1DP,B 2012 (Marcos)
Marcos Rodríguez
(Hch 10,14-43) “Pero Dios lo resucitó al
tercer día y nos lo hizo ver...”
(Col 3,1-4) “Aspirad a los bienes de arriba,
no a los de la tierra”.
(Jn 20,1-9) “Entonces entró también el otro
discípulo, y vio y creyó”.
La realidad pascual es, tal vez, la más
difícil de reflejar en conceptos mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas
connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos
pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno que nada nos dice
de lo que estamos celebrando. Lo mismo pasa con la palabra resurrección,
también ésta nos constriñe en una connotación de vida y muerte biológicas, que
nada tiene que ver con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en
cada uno de nosotros.
La exégesis lleva muchos años aportándonos
elementos de juicio que pueden ayudarnos a interpretar lo que quieren decir los
textos. Reconozco que su principal tarea es negativa, es decir, nos indica los
errores que hemos cometido al interpretar los relatos, por no tener en cuenta
la manera de hablar de la época. Pero aún así, sus aportaciones son
valiosísimas, porque nos obligan a intentar nuevas maneras de entender los
textos, que pueden acercarnos al verdadero sentido de lo que nos quiere decir
el NT.
La Pascua bíblica fue el paso de la
esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material y directa. También
la Pascua
cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido completamente
distinto. En Jesús Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA ; las dos con mayúsculas,
porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica. El evangelio
de Jn lo explica muy bien en el diálogo de Jesús con Nicodemo. “Hay que nacer
de nuevo”. Y “De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”. Sin este
paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.
Cuando el grano de trigo cae en tierra,
“muriendo”, desarrolla una nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya
ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse que pasó con el grano. La Vida que los discípulos
descubrieron en Jesús, después de su muerte, ya estaba en él antes de morir,
pero estaba velada. Solo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron
obligados a profundizar. Al descubrir que ellos
poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y
después de su muerte.
Teniendo esto en cuenta, podemos intentar
comprender el término resurrección, que
empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad,
no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, no está
sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede “pasar” nada; simplemente
continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida era contingente,
limitada, finita, y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir
del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su
cuerpo. Un cadáver, no tiene nada que ver con la vida.
Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado,
nuestra fe es vana. Pero pensemos que un Jesús en cuerpo, saltando de la ceca a
la meca, o travesando paredes y puertas cerradas, para colocarlo después en el
cielo a la derecha de Dios, no nos serviría de gran cosa. Yo diría: Si nosotros
no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí debemos buscar el
meollo de la resurrección. La
Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla
nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida
es definitiva. No tenemos que temer a la muerte biológica, porque no la puede
afecta para nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados
en utilizar el Espíritu, para que permanezca nuestra carne!
Los discípulos pudieron experimentar como resurrección
la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente,
había muerto. Y no hablamos sólo de la muerte física, sino del aniquilamiento
de la figura de Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa
destrucción total de una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase
nada de ella, ni el recuerdo. Por esta razón es muy problemática el relato de
un entierro de Jesús por unos desconocidos. Los que le siguieron entusiasmados
durante un tiempo, vieron como se hacía trizas su persona. Aquel en quien
habían puesto todas sus esperanzas, había terminado aniquilado por completo.
Por eso la experiencia de que seguía vivo, fue para ellos una verdadera
resurrección.
Hoy nosotros tenemos otra perspectiva.
Sabemos que la verdadera Vida de Jesús, la divina no puede ser afectada por la
muerte física, y por lo tanto, no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con
relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no
añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino
natural es la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso, que nos es de
destrucción si no de maduración. Cuando vemos la espiga de trigo que está
madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar por el grano que la ha producido y
que ha desaparecido? El grano está ahí, pero desplegado en todas sus
posibilidades de ser, que antes sólo eran en él, germen.
Meditación-contemplación
Si no he resucitado, mi fe sigue siendo
vana.
Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo.
Es sólo el medio para saber qué tiene que
pasar conmigo.
También yo tengo que morir y resucitar, como
Jesús.
No se trata de morir físicamente,
ni de una resurrección corporal.
Como Jesús tengo que morir al egoísmo
y nacer del Espíritu al verdadero amor a los
demás.
Día a día tengo que morir a todo lo terreno.
Día a día tengo que nacer a lo divino.
Ni muerte ni resurrección terminan mientras
viva.
Pero cuanto más muera, más Vida habré
conseguido.
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