quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (Jn 4,20). La sensibilidad y solidaridad eficaces ante el dolor ajeno son, pues, la medida exacta de nuestro cristianismo.

Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, nuestro culto debe reflejar el culto de nuestra vida, y viceversa, porque se necesitan mutuamente. El culto completo del discípulo de Cristo se expresa en la solidaridad con el pobre, el que sufre, el hermano menor de Jesús. Ésta es la religión que acepta el Señor (Sant 1,27). El compromiso firme de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo se comprueba al ras de la vida, en el empeño por la promoción del necesitado.

Terminamos el año litúrgico. A partir de diciembre estaré fuera. Voy a visitar y hacer ejercicios a los compañeros escolapios de Centro América durante todo el mes de diciembre, no sé qué posibilidad tendré para continuar con el envío semanal.

Reza por ellos y por mí, y que Dios te bendiga,
Francesc Mulet i Ruís

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33DO,A - 2008 (Mulet)

Francesc Mulet

Vigilancia significa estado de vigilia. La vida del cristiano es vigilia perpetua, siempre en vísperas de la venida del Señor. Caminamos continuamente hacia ese encuentro alegre, que es la participación plena en la resurrección y vida de Jesús. También cada día que pasa en nuestra vida nos acerca a ese momento en que habremos de rendir cuentas; hay que recordarlo con frecuencia para no perder el discernimiento cristiano de los valores auténticos. Esto es lo definitivo; todo lo demás tiene un valor relativo, es decir, referencial.

En el empleado inútil, por abstencionista, estamos retratados todos con mayor o menor intensidad de luz. No solemos examinarnos ni sentirnos culpables de los pecados de omisión. Sin embargo, el absentismo, la apatía, la pereza, la comodidad, el miedo, la psicosis de seguridad y la inacción egoísta son los mayores pecados sociales que puede cometer un cristiano hoy día. Porque nuestro seguimiento de Jesús tiene que ser productivo; de lo contrario, quedaremos descalificados. Dios reparte sus dones como quiere y según la capacidad de cada uno, pero a todos pide igual dedicación personal y plena voluntad de servicio a su reino.

En cualquier sector de la actividad humana la filosofía del conservar y no perder es insuficiente. Lo mismo sucede en el servicio de Dios y de los hermanos. Por eso hemos de asumir el riesgo de invertir nuestros talentos en la construcción del reino de Dios en nuestra vida personal, de familia, de trabajo y de sociedad. Lo contrario es renunciar a ser persona y cristiano, es enterrarse en vida con nuestros valores en conserva. Y Jesús no fundó el cristianismo como una religión de museo y de conservadurismo, sino de revolución total que hemos de hacer efectiva sus discípulos mientras esperamos su llegada.

Que no nos cansemos nunca en nuestro trabajo de cada día, sabiendo que siempre es Dios quien actúa a través de nosotros.

Buena semana y un abrazo,
Francesc Mulet

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Wednesday, November 12, 2008

32DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 25, 1 – 13
ENCENDER LAS LÁMPARAS
José Antonio Pagola

Entre los primeros cristianos había, sin duda, discípulos «buenos» y discípulos «malos». Sin embargo, al escribir su evangelio, Mateo se preocupa sobre todo de recordar que, dentro de la comunidad cristiana, hay discípulos «sensatos» que están actuando de manera responsable e inteligente, y hay discípulos «necios» que actúan de manera frívola y descuidada. ¿Qué quiere decir esto?

Mateo lo explica al recoger dos parábolas de Jesús. La primera es muy clara. Hay algunos que «escuchan las palabras de Jesús», y «las ponen en práctica». Toman en serio el Evangelio y lo traducen en vida. Son como el «hombre sensato» que construye su casa sobre roca. Es el sector más responsable: los que van construyendo su vida y la de la Iglesia sobre la autenticidad y la verdad de Jesús.

Pero hay también quienes escuchan las palabras de Jesús, y «no las ponen en práctica». Son tan «necios» como el hombre que «edifica su casa sobre arena». Su vida es un disparate. Construyen sobre el vacío. Si fuera sólo por ellos, el cristianismo sería pura fachada, sin fundamento real en Jesús.

Esta parábola nos ayuda a captar el mensaje fundamental de otro relato en el que un grupo de jóvenes salen, llenas de alegría, a esperar al esposo, para acompañarlo a la fiesta de su boda. Desde el comienzo se nos advierte que unas son «sensatas» y otras «necias».

Las «sensatas» llevan consigo aceite para mantener encendidas sus lámparas; las «necias» no piensan en nada de esto. El esposo tarda, pero llega a medianoche. Las «sensatas» salen con sus lámparas a iluminar el camino, acompañan al esposo y «entran con él» en la fiesta. Las «necias», por su parte, no saben cómo resolver su problema: «se les apagan las lámparas». Así no pueden acompañar al esposo. Cuando llegan es tarde. La puerta está cerrada.

El mensaje es claro y urgente. Es una insensatez seguir escuchando el Evangelio, sin hacer un esfuerzo mayor para convertirlo en vida: es construir un cristianismo sobre arena. Y es una necedad confesar a Jesucristo con una vida apagada, vacía de su espíritu y su verdad: es esperar a Jesús con las «lámparas apagadas». Jesús puede tardar, pero no podemos retrasar más nuestra conversión.

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32DO,A - 2008 (Mulet)

Francesc Mulet

Templo, altar, ofrendas y ritos no valen por sí solos para rendir culto a Dios. Para un culto vivo cuenta más el factor humano, es decir, la fe del creyente y de la comunidad, que son el templo vivo de Dios, como repite san Pablo en numerosos pasajes. Sin despreciar la exterioridad de las formas litúrgicas, hay que dar no obstante la primacía al espíritu, a la fe y al corazón; y transvasar el culto a la vida y la vida al culto, asumiendo la dimensión religiosa -es decir, orientada a Dios- de toda nuestra existencia personal, social y política, aun manteniendo su carácter secular autónomo.

Hay quienes identifican religión con práctica cultual semanal o incluso diaria, o bien ocasional tan sólo (bautizo, primera comunión, boda y funeral). Otros cifran su fe y religiosidad en llevar encima o tener consigo o en casa objetos piadosos. Otros, finalmente, se creen ya religiosos por tener sentimientos ancestrales de respeto a lo sagrado, o conocimientos de religión. Todo esto tiene evidentemente una relación directa con la religiosidad, pero no constituye la religión en su raíz, según Jesús.

El culto verdadero, la auténtica religión, es una respuesta de fe a la revelación de Dios y tiene dos direcciones o movimientos que se interseccionan: Uno vertical que va de Dios al hombre y viceversa (revelación/fe); y otro horizontal que va del creyente y de la comunidad a los demás hombres, a la vida, a las realidades mundanas, conectando todo intencionalmente con la línea vertical.

Por eso, el culto completo, en espíritu y verdad, es la religión de la vida entera, vivida en fidelidad a la voluntad de Dios y en solidaridad fraterna con los demás, especialmente con nuestros hermanos más débiles y necesitados. Al salir del templo cada domingo, o cada día, es cuando palpamos la verdad o mentira de nuestro culto y religión.

Terminando ya el año litúrgico, seguimos con las celebraciones particulares, como esta de la Basílica de Letrán.

Adelante en el trabajo y en la vida de cada día.
Oremos unos por otros.
Un abrazo fraterno,
Francesc Mulet

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31DO,A - 2008 - Todos Santos / F.Difuntos (Pagola)

Juan 14, 1 – 6
LLORAR Y REZAR
José Antonio Pagola

Podemos ignorarla. No hablar de ella. Vivir intensamente cada día y olvidarnos de todo lo demás. Pero no lo podemos evitar. Tarde o temprano, la muerte va visitando nuestros hogares arrebatándonos a nuestros seres más queridos.

¿Cómo reaccionar ante ese accidente que se nos lleva para siempre a nuestro hijo? ¿Qué actitud adoptar ante la agonía del esposo que nos dice su último adiós? ¿Qué hacer ante el vacío que van dejando en nuestra vida tantos amigos y personas queridas?

La muerte es como una puerta que traspasa cada persona a solas. Una vez cerrada la puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan querido y cercano se nos pierde ahora en el misterio. ¿Cómo vivir esa experiencia de impotencia, desconcierto y pena inmensa?

No es fácil. Durante estos años hemos ido cambiando mucho por dentro. Nos hemos hecho más críticos, pero también más vulnerables. Más escépticos, pero también más necesitados. Sabemos mejor que nunca que no podemos darnos a nosotros mismos todo lo que en el fondo anhela el ser humano.

Por eso quiero recordar, precisamente en esta sociedad, unas palabras de Jesús que sólo pueden resonar en nosotros, si somos capaces de abrirnos con humildad al misterio último que nos envuelve a todos: «No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios. Creed también en mí».

Creo que casi todos, creyentes, poco creyentes, menos creyentes o malos creyentes, podemos hacer dos cosas ante la muerte: llorar y rezar. Cada uno y cada una, desde su pequeña fe. Una fe convencida o una fe vacilante y casi apagada. Nosotros tenemos muchos problemas con nuestra fe, pero Dios no tiene problema alguno para entender nuestra impotencia y conocer lo que hay en el fondo de nuestro corazón.

Cuando tomo parte en un funeral, suelo pensar que, seguramente, los que nos reunimos allí, convocados por la muerte de un ser querido, podemos decirle así: «Estamos aquí porque te seguimos queriendo, pero ahora no sabemos qué hacer por ti. Nuestra fe es pequeña y débil. Te confiamos al misterio de la Bondad de Dios. Él es para ti un lugar más seguro que todo lo que nosotros te podemos ofrecer. Sé feliz. Dios te quiere como nosotros no hemos sabido quererte. Te dejamos en sus manos.

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31DO,A - 2008 - Todos Santos / F.Difuntos (Mulet)

Francesc Mulet

Son santos quienes recorren el itinerario universal de santidad que señalan las bienaventuranzas. Las leemos en la solemnidad de Todos los Santos. Los santos hicieron realidad en su vida el programa del reino de Dios que las bienaventuranzas contienen para todos. Ellos fueron, como Jesús, los pobres en el espíritu; ésta es la primera bienaventuranza que posibilita la práctica de todas las demás. Vacíos por completo de su propio yo, estuvieron totalmente disponibles ante Dios para hacer fructificar sus dones y talentos. Sencillamente, fueron cristianos de verdad. Porque la santidad no es una competición olímpica para batir la marca anterior, sino un caminar al paso cotidiano, pero sin detenerse ni desviarse, como hombres y mujeres conducidos por el Espíritu que nos transforma en imagen de Cristo, si nosotros colaboramos.

Por eso, la aventura radical y fascinante de la santidad cristiana no está vinculada a un estilo de vida o a una época determinada; no se excluye a nadie. Hojeando el santoral, se diría que la mayor parte de los santos canonizados fueron papas, obispos, sacerdotes, monjes, religiosos y religiosas. Parece haber muchos menos seglares; aunque de hecho la mayoría de los mártires, por ejemplo, lo fueron. De ahí se concluiría que la santidad es elitista, poco menos que privativa del hábito, del claustro o la clausura. Es una impresión falsa. Hay tantos tipos y vocaciones de santos y santidad cuantas situaciones humanas existen. El Espíritu del Señor sopla donde quiere, y Dios está allí donde un hombre o una mujer le responden incondicionalmente.

La festividad de Todos los Santos es una invitación a la alegría y esperanza cristianas. En la peregrinación o carrera de fondo que es la vida, los que todavía estamos en marcha celebramos el triunfo de los que ya alcanzaron la meta y allí nos esperan. Escuchemos hoy la llamada de Dios a la santidad cristiana, que es vocación a la felicidad y a la plena libertad de los hijos de Dios, como proclaman las bienaventuranzas de manera paradójica pero real.

Aquí tienes también la conmemoración de Difuntos.

Comenzamos un nuevo mes, recemos unos por otros. No te canses y sigue siempre adelante. ¡Dios proveerá!

Un fuerte abrazo,
Francesc Mulet

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