Friday, May 27, 2011

3DP,A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

El relato de Emaús es una de las páginas más bellas del Evangelio. Expresa una experiencia pascual, una experiencia de encuentro con Cristo Resucitado: dos discípulos tristes y desesperanzados caminan hacia Emaús… A veces, también nosotros, como estos discípulos, vamos entristecidos y desesperanzados. Pero en el encuentro con el Resucitado podemos pasar, como ellos, del desencanto a la esperanza.

Caminar hacia Emaús era ir hacia atrás, de Jerusalén ir hacia atrás. Podemos decir que Jerusalén era la ciudad del sentido y de la plenitud. Ellos esperaban que Jesús fuera el liberador de Israel, pero las cosas no se han desenvuelto como ellos esperaban. Jesús ha sido crucificado y ha muerto en una cruz. Eso ha sido terrible para ellos, todo había terminado.

Jesús, el Resucitado, no se desanima por nuestros desánimos, ni nos abandona cuando nosotros le estamos abandonando. No le importa que seamos lentos para comprender las Escrituras… Él aparece como un caminante de la misma vida y los discípulos no pudieron reconocerlo porque estaban encerrados en su pesimismo, estaban encerrados demasiado en ellos mismos y eran incapaces de prestar atención a Aquel compañero de viaje. Pero hay un momento en que el Resucitado interviene y toma la palabra y ellos empiezan a escuchar su Palabra. Y algo extraordinario pasa en esta conversación: Jesús toca el corazón, hace arder el corazón…

La decepción brota de algo que el Señor nunca ha prometido. Se trata de saber esperar. Jesús nunca decepciona, nunca defrauda a nadie, pero el corazón de aquellos discípulos estaba lleno de ambiciones, ellos buscaban la gloria, el prestigio, el poder, como nosotros, a veces. En este sentido, podemos vernos reflejados en algunas situaciones de nuestra vida, en los discípulos de Emaús. Ellos nos recuerdan nuestras desesperanzas, nuestras desilusiones, nuestro pesimismo… Nosotros somos también de los que esperábamos tantas y tantas cosas: esperábamos más amigos, mejores relaciones, más suerte en la vida, más éxitos, más reconocimientos...

Sus ojos se fueron abriendo poco a poco, hasta que comprendieron que era Jesús de Nazaret. Estaba vivo. El crucificado había resucitado y vivía para siempre. Al abrirse sus ojos comprendieron que su amor nos busca siempre, pero sobre todo en los “caminos de Emaús”.

Hoy nuestra oración podía ser: “Quédate con nosotros, la tarde está cayendo”. ¿Qué sería de nosotros sin ti? Sin tu Presencia, no sabemos por dónde tirar.
Ánimo y sigamos orando mutuamente. Un abrazo fraterno,

Francesc Mulet

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