3DP,B 2012 (Pagola)
Lucas 24, 35-48
TESTIGOS
José Antonio Pagola
Lucas describe el encuentro del
Resucitado con sus discípulos como una experiencia fundante. El deseo de Jesús
es claro. Su tarea no ha terminado en la cruz. Resucitado por Dios después de
su ejecución, toma contacto con los suyos para poner en marcha un movimiento de
"testigos" capaces de contagiar a todos los pueblos su Buena Noticia:
"Vosotros sois mis
testigos".
No es fácil convertir en
testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y el miedo. A lo largo
de toda la escena, los discípulos permanecen callados, en silencio total. El
narrador solo describe su mundo interior: están llenos de terror; solo sienten
turbación e incredulidad; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser
verdad.
Es Jesús quien va a regenerar
su fe. Lo más importante es que no se sientan solos. Lo han de sentir lleno de
vida en medio de ellos. Estas son las primeras palabras que han de escuchar del
Resucitado: "Paz a vosotros...
¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?".
Cuando olvidamos la presencia
viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo hacemos opaco e invisible con
nuestros protagonismos y conflictos; cuando la tristeza nos impide sentir todo
menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad...
estamos pecando contra el Resucitado. No es posible una Iglesia de testigos.
Para despertar su fe, Jesús no
les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies. Que vean sus heridas
de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la
muerte. No es un fantasma: "Soy
yo en persona". El mismo que han conocido y amado por los caminos
de Galilea.
Siempre que pretendemos
fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones, lo convertimos
en un fantasma. Para encontrarnos con él, hemos de recorrer el relato de los
evangelios: descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a
los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados;
descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado
por el Padre.
A pesar de verlos llenos de
miedo y de dudas, Jesús confía en sus discípulos. Él mismo les enviará el
Espíritu que los sostendrá. Por eso les encomienda que prolonguen su presencia
en el mundo: "Vosotros sois
testigos de esto". No han de enseñar doctrinas sublimes, sino
contagiar su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo sino
irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con la vida, no solo con palabras.
Este es siempre el verdadero problema de la Iglesia: la falta de testigos.
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