Thursday, December 29, 2011

3DN,B - Sta. María Madre de Dios - 2012 (Mulet)

Francesc Mulet

Dentro del tiempo navideño donde celebramos el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios nos encontramos con la octava de Navidad, Circuncisión y Nombre de Jesús, Maternidad divina de María, Jornada Mundial de la Paz y comienzo del año.

La Maternidad divina de María es, sin duda, la idea más relevante de este día litúrgico, como se destaca en las oraciones de la misa y en la segunda lectura. La aceptación de la Maternidad divina por parte de María es, ante todo, un acto de fe y de obediencia libres por las cuales coopera activamente, y no como un instrumento meramente pasivo, a la salvación de los hombres. Aceptando el mensaje divino, por la fe primeramente, María se convirtió en Madre de Jesús.

La Maternidad divina es la razón básica de la grandeza y dignidad sin par de María y la clave de toda la teología mariana. En los libros neotestamentarios María es llamada casi siempre "Madre de Jesús" (o del Señor), hasta 25 veces, y sólo dos veces "Virgen". La maternidad divina es el dato y la realidad profunda que condiciona y da sentido a toda su vida y misión dentro del plan de Dios, que el ángel le expone a María en la Anunciación pidiendo su consentimiento.

Creemos en la humanización de Dios para la divinización del hombre, el Hijo de Dios se hace hombre porque este se convierta en hijo de Dios. Este doble movimiento del proyecto divino nos apoya, como en su eje, en la maternidad de María; este es el puente que une las dos orillas. Por esto su maternidad es un servicio a toda la humanidad; con razón bendecirán en María todas las generaciones de la historia.

Que tengas un buen año 2012 y que sigamos orando juntos.
Un abrazo,
Francesc Mulet

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Wednesday, December 28, 2011

LA INMACULADA - P. Ángel Martínez

LA INMACULADA CONCEPCIÓN
P. Ángel Martínez
8.XII.2011

En algún momento, con motivo de la proclamación del dogma de la Asunción de María, en aquellos años de nuestra formación, alguien vino a decir que, en los primeros años de la Iglesia, la teología católica, naciente entonces, había tenido que debatirse con insistencia en la afirmación de la divinidad de Cristo, hasta que dio, tras cuatro siglos de enfrentamientos, con la fórmula de la ‘unión hipostática’, la de ‘dos naturalezas en una sola persona’. Pero –decía ese alguien- que en estos nuestros tiempos la teología católica parecía vertida sobre la figura de María con la proclamación, en un solo siglo de dos dogmas referentes a ella: el de la Inmaculada Concepción y el de la Asunción a los Cielos para ser coronada por su Hijo; y que además, el Cielo parecía querer confirmar ese viraje de la teología hacia la Madre de Jesús, con la impresionante confirmación que suponían las apariciones de María, sobre todo las de Lourdes –yo soy la Inmaculada Concepción- y la de Fátima, entre otras muchas, incluida la de Medjugorje en la península Balcánica de estos últimos años, por cierto, no tan conocida en la Europa del oeste, a pesar de su increíble espectacularidad.

Y ciertamente, el monoteísmo, herencia venturosa del pueblo judío, hacía muy problemática la divinidad de Cristo frente a la fe en un Dios único, la figura sinaítica de Yahvé. De hecho con sólo enumerar algunas de las muchas herejías surgidas como solución a la aparente aporía que presentaba entonces la fe de la Iglesia, la de un hombre-Dios, nos percatamos del gran esfuerzo que tuvo que hacer los teólogos del momento, los llamados Padres de la Iglesia para preservar la doctrina correcta de la divinidad de Jesús: los docetas, los nestorianos, los arrianos, los monofisitas, los monotelitas..., todos creían tener razón porque sus teorías siempre descartaban o la divinidad de Cristo, hombre simplemente privilegiado por el Cielo o su humanidad, simple sombra fantasmal tras la cual Dios, el único de siempre, se había manifestado, pero oculto en cuanto tal, escondido, como de costumbre, a los ojos de los humanos.

Porque aunque el hombre siempre ha querido tener cerca de sí a sus dioses, la idolatría no resolvía, antes bien detenía la evolución espiritual de la humanidad, ya que en un estadio de ‘hombre sólo animal’ no había manera de escalar los valores altísimos que permite la imagen de un Dios puramente espíritu, no múltiple como la materia, no idolátrico. El monoteísmo israelítico y cristiano le ha posibilitado al hombre sacudirse todos los impedimentos para salir de su simple animalidad y emprender un camino de espiritualidad nunca soñada. Pero tuvo que ser el Cielo, el que nos regalara con la Encarnación del Verbo el misterio del inmenso amor de Dios al hombre. El monoteísmo cristiano, el monoteísmo encarnado es la peana que permite a la sociedad humana levantarse sobre su propia condición una vez que ha descubierto que las virtudes que esconde, la justicia, la fe, la caridad, la esperanza, la obediencia... son frutos de la divinidad convertidas en Cristo en permanentemente duraderas y fructíferas incluso sobre la tierra. El monoteísmo encarnado está en la base de todo el progreso humanista del hombre, de los cerebros de Europa, y sin él, no hay humanismo que valga, pues todo se derrumba de nuevo como lo estamos padeciendo en nuestros días. Y si Europa no vuelve a encontrarse a sí misma- ese es el grito de nuestros Papas- ese humanismo, humano por cristiano, seguirá floreciendo en otras latitudes hasta que sean congregados los hijos de Dios dispersos por el mundo. Tal, podemos decir, ha sido la cumbre social de la teología católica en casi dos mil años de existencia.

Pues eso, ahora podemos preguntarnos qué quiere para nuestros días, el Cielo, con estos reiterados dogmas y con estas reiteradas manifestaciones de esta mujer, María, adornada con toda la belleza interior de que es capaz el corazón femenino. Porque la Inmaculada Concepción no sólo supone para María la preservación de todo mal, de todo pecado, de toda posible desviación de su sicología, sino también la plenitud de Gracia, un traje de triunfo precioso y precisamente femenino. Porque es el caso que durante siglos la mujer ha tenido un rol segundón y tantas veces no muy apreciado socialmente, incluso en las sociedades cristianas, no obstante la notable presencia de las mismas en el evangelio de Jesús. ¡Es tan lento el avance del hombre en la historia! No en vano Jesús comenzó advirtiendo en su predicación la necesidad de cambiar de mentalidad: si no cambiáis de mente –meta/noia-, de pensar, de juzgar, no hay manera de que os salvéis desde vosotros mismos, o, mejor dicho, de que la salvación que os viene de fuera puede entrar en vuestros cerebros y en vuestros corazones. Cuando la mujer va recobrando el puesto que le pide la historia, tan zarandeada por la soberbia del hombre, María, la mujer completa, nos comienza a invadir, no sólo devocionalmente –siempre la hemos invocado de corazón- sino modélicamente como joven, como esposa, como madre, como miembro activo de la sociedad, e hija de Dios; en esta sociedad que tanto se empeña en seguir esclavizando a la mujer, a media humanidad aún en tantos países, para el solo provecho egoísta, en tantos órdenes de cosas, del hombre. La figura de María siempre de un equilibrio sin igual en el evangelio, tiene en nuestros días, no sólo el valor teológico que supone el verla centrada en la encarnación del Verbo, sino el alto valor moral para esta humanidad harta de violencia y de tanto exabrupto convivencial. La Iglesia, siempre al tanto de lo que necesita la humanidad tiene, entre sus grandes preocupaciones pastorales, a la familia, fundamento de valores sociales como ninguna otra institución social, comenzando por la formación del corazón del ser humano y terminando por su libertad inalienable, de la que tantos Estados pretenden si no adueñarse, al menos aminorarla; la libertad de los hijos de Dios comienza a sentirse como equilibrio y obediencia moral en la familia cristiana, donde la mujer, esposa, madre, miembro de la sociedad e hija de la Iglesia, brilla con todas sus posibilidades de acción e influencia educadora. Con la Iglesia deberemos estar atentos a las catequesis dirigidas a la mujer, para que no más se cumpla lo del refrán latino: corruptio optimi pessima: de la pérdida de lo exquisito se resiente lastimosa y perdidamente todo el conjunto humano. Hay que presentar a María como la figura mejor lograda, altamente consciente de su papel femenino libre, a la que se le pide no se le fuerza, como esposa que con sola su presencia justifica y tranquiliza al esposo, como madre que no sólo cuida del hijo, sino que sigue atenta su crecimiento espiritual y moral, como hija de Dios y de la Iglesia, que prolonga su maternidad hasta los mismos avatares del hijo, hay que exponérsela a las jóvenes cristianas, vecina, cercana, como referencia de carácter, hasta entusiasmarlas a su imitación, como escudo protector de su rica aparente debilidad, tan expuesta a los engaños mentirosos del mundo de nuestros días, en el que su presencia, la de la mujer es cada vez más eficaz y fructuosa. Que sepamos proponer a María, no sólo como modelo, sino como madre de equilibrio sostenido, vale decir, mantenido frente al enemigo que ya comenzó por acecharla desde el principio de la creación, pero cuya cabeza ella consiguió aplastar para siempre, como lo puede conseguir quien se cobija bajo su manto inmaculado. Tuve ocasión de oír en cierto momento el consejo que daba a una mujer desenvuelta pero valiosa, si bien herida por los trotes de la vida, de esos trotes que con frecuencia dejan a la mujer apartada de la práctica religiosa, un sacerdote que paternalmente le insistía: tú tienes que rezar así: Gracias, Señor, por los muchos bienes que me diste y por lo mucho que he amado en la vida. En aquel momento me pareció intuir que aquel tipo de oración podía acercarla a un Dios sentido próximo, cuando quizás pensaba encontrarse alejada de Él por considerar toda su vida infructífera. Que esta presencia también próxima de la figura de María, sobre la cual los acontecimientos, también provenientes de la mano providente de Dios en nuestros días nos están alertando, la hagamos consciente ante los fieles con predicación acertada. Así sea.

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2DA,C - 2011 HOMILÍA, P. Ángel Martínez

Domingo II de Adviento (ciclo B)

De las tres figuras más ligadas al Adviento, aparte naturalmente del niño a nacer en Belén, que son María, la madre, Isaías -el gran profeta visionario como ningún otro del Mesías-Hijo de Dios hecho hombre como nosotros, y Juan el Bautista, es ésta figura la que nos presentan con brochazos fuertes dos de las tres lecturas de hoy, la primera y la tercera.

Efectivamente Isaías nos habla de la voz que clama en el desierto que es evidentemente la misma voz que según el evangelio grita: preparad el camino al Señor, allanad sus senderos, porque está escrito –insiste ahora de nuevo el Profeta- yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. La coincidencia entre la Profecía de hacía 500 años y el cumplimiento de la misma es extraordinariamente perfecta. Desde luego hemos de reconocer que Isaías fue el Profeta con vivencias más vivas de todo cuanto iba a verificarse en el Señor: desde la Virgen a concebir un niño que se alimentará de leche y miel, alimentos sanos –¡oh educación acertada en todo!-, que alcanzará en su juventud a distinguir sin engaño entre el bien y el mal, que llegará en su plenitud de adulto a ser el Pastor de Israel, hasta terminar en el siervo de Yahvé que por amor se somete a la tortura y humillación de la cruz antes de ser salvado de la corrupción del sepulcro en la resurrección: non sines sanctum tuum videre corupctionem. Bien podemos decir que Isaías fue el primer Profeta que terminó con la figura de un Mesías más o menos vengativo y violento; un Mesías cuya venida alegra el corazón de los hombres con la belleza, el amor, la paz y el sosiego, que esas armas de esperanza sí que son la liberación de la tristeza del vivir humano. Por eso este Mesías nos es anunciado por los dos Profetas, el mayor del Israel histórico y el último de la serie del mismo: como consuelo del pueblo ‘consolad, consolad a mi pueblo’, consuelo que llega al corazón de Jerusalén porque ya no hay crimen que echarle en cara, pues ya está pagado su pecado con el nacimiento de un niño que sólo él será el logro perfecto del amor de Dios al hombre, pues en él se complacerá ya por siempre el Padre y en él se revelará la gloria de Dios para todos los pueblos juntos: así me lo ha revelado a mí de boca a boca el Señor. Subíd a lo alto de los montes, como heraldos de Sión, alzad con fuerza vuestra voz, heraldos de Jerusalén y publicad que por fin vais a ver a vuestro Dios; porque mirad que viene como un salario, como un regalo natalicio para vosotros, porques él mismo es la recompensa para vosotros, pues será un pastor que reunirá al rebaño con su cayado y que hasta llevará en sus brazos a los corderos y aun cuidará de las madres, pues no habrá corazón pequeño ni grande al que no alcance su amor y su consuelo. Pero además el regalo que se os envía no os pide nada a cambio, sólo que os preparéis con traje de fiesta, de fiesta para el alma, limpiándola de apegos desordenados, del pecado que os mancha y quita la alegría de vivir, porque para ello yo os limpio con este agua –nos dice Juan- yo que algún ejemplo, quizás contagioso, os doy con mi ascetismo de piel de camello, de correa de cuero en mi cintura y de un alimento sano como la miel; ascesis que ni siquiera os la impongo más allá de vuestra generosidad y necesidad de librars de pesos vuestro corazón. Porque yo os limpio con agua, pero él, cuya venida os anuncio, os bautizará con la fuerza de Espíritu Santo. Este es el cuadro con el que la Iglesia quiere prepararnos al recuerdo gozoso de la venida del Señor. Y por si acaso el tiempo nos jugara la mala partida que acostumbra a apagar la esperanza cristiana en el corazón, nos recuerda con Pedro, en la segunda lectura, que no podemos perder de vista una cosa: que un día es como mil años y mil años son como un día para el Señor. Parece ser que el apóstol se adelantó por un lado a las consideraciones filosóficas de nuestros tiempos que califican al tiempo como una simple sensación psíquica, sin más contenido objetivo, como algo que está siempre como el espacio, con el cual se confunde, ahí siempre, y por ello no pasa; y por otro Pedro, como pastor supremo de la Iglesia militante nos recuerda que lo que no pasa como supuestamente el tiempo, son los valores del espíritu no sometidos a la vaciedad de la materia descarnada del aliento del mismo espíritu, valores como el amor de Dios convertido en paciencia de un padre con sus hijos, su voluntad de que nadie perezca, la presencia del día del Señor para cada uno de nosotros siempre como salvación, la vida santa y piadosa del creyente, el cielo nuevo y la tierra nueva que el cristiano está continuamente creando a su alrededor donde habita siempre la justicia en su mente y la caridad en su corazón, la paz del alma que se encuentra y siente en las manos de Dios, la limpieza de vida de quien se empeña en ser, siempre que su debilidad se lo permite, en irreprochable como discípulo de Jesús que lo fue siempre en su vida. Pues, que ésta sea, queridos hermanos, nuestras vivencias de Adviento, de espera, que no pesa pues ella misma es ya gozosa, del recuerdo y celebración de la venida del Señor, de la fiesta del recuerdo de su nacimiento, recuerdo que nos acumula todos los bienes de salvación que nos ha regalado con su venida, fuerza y ejemplo. Y que además así lo deseemos y pidamos para aquellas almas que todavía no celebran el cumpleaños del Señor, porque aún no han llegado a conocerlo por boca de los misioneros de la Iglesia, sean como Juan Predicadores de voz alta o simplemente contemplativos privilegiados, como nosotros, a ejemplo del gran contemplativo, el Profeta Isaías de Israel. Amén.

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Tuesday, December 27, 2011

3DN,B - Sta. María Madre de Dios - 2012 (Pagola)

Lucas 2, 16-21
HOY
José Antonio Pagola

Lucas concluye su relato del nacimiento de Jesús indicando a los lectores que «María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón». No conserva lo sucedido como un recuerdo del pasado, sino como una experiencia que actualizará y revivirá a lo largo de su vida.

No es una observación gratuita. María es modelo de fe. Según este evangelista, creer en Jesús Salvador no es recordar acontecimientos de otros tiempos, sino experimentar hoy su fuerza salvadora, capaz de hacer más humana nuestra vida.

Por eso, Lucas utiliza un recurso literario muy original. Jesús no pertenece al pasado. Intencionadamente va repitiendo que la salvación de Jesús resucitado se nos está ofreciendo "HOY", ahora mismo, siempre que nos encontramos con él. Veamos algunos ejemplos.

Así se nos anuncia el nacimiento de Jesús: "Os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador". Hoy puede nacer Jesús para nosotros. Hoy puede entrar en nuestra vida y cambiarla para siempre. Con él podemos nacer a una existencia nueva.

En una aldea de Galilea traen ante Jesús a un paralítico. Jesús se conmueve al verlo bloqueado por su pecado y lo sana ofreciéndole el perdón: "Tus pecados quedan perdonados". La gente reacciona alabando a Dios: "Hoy hemos visto cosas admirables". También nosotros podemos experimentar hoy el perdón, la paz de Dios y la alegría interior si nos dejamos sanar por Jesús.

En la ciudad de Jericó, Jesús se aloja en casa de Zaqueo, rico y poderoso recaudador de impuestos. El encuentro con Jesús lo transforma: devolverá lo robado a tanta gente y compartirá sus bienes con los pobres. Jesús le dice: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa". Si dejamos entrar a Jesús en nuestra vida, hoy mismo podemos empezar una vida más digna, fraterna y solidaria.

Jesús está agonizando en la cruz en medio de dos malhechores. Uno de ellos se confía a Jesús: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino". Jesús reacciona inmediatamente: "Hoy estarás conmigo en el paraíso". También el día de nuestra muerte será un día de salvación. Por fin escucharemos de Jesús esas palabras tan esperadas: descansa, confía en mí, hoy estarás conmigo para siempre.

Hoy comenzamos un año nuevo. Pero, ¿qué puede ser para nosotros algo realmente nuevo y bueno? ¿Quién hará nacer en nosotros una alegría nueva? ¿Qué psicólogo nos enseñará a ser más humanos? De poco sirven los buenos deseos. Lo decisivo es estar más atentos a lo mejor que se despierta en nosotros. La salvación se nos ofrece cada día. No hay que esperar a nada. Hoy mismo puede ser para mí un día de salvación.

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1DN,B - Natividad - 2011 (Pagola)

Lucas 2, 1-14
EN UN PESEBRE
José Antonio Pagola

Según el relato de Lucas, es el mensaje del Ángel a los pastores el que nos ofrece las claves para leer desde la fe el misterio que se encierra en un niño nacido en extrañas circunstancias en las afueras de Belén.

Es de noche. Una claridad desconocida ilumina las tinieblas que cubren Belén. La luz no desciende sobre el lugar donde se encuentra el niño, sino que envuelve a los pastores que escuchan el mensaje. El niño queda oculto en la oscuridad, en un lugar desconocido. Es necesario hacer un esfuerzo para descubrirlo.

Estas son las primeras palabras que hemos de escuchar: «No tengáis miedo. Os traigo la Buena Noticia: la alegría grande para todo el pueblo». Es algo muy grande lo que ha sucedido. Todos tenemos motivo para alegrarnos. Ese niño no es de María y José. Nos ha nacido a todos. No es solo de unos privilegiados. Es para toda la gente.

Los cristianos no hemos de acaparar estas fiestas. Jesús es de quienes lo siguen con fe y de quienes lo han olvidado, de quienes confían en Dios y de los que dudan de todo. Nadie está solo frente a sus miedos. Nadie está solo en su soledad. Hay Alguien que piensa en nosotros.

Así lo proclama el mensajero: «Hoy os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor». No es el hijo del emperador Augusto, dominador del mundo, celebrado como salvador y portador de la paz gracias al poder de sus legiones. El nacimiento de un poderoso no es buena noticia en un mundo donde los débiles son víctima de toda clase de abusos.

Este niño nace en un pueblo sometido al Imperio. No tiene ciudadanía romana. Nadie espera en Roma su nacimiento. Pero es el Salvador que necesitamos. No estará al servicio de ningún César. No trabajará para ningún imperio. Solo buscará el reino de Dios y su justicia. Vivirá para hacer la vida más humana. En él encontrará este mundo injusto la salvación de Dios.

¿Dónde está este niño? ¿Cómo lo podemos reconocer? Así dice el mensajero: «Aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». El niño ha nacido como un excluido. Sus padres no le han podido encontrar un lugar acogedor. Su madre lo ha dado a luz sin ayuda de nadie. Ella misma se ha valido, como ha podido, para envolverlo en pañales y acostarlo en un pesebre.

En este pesebre comienza Dios su aventura entre los hombres. No lo encontraremos en los poderosos sino en los débiles. No está en lo grande y espectacular sino en lo pobre y pequeño. Hemos de escuchar el mensaje: vayamos a Belén; volvamos a las raíces de nuestra fe. Busquemos a Dios donde se ha encarnado.

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1DN,B - Natividad - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet i Ruís

Celebramos la Encarnación de la Palabra de Dios. Ésta emprende un nuevo modo de presencia más cercana y personal que en la creación cósmica; es la presencia de la encarnación. Es Dios mismo en carne y raza humana. He aquí el mensaje y el contenido de fe de la Navidad.

He aquí también el misterio más profundo y "escandaloso" de la fe cristiana, la paradoja más difícil, la piedra de tropiezo más frecuente en el itinerario de la increencia. Sin la fe como don de lo Alto, la encarnación redentora de Dios y su culminación en la muerte y resurrección gloriosa de Jesús resultan increíbles y parecen argumentos de pura mitología.

Dios está con nosotros, y no lo conocemos ni hacemos conocer. Cristo sigue siendo desconocido y rechazado en nuestro mundo porque los cristianos oscurecemos el rostro atrayente de nuestro Dios. No lo descubrimos personalmente en nuestra vida, ni lo mostramos con nuestra conducta, porque no hemos captado ni hacemos efectiva la doctrina de las bienaventuranzas y su mensaje de pobreza, reconciliación, perdón, paz, servicio a los demás y opción por la justicia. Tal debe ser la expresión de nuestra respuesta positiva a Dios y la síntesis de nuestro amor eficaz al hermano. Solamente así será Navidad en nuestro entorno.

Feliz Navidad,

Francesc Mulet

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4DA.B - 2011 (Pagola)

Lucas 1, 26-38
CON ALEGRÍA Y CONFIANZA
José Antonio Pagola

El concilio Vaticano II presenta a María, Madre de Jesucristo, como "prototipo y modelo para la Iglesia", y la describe como mujer humilde que escucha a Dios con confianza y alegría. Desde esa misma actitud hemos de escuchar a Dios en la Iglesia actual.

«Alégrate». Es lo primero que María escucha de Dios y lo primero que hemos de escuchar también hoy. Entre nosotros falta alegría. Con frecuencia nos dejamos contagiar por la tristeza de una Iglesia envejecida y gastada. ¿Ya no es Jesús Buena Noticia? ¿No sentimos la alegría de ser sus seguidores? Cuando falta la alegría, la fe pierde frescura, la cordialidad desaparece, la amistad entre los creyentes se enfría. Todo se hace más difícil. Es urgente despertar la alegría en nuestras comunidades y recuperar la paz que Jesús nos ha dejado en herencia.

«El Señor está contigo». No es fácil la alegría en la Iglesia de nuestros días. Sólo puede nacer de la confianza en Dios. No estamos huérfanos. Vivimos invocando cada día a un Dios Padre que nos acompaña, nos defiende y busca siempre el bien de todo ser humano.

Esta Iglesia, a veces tan desconcertada y perdida, que no acierta a volver al Evangelio, no está sola. Jesús, el Buen Pastor, nos está buscando. Su Espíritu nos está atrayendo. Contamos con su aliento y comprensión. Jesús no nos ha abandonado. Con él todo es posible.

«No temas». Son muchos los miedos que nos paralizan a los seguidores de Jesús. Miedo al mundo moderno y a la secularización. Miedo a un futuro incierto. Miedo a nuestra debilidad. Miedo a la conversión al Evangelio. El miedo nos está haciendo mucho daño. Nos impide caminar hacia el futuro con esperanza. Nos encierra en la conservación estéril del pasado. Crecen nuestros fantasmas. Desaparece el realismo sano y la sensatez cristiana. Es urgente construir una Iglesia de la confianza. La fortaleza de Dios no se revela en una Iglesia poderosa sino humilde.

«Darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús». También a nosotros, como a María, se nos confía una misión: contribuir a poner luz en medio de la noche. No estamos llamados a juzgar al mundo sino a sembrar esperanza. Nuestra tarea no es apagar la mecha que se extingue sino encender la fe que, en no pocos, está queriendo brotar: Dios es una pregunta que humaniza.

Desde nuestras comunidades, cada vez más pequeñas y humildes, podemos ser levadura de un mundo más sano y fraterno. Estamos en buenas manos. Dios no está en crisis. Somos nosotros los que no nos atrevemos a seguir a Jesús con alegría y confianza.

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4DA.B - 2011 (Mulet)

Fransec Mulet

La liturgia da relieve a la persona de María de Nazaret que, junto con el profeta Isaías, Juan el Bautista y San José, completa el grupo de personas que encarnan la espera de la venida del Señor.

El "SÍ" de María es su opción radical por Dios. La respuesta de María a la vocación de Dios, su "hágase", es un compromiso total y personal, al que se mantendrá fiel de por vida. Así aceptó el plan de Dios sin reserva alguna y en medio del claroscuro de la fe, pues le era imposible en un principio conocer en toda su complejidad las consecuencias de su opción. El paso de los años y los acontecimientos de la vida de Jesús le fueron mostrando al detalle la voluntad de Dios sobre ella; pero su decisión primera fue irrevocable.

Consecuencias de este "SÍ". María, criatura humana pero totalmente libre de pecado por gracia de Dios, le da un sí que no permitirá la tentación del desaliento y del abandono; por eso puede el Espíritu engendrar en ella, que es la mujer nueva, al hombre nuevo que es Cristo. He aquí la primera de las consecuencias que para la humanidad tuvo la libre aceptación por María del plan salvador de Dios. Desde María, mujer de la familia humana asumida por Dios, se auto-comprende mejor el hombre, así como su relación con Dios, los hermanos y el mundo.

Las relaciones entre las personas empezarán a ser realmente humanas cuando, venciendo con la fuerza del Espíritu las durezas del mal que se oponen a la libertad, a la vida y al amor, formemos nuestras actitudes en acciones solidarias de promoción del ser humano y defensa de la dignidad de toda persona. Porque Dios rechaza la injusticia y compensa a los marginados trastocando el orden establecido sobre la opresión y el desamor, sobre el egoísmo y la explotación, según expresó también María en su espléndido Magníficat.

La tentación de darse de baja. El "hágase" de María es un estímulo para que nosotros realicemos también la opción fundamental por Cristo, en orden a construir un mundo más humano e instaurar una historia mejor.

Esto choca con la mentalidad actual de tanta gente, que gira en torno a la provisionalidad, incluso en los compromisos más serios como la opción cristiana, la fe, el amor matrimonial o la vida consagrada. La tentación de jubilarse o darse de baja como cristiano está hoy a la orden del día.

Ánimo en este Adviento de esperanza y a ruega por los escolapios.
Un abrazo,
Francesc Mulet i Ruís

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3DA,B - 2011 (Pagola)

Juan 1,5-8.19-28
TESTIGOS DE LA LUZ
José Antonio Pagola

La fe cristiana ha nacido del encuentro sorprendente que ha vivido un grupo de hombres y mujeres con Jesús. Todo comienza cuando estos discípulos y discípulas se ponen en contacto con él y experimentan "la cercanía salvadora de Dios". Esa experiencia liberadora, transformadora y humanizadora que viven con Jesús es la que ha desencadenado todo.

Su fe se despierta en medio de dudas, incertidumbres y malentendidos mientras lo siguen por los caminos de Galilea. Queda herida por la cobardía y la negación cuando es ejecutado en la cruz. Se reafirma y vuelve contagiosa cuando lo experimentan lleno de vida después de su muerte.

Por eso, si a lo largo de los años, no se contagia y se transmite esta experiencia de unas generaciones a otras, se introduce en la historia del cristianismo una ruptura trágica. Los obispos y presbíteros siguen predicando el mensaje cristiano. Los teólogos escriben sus estudios teológicos. Los pastores administran los sacramentos. Pero, si no hay testigos capaces de contagiar algo de lo que se vivió al comienzo con Jesús, falta lo esencial, lo único que puede mantener viva la fe en él.

En nuestras comunidades estamos necesitados de estos testigos de Jesús. La figura del Bautista, abriéndole camino en medio del pueblo judío, nos anima a despertar hoy en la Iglesia esta vocación tan necesaria. En medio de la oscuridad de nuestros tiempos necesitamos «testigos de la luz».

Creyentes que despierten el deseo de Jesús y hagan creíble su mensaje. Cristianos que, con su experiencia personal, su espíritu y su palabra, faciliten el encuentro con él. Seguidores que lo rescaten del olvido y de la relegación para hacerlo más visible entre nosotros.

Testigos humildes que, al estilo del Bautista, no se atribuyan ninguna función que centre la atención en su persona robándole protagonismo a Jesús. Seguidores que no lo suplanten ni lo eclipsen. Cristianos sostenidos y animados por él, que dejan entrever tras sus gestos y sus palabras la presencia inconfundible de Jesús vivo en medio de nosotros.

Los testigos de Jesús no hablan de sí mismos. Su palabra más importante es siempre la que le dejan decir a Jesús. En realidad el testigo no tiene la palabra. Es solo «una voz» que anima a todos a «allanar» el camino que nos puede llevar a él. La fe de nuestras comunidades se sostiene también hoy en la experiencia de esos testigos humildes y sencillos que en medio de tanto desaliento y desconcierto ponen luz pues nos ayudan con su vida a sentir la cercanía de Jesús. u

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3DA.B - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

El mensaje bíblico-litúrgico de hoy estimula a la comunidad eclesial y a sus miembros al seguimiento, anuncio y testimonio gozosos de Cristo, para que no sea Jesús el gran desconocido del mundo actual.

Intrigados por la personalidad del Bautista, los jefes religiosos del pueblo israelita le enviaron desde Jerusalén algunos emisarios para conocer la identidad de este profeta popular que está bautizando a la gente a orillas del Jordán. En la conversación con los enviados, el precursor hace el papel de testigo de defensa a favor de Jesús: Yo no soy el Mesías, ni el profeta esperado (Moisés o Elías), sino tan sólo la voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor. Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno que no conocéis y que es más que yo.

Del pasaje evangélico de hoy, en conexión con las demás ocasiones en que el Bautista repite su testimonio a favor de Jesús, se desprenden tres rasgos característicos que subliman su persona:

1) Sinceridad y lealtad a toda prueba: "Confesó sin reservas". Su rectitud y amor a la verdad le costó la vida, al recriminar a Herodes Antipas su conducta inmoral: estar casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo.

2) Humildad y sensatez que no sucumben a la vanidad de embriagarse con el aplauso de la masa. Él sabe bien que su persona y ministerio profético están en segundo lugar y en función de otro superior a él.

3) Testimonio profético, repetido varias veces, al servicio de la misión que se le había encomendado. Él es tan sólo la voz que anuncia al Mesías y le prepara los caminos del corazón humano.

Las encuestas actuales arrojan elevados porcentajes de desencanto y desilusión entre jóvenes y adultos ante la sociedad en que vivimos, la gestión política y administrativa, la situación económica y cívica: elevación de vida, desempleo, amenaza nuclear, violencia, terrorismo, inseguridad ciudadana, discriminación social, ruptura familiar y conyugal, droga, alcoholismo, hambre incluso.

Todo este desencanto crea tristeza, depresión, malestar, pesadumbre, ansiedad y angustia; es decir, los polos opuestos a la alegría de vivir. El ser humano moderno que ha centrado toda su felicidad egoísta en triunfar, tener y gastar, es víctima de su propio invento: la sociedad de bienestar y consumo.

Quizá las personas del tiempo del Bautista no eran tampoco más felices que nosotros. Como entonces, hay también en nuestro mundo una sorda espera, una confusa expectativa que sólo necesita al testigo que le muestre el motivo y fundamento de una esperanza segura: Cristo Jesús.

Ánimo en este camino de Adviento.
Un abrazo,
Francesc

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