Friday, November 28, 2008

1DA.B - 2008 (Mulet)

Francesc Mulet

Cuando nos duele el silencio de Dios, necesitamos aguante para no desfallecer.

A veces nos pesa mucho la vida, y en las horas bajas buscamos apoyo en los demás, pero en el ambiente que nos rodea palpamos con dolor el silencio de Dios. Nos rodea la indiferencia religiosa, la ambigüedad y confusión de valores, la injusticia social y el clamor de los pobres, el desencanto de muchos, el agnosticismo o el ateísmo declarado de no pocos, e incluso el desprecio a las creencias cristianas.

Sin duda, todo esto constituye una dura prueba, una noche oscura, un toque de alerta a nuestra fe, y también una ocasión de madurar nuestra esperanza renovada si acudimos al Señor en la oración vigilante. A pesar de todo y por supuesto, a pesar nuestra miseria sin fondo, Dios sale siempre al encuentro de quien lo busca con sincero corazón. Es la revelación consoladora y central del evangelio de Jesús.

Vigilancia y oración han de ir unidas. Toda la vida cristiana debe ser un permanente Adviento de vigilancia y oración contra las tentaciones diarias que anticipan ya el combate final. Oración y vigilancia son actitudes básicas del cristiano, verdaderas virtudes, cimiento y sello de una vida animada por la fe y la esperanza.

El principal modelo de vigilia y oración comunicada es Cristo en su agonía de Getsemaní, en contraposición al sueño y embotamiento de sus discípulos. Por eso les avisó: "Velad y orad para no desfallecer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil". Ya antes, cuando Jesús les enseñó la oración sorprendente del Padrenuestro, entre sus siete peticiones la sexta dice: “No nos dejes caer en la tentación”.

Vigilancia y oración se apoyan mutuamente, porque son virtudes hermanas e inseparables. La oración sostiene la fe y la esperanza vigilante, manteniendo nuestro contacto y diálogo con Dios, como hacía Jesús. Todo el soporte de la vida del discípulo de Cristo se expresa y resume en la oración. Es, pues, la oración el mejor remedio contra la somnolencia y la modorra espirituales que nos privan de la agudeza, de la sensibilidad y de los reflejos cristianos para discernir la hora de Dios en nuestra vida personal y comunitaria.

La atención incansable que infunde el Adviento no tiene parada final en la Navidad, sino que continúa viaje hasta la vuelta definitiva del Señor. Pero esto no es una excusa para desentendernos del mundo presente. ¿Creemos en Dios? Creamos también en el hombre, amando a nuestros hermanos como Dios los ama en Cristo. Él está viniendo. Ya resuenan sus pasos cerca de nosotros. Que nos encuentre en la vigilancia de la fe y en la oración de una vida dedicada a amar a los demás.

Aún he tenido ocasión de poder enviarte las presentaciones de esta semana. Que tengas un provechoso Adviento,

Francesc Mulet, escolapio

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