Friday, February 25, 2011

8DO.I.A - 2011 (Pagola)

Mateo 6, 24-34

LO PRIMERO
José Antonio Pagol

«Sobre todo, buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura». Las palabras de Jesús no pueden ser más claras. Lo primero que hemos de buscar sus seguidores es "el reino de Dios y su justicia"; lo demás viene después. ¿Vivimos los cristianos de hoy volcados en construir un mundo más humano, tal como lo quiere Dios, o estamos gastando nuestras energías en cosas secundarias y accidentales?

No es una pregunta más. Es decisivo saber si estamos siendo fieles al objetivo prioritario marcado por Jesús, o estamos desarrollando una religiosidad que nos está desviando de la pasión que llevaba él en su corazón. ¿No hemos de corregir la dirección y centrar nuestro cristianismo con más fidelidad en el proyecto del reino de Dios?

La actitud de Jesús es diáfana. Basta leer los evangelios. Al mismo tiempo que vive en medio de la gente trabajando por una Galilea más sana, más justa y fraterna, más atenta a los últimos y más acogedora a los excluidos, no duda en criticar una religión que observa el sábado y cuida el culto mientras olvida que Dios quiere misericordia antes que sacrificios.

El cristianismo no es una religión más, que ofrece unos servicios para responder a la necesidad de Dios que tiene el ser humano. Es una religión profética nacida de Jesús para humanizar la vida según el proyecto de Dios. Podemos "funcionar" como comunidades religiosas reunidas en torno al culto, pero si no contagiamos compasión ni exigimos justicia, si no defendemos a los olvidados ni atendemos a los últimos, ¿dónde queda el proyecto que animó la vida entera de Jesús?

Tal vez, la manera más práctica de reorientar nuestras comunidades hacia el reino de Dios y su justicia es comenzar por cuidar más la acogida. No se trata de descuidar la celebración cultual, sino de desarrollar mucho más la acogida, la escucha y el acompañamiento a la gente en sus penas, trabajos y esperanzas. Compartir el sufrimiento de las personas nos puede ayudar a comprender mejor nuestro objetivo: contribuir desde el Evangelio a un mundo más humano.

En su primera encíclica, Juan Pablo II, recogiendo una idea importante del Concilio Vaticano II, nos recordó a los cristianos cómo hemos de entender la Iglesia. Lo hizo de manera clara. "La Iglesia no es ella misma su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es germen, signo e instrumento". Lo primero no es la Iglesia, sino el reino de Dios. Si queremos una Iglesia más evangélica es porque buscamos contribuir desde ella a buscar un mundo más humano.

José Antonio Pagola

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8DO.I.A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Casi al final del discurso del monte, Cristo define la actitud del cristiano ante el dinero y la subsistencia material que en él se fundamenta. El pasaje es de gran belleza literaria.

Se presenta un dilema que es tesis de partida: "Nadie puede estar al servicio de dos amos... No podéis servir a Dios y al dinero". Jesús nos propone la opción a seguir: servir al Señor, abandonándose a su providencia amorosa de Padre Idea que apoya en dos bellísimas imágenes de la naturaleza. Si los pájaros y los lirios del campo son objeto del cuidado de Dios que provee gratuitamente a su subsistencia espontánea, ¿no lo será el hombre que vale mucho más?

El texto del segundo Isaías, que se lee en la primera lectura, describe ese amor providente de Dios con la imagen sublime del cariño de la madre que no puede olvidarse de su criatura. Es la expresión bíblica más profunda y elocuente de la ternura maternal del Dios Padre que nos reveló Jesús.

El culto al poderoso caballero que es don Dinero ha venido a constituirse en el sucedáneo de la auténtica religión. Desde siempre, y hoy más que nunca, se rinde culto al dios dinero con verdadero ritual de sacrificio al ídolo tirano. Todo se le sacrifica en su altar: trabajo, salud, principios éticos, familia, amistad, éxito, felicidad. Todo, con tal de triunfar, tener cosas, influencias, éxito personal, apariencia social, poder de consumo para lo necesario y lo superfluo, la diversión y el goce de la vida.

Las consecuencias de la idolatría consumista son terribles y degradantes, aunque el hombre moderno parece encajarlas como lo más natural. El consumismo degrada la dignidad humana, bloquea la solidaridad del compartir, la fraternidad y la comunicación humana, y no hace más feliz ni más libre al hombre sino, al contrario, lo esclaviza.

La fe que nos pide Jesús es confianza y abandono en las manos de Dios Padre a quien servimos con amor, y por quien nos sentimos amados.

Él sabe muy bien que necesitamos muchas cosas para el sustento diario. Puestos en sus manos, digámosle: Danos hoy nuestro pan de cada día.

Mañana empezamos nuestro Capítulo Provincial, reza por nosotros. Un abrazo cordial,

Francesc Mulet

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7DO.I.A - 2011 (Pagola)

Mateo 5, 38-48

AMAR A QUIEN NOS HACE DAÑO
José Antonio Pagola

La llamada a amar es seductora. Seguramente, muchos escuchaban con agrado la invitación de Jesús a vivir en una actitud abierta de amistad y generosidad hacia todos. Lo que menos se podían esperar era oírle hablar de amor a los enemigos.

Sólo un loco les podía decir con aquella convicción algo tan absurdo e impensable: «Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen, perdonad setenta veces siete... » ¿Sabe Jesús lo que está diciendo? ¿Es eso lo que quiere Dios?

Los oyentes le escuchaban escandalizados. ¿Se olvida Jesús de que su pueblo vive sometido a Roma? ¿Ha olvidado los estragos cometidos por sus legiones? ¿No conoce la explotación de los campesinos de Galilea, indefensos ante los abusos de los poderosos terratenientes? ¿Cómo puede hablar de perdón a los enemigos, si todo les está invitando al odio y la venganza?

Jesús no les habla arbitrariamente. Su invitación nace de su experiencia de Dios. El Padre de todos no es violento sino compasivo. No busca la venganza ni conoce el odio. Su amor es incondicional hacia todos: «El hace salir su sol sobre buenos y malos, manda la lluvia a justos e injustos». No discrimina a nadie. No ama sólo a quienes le son fieles. Su amor está abierto a todos.

Este Dios que no excluye a nadie de su amor nos ha de atraer a vivir como él. Esta es en síntesis la llamada de Jesús. "Pareceos a Dios. No seáis enemigos de nadie, ni siquiera de quienes son vuestros enemigos. Amadlos para que seáis dignos de vuestro Padre del cielo".

Jesús no está pensando en que los queramos con el afecto y el cariño que sentimos hacia nuestros seres más queridos. Amar al enemigo es, sencillamente, no vengarnos, no hacerle daño, no desearle el mal. Pensar, más bien, en lo que puede ser bueno para él. Tratarlo como quisiéramos que nos trataran a nosotros.

¿Es posible amar al enemigo? Jesús no está imponiendo una ley universal. Está invitando a sus seguidores a parecernos a Dios para ir haciendo desaparecer el odio y la enemistad entre sus hijos. Sólo quien vive tratando de identificarse con Jesús llega a amar a quienes le quieren mal.

Atraídos por él, aprendemos a no alimentar el odio contra nadie, a superar el resentimiento, a hacer el bien a todos. Jesús nos invita a «rezar por los que nos persiguen», seguramente, para ir transformando poco a poco nuestro corazón. Amar a quien nos hace daño no es fácil, pero es lo que mejor nos identifica con aquel que murió rezando por quienes lo estaban crucificando: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".

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7DO.I.A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

En el evangelio de hoy se leen las dos últimas antítesis del discurso del monte: perdón en vez de venganza, y amor al enemigo en vez de odio.

Hay que reconocer que una ley del talión a nuestra manera, está bien enraizada en el corazón humano: El que me la hace, me la paga.

Pues bien, para Jesús todo esto queda excluido. No sólo la venganza efectiva sino también el deseo de la misma, hasta llegar a renunciar a toda violencia activa, incluso como autodefensa.

"Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" Esta conclusión de las seis antítesis es la motivación de todo lo que antecede. Base ética profundamente religiosa: imitación del ejemplo de Dios, a cuya imagen está hecho el hombre. Se nos plantean serios interrogantes: ¿Es éste un programa realizable o una simple utopía para soñadores?

Bien está que Cristo nos mande excluir todo sentimiento de odio, rencor, malquerencia, fanatismo e intolerancia; pero ¡practicar el desarme unilateral, poner la otra mejilla y amar al enemigo!... Eso es demasiado; eso parece conducta de apocados y de resignados fatalistas. A lo más que podría llegar un ultrajado es a perdonar. Olvidar le va a costar mucho más. Amar a su ofensor le va a resultar imposible. Incluso a personas cristianas y de buen corazón se les oye decir: "Yo le perdono, pero no me es posible olvidar, menos aún quererle”

Perdonar y amar es la gran fuerza activa del no-violento, la única opción capaz de frenar y destruir la espiral del mal y de la violencia. El talante del discípulo de Jesús está, pues, constituido por la no-violencia, como primer paso: No hagáis frente al que os agravia. Y por el amor activo, en segundo lugar: Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os aborrecen. Todo esto requiere temple, valentía y madurez humana y cristiana, al estilo de Jesús que murió perdonando y amando.

Los escolapios estamos preparando el Capítulo Provincial, te pido que reces por nosotros y que el Señor nos ayude a cumplir su voluntad.

Que pases una buena semana y un abrazo cordial,

Francesc Mulet

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Thursday, February 24, 2011

6DO.I.A - 2011 (Pagola)

Mateo 5, 17-37
ENTENDER LAS LEYES COMO JESÚS
José Antonio Pagola

Los judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Era el mejor regalo que habían recibido de Dios. En todas las sinagogas la guardaban con veneración dentro de un cofre depositado en un lugar especial. En esa Ley podían encontrar cuanto necesitaban para ser fieles a Dios.

Jesús, sin embargo, no vive centrado en la Ley. No se dedica a estudiarla ni a explicarla a sus discípulos. No se le ve nunca preocupado por observarla de manera escrupulosa. Ciertamente, no pone en marcha una campaña contra la Ley, pero ésta no ocupa ya un lugar central en su corazón.

Jesús busca la voluntad del Dios desde otra experiencia diferente. Le siente a Dios tratando de abrirse camino entre los hombres para construir con ellos un mundo más justo y fraterno. Esto lo cambia todo. La ley no es ya lo decisivo para saber qué espera Dios de nosotros. Lo primero es "buscar el reino de Dios y su justicia".

Los fariseos y letrados se preocupan de observar rigurosamente las leyes, pero descuidan el amor y la justicia. Jesús se esfuerza por introducir en sus seguidores otro talante y otro espíritu: «si vuestra justicia no es mejor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de Dios». Hay que superar el legalismo que se contenta con el cumplimiento literal de leyes y normas.

Cuando se busca la voluntad del Padre con la pasión con que la busca Jesús, se va siempre más allá de lo que dicen las leyes. Para caminar hacia ese mundo más humano que Dios quiere para todos, lo importante no es contar con personas observantes de leyes, sino con hombres y mujeres que se parezcan a él.

Aquel que no mata, cumple la Ley, pero si no arranca de su corazón la agresividad hacia su hermano, no se parece a Dios. Aquel que no comete adulterio, cumple la Ley, pero si desea egoístamente la esposa de su hermano, no se asemeja a Dios. En estas personas reina la Ley, pero no Dios; son observantes, pero no saben amar; viven correctamente, pero no construirán un mundo más humano.

Hemos de escuchar bien las palabras de Jesús: «No he venido a abolir la Ley y los profetas, sino a dar plenitud». No ha venido a echar por tierra el patrimonio legal y religioso del antiguo testamento. Ha venido a «dar plenitud», a ensanchar el horizonte del comportamiento humano, a liberar la vida de los peligros del legalismo.

Nuestro cristianismo será más humano y evangélico cuando aprendamos a vivir las leyes, normas, preceptos y tradiciones como los vivía Jesús: buscando ese mundo más justo y fraterno que quiere el Padre.

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6DO.I.A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Seguimos con la lectura del discurso del monte, que comenzamos el domingo cuarto. En el texto evangélico de hoy, Jesús inicia las seis antítesis con que proclama el sentido de la ley evangélica. Hoy se leen las cuatro primeras antítesis, referentes a estos temas: homicidio, adulterio, divorcio y juramento. La antítesis era un método pedagógico de contraste, usado por los rabinos en la tradición oral de escuela y de sinagoga. Jesús se acomodó al mismo: "Habéis oído que se dijo a los antiguos..., pero yo os digo".

Las fórmulas antitéticas en labios de Jesús no son palabras de un revolucionario cualquiera que hace tabla rasa del antiguo testamento, es decir de la ley y de los profetas. Las seis antinomias no desautorizan la ley veterotestamentaria, sino que le dan plenitud y profundidad, es decir, una mayor exigencia y radicalidad mediante la promulgación de la ley nueva.

En sus respuestas, el Señor excluye la casuística farisaica del mínimo legal, que se da por satisfecho con la observancia de la sola letra de la ley; y urge el espíritu pleno de la ley animada por el amor. Si Cristo prima el espíritu de la ley sobre la letra de la misma, es para enseñarnos que la moral cristiana no se limita a la observancia ritualista y legalista de un código de normas. El objetivo fundamental de la ley del Espíritu que nos da vida en Cristo Jesús no es hacer esclavos de la letra escrita, sino hijos libres de Dios.

El amor va más lejos que la justicia y el derecho, sin negarlos. Por eso el cristiano que ama de verdad no se limita al mínimo indispensable para cumplir los mandamientos con espíritu penal y de esclavo, sino que a impulsos del Espíritu y del amor que Dios ha derramado en su corazón, como persona libre y liberada por Cristo, se entrega a una obediencia amorosa de hijo que responde a una ley interior y sin fronteras.

Te pido antes de terminar tu oración por los escolapios, que estamos ahora en tiempo de Capítulos, para que seamos dóciles al Espíritu de libertad y vida que brota del evangelio de Jesús.

Un abrazo y que pases una buena semana,
Francesc Mulet

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5DO.I.A - 2011 (Pagola)

Mateo 5, 13-16

SAL Y LUZ
José Antonio Pagola

Si los discípulos viven las bienaventuranzas, su vida tendrá una proyección social. Es Jesús mismo quien se lo dice empleando dos metáforas inolvidables. Aunque parecen un grupo insignificante en medio de aquel poderoso imperio controlado por Roma, serán «sal de la tierra» y «luz del mundo».

¿No es una pretensión ridícula? Jesús les explica cómo será posible. La sal no parece gran cosa, pero comienza a producir sus efectos, precisamente, cuando se mezcla con los alimentos y parece que ha desaparecido. Lo mismo sucede cuando se enciende una luz: sólo puede iluminar cuando la ponemos en medio de las tinieblas.

Jesús no está pensando en una Iglesia separada del mundo, escondida tras sus ritos y doctrinas, encerrada en sí misma y en sus problemas. Jesús quiere introducir en la historia humana un grupo de seguidores, capaces de transformar la vida viviendo las bienaventuranzas.

Todos sabemos para qué sirve la sal. Por una parte, no deja que los alimentos se corrompan. Por otra, les da sabor y permite que los podamos saborear mejor. Los alimentos son buenos, pero se pueden corromper; tienen sabor, pero nos pueden resultar insípidos. Es necesaria la sal.

El mundo no es malo, pero lo podemos echar a perder. La vida tiene sabor, pero nos puede resultar insulsa y desabrida. Una Iglesia que vive las bienaventuranzas contribuye a que la sociedad no se corrompa y deshumanice más. Unos discípulos de Jesús que viven su evangelio ayudan a descubrir el verdadero sentido de la vida.

Hay un problema y Jesús se lo advierte a sus seguidores. Si la sal se vuelve sosa, ya no sirve para nada. Si los discípulos pierden su identidad evangélica, ya no producen los efectos queridos por Jesús. El cristianismo se echa a perder. La Iglesia queda anulada. Los cristianos están de sobra en la sociedad.

Lo mismo sucede con la luz. Todos sabemos que sirve para dar claridad. Los discípulos iluminan el sentido más hondo de la vida, si la gente puede ver en ellos «las obras» de las bienaventuranzas. Por eso, no han de esconderse. Tampoco han de actuar para ser vistos. Con su vida han de aportar claridad para que en la sociedad se pueda descubrir el verdadero rostro del Padre del cielo.

No nos está permitido servirnos de la Iglesia para satisfacer nuestros gustos y preferencias. Jesús la ha querido para ser sal y luz. Evangelizar no es combatir la secularización moderna con estrategias mundanas. Menos aún hacer de la Iglesia una "contra-sociedad". Sólo una Iglesia que vive el Evangelio puede responder al deseo original de Jesús.

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5DO.I.A - 2011 (Mulet)

Franesc Mulet, escolapio

Mediante tres parábolas proverbio, nos muestra hoy Jesús qué es ser discípulo suyo: sal de la tierra, luz del mundo y ciudad visible en lo alto de un monte. Las tres imágenes convergen en una misma dirección: el testimonio de la vida al servicio de los demás, como Cristo mismo.

La sal es la primera de las imágenes a que apela Jesús para definir la identidad de su discípulo. La sal es elemento familiar a cualquier cultura, pues desde siempre se ha empleado para dar sabor a la comida. Por eso la sal resulta un feliz simbolismo, de gran riqueza expresiva, para centrar la misión del seguidor de Jesús en medio de la sociedad. La sal es un protagonista muy especial en el ámbito culinario, pues se disuelve por completo en los alimentos y se pierde en sabor agradable. Su presencia discreta en la comida no se detecta; en cambio, su ausencia no puede disimularse. Ésa es su condición: actuar desapercibida.

El simbolismo de la luz tiene un largo y fecundo itinerario bíblico: desde la primera página del Génesis en que se describe la creación de la luz por Dios, pasando luego por la columna de fuego que guiaba al pueblo israelita en su éxodo de Egipto, y siguiendo por la luz de los tiempos mesiánicos anunciada por los profetas, hasta llegar a la plena luz de la revelación en Cristo Jesús. Él afirmó de sí mismo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 5,12).

En todo tiempo y cultura el hombre ha buscado la luz de la verdad, luz para su propio misterio que es una síntesis de vocación sublime y de miseria profunda.

Para cumplir la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo, es decir, para un testimonio evangélico y eficaz, habremos de actuar sin ceder a las dos tentaciones que señalan respectivamente la primera y segunda lecturas de este domingo: el espejismo de una fe alienante y la eficacia de relumbrón.

No podemos ceder al espejismo de una fe alienante, exclusivamente cultual o ritualista que prima las prácticas religiosas "de iglesia" sobre la acción al ras de la vida. El fundamento de la eficacia evangélica no es la grandilocuencia persuasiva, ni el dinero todopoderoso, ni las influencias y recomendaciones, ni la fama, ni el privilegio social o legal, sino, paradójicamente, la ciencia de Cristo crucificado y la fuerza del Espíritu que apoyan la debilidad y el temor del apóstol. Esto es lo que nos da un optimismo, humilde pero sólido, una seguridad que se apoya sólo en Dios y en la eficacia de la cruz y resurrección del Señor.

Te pido tu oración por los escolapios que estamos en tiempo capitular. Te envío mi ánimo y mi oración también.

Feliz semana
Francesc Mulet

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4DO.I.A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Las bienaventuranzas son, en boca de Jesús, la proclamación profética del espíritu y actitudes propias de quienes optan por el reino de Dios. Bienaventuranza, como la palabra indica, es felicitar y desear felicidad a otro. Jesús proclama dichosos a los pobres, los sufridos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa del bien. Pero, ¿tiene sentido considerar felices a todas estas personas? ¿Son las bienaventuranzas de Cristo un mensaje válido para nuestro tiempo? ¿Es que las puede encajar el hombre actual? ¿No quedarán solamente en una bella utopía?

Como respuesta a estos interrogantes difíciles se han ofrecido y se ofrecen diversas lecturas de las bienaventuranzas que constituyen claves de interpretación contrapuesta de las mismas.

Las bienaventuranzas son consideradas por biblistas y teólogos como la norma suprema de conducta para el cristiano, aunque no estén redactadas en forma de ley, ni siquiera como imposición. Las bienaventuranzas son en labios de Jesús una invitación y un indicativo, no un imperativo; pero un indicativo de tal alcance y categoría que constituye la norma base de conducta moral, la carta magna de autenticidad para todo cristiano, y no sólo para una minoría.

Solamente quien las practica entiende las bienaventuranzas, porque son paradójicas y suponen una inversión total de los criterios al uso. Pertenecen a la esfera religiosa de la vivencia experimental del don de Dios en la fe. Por eso únicamente son capaces de entenderlas en toda su profundidad quienes las viven por una opción personal o por una aceptación gozosa de lo inevitable, asumiendo con libertad de espíritu una situación dada.

Que el Señor nos conceda un corazón limpio y humilde, para poder ser felices como Él quiere y ayudar a ser felices a los demás.

Un fuerte abrazo,
Francesc Mulet

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