Wednesday, December 28, 2011

2DA,C - 2011 HOMILÍA, P. Ángel Martínez

Domingo II de Adviento (ciclo B)

De las tres figuras más ligadas al Adviento, aparte naturalmente del niño a nacer en Belén, que son María, la madre, Isaías -el gran profeta visionario como ningún otro del Mesías-Hijo de Dios hecho hombre como nosotros, y Juan el Bautista, es ésta figura la que nos presentan con brochazos fuertes dos de las tres lecturas de hoy, la primera y la tercera.

Efectivamente Isaías nos habla de la voz que clama en el desierto que es evidentemente la misma voz que según el evangelio grita: preparad el camino al Señor, allanad sus senderos, porque está escrito –insiste ahora de nuevo el Profeta- yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. La coincidencia entre la Profecía de hacía 500 años y el cumplimiento de la misma es extraordinariamente perfecta. Desde luego hemos de reconocer que Isaías fue el Profeta con vivencias más vivas de todo cuanto iba a verificarse en el Señor: desde la Virgen a concebir un niño que se alimentará de leche y miel, alimentos sanos –¡oh educación acertada en todo!-, que alcanzará en su juventud a distinguir sin engaño entre el bien y el mal, que llegará en su plenitud de adulto a ser el Pastor de Israel, hasta terminar en el siervo de Yahvé que por amor se somete a la tortura y humillación de la cruz antes de ser salvado de la corrupción del sepulcro en la resurrección: non sines sanctum tuum videre corupctionem. Bien podemos decir que Isaías fue el primer Profeta que terminó con la figura de un Mesías más o menos vengativo y violento; un Mesías cuya venida alegra el corazón de los hombres con la belleza, el amor, la paz y el sosiego, que esas armas de esperanza sí que son la liberación de la tristeza del vivir humano. Por eso este Mesías nos es anunciado por los dos Profetas, el mayor del Israel histórico y el último de la serie del mismo: como consuelo del pueblo ‘consolad, consolad a mi pueblo’, consuelo que llega al corazón de Jerusalén porque ya no hay crimen que echarle en cara, pues ya está pagado su pecado con el nacimiento de un niño que sólo él será el logro perfecto del amor de Dios al hombre, pues en él se complacerá ya por siempre el Padre y en él se revelará la gloria de Dios para todos los pueblos juntos: así me lo ha revelado a mí de boca a boca el Señor. Subíd a lo alto de los montes, como heraldos de Sión, alzad con fuerza vuestra voz, heraldos de Jerusalén y publicad que por fin vais a ver a vuestro Dios; porque mirad que viene como un salario, como un regalo natalicio para vosotros, porques él mismo es la recompensa para vosotros, pues será un pastor que reunirá al rebaño con su cayado y que hasta llevará en sus brazos a los corderos y aun cuidará de las madres, pues no habrá corazón pequeño ni grande al que no alcance su amor y su consuelo. Pero además el regalo que se os envía no os pide nada a cambio, sólo que os preparéis con traje de fiesta, de fiesta para el alma, limpiándola de apegos desordenados, del pecado que os mancha y quita la alegría de vivir, porque para ello yo os limpio con este agua –nos dice Juan- yo que algún ejemplo, quizás contagioso, os doy con mi ascetismo de piel de camello, de correa de cuero en mi cintura y de un alimento sano como la miel; ascesis que ni siquiera os la impongo más allá de vuestra generosidad y necesidad de librars de pesos vuestro corazón. Porque yo os limpio con agua, pero él, cuya venida os anuncio, os bautizará con la fuerza de Espíritu Santo. Este es el cuadro con el que la Iglesia quiere prepararnos al recuerdo gozoso de la venida del Señor. Y por si acaso el tiempo nos jugara la mala partida que acostumbra a apagar la esperanza cristiana en el corazón, nos recuerda con Pedro, en la segunda lectura, que no podemos perder de vista una cosa: que un día es como mil años y mil años son como un día para el Señor. Parece ser que el apóstol se adelantó por un lado a las consideraciones filosóficas de nuestros tiempos que califican al tiempo como una simple sensación psíquica, sin más contenido objetivo, como algo que está siempre como el espacio, con el cual se confunde, ahí siempre, y por ello no pasa; y por otro Pedro, como pastor supremo de la Iglesia militante nos recuerda que lo que no pasa como supuestamente el tiempo, son los valores del espíritu no sometidos a la vaciedad de la materia descarnada del aliento del mismo espíritu, valores como el amor de Dios convertido en paciencia de un padre con sus hijos, su voluntad de que nadie perezca, la presencia del día del Señor para cada uno de nosotros siempre como salvación, la vida santa y piadosa del creyente, el cielo nuevo y la tierra nueva que el cristiano está continuamente creando a su alrededor donde habita siempre la justicia en su mente y la caridad en su corazón, la paz del alma que se encuentra y siente en las manos de Dios, la limpieza de vida de quien se empeña en ser, siempre que su debilidad se lo permite, en irreprochable como discípulo de Jesús que lo fue siempre en su vida. Pues, que ésta sea, queridos hermanos, nuestras vivencias de Adviento, de espera, que no pesa pues ella misma es ya gozosa, del recuerdo y celebración de la venida del Señor, de la fiesta del recuerdo de su nacimiento, recuerdo que nos acumula todos los bienes de salvación que nos ha regalado con su venida, fuerza y ejemplo. Y que además así lo deseemos y pidamos para aquellas almas que todavía no celebran el cumpleaños del Señor, porque aún no han llegado a conocerlo por boca de los misioneros de la Iglesia, sean como Juan Predicadores de voz alta o simplemente contemplativos privilegiados, como nosotros, a ejemplo del gran contemplativo, el Profeta Isaías de Israel. Amén.

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