Thursday, February 24, 2011

5DO.I.A - 2011 (Mulet)

Franesc Mulet, escolapio

Mediante tres parábolas proverbio, nos muestra hoy Jesús qué es ser discípulo suyo: sal de la tierra, luz del mundo y ciudad visible en lo alto de un monte. Las tres imágenes convergen en una misma dirección: el testimonio de la vida al servicio de los demás, como Cristo mismo.

La sal es la primera de las imágenes a que apela Jesús para definir la identidad de su discípulo. La sal es elemento familiar a cualquier cultura, pues desde siempre se ha empleado para dar sabor a la comida. Por eso la sal resulta un feliz simbolismo, de gran riqueza expresiva, para centrar la misión del seguidor de Jesús en medio de la sociedad. La sal es un protagonista muy especial en el ámbito culinario, pues se disuelve por completo en los alimentos y se pierde en sabor agradable. Su presencia discreta en la comida no se detecta; en cambio, su ausencia no puede disimularse. Ésa es su condición: actuar desapercibida.

El simbolismo de la luz tiene un largo y fecundo itinerario bíblico: desde la primera página del Génesis en que se describe la creación de la luz por Dios, pasando luego por la columna de fuego que guiaba al pueblo israelita en su éxodo de Egipto, y siguiendo por la luz de los tiempos mesiánicos anunciada por los profetas, hasta llegar a la plena luz de la revelación en Cristo Jesús. Él afirmó de sí mismo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 5,12).

En todo tiempo y cultura el hombre ha buscado la luz de la verdad, luz para su propio misterio que es una síntesis de vocación sublime y de miseria profunda.

Para cumplir la misión de ser sal de la tierra y luz del mundo, es decir, para un testimonio evangélico y eficaz, habremos de actuar sin ceder a las dos tentaciones que señalan respectivamente la primera y segunda lecturas de este domingo: el espejismo de una fe alienante y la eficacia de relumbrón.

No podemos ceder al espejismo de una fe alienante, exclusivamente cultual o ritualista que prima las prácticas religiosas "de iglesia" sobre la acción al ras de la vida. El fundamento de la eficacia evangélica no es la grandilocuencia persuasiva, ni el dinero todopoderoso, ni las influencias y recomendaciones, ni la fama, ni el privilegio social o legal, sino, paradójicamente, la ciencia de Cristo crucificado y la fuerza del Espíritu que apoyan la debilidad y el temor del apóstol. Esto es lo que nos da un optimismo, humilde pero sólido, una seguridad que se apoya sólo en Dios y en la eficacia de la cruz y resurrección del Señor.

Te pido tu oración por los escolapios que estamos en tiempo capitular. Te envío mi ánimo y mi oración también.

Feliz semana
Francesc Mulet

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