Saturday, April 28, 2007

CC - TPascua - D4 (Pagola)

Juan 10, 27 – 30
DIOS NO ESTÁ EN CRISIS
José Antonio Pagola

Es más frecuente de lo que pensamos. Los creyentes decimos creer en Dios, pero en la práctica vivimos como si no existiera. Éste es también el riesgo que tenemos hoy al abordar la crisis religiosa actual y el futuro incierto de la Iglesia. Vivir estos momentos de manera «atea».

Ya no sabemos caminar en la «presencia de Dios». Analizamos nuestras crisis y planificamos el trabajo pensando sólo en nuestras posibilidades. Se nos olvida que el mundo está en manos de Dios, no en las nuestras. Ignoramos que el «Gran Pastor» que cuida y guía la vida de cada ser humano es Dios.

Vivimos como cristianos «huérfanos» que han perdido a su Padre. La crisis nos desborda. Lo que se nos pide nos parece excesivo. Es imposible perseverar con ánimo en una tarea, cuando no se ve el éxito por ninguna parte. Nos sentimos solos y cada uno se defiende como puede.

Según el relato evangélico, Jesús está en Jerusalén comunicando su mensaje. Es invierno y, para no enfriarse, se pasea por uno de los pórticos del templo, rodeado de judíos que lo acosan con sus preguntas. Jesús está hablando de las «ovejas» que escuchan su voz y le siguen. En un momento determinado dice: «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre».

Según Jesús, «Dios supera a todos». Que nosotros estemos en crisis, no significa que Dios está en crisis. Que los cristianos perdamos el ánimo, no quiere decir que Dios se haya quedado sin fuerzas para salvar. Que nosotros no sepamos dialogar con el hombre de hoy, no significa que Dios ya no encuentre caminos para hablar al corazón de cada persona. Que las gentes se marchen de nuestras Iglesias, no quiere decir que se le escapen a Dios de sus manos protectoras.

Dios es Dios. Ninguna crisis religiosa y ninguna mediocridad de la iglesia podrán «arrebatar de sus manos» a esos hijos e hijas a los que ama con amor infinito. Dios no abandona a nadie. Tiene sus caminos para cuidar y guiar a cada uno de sus hijos, y sus caminos no son necesariamente los que nosotros le pretendemos trazar.

CC - TPascua - 3D (Pagola)

Juan 21, 1 – 19
CUALQUIERA NO SIRVE
José Antonio Pagola

Después de comer con los suyos a la orilla del lago, Jesús inicia una conversación con Pedro. El diálogo ha sido trabajado cuidadosamente, pues tiene como objetivo recordar algo de gran importancia para la comunidad cristiana: entre los seguidores de Jesús sólo está capacitado para ser guía y pastor quien se distingue por su amor a él.

No ha habido ocasión en que Pedro no haya manifestado su adhesión absoluta a Jesús por encima de los demás. Sin embargo, en el momento de la verdad es el primero en negarlo. ¿Qué hay de verdad en su adhesión? ¿Puede ser guía y pastor de los seguidores de Jesús?.

Antes de confiarle su «rebaño», Jesús le hace la pregunta fundamental: «¿Me amas más que estos?» No le pregunta: ¿Te sientes con fuerzas? ¿Conoces bien mi doctrina? ¿Te ves capacitado para gobernar a los míos? No. Es el amor a Jesús lo que capacita para animar, orientar y alimentar a sus seguidores como lo hacía él.

Pedro le responde con humildad y sin compararse con nadie: «Tú sabes que te quiero». Pero Jesús le repite dos veces más su pregunta de manera cada vez más incisiva: «¿Me amas? ¿Me quieres de verdad?» La inseguridad de Pedro va creciendo. Cada vez se atreve menos a proclamar su adhesión. Al final se llena de tristeza. Ya no sabe qué responder: «Tú lo sabes todo».

A medida que Pedro va tomando conciencia de la importancia del amor, Jesús le va confiando su rebaño para que cuide, alimente y comunique vida a sus seguidores, empezando por los más pequeños y necesitados: los «corderos».

Con frecuencia se relaciona a jerarcas y pastores sólo con la capacidad de gobernar con autoridad o de predicar con garantía la verdad. Sin embargo, hay adhesiones a Cristo, firmes, seguras y absolutas que, vacías de amor, no capacitan para cuidar y guiar a los seguidores de Jesús.

Pocos factores son más decisivos para la conversión de la Iglesia que la conversión de los jerarcas, obispos, sacerdotes y dirigentes religiosos al amor a Jesús. Somos nosotros los primeros que hemos de escuchar su pregunta: «Me amas más que éstos? ¿Amas a mis corderos y a mis ovejas?».

CC - TPascua - D3 (EAbad)

1º Lectura: Hechos 5, 27b-32.40b-41
2º Lectura: Apocalipsis 5,11-14
3º Lectura: Juan 21, 1-19

MATERIALES CATEQUÉTICOS

Debemos tener muy en cuenta

Que hemos puesto demasiado el acento en demostrar por activa y por pasiva que Jesucristo ha resucitado. Y bien está, pero no el exceso de argumentaciones, pues parece que nosotros mismos las necesitamos, porque con dificultad lo creemos. ¿o no?.

Casi olvidamos y parece que no nos interesa muy mucho, saber en qué consiste nuestra resurrección.

Y si leemos en el Manual de Teología Dogmática de Ludwig Ott (Ed. Herder 1986):

“TODOS LOS MUERTOS RESUCITARÁN CON SUS CUERPOS EN EL ÚLTIMO DÍA”.

Y la segunda proposición:
“LOS MUERTOS RESUCITARÁN CON EL MISMO (NUMÉRICAMENTE) CUERPO QUE TUVIERON EN LA TIERRA”.

Y que las dos proposiciones SON DE FE, nos asusta y hasta nos da miedo, porque nos parece un disparate aventurar tanto en el campo de la fe.

¿En qué consiste tu resurrección?.

A mi me parece muy importante. Lo malo es que con dificultad nos lo explican y cuando lo explican o no dicen nada o ponen las cosas peor y se entiende menos. Y digo “se entiende” y no, “se comprende”, porque siendo la resurrección del ser humano un misterio de la divinidad, pues resucitados, divinizados quedaremos, a Dios nunca lo podremos “co om pren der”; sí, en cambio entenderemos su misterio.

Alguna vez, alguien que se dice ingeniero, decía en un grupo, que con la fe del carbonero tiene bastante. Resulta entonces, que para comprender cosas de la materia y de sus propiedades físicas, químicas o biológicas, uno es capaz de poner en acción las cualidades naturales con que Dios nos dotó y estudiar cinco o seis años de ingeniería y además reciclarse continuamente para estar en la onda de los avances y para conocer al autor de todo este mundo y de nosotros mismos, nos contentamos con saber cuatro cosas y mal aprendidas para vivir una vida cristiana mágica, supersticiosa, vacía de contenidos revelados.

Para todos, pero sobre todo para esos que se estiman tan poco, que con casi nada ya se contentan, les recomiendo lean en las páginas 715 a 120 La resurrección y los muertos. Es algo difícil, pero solo un poco. Y las dificultades preguntarlas al párroco o sacerdote competente. El libro ya os lo he dicho: Manual de teología dogmática por Ludwig Ott - editorial Herder 1986 séptima edición.

En el Evangelio de San Juan predomina el lenguaje simbólico. La enseñanza se apoya más en el simbolismo que en la realidad histórica, hasta donde la hubo. No busquemos un relato histórico científico y realista, porque entonces perderemos la verdadera intención de San Juan, inspirado por el Espíritu Santo y no captaremos la enseñanza liberadora del pecado y de esta vida terrestre del ser humano, que es aceptable, pero no satisfactoria.

Queremos más, mucho más, a medida que somos mayores, porque la vida humana que ya tenemos casi vivida, no nos ha satisfecho. Aspiramos a más, a una “NUEVA VIDA” o “RESURRECCIÓN”.

El evangelio de hoy está lleno de símbolos y simbolismos:

153 peces (qué curioso que los contaran ¿no?) Qué significado hay que dar a 153.

“Al saltar a tierra, ven unas brasas con un PESCADO puesto encima y PAN”. ¿de dónde saco el pescado, si aun no habían llegado a tierra y cuando les pide pescado el SUYO ya estaba sobre las brasas?.

Leer, pensar y descubrir toda la riqueza de esta catequesis del domingo 3º de Pascua.


A la altura del tercer domingo de Pascua, la Iglesia nos propone con el relato de esta aparición, que ahondemos:

1º,
en el acontecimiento de la Resurrección de Jesús para llenarnos de esperanza y de alegría, pues la muerte ya no es meta, sino punto de salida de nuestro existir.

2º,
También para que vivamos en la esperanza de una “nueva vida”, una nueva categoría de vivir en una relación conciencia y carne, yo y corporeidad, sin tiempo, ni espacio.

“Aclaración oscura”:

El ser humano está constituido por dos principios: el de Inmaterialidad. Y el de Corporeidad.

El Punto, decimos, es el Principio de la línea. Toda Línea tiene un principio, pues si no tuviera un Principio, no podría llegar a ser línea. Así también, el ser humano tiene dos Principios, como acabo de decir. El de Inmaterialidad (espiritualidad) y el de Corporeidad. Sin esos principios no podría ser “ser humano”
Seguimos:

El puñado de hombres y mujeres que empezaron a hacer la experiencia de esta nueva realidad de vida en Jesús, en el que “siempre vive”, “en el viviente”, les hizo cambiar de actitud en sus vidas: de desilusionados, esperanzados; de tristes, alegres; de cobardes y miedosos, valientes y hasta el extremo de que “los apóstoles después de azotados por haber hablado en nombre de Jesús, salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”. (Hch.).

Este acontecimiento de la resurrección de Jesús, que estamos intentando revivir e interiorizar, ¿está cambiando realmente mi actitud frente a la vida? ¿me está llenando de alegría en medio de las tristezas y angustias de esta sociedad? Y ¿cuáles son mis esperanzas: las de este mundo, anclado en los placeres, en la materia económica, en la eficacia fáctica, en el consumismo compulsivo: comprar, comprar y comprar? O ¿verdaderamente son como la de aquellos hombres, ilusionados por una “nueva vida”, la del Resucitado, que les resultaba enormemente extraña y sorprenderte? ¿Era él o no era él, sino un fantasma? Lo pasaron mal con sus dudas y titubeos…

Pedro, nos dice el relato evangélico de hoy, después de aquel viernes negro, se fue a pescar; volvió a su trabajo de siempre, a su trabajo normal. No es un fanático de acontecimientos maravillosos, a pesar de haber asistido a muchos y haber sido testigo de primera mano. Tampoco es Pedro un pietista, sumido en la oración expectante, llena de ensueños de poder y de liberación del romano invasor. Y es ahí, en el trabajo y en la labor de cada día, donde hará la experiencia de Jesús resucitado. Y la hará en un momento de fracaso total, de trabajo inútil: “Pasaron toda la noche trabajando y no pescaron nada”.

Esta situación le llega un día u otro a todo ser humano: se intenta, se lucha, pero se fracasa. Nada de nada... Jesús conoce nuestros fracasos, nuestras decepciones y nuestras penas; nuestros sinsabores. Nos ve venir sin nada.

Y ahí, en medio de nuestros trabajos y de nuestros esfuerzos inútiles, se presenta, al amanecer, como un extraño, que tiene hambre. Pide a gritos pescado y ellos no tienen nada que darle, solo el vacío de su barca y las redes rotas. Y precisamente, Él, que sabe de nuestros descalabros, de nuestros fracasos, con eso se contenta y eso es lo que nos pide. Nuestros fracasos y derrotas.

Pero somos soberbios y no queremos reconocerlo; los disimulamos, los ocultamos. No se los damos.

“Echad las redes al otro lado de la barca”. Lo hicieron y se encontraron con la abundancia. Ante el fracaso de su nada, de su “pasión inútil”, al decir de Sartre, cuando habla de lo que es la vida del hombre, Él, Jesucristo, les dio la plenitud total y absoluta, que ese es el significado de los 153 peces.

El hombre semita, cuando quiere expresar una plenitud absoluta, que solo Dios puede dar, suma uno tras otro los 17 primeros números y llega así a la plenitud más grande y absoluta: a 153. A Dios.

Te sientes fracasado en tus estudios, en tu profesión, en tu trabajo, en tu familia, que la amenaza el divorcio; en tus amores, que huelen a infidelidad; “Echad las redes al otro lado” te está diciendo ese desconocido, que se te ha presentado a la orilla de tu ribera; y te sentirás con el asombro de una plenitud desbordante de vida, que será signo, que tu sabrás interpretar en tu existencia; traducirlo y darle todo su significado, como lo hizo el discípulo que amaba, por eso al pie de la cruz estuvo; y que por ello fue el único en reconocer y comprender quién se ocultaba detrás de aquel desconocido, que les hablaba desde la orilla: “¡Es el Señor!”. Cuando se ama a uno, se le comprende con medias palabras.

“Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan”.

Las gentes de aquel tiempo y hasta entrado el siglo XV, creían que en el fondo de los abismos del océano, se ocultaba y allí tenía su guarida, el monstruo marino, como pez gigante. El adversario de la humanidad, el enemigo acusador, en griego, Satanás.

Jesucristo resucitado se presenta victorioso, con un pescado gigante, símbolo de Satanás, sobre el fuego. No tengáis miedo, les repetirá continuamente: Satanás está vencido.

“Traed de los peces que acabáis de pescar. Después que Pedro, le dio unos peces de los 153, que habían pescado”, les dijo: “Vamos, almorzad”. Jesús se aproxima a la fogata, que Él mismo había alumbrado en la orilla, tomó el pan y se lo dio y así mismo lo hizo con el pescado”.

Este signo que se dio a los pescadores, se nos da ahora a nosotros. “Venid y comed”.

La vida de cada día tomó para ellos y de ahora en adelante, también para nosotros, una dimensión nueva. En las tareas y trabajos profesionales; en las comidas; en el encuentro con los demás; en nuestros triunfos y fracasos Jesús está ahí, escondido, en la orilla de tu vida, para que a través de los signos, advirtamos que el desconocido de la ribera es portador de la sobreabundancia de vida, 153 peces y de la victoria sobre el monstruo marino, ya vencido, derrotado y muerto.

Pascua quiere ser “nueva vida”, que nos arranque de la indiferencia y pesimismo en que tantas veces nos sentimos sumergidos, que eso es muerte. Apostemos por la Pascua, que es apostar por la vida, siempre por la vida, porque la muerte ya no es el final.

Y que al celebrar el signo de la Eucaristía sintamos la fe y amor de Juan para reconocerle en nuestros fracasos.

Y que tengamos la decisión y entusiasmo de Pedro para salir al encuentro del “hombre” que nos aguarda siempre en la orilla, el Resucitado, en una palabra.

Y, que en esta Eucaristía, nos dice también: “Venid y comed” este Pan de Vida y no tengáis miedo: el maligno está vencido.

AMEN.
Edu, escolapio

Wednesday, April 11, 2007

CC - TPascua - D2 (Pagola)

Juan 20, 19 – 31
ABRIR LAS PUERTAS
José Antonio Pagola

El evangelio de Juan describe con trazos oscuros la situación de la comunidad cristiana cuando en su centro falta Cristo resucitado. Sin su presencia viva, la Iglesia se convierte en un grupo de hombres y mujeres que viven «en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos».

Con las «puertas cerradas» no se puede escuchar lo que sucede fuera. No es posible captar la acción del Espíritu en el mundo. No se abren espacios de encuentro y diálogo con nadie. Se apaga la confianza en el ser humano y crecen los recelos y prejuicios. Pero una Iglesia sin capacidad de dialogar es una tragedia, pues los seguidores de Jesús estamos llamados a actualizar hoy el eterno diálogo de Dios con el ser humano.

El «miedo» puede paralizar la evangelización y bloquear nuestras mejores energías. El miedo nos lleva a rechazar y condenar. Con miedo no es posible amar al mundo. Pero, si no lo amamos, no lo estamos mirando como lo mira Dios. Y, si no lo miramos con los ojos de Dios, ¿cómo comunicaremos su Buena Noticia?.

Si vivimos con las puertas cerradas, ¿quién dejará el redil para buscar a las ovejas perdidas? ¿Quién se atreverá a tocar a algún leproso excluido? ¿Quién se sentará a la mesa con pecadores o prostitutas? ¿Quién se acercará a los olvidados por la religión? Los que quieran buscar al Dios de Jesús, se encontrarán con nuestras puertas cerradas.

Nuestra primera tarea es dejar entrar al resucitado a través de tantas barreras que levantamos para defendernos del miedo. Que Jesús ocupe el centro de nuestras iglesias, grupos y comunidades. Que sólo él sea fuente de vida, de alegría y de paz. Que nadie ocupe su lugar. Que nadie se apropie de su mensaje. Que nadie imponga un estilo diferente al suyo.

Ya no tenemos el poder de otros tiempos. Sentimos la hostilidad y el rechazo en nuestro entorno. Somos frágiles. Necesitamos más que nunca abrirnos al aliento del resucitado y acoger su Espíritu Santo.


CC - TPascua - VigiliaR (Pagola)

Lucas 24, 1 – 12
NO ESTÁ ENTRE LOS MUERTOS
José Antonio Pagola

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado». Según Lucas, éste es el mensaje que escuchan las mujeres en el sepulcro de Jesús. Sin duda, el mensaje que hemos de escuchar también hoy sus seguidores. ¿Por qué buscamos a Jesús en el mundo de la muerte? ¿Por qué cometemos siempre el mismo error?.

Por qué buscamos a Jesús en tradiciones muertas, en fórmulas anacrónicas o en citas gastadas? ¿Cómo nos encontraremos con él, si no alimentamos el contacto vivo con su persona, si no captamos bien su intención de fondo y nos identificamos con su proyecto de una vida más digna y justa para todos?.

Cómo nos encontraremos con «el que vive», ahogando entre nosotros la vida, apagando la creatividad, alimentando el pasado, autocensurando nuestra fuerza evangelizadora, suprimiendo la alegría entre los seguidores de Jesús?.

Cómo vamos a acoger su saludo de «Paz a vosotros», si vivimos descalificándonos unos a otros? ¿Cómo vamos a sentir la alegría del resucitado, si estamos introduciendo miedo en la Iglesia? Y, ¿cómo nos vamos a liberar de tantos miedos, si nuestro miedo principal es encontrarnos con el Jesús vivo y concreto que nos transmiten los evangelios?.

Cómo contagiaremos fe en Jesús vivo, si no sentimos nunca «arder nuestro corazón», como los discípulos de Emaús? ¿Cómo le seguiremos de cerca, si hemos olvidado la experiencia de reconocerlo vivo en medio de nosotros, cuando nos reunimos en su nombre?.

Dónde lo vamos a encontrar hoy, en este mundo injusto e insensible al sufrimiento ajeno, si no lo queremos ver en los pequeños, los humillados y crucificados? ¿Dónde vamos a escuchar su llamada, si nos tapamos los oídos para no oír los gritos de los que sufren cerca o lejos de nosotros?.

Cuando María Magdalena y sus compañeras contaron a los apóstoles el mensaje que habían escuchado en el sepulcro, ellos «no las creyeron». Éste es también hoy nuestro riesgo: no escuchar a quienes siguen a un Jesús vivo.


CC - SSanta - VSanto (Pagola)

MURIÓ COMO HABÍA VIVIDO
JOSÉ ANTONIO PAGOLA

¿Cómo vivió Jesús sus últimas horas?, ¿Cuál fue su actitud en el momento de la ejecución? Los evangelios no se detienen a analizar sicológicamente sus sentimientos. Sencillamente, recuerdan que Jesús murió como había vivido. Lucas, por ejemplo, ha querido destacar la bondad de Jesús hasta el final, su cercanía a los que sufren y su capacidad de perdonar. Según su relato, Jesús murió amando.

En medio del gentío que observa el paso de los condenados camino de la cruz, unas mujeres se acercan a Jesús llorando. No pueden verlo sufrir así. Jesús «se vuelve hacia ellas» y las mira con la misma ternura con que las había mirado siempre: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Así va Jesús hacia la cruz: pensando más en aquellas pobres madres que en su propio sufrimiento.

Faltan pocas horas para el final. Desde la cruz sólo se escuchan los insultos de algunos y los gritos de dolor de los ajusticiados. De pronto, uno de ellos se dirige a Jesús: «Acuérdate de mí». Su respuesta es inmediata: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso». Siempre ha hecho lo mismo: quitar miedos, infundir confianza en Dios, contagiar esperanza. Así lo sigue haciendo hasta el final.

El momento de la crucifixión es inolvidable. Mientras los soldados lo van clavando al madero, Jesús decía: «Padre, perdónalos porque no saben lo que están haciendo». Así es Jesús. Así ha vivido siempre: ofreciendo a los pecadores el perdón del Padre, sin que se lo merezcan.

Según Lucas, Jesús muere pidiendo al Padre que siga bendiciendo a los que lo crucifican, que siga ofreciendo su amor, su perdón y su paz a todos los hombres, incluso a los que lo rechazan.

No es extraño que Pablo de Tarso invite a los cristianos de Corinto a que descubran el misterio que se encierra en el Crucificado: «En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres». Así está Dios en la cruz: no acusando al mundo de sus pecados, sino ofreciendo su perdón. Esto es lo que celebramos esta semana. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).