2DP,B 2012 (Pagola)
Ciclo B
Tiempo de Pascua
2º domingo
Juan 20, 19-31
RECORRIDO
HACIA LA FE
José Antonio Pagola
Estando ausente Tomás, los
discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita. En cuanto lo ven
llegar, se lo comunican llenos de alegría: "Hemos visto al Señor". Tomás los escucha con
escepticismo. ¿Por qué les va creer algo tan absurdo? ¿Cómo pueden decir que
han visto a Jesús lleno de vida, si ha muerto crucificado? En todo caso, será
otro.
Los discípulos le dicen que les
ha mostrado las heridas de sus manos y su costado. Tomás no puede aceptar el
testimonio de nadie. Necesita comprobarlo personalmente: "Si no veo en sus manos la señal de sus
clavos... y no meto la mano en su costado, no lo creo". Solo creerá
en su propia experiencia.
Este discípulo que se resiste a
creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para
llegar a la fe en Cristo resucitado los que ni siquiera hemos visto el rostro
de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.
A los ocho días, se presenta de
nuevo Jesús a sus discípulos. Inmediatamente, se dirige a Tomás. No critica su
planteamiento. Sus dudas no tienen nada de ilegítimo o escandaloso. Su
resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le entiende y viene a su
encuentro mostrándole sus heridas.
Jesús se ofrece a satisfacer
sus exigencias: "Trae tu dedo,
aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado". Esas
heridas, antes que "pruebas" para verificar algo, ¿no son
"signos" de su amor entregado hasta la muerte? Por eso, Jesús le
invita a profundizar más allá de sus dudas: "No seas incrédulo, sino creyente".
Tomás renuncia a verificar
nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo experimenta la presencia del
Maestro que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha
hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús,
llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: "Señor mío y Dios mío". Nadie ha confesado así a
Jesús.
No hemos de asustarnos al
sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de
manera sana, nos salvan de una fe superficial que se contenta con repetir
fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el
final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.
La fe cristiana crece en
nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo Rostro podemos
vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su
llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas. "Dichosos los que crean sin haber
visto".
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