Friday, May 27, 2011

6DP.A - 2011 (Pagola)

Juan 14, 15-21
NO ESTAMOS HUERFANOS
José Antonio Pagola

Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, poco amado y apenas recordado de manera rutinaria, es una Iglesia que corre el riesgo de irse extinguiendo. Una comunidad cristiana reunida en torno a un Jesús apagado, que no seduce ni toca los corazones, es una comunidad sin futuro.

En la Iglesia de Jesús necesitamos urgentemente una calidad nueva en nuestra relación con él. Necesitamos comunidades cristianas marcadas por la experiencia viva de Jesús. Todos podemos contribuir a que en la Iglesia se le sienta y se le viva a Jesús de manera nueva. Podemos hacer que sea más de Jesús, que viva más unida a él. ¿Cómo?

Juan recrea en su evangelio la despedida de Jesús en la última cena. Los discípulos intuyen que dentro de muy poco les será arrebatado. ¿Qué será de ellos sin Jesús? ¿A quién le seguirán? ¿Dónde alimentarán su esperanza? Jesús les habla con ternura especial. Antes de dejarlos, quiere hacerles ver cómo podrán vivir unidos a él, incluso después de su muerte.

Antes que nada, ha de quedar grabado en su corazón algo que no han de olvidar jamás: «No os dejaré huérfanos. Volveré». No han de sentirse nunca solos. Jesús les habla de una experiencia nueva que los envolverá y les hará vivir porque los alcanzará en lo más íntimo de su ser. No los olvidará. Vendrá y estará con ellos.

Jesús no podrá ya ser visto con la luz de este mundo, pero podrá ser captado por sus seguidores con los ojos de la fe. ¿No hemos de cuidar y reavivar mucho más esta presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros? ¿Cómo vamos a trabajar por un mundo más humano y una Iglesia más evangélica si no le sentimos a él junto a nosotros?

Jesús les habla de una experiencia nueva que hasta ahora no han conocido sus discípulos mientras lo seguían por los caminos de Galilea: «Sabréis que yo estoy con mi Padre y vosotros conmigo». Esta es la experiencia básica que sostiene nuestra fe. En el fondo de nuestro corazón cristiano sabemos que Jesús está con el Padre y nosotros estamos con él. Esto lo cambia todo.

Esta experiencia está alimentada por el amor: «Al que me ama...yo también lo amaré y me revelaré a él». ¿Es posible seguir a Jesús tomando la cruz cada día, sin amarlo y sin sentirnos amados entrañablemente por él? ¿Es posible evitar la decadencia del cristianismo sin reavivar este amor? ¿Qué fuerza podrá mover a la Iglesia si lo dejamos apagar? ¿Quién podrá llenar el vacío de Jesús? ¿Quién podrá sustituir su presencia viva en medio de nosotros?

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6DP,A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Las despedidas son difíciles para los que se aman. En las despedidas se dicen palabras sentidas y profundas, se hacen ruegos y promesas. El Evangelio de hoy recoge parte de.las.últimas.recomendaciones.de Jesús a sus discípulos y parte de sus últimas promesas.

Jesús comienza diciendo: "Si me amáis, guardaréis mis Mandamientos". La fe en una adhesión personal a Jesús que culmina en el amor. Pero, no resulta fácil amar de verdad, estamos, a veces, demasiado replegados sobre nosotros mismos, no hemos liberado suficientemente la capacidad de amor que llevamos en lo profundo de nuestro ser. Solo quien ama vive de verdad. Quien no ama permanece en la muerte. En lo más profundo de nosotros mismos está la aspiración a amar y a la comunión..., que aunque seamos frágiles, y estemos cogidos por nuestras preocupaciones personales no perdamos nunca de vista que lo esencial está en el amor.

Jesús promete a sus discípulos el Espíritu Santo, que es la fuerza amorosa de Dios, pero no desde fuera, sino desde dentro. Ese es el defensor que El promete. Ese Espíritu es el que convierte nuestra tristeza en gozo, nuestra timidez en valentía, nuestra soledad en comunión. Este es nuestro defensor. Esa experiencia del Espíritu como defensor se realiza en lo profundo de nuestro corazón, ahí donde Él nos habita.

Que podamos retener en nuestro corazón las palabras de Jesús al comienzo del Evangelio de hoy: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”... “Si me amáis” sabed que Yo os amé primero.

“Si me amáis”
también os amará mi Padre, que es la Fuente de todo amor.

“Si me amáis”
seréis libres para amar.

“Si me amáis”,
tendréis motivos para mantener la esperanza, para combatir las tinieblas y la injusticia, para pacificar el mundo ensangrentado por la violencia, para devolver al pobre su dignidad...

“Si me amáis”,
tendréis la fuerza para romper todas las ataduras que os esclavizan... y entraréis en el camino de la libertad.

“Si me amáis”,
seréis testigos de amor y llegaréis a amaros unos a otros.

Oremos unos por otros y que el Espíritu nos dé su fuerza para seguir adelante. Buena semana y un abrazo,

Francesc Mulet

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5DP.A - 2011 (Pagola)

Juan, 14, 1-12
NO OS QUEDÉIS SIN JESÚS
José Antonio Pagola

Al final de la última cena Jesús comienza a despedirse de los suyos: ya no estará mucho tiempo con ellos. Los discípulos quedan desconcertados y sobrecogidos. Aunque no les habla claramente, todos intuyen que pronto la muerte les arrebatará de su lado. ¿Qué será de ellos sin él?

Jesús los ve hundidos. Es el momento de reafirmarlos en la fe enseñándoles a creer en Dios de manera diferente: «Que no tiemble vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí». Han de seguir confiando en Dios, pero en adelante han de creer también en él, pues es el mejor camino para creer en Dios.

Jesús les descubre luego un horizonte nuevo. Su muerte no ha de hacer naufragar su fe. En realidad, los deja para encaminarse hacia el misterio del Padre. Pero no los olvidará. Seguirá pensando en ellos. Les preparará un lugar en la casa del Padre y un día volverá para llevárselos consigo. ¡Por fin estarán de nuevo juntos para siempre!

A los discípulos se les hace difícil creer algo tan grandioso. En su corazón se despiertan toda clase de dudas e interrogantes. También a nosotros nos sucede algo parecido: ¿No es todo esto un bello sueño? ¿No es una ilusión engañosa? ¿Quién nos puede garantizar semejante destino? Tomás, con su sentido realista de siempre, sólo le hace una pregunta: ¿Cómo podemos saber el camino que conduce al misterio de Dios?

La respuesta de Jesús es un desafío inesperado: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». No se conoce en la historia de las religiones una afirmación tan audaz. Jesús se ofrece como el camino que podemos recorrer para entrar en el misterio de un Dios Padre. El nos puede descubrir el secreto último de la existencia. El nos puede comunicar la vida plena que anhela el corazón humano.

Son hoy muchos los hombres y mujeres que se han quedado sin caminos hacia Dios. No son ateos. Nunca han rechazado de su vida a Dios de manera consciente. Ni ellos mismos saben si creen o no. Sencillamente, han dejado la Iglesia porque no han encontrado en ella un camino atractivo para buscar con gozo el misterio último de la vida que los creyentes llamamos "Dios".

Al abandonar la Iglesia, algunos han abandonado al mismo tiempo a Jesús. Desde estas modestas líneas, yo os quiero decir algo que bastantes intuís. Jesús es más grande que la Iglesia. No confundáis a Cristo con los cristianos. No confundáis su Evangelio con nuestros sermones. Aunque lo dejéis todo, no os quedéis sin Jesús. En él encontraréis el camino, la verdad y la vida que nosotros no os hemos sabido mostrar. Jesús os puede sorprender.

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5DP,A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet i Ruís

Es reconfortante escuchar las palabras del Evangelio de hoy. Estas palabras son dichas por Jesús en la última Cena, en el momento de su despedida: Los discípulos sienten inquietos, intranquilos... debido al anuncio que Jesús les ha hecho de su muerte... Los discípulos están nerviosos y no saben cómo va a acabar todo aquello. Jesús los ve hundidos y les invita a la serenidad y a la confianza.

Nosotros también estamos, a veces, demasiado nerviosos, (como aquellos discípulos)... el estrés, la angustia, la ansiedad, la sensación de no llegar... Parece que estamos perdiendo la calma y muchas cosas más, nos sentimos nerviosos, vivimos desfondados, sin base y sin un apoyo sólido sobre el que asentar nuestras vidas; estamos, a veces, a disgusto con nosotros mismos, nos vemos irremisiblemente enrolados en un plan de vida que no nos satisface y del que no sabemos cómo salir.

Vivimos en un mundo roto por profundas divisiones sociales y personales. En nuestras sociedades desarrolladas aumentan el estrés, la depresión, las rupturas afectivas y se diluye la falta de sentido. Vivimos una crisis de sentido... Y la pregunta que brota desoladora es: ¿Vale la pena ilusionarse con las personas o los proyectos que llevamos entre manos? Son muchos los que viven enfrascados en sentidos parciales de la vida. Necesitamos descubrir un sentido global a nuestra vida. Ese sentido está en la confianza en Dios que es la meta final de todo. Dios llena de sentido pleno nuestra vida humana. Dios es una realidad de primera necesidad.

“Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida ". No se conoce, en las religiones, una afirmación tan atrevida. Jesús da respuesta a las preguntas radicales que nos hacemos. Él es la respuesta a las aspiraciones más profundas que llevamos en nuestro corazón. Está diciendo a sus discípulos y a todos nosotros, que la única seguridad, la única solidez y la única luz para avanzar está en confiarnos a Él y en seguirle a Él. Sí, en Jesús Resucitado, se encuentran todas las orientaciones que el ser humano necesita para vivir plenamente. Jesús se presenta como el camino que podemos recorrer para entrar en el Misterio de un Dios Padre.

Nuevamente te pido tu oración por todos nosotros.

Que pases una buena semana y que tengas ánimo en estos momentos.

Francesc Mulet

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4DP.A - 2011 (Pagola)

Juan 10, 1-10
LA PUERTA
José Antonio Pagola

Jesús propone a un grupo de fariseos un relato metafórico en el que critica con dureza a los dirigentes religiosos de Israel. La escena está tomada de la vida pastoril. El rebaño está recogido dentro de un aprisco, rodeado por un vallado o un pequeño muro, mientras un guarda vigila el acceso. Jesús centra precisamente su atención sobre esa «puerta» que permite llegar hasta las ovejas.

Hay dos maneras de entrar en el redil. Todo depende de lo que uno pretenda hacer con el rebaño. Si alguien se acerca al redil y «no entra por la puerta», sino que salta «por otra parte», es evidente que no es el pastor. No viene a cuidar a su rebaño. Es «un extraño» que viene a «robar, matar y hacer daño».

La actuación del verdadero pastor es muy diferente. Cuando se acerca al redil, «entra por la puerta», va llamando a las ovejas por su nombre y ellas atienden su voz. Las saca fuera y, cuando las ha reunido a todas, se pone a la cabeza y va caminando delante de ellas hacia los pastos donde se podrán alimentar. Las ovejas lo siguen porque reconocen su voz.

¿Qué secreto se encierra en esa "puerta" que legitima a los verdaderos pastores que pasan por ella y que desenmascara a los extraños que entran «por otra parte», no para cuidar del rebaño sino para hacerle daño? Los fariseos no entienden de qué les está hablando aquel Maestro.

Entonces Jesús les da la clave del relato: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas». Quienes entran por el camino abierto por Jesús y le siguen viviendo su evangelio, son verdaderos pastores: sabrán alimentar a la comunidad cristiana. Quienes entran en el redil dejando de lado a Jesús e ignorando su causa, son pastores extraños: harán daño al pueblo cristiano.

En no pocas Iglesias estamos sufriendo todos mucho: los pastores y el pueblo de Dios. Las relaciones entre la Jerarquía y el pueblo cristiano se viven con frecuencia de manera recelosa, crispada y conflictiva: hay obispos que se sienten rechazados; hay sectores cristianos que sienten marginados.

Sería demasiado fácil atribuirlo todo al autoritarismo abusivo de la Jerarquía o a la insumisión inaceptable de los fieles. La raíz es más profunda y compleja. Hemos creado una situación muy difícil. Hemos perdido la paz. Vamos a necesitar cada vez más a Jesús.

Hemos de hacer crecer entre nosotros el respeto mutuo y la comunicación, el diálogo y la búsqueda sincera de verdad evangélica. Necesitamos respirar cuanto antes un clima más amable en la Iglesia. No saldremos de esta crisis si no volvemos todos al espíritu de Jesús. El es "la Puerta".

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4DP.A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Domingo del buen pastor. “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10, 1-10). Estas palabras de Jesús son claves para entrar en la comprensión del Evangelio: todo el Evangelio es una llamada a la Vida y a una Vida en plenitud.

Jesús afirma que existe un solo modo de acercarse a las ovejas, “entrando por la puerta”; quien penetra por otro lado, no lo hace por amor a ellas sino para explotarlas. Por eso, Jesús los llama ladrón y bandido:“ladrón”, porque se apropia de lo que pertenece a todos. Ellos le quitan al pueblo lo que es suyo. Le quitan la libertad. También les llama “bandidos” porque usan la violencia para someter al pueblo, reduciéndolo a un estado de miseria y de muerte.

En contraste con los ladrones y bandidos Jesús opone la figura del “pastor que es el que entra por la puerta”... Con estas palabras Jesús está refiriéndose a sí mismo, que viene para cuidar de las ovejas, “las va llamando por su nombre”; llamar por el nombre significa amar, es decir, Jesús es Aquél que ama a cada ser humano como único y el que viene a sacarnos de la muerte y de todo lo que nos oprime.

Lo más llamativo es que Jesús se presenta como la puerta: "Yo soy la puerta”..., es decir, el lugar de acceso a Dios. Entrar por esta Puerta es acercarse a Él, es darle nuestra adhesión a Él, es poner nuestra confianza en Él. Jesús no es sólo el Pastor, sino que es también la Puerta. Jesús es la Puerta hacia Dios; en Él, Dios se hace accesible y cercano a nosotros.

"Tú Señor, eres mi Pastor, nada me falta; aunque pase por valles de tinieblas no temeré, porque Tú vas conmigo" (Sal. 123).

Que pases una buena semana y adelante,

Francesc Mulet

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3DP,A - 2011 (Pagola)

Lucas 24, 13-35
RECORDAR MÁS A JESÚS
José Antonio Pagola

El relato de los discípulos de Emaús nos describe la experiencia vivida por dos seguidores de Jesús mientras caminan desde Jerusalén hacia la pequeña aldea de Emaús, a ocho kilómetros de distancia de la capital. El narrador lo hace con tal maestría que nos ayuda a reavivar también hoy nuestra fe en Cristo resucitado.

Dos discípulos de Jesús se alejan de Jerusalén abandonando el grupo de seguidores que se ha ido formando en torno a él. Muerto Jesús, el grupo se va deshaciendo. Sin él, no tiene sentido seguir reunidos. El sueño se ha desvanecido. Al morir Jesús, muere también la esperanza que había despertado en sus corazones. ¿No está sucediendo algo de esto en nuestras comunidades? ¿No estamos dejando morir la fe en Jesús?

Sin embargo, estos discípulos siguen hablando de Jesús. No lo pueden olvidar. Comentan lo sucedido. Tratan de buscarle algún sentido a lo que han vivido junto a él. «Mientras conversan, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos». Es el primer gesto del Resucitado. Los discípulos no son capaces de reconocerlo, pero Jesús ya está presente caminando junto a ellos, ¿No camina hoy Jesús veladamente junto a tantos creyentes que abandonan la Iglesia pero lo siguen recordando?

La intención del narrador es clara: Jesús se acerca cuando los discípulos lo recuerdan y hablan de él. Se hace presente allí donde se comenta su evangelio, donde hay interés por su mensaje, donde se conversa sobre su estilo de vida y su proyecto. ¿No está Jesús tan ausente entre nosotros porque hablamos poco de él?

Jesús está interesado en conversar con ellos: «¿Qué conversación es ésa que traéis mientras vais de camino?» No se impone revelándoles su identidad. Les pide que sigan contando su experiencia. Conversando con él, irán descubriendo su ceguera. Se les abrirán los ojos cuando, guiados por su palabra, hagan un recorrido interior. Es así. Si en la Iglesia hablamos más de Jesús y conversamos más con él, nuestra fe revivirá.

Los discípulos le hablan de sus expectativas y decepciones; Jesús les ayuda a ahondar en la identidad del Mesías crucificado. El corazón de los discípulos comienza a arder; sienten necesidad de que aquel "desconocido" se quede con ellos. Al celebrar la cena eucarística, se les abren los ojos y lo reconocen: ¡Jesús está con ellos!

Los cristianos hemos de recordar más a Jesús: citar sus palabras, comentar su estilo de vida, ahondar en su proyecto. Hemos de abrir más los ojos de nuestra fe y descubrirlo lleno de vida en nuestras eucaristías. Nadie ha de estar más presente. Jesús camina junto a nosotros.

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3DP,A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

El relato de Emaús es una de las páginas más bellas del Evangelio. Expresa una experiencia pascual, una experiencia de encuentro con Cristo Resucitado: dos discípulos tristes y desesperanzados caminan hacia Emaús… A veces, también nosotros, como estos discípulos, vamos entristecidos y desesperanzados. Pero en el encuentro con el Resucitado podemos pasar, como ellos, del desencanto a la esperanza.

Caminar hacia Emaús era ir hacia atrás, de Jerusalén ir hacia atrás. Podemos decir que Jerusalén era la ciudad del sentido y de la plenitud. Ellos esperaban que Jesús fuera el liberador de Israel, pero las cosas no se han desenvuelto como ellos esperaban. Jesús ha sido crucificado y ha muerto en una cruz. Eso ha sido terrible para ellos, todo había terminado.

Jesús, el Resucitado, no se desanima por nuestros desánimos, ni nos abandona cuando nosotros le estamos abandonando. No le importa que seamos lentos para comprender las Escrituras… Él aparece como un caminante de la misma vida y los discípulos no pudieron reconocerlo porque estaban encerrados en su pesimismo, estaban encerrados demasiado en ellos mismos y eran incapaces de prestar atención a Aquel compañero de viaje. Pero hay un momento en que el Resucitado interviene y toma la palabra y ellos empiezan a escuchar su Palabra. Y algo extraordinario pasa en esta conversación: Jesús toca el corazón, hace arder el corazón…

La decepción brota de algo que el Señor nunca ha prometido. Se trata de saber esperar. Jesús nunca decepciona, nunca defrauda a nadie, pero el corazón de aquellos discípulos estaba lleno de ambiciones, ellos buscaban la gloria, el prestigio, el poder, como nosotros, a veces. En este sentido, podemos vernos reflejados en algunas situaciones de nuestra vida, en los discípulos de Emaús. Ellos nos recuerdan nuestras desesperanzas, nuestras desilusiones, nuestro pesimismo… Nosotros somos también de los que esperábamos tantas y tantas cosas: esperábamos más amigos, mejores relaciones, más suerte en la vida, más éxitos, más reconocimientos...

Sus ojos se fueron abriendo poco a poco, hasta que comprendieron que era Jesús de Nazaret. Estaba vivo. El crucificado había resucitado y vivía para siempre. Al abrirse sus ojos comprendieron que su amor nos busca siempre, pero sobre todo en los “caminos de Emaús”.

Hoy nuestra oración podía ser: “Quédate con nosotros, la tarde está cayendo”. ¿Qué sería de nosotros sin ti? Sin tu Presencia, no sabemos por dónde tirar.
Ánimo y sigamos orando mutuamente. Un abrazo fraterno,

Francesc Mulet

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