Wednesday, September 28, 2011

27DO.II,A - 2011 (Pagola)

Mateo 21,33-43
¿ESTAMOS DECEPCIONANDO A DIOS?
José Antonio Pagola

Jesús se encuentra en el recinto del Templo, rodeado de un grupo de altos dirigentes religiosos. Nunca los ha tenido tan cerca. Por eso, con audacia increíble, va a pronunciar una parábola dirigida directamente a ellos. Sin duda, la más dura que ha salido de sus labios.

Cuando Jesús comienza a hablarles de un señor que plantó una viña y la cuidó con solicitud y cariño especial, se crea un clima de expectación. La «viña» es el pueblo de Israel. Todos conocen el canto del profeta Isaías que habla del amor de Dios por su pueblo con esa bella imagen. Ellos son los responsables de esa "viña" tan querida por Dios.

Lo que nadie se espera es la grave acusación que les va a lanzar Jesús: Dios está decepcionado. Han ido pasando los siglos y no ha logrado recoger de ese pueblo querido los frutos de justicia, de solidaridad y de paz que esperaba.

Una y otra vez ha ido enviando a sus servidores, los profetas, pero los responsables de la viña los han maltratado sin piedad hasta darles muerte. ¿Qué más puede hacer Dios por su viña? Según el relato, el señor de la viña les manda a su propio hijo pensando: «A mi hijo le tendrán respeto». Pero los viñadores lo matan para quedarse con su herencia.

La parábola es transparente. Los dirigentes del Templo se ven obligados a reconocer que el señor ha de confiar su viña a otros viñadores más fieles. Jesús les aplica rápidamente la parábola: «Yo os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos».

Desbordados por una crisis a la que ya no es posible responder con pequeñas reformas, distraídos por discusiones que nos impiden ver lo esencial, sin coraje para escuchar la llamada de Dios a una conversión radical al Evangelio, la parábola nos obliga a hacernos graves preguntas.

¿Somos ese pueblo nuevo que Jesús quiere, dedicado a producir los frutos del reino o estamos decepcionando a Dios? ¿Vivimos trabajando por un mundo más humano? ¿Cómo estamos respondiendo desde el proyecto de Dios a las víctimas de la crisis económica y a los que mueren de hambre y desnutrición en África?

¿Respetamos al Hijo que Dios nos ha enviado o lo echamos de muchas formas "fuera de la viña"? ¿Estamos acogiendo la tarea que Jesús nos ha confiado de humanizar la vida o vivimos distraídos por otros intereses religiosos más secundarios?

¿Qué hacemos con los hombres y mujeres que Dios nos envía también hoy para recordarnos su amor y su justicia? ¿Ya no hay entre nosotros profetas de Dios ni testigos de Jesús? ¿Ya no los reconocemos?

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26DO.II,A - 2011 (Pagola)

Mateo 21, 28-32
EL PELIGRO DE LA RELIGION
José Antonio Pagola

Jesús lleva unos días en Jerusalén moviéndose en los alrededores del templo. No encuentra por las calles la acogida amistosa de las aldeas de Galilea. Los dirigentes religiosos que se cruzan en su camino tratan de desautorizarlo ante la gente sencilla de la capital. No descansarán hasta enviarlo a la cruz.

Jesús no pierde la paz. Con paciencia incansable sigue llamándolos a la conversión. Les cuenta una anécdota sencilla que se le acaba de ocurrir al verlos: la conversación de un padre que pide a sus dos hijos que vayan a trabajar a la viña de la familia.

El primero rechaza al padre con una negativa tajante: «No quiero». No le da explicación alguna. Sencillamente no le da la gana. Sin embargo, más tarde reflexiona, se da cuenta de que está rechazando a su padre y, arrepentido, marcha a la viña.

El segundo atiende amablemente la petición de su padre: «Voy, señor». Parece dispuesto a cumplir sus deseos, pero pronto se olvida de lo que ha dicho. No vuelve a pensar en su padre. Todo queda en palabras. No marcha a la viña.

Por si no han entendido su mensaje, Jesús dirigiéndose a «los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo», les aplica de manera directa y provocativa la parábola: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Quiere que reconozcan su resistencia a entrar en el proyecto del Padre.

Ellos son los "profesionales" de la religión: los que han dicho un gran "sí" al Dios del templo, los especialistas del culto, los guardianes de la ley. No sienten necesidad de convertirse. Por eso, cuando ha venido el profeta Juan a preparar los caminos a Dios, le han dicho "no"; cuando ha llegado Jesús invitándolos a entrar en su reino, siguen diciendo "no".

Por el contrario, los publicanos y las prostitutas son los "profesionales del pecado": los que han dicho un gran "no" al Dios de la religión; los que se han colocado fuera de la ley y del culto santo. Sin embargo, su corazón se ha mantenido abierto a la conversión. Cuando ha venido Juan han creído en él; al llegar Jesús lo han acogido.

La religión no siempre conduce a hacer la voluntad del Padre. Nos podemos sentir seguros en el cumplimiento de nuestros deberes religiosos y acostumbrarnos a pensar que nosotros no necesitamos convertirnos ni cambiar. Son los alejados de la religión los que han de hacerlo. Por eso es tan peligroso sustituir la escucha del Evangelio por la piedad religiosa. Lo dijo Jesús: "No todo el que me diga "Señor", "Señor" entrará en el reino de Dios, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo"

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26DO.II,A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Jesús con esta parábola del Evangelio nos recuerda, que lo importante, no es lo que decimos, sino lo que hacemos... Es la contradicción entre nuestras palabras y nuestra vida. Esta parábola está destinada a los dirigentes religiosos del pueblo de Israel. Los sumo sacerdotes se creían perfectos porque decían sí a toda la ley de Dios y se creían con ese privilegio del favor de Dios. No son conscientes de que su respuesta es solamente superficial, sin compromiso vital alguno.

Esta parábola es también hoy para nosotros. ¿No nos sentimos reflejados también nosotros en esta parábola? ¿No hay también contradicciones entre lo que decimos y lo que hacemos realmente hoy? ¿No hay contradicción entre nuestras aspiraciones y lo que de hecho vivimos? Ciertamente, con esta parábola Jesús da una respuesta a quienes le acusaban de acoger a los pecadores y marginados. Jesús responde a tal objeción proponiendo a sus oyentes que vean las cosas desde otra perspectiva. Es como si les dijera: lo que importa no son las apariencias externas sino la actitud interior, lo que importa no son las palabras sino los hechos...

Jesús añade con crudeza: “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios". Jesús les dice que los publicanos y las prostitutas que inicialmente dijeron que no a Dios, son los que han acogido esta invitación a la conversión y los que han cumplido la voluntad del Padre. Hoy, entre nosotros, pasa lo mismo: ¿Quién sospecha realmente que los vagabundos, los alcohólicos, las prostitutas, los marginados y excluidos de nuestra sociedad puedan ser un día los primeros?

La parábola nos cuestiona: lo que se opone a la verdadera fe no es la increencia sino la falta del testimonio de nuestra vida. ¿Qué importa el credo que pronuncien nuestros labios, si falta luego en nuestra vida un mínimo esfuerzo en el seguimiento sincero de Jesús?

Una de las cosas que más deteriora la vida de nuestra sociedad es que la palabra pierda fiabilidad. Esto es muy frecuente en nuestra cultura actual: creemos poco en la publicidad, en los programas de los políticos, en la solidaridad de los empresarios o en las expresiones de fe de muchos cristianos. La palabra se ha deteriorado, se ha devaluado. Necesitamos el lenguaje de los hechos. Como conclusión general, tenemos que decir que los hechos son lo importante, y que las palabras sirven de muy poco.

Tal vez, hoy sería bueno preguntarnos: ¿De qué manera influye el Evangelio en nuestra vida? ¿Cómo realizamos nosotros la “voluntad del Padre”? Nuestro “sí” a Dios, ¿es de palabras o con obras? ¿Qué estamos aportando a la construcción de la Humanidad? ¿Estamos haciendo la vida más bella y feliz a los que nos rodean?

Que tengas una buena semana y que oremos unos por otros.

Una abrazo,
Francesc Mulet

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25DO.II,A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Esta parábola es desconcertante, nos habla del propietario de una viña que contrata a unos jornaleros.

¿Qué nos quiere decir Jesús con esta parábola? Lo que Jesús nos propone en la parábola es que la nueva comunidad se asienta en la igualdad de todos: Todos reciben por igual independientemente del trabajo realizado, y de la hora en que fueron llamados.

La nueva comunidad solamente podrá ser nueva en la medida en que incorpore la igualdad como fundamento de su construcción. No hay en ella ninguna situación de privilegio derivada de la cantidad de trabajo, de las funciones que uno desempeña, de la antigüedad o del mayor rendimiento...

Pero lo que sorprende a los trabajadores de la primera hora es que los favorecidos sean los “últimos”

Los jornaleros de la primera hora no se quejan de haber padecido una injusticia, sino más bien de la ventaja concedida a los otros... Se muestran envidiosos de que los otros hayan sido tratados como ellos. Quieren defender la diferencia. La injusticia de que se creen víctimas no consiste en recibir una paga insuficiente, sino en ver que el amo es bueno con los otros.

Probablemente, en la vida y en la misión de Jesús, esta parábola respondía a las críticas por su cercanía a los pecadores (los obreros de última hora). Jesús no establece diferencia entre justos y pecadores, y por ello se sienten ofendidos los justos...

Con frecuencia los creyentes nos hacemos una imagen particular de Dios y no terminamos de aprender de Jesús que el Padre acoge a todos como hijos y nos llama a una vida fraterna. El Dios que Jesús anuncia es un Dios que, siendo amor gratuito, sigue desconcertando y escandalizando a nuestra sociedad.

Que hoy podamos abrirnos a este Dios que se nos revela en Jesús, todo amor y que nos dejemos también desconcertar por su bondad, por su amor, por su generosidad y por su inmensa acogida a todos.

Este es el único camino de libertad y reconciliación entre nosotros. Nuevamente, te pido que reces por los escolapios.

Un abrazo cordial,
Francesc Mulet

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25DO.II,A - 2011 (Pagola)

Mateo 20,1-16
MIRADA ENFERMA
José Antonio Pagola

Jesús había hablado a sus discípulos con claridad: "Buscad el reino de Dios y su justicia". Para él esto era lo esencial. Sin embargo, no le veían buscar esa justicia de Dios cumpliendo las leyes y tradiciones de Israel como otros maestros. Incluso en cierta ocasión les hizo una grave advertencia: "Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de Dios". ¿Cómo entendía Jesús la justicia de Dios?

La parábola que les contó los dejó desconcertados. El dueño de una viña salió repetidamente a la plaza del pueblo a contratar obreros. No quería ver a nadie sin trabajo. El primer grupo trabajó duramente doce horas. Los últimos en llegar sólo trabajaron sesenta minutos.

Sin embargo, al final de la jornada, el dueño ordena que todos reciban un denario: ninguna familia se quedará sin cenar esa noche. La decisión sorprende a todos. ¿Cómo calificar la actuación de este señor que ofrece una recompensa igual por un trabajo tan desigual? ¿No es razonable la protesta de quienes han trabajado durante toda la jornada?

Estos obreros reciben el denario estipulado, pero al ver el trato tan generoso que han recibido los últimos, se sienten con derecho a exigir más. No aceptan la igualdad. Esta es su queja: «los has tratado igual que a nosotros». El dueño de la viña responde con estas palabras al portavoz del grupo: «¿Va ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». Esta frase recoge la enseñanza principal de la parábola.

Según Jesús, hay una mirada mala, enferma y dañosa, que nos impide captar la bondad de Dios y alegrarnos con su misericordia infinita hacia todos. Nos resistimos a creer que la justicia de Dios consiste precisamente en tratarnos con un amor que está por encima de todos nuestros cálculos.

Esta es la Gran Noticia revelada por Jesús, lo que nunca hubiéramos sospechado y lo que tanto necesitábamos oír. Que nadie se presente ante Dios con méritos o derechos adquiridos. Todos somos acogidos y salvados, no por nuestros esfuerzos sino por su misericordia insondable.

A Jesús le preocupaba que sus discípulos vivieran con una mirada incapaz de creer en esa Bondad. En cierta ocasión les dijo así: "Si tu ojo es malo, toda tu persona estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!". Los cristianos lo hemos olvidado. ¡Qué luz penetraría en la Iglesia si nos atreviéramos a creer en la Bondad de Dios sin recortarla con nuestra mirada enferma! ¡Qué alegría inundaría los corazones creyentes! ¡Con qué fuerza seguiríamos a Jesús!

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24DO.II,A - 2011 (Pagola)

Mateo 18, 21-35
VIVIR PERDONANDO
José Antonio Pagola

Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que nos persiguen, el perdón a quien nos hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario pero poco realista y muy problemático.

Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos, conflictos y rencillas. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos. En concreto: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?».

Antes que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos esenios que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.

Sin embargo Pedro se sigue moviendo en el plano de la casuística judía donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.

La respuesta de Jesús exige ponerse en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu que ha de reinar entre sus seguidores.

Entre los judíos era conocido un "Canto de venganza" de Lámek, un legendario héroe del desierto, que decía así: "Caín será vengado siete veces, pero Lámek será vengado setenta veces siete". Frente esta cultura de la venganza sin límites, Jesús canta el perdón sin límites entre sus seguidores.
n muy pocos años el malestar ha ido creciendo en el interior de la Iglesia provocando

En los conflictos y enfrentamientos cada vez más desgarradores y dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las calumnias son cada vez más frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se dicen cristianos se sirven de internet para sembrar agresividad y odio destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.

Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha penetrado en su Iglesia

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24DO.II,A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

En el texto del domingo, Pedro le plantea a Jesús una pregunta que tiene una gran importancia: “¿Cuántas veces le tengo que perdonar?” La práctica judía preveía que se perdonara hasta tres veces. Pedro, al preguntar si basta con siete veces (número que indica la perfección) se muestra disponible a un perdón generoso.

Jesús responde también a la pregunta de Pedro con una parábola. Los protagonistas de esta parábola son un Rey y sus empleados. Reconocerse deudores, totalmente insolventes, aunque beneficiarios de un don absolutamente gratuito que procede de Dios. La parábola nos desvela, pues, el verdadero rostro de Dios, que sólo sabe perdonar y amar... (“Dios solo puede darnos su amor”). La parábola pone el perdón como base de la comunidad y de cualquier convivencia humana. Este texto evangélico insiste en la necesidad del perdón para la vida comunitaria y para la vida relacional. Pero el perdón cristiano nace de la experiencia de haber sido perdonado por Dios. Quien haya experimentado la misericordia del Padre no puede andar calculando los límites del perdón y de la acogida del hermano. El perdón no tiene límite.

La experiencia del perdón es una experiencia humana tan fundamental: quien no conoce el gozo de ser perdonado corre el riesgo de no crecer como persona. Esto es lo que nos recuerda también la parábola de Jesús en el Evangelio de hoy: Quien no se ha sentido nunca comprendido por Dios, amado por Él, no sabe comprender y amar a los demás. Quien no ha gustado su perdón entrañable corre el riesgo de vivir “sin entrañas”; como el “empleado” de la parábola, endureciéndose cada vez más en sus exigencias y negando a todos la ternura, la comprensión, el perdón.

Quien olvida lo mucho que a él le perdonan, se vuelve duro de corazón con los demás. Quien cree que el perdón y la mutua comprensión son algo inútil ahoga no solo la convivencia sino también el espíritu del Evangelio y la alegría de vivir.

Hoy es un día para tomar conciencia de las muchas veces que necesitamos ser perdonados... Cuántas veces, a lo largo de estos años, hemos necesitado ser perdonados, animados, creídos, ayudados, reconfortados y dar gracias a Dios por este Jesús en el que se nos revela el perdón que nos hace libres y nos abre un futuro nuevo para todos.

Con este talante comenzamos el nuevo curso. Un abrazo,
Francesc Mulet

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23DO.II,A - 2011 (Pagola)

Mateo 18, 15-20
REUNIDOS POR JESÚS
José Antonio Pagola

Al parecer, el crecimiento del cristianismo en medio del imperio romano fue posible gracias al nacimiento incesante de grupos pequeños y casi insignificantes que se reunían en el nombre de Jesús para aprender juntos a vivir animados por su Espíritu y siguiendo sus pasos.

Sin duda, fue importante la intervención de Pablo, Pedro, Bernabé y otros misioneros y profetas. También las cartas y escritos que circulaban por diversas regiones. Sin embargo, el hecho decisivo fue la fe sencilla de creyentes cuyos nombres no conocemos, que se reunían para recordar a Jesús, escuchar su mensaje y celebrar la cena del Señor.

No hemos de pensar en grandes comunidades sino en grupos de vecinos, familiares o amigos, reunidos en casa de alguno de ellos. El evangelista Mateo los tiene presentes cuando recoge estas palabras de Jesús: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

No pocos teólogos piensan que el futuro del cristianismo en occidente dependerá en buena parte del nacimiento y el vigor de pequeños grupos de creyentes que, atraídos por Jesús, se reúnan en torno al Evangelio para experimentar la fuerza real que tiene Cristo para engendrar nuevos seguidores.

La fe cristiana no podrá apoyarse en el ambiente sociocultural. Estructuras territoriales que hoy sostienen la fe de quienes no han abandonado la Iglesia quedarán desbordadas por el estilo de vida de la sociedad moderna, la movilidad de las gentes, la penetración de la cultura virtual y el modo de vivir el fin de semana.

Los sectores más lúcidos del cristianismo se irán concentrando en el Evangelio como el reducto o la fuerza decisiva para engendrar la fe. Ya el concilio Vaticano II hace esta afirmación: "El Evangelio... es para la Iglesia principio de vida para toda la duración de su tiempo". En cualquier época y en cualquier sociedad es el Evangelio el que engendra y funda la Iglesia, no nosotros.

Nadie conoce el futuro. Nadie tiene recetas para garantizar nada. Muchas de las iniciativas que hoy se impulsan pasarán rápidamente, pues no resistirán la fuerza de la sociedad secular, plural e indiferente. Dentro de pocos años sólo nos podremos ocupar de lo esencial.

Tal vez Jesús irrumpirá con una fuerza desconocida en esta sociedad descreída y satisfecha a través de pequeños grupos de cristianos sencillos, atraídos por su mensaje de un Dios Bueno, abiertos al sufrimiento de las gentes y dispuestos a trabajar por una vida más humana. Con Jesús todo es posible. Hemos de estar muy atentos a sus llamadas.

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23DO.II,A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio*

Empezamos el nuevo curso, un nuevo periodo abiertos a la voluntad de Dios. Vuelvo a intentar hacer los envíos como antes. En todo caso, si no quieres recibirlo por favor avísame y lo anoto enseguida. ¡Gracias!

Las palabras de Jesús están destinadas a la primera comunidad cristiana en la que existen problemas de convivencia: hermanos que quieren ser los primeros, ofensas personales, dificultades de relación... Estas palabras de Jesús son válidas también para los cristianos de todos los tiempos que vivimos esas mismas dificultades en nuestras relaciones.

Son muchos los factores que constantemente deterioran nuestras relaciones interpersonales dentro de la familia, los compañeros de trabajo, la pareja, la comunidad o grupos a los que pertenecemos o la convivencia diaria. La comunicación queda, a veces, bloqueada, sobre todo, cuando nos parece que el otro ha actuado de manera injusta y nos sentimos dolidos. Entonces, nos encerramos en nuestro juicio destructivo. Puesto que el otro ha actuado mal, no consideramos necesario analizar nuestra actitud. Nos parece normal retirar nuestra amistad y establecer distancias en nuestras relaciones; Jesús nos propone otro camino diferente. Él nos invita a tomar una postura positiva, orientada a salvar la relación con el hermano. Sorprendentemente, el Evangelio, nos indica que es el ofendido el que ha de tomar la iniciativa para facilitar de nuevo la relación.

“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”. Jesús nos invita, sobre todo, a actuar con paciencia y con amor, acercándonos de manera personal y amistosa a quien está actuando de manera equivocada; y a no dejar tampoco, nuestra responsabilidad en restablecer la relación.

Jesús ha venido a inaugurar un nuevo tipo de relaciones personales y nos llama a nosotros a ponerlas en práctica. Estas nuevas relaciones son relaciones basadas en la verdad y el amor, no en suposiciones o en funcionamientos imaginativos. Relaciones donde se pueda vivir en libertad y cercanía. Relaciones hechas de amabilidad y comprensión, relaciones de continuo desbloqueo, (no quedándonos enganchados en malestares que nos cierran y nos distancian en nuestras relaciones). Necesitamos relaciones de esperanza; en que no perdamos nunca la fe en el otro, sin encasillarle ni cerrar sus posibilidades de evolución. Relaciones de un verdadero amor que incluya el perdón.

Buen comienzo de curso y adelante,

Francesc Mulet

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