Tuesday, December 27, 2011

3DA.B - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

El mensaje bíblico-litúrgico de hoy estimula a la comunidad eclesial y a sus miembros al seguimiento, anuncio y testimonio gozosos de Cristo, para que no sea Jesús el gran desconocido del mundo actual.

Intrigados por la personalidad del Bautista, los jefes religiosos del pueblo israelita le enviaron desde Jerusalén algunos emisarios para conocer la identidad de este profeta popular que está bautizando a la gente a orillas del Jordán. En la conversación con los enviados, el precursor hace el papel de testigo de defensa a favor de Jesús: Yo no soy el Mesías, ni el profeta esperado (Moisés o Elías), sino tan sólo la voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor. Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno que no conocéis y que es más que yo.

Del pasaje evangélico de hoy, en conexión con las demás ocasiones en que el Bautista repite su testimonio a favor de Jesús, se desprenden tres rasgos característicos que subliman su persona:

1) Sinceridad y lealtad a toda prueba: "Confesó sin reservas". Su rectitud y amor a la verdad le costó la vida, al recriminar a Herodes Antipas su conducta inmoral: estar casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo.

2) Humildad y sensatez que no sucumben a la vanidad de embriagarse con el aplauso de la masa. Él sabe bien que su persona y ministerio profético están en segundo lugar y en función de otro superior a él.

3) Testimonio profético, repetido varias veces, al servicio de la misión que se le había encomendado. Él es tan sólo la voz que anuncia al Mesías y le prepara los caminos del corazón humano.

Las encuestas actuales arrojan elevados porcentajes de desencanto y desilusión entre jóvenes y adultos ante la sociedad en que vivimos, la gestión política y administrativa, la situación económica y cívica: elevación de vida, desempleo, amenaza nuclear, violencia, terrorismo, inseguridad ciudadana, discriminación social, ruptura familiar y conyugal, droga, alcoholismo, hambre incluso.

Todo este desencanto crea tristeza, depresión, malestar, pesadumbre, ansiedad y angustia; es decir, los polos opuestos a la alegría de vivir. El ser humano moderno que ha centrado toda su felicidad egoísta en triunfar, tener y gastar, es víctima de su propio invento: la sociedad de bienestar y consumo.

Quizá las personas del tiempo del Bautista no eran tampoco más felices que nosotros. Como entonces, hay también en nuestro mundo una sorda espera, una confusa expectativa que sólo necesita al testigo que le muestre el motivo y fundamento de una esperanza segura: Cristo Jesús.

Ánimo en este camino de Adviento.
Un abrazo,
Francesc

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