Wednesday, September 29, 2010

27DO.II,C - 2010 (Pagola)

Ciclo C
Tiempo ordinario II
27 domingo
Lucas 17, 5-10
AUMÉNTANOS LA FE
José Antonio Pagola

De manera abrupta, los discípulos le hacen a Jesús una petición vital: «Auméntanos la fe». En otra ocasión le habían pedido: «Enséñanos a orar». A medida que Jesús les descubre el proyecto de Dios y la tarea que les quiere encomendar, los discípulos sienten que no les basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Necesitan una fe más robusta y vigorosa.

Han pasado más de veinte siglos. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han vivido años de fidelidad al Evangelio y horas oscuras de deslealtad. Tiempos de fe recia y también de crisis e incertidumbre. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra fe?

Señor, auméntanos la fe. Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Sólo tú eres quien "inicia y consuma nuestra fe".

Auméntanos la fe. Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe, no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones y en nuestras comunidades creyentes.

Auméntanos la fe. Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia. Danos una fe contagiosa que nos oriente hacia una fase nueva de cristianismo, más fiel a tu Espíritu y tu trayectoria.

Auméntanos la fe. Haznos vivir identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.

Auméntanos la fe. Enséñanos a vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotros la fe de los testigos y los profetas.

Auméntanos la fe. No nos dejes caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte tomando nuestra cruz cada día.

Auméntanos la fe. Que te experimentemos resucitado en medio de nosotros renovando nuestras vidas y alentando nuestras comunidades.

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26DO.II,C - 2010 (Pagola)

Lucas 16, 19-31
NO IGNORAR AL QUE SUFRE
José Antonio Pagola

El contraste entre los dos protagonistas de la parábola es trágico. El rico se viste de púrpura y de lino. Toda su vida es lujo y ostentación. Sólo piensa en «banquetear espléndidamente cada día». Este rico no tiene nombre pues no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. No se puede vivir sólo para banquetear.

Echado en el portal de su mansión yace un mendigo hambriento, cubierto de llagas. Nadie le ayuda. Sólo unos perros se le acercan a lamer sus heridas. No posee nada, pero tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda».

Su suerte cambia radicalmente en el momento de la muerte. El rico es enterrado, seguramente con toda solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro. Nada se dice de rito funerario alguno, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.

Al rico no se le juzga por explotador. No se dice que es un impío alejado de la Alianza. Simplemente, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Lo tenía allí mismo, pero no lo ha visto. Estaba en el portal de su mansión, pero no se ha acercado a él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.

Según los observadores, está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.

La presencia de un niño mendigo en nuestro camino nos molesta. El encuentro con un amigo, enfermo terminal, nos turba. No sabemos qué hacer ni qué decir. Es mejor tomar distancia. Volver cuanto antes a nuestras ocupaciones. No dejarnos afectar.

Si el sufrimiento se produce lejos es más fácil. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles en el televisor, pero, a través de la pantalla, el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, nos esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.

Quien sigue a Jesús se va haciendo más sensible al sufrimiento de quienes encuentra en su camino. Se acerca al necesitado y, si está en sus manos, trata de aliviar su situación.

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26DO.II,C - 2010 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

La distinta suerte final de Epulón y de Lázaro no se debe exclusivamente a su condición sociológica, sino a sus actitudes personales.

La enseñanza, intención y finalidad de la parábola no es resaltar la escatología individual, aunque se indique al aceptar Jesús la creencia y lenguaje habituales del judaísmo, ni prometer una compensación a los pobres con un final feliz como opio barato para el pueblo, ni, menos todavía, invitar a los desheredados de la vida a una resignación esperanzada pero estoica, fatalista y alienante. No; se trata más bien de afirmar la peligrosidad de la riqueza porque fácilmente crea resistencia a la ley de Dios y sordera a su palabra.

La denuncia social del profeta Amós en la primera lectura viene a conectar con la vida de lujo y la desgraciada suerte final del rico Epulón. El profeta fustiga el sibaritismo de los habitantes de Samaria, capital del reino del Norte, Israel (hacia el año 750 a.C.). Pero su amenaza es tajante: "Se acabó la orgía de los disolutos".

El peligro que nos ronda al leer o escuchar la parábola evangélica de hoy es creer que va solamente por los ricos y los potentados del dinero y del poder. A ésos no pertenecemos nosotros, decimos. Pero no olvidemos que en la revelación bíblica pobreza y riqueza no son conceptos meramente cuantitativos, pesa también la actitud de apego o desapego de lo que uno tiene; esto es lo que nos hace ricos o pobres de espíritu ante Dios.

No hace falta ir al tercer mundo para encontrarnos a nuestro paso algún Lázaro que es más pobre que nosotros: familias humildes que pasan apuros, enfermos solos y ancianos abandonados, gente en paro laboral, madres solteras, alcohólicos y drogadictos que necesitan una mano amiga, etc. Cierto que no basta una limosna ni los esfuerzos aislados, y que la justicia y la caridad tienen una dimensión estructural y social. Es triste tener que llegar a situaciones críticas para suscitar la solidaridad.

La opción de la Iglesia por los pobres ha de traducirse a la práctica en nuestra vida, para avalar la autenticidad cristiana de nuestras familias, grupos, comunidades y eucaristías habituales.

Que tengas una buena semana y que reces por nosotros.

Un abrazo,
Francesc Mulet

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25DO.II,C - 2010 (Pagola)

Lucas 16,1-13
DINERO
José Antonio Pagola

La sociedad que conoció Jesús era muy diferente a la nuestra. Sólo las familias poderosas de Jerusalén y los grandes terratenientes de Tiberíades podían acumular monedas de oro y plata. Los campesinos apenas podían hacerse con alguna moneda de bronce o cobre, de escaso valor. Muchos vivían sin dinero, intercambiándose productos en un régimen de pura subsistencia.

En esta sociedad, Jesús habla del dinero con una frecuencia sorprendente. Sin tierras ni trabajo fijo, su vida itinerante de Profeta dedicado a la causa de Dios le permite hablar con total libertad. Por otra parte, su amor a los pobres y su pasión por la justicia de Dios lo urgen a defender siempre a los más excluidos.

Habla del dinero con un lenguaje muy personal. Lo llama espontáneamente «dinero injusto» o «riquezas injustas». Al parecer, no conoce "dinero limpio". La riqueza de aquellos poderosos es injusta porque ha sido amasada de manera injusta y porque la disfrutan sin compartirla con los pobres y hambrientos.

¿Qué pueden hacer quienes poseen estas riquezas injustas? Lucas ha conservado unas palabras curiosas de Jesús. Aunque la frase puede resultar algo oscura por su concisión, su contenido no ha de caer en el olvido. «Yo os digo: Ganaos amigos con el dinero injusto para que cuando os falte, os reciban en las moradas eternas».

Jesús viene a decir así a los ricos: "Emplead vuestra riqueza injusta en ayudar a los pobres; ganaos su amistad compartiendo con ellos vuestros bienes. Ellos serán vuestros amigos y, cuando en la hora de la muerte el dinero no os sirva ya de nada, ellos os acogerán en la casa del Padre". Dicho con otras palabras: la mejor forma de "blanquear" el dinero injusto ante Dios es compartirlo con sus hijos más pobres.

Sus palabras no fueron bien acogidas. Lucas nos dice que «estaban oyendo estas cosas unos fariseos, amantes de las riquezas, y se burlaban de él». No entienden el mensaje de Jesús. No les interesa oírle hablar de dinero. A ellos sólo les preocupa conocer y cumplir fielmente la ley. La riqueza la consideran como un signo de que Dios bendice su vida.

Aunque venga reforzada por una larga tradición bíblica, esta visión de la riqueza como signo de bendición no es evangélica. Hay que decirlo en voz alta porque hay personas ricas que de manera casi espontánea piensan que su éxito económico y su prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida.

Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto pues olvida a los más pobres.

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25DO.II,C - 2010 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

En el empeño por conseguir los bienes y la meta definitiva del reino de Dios, el creyente debe imitar el esfuerzo y dedicación de tantos otros para alcanzar objetivos terrenos y provisorios: hacer dinero, culminar una carrera, adquirir un puesto, asegurar un éxito político o deportivo. Pues si el dinero suscita de tal modo las energías del hombre, cuánto más debe hacerlo el reino de Dios, que tiene la primacía absoluta y es fuente de los bienes que se poseen para siempre y por los que vale la pena sacrificarlo todo, como en las parábolas del tesoro en el campo y de la perla fina.

Dada nuestra ambigüedad, fluctuamos entre uno y otro señor: Dios y el dinero, la luz y las tinieblas. Nos vence la comodidad y la inhibición, el absentismo y “el cansancio de los buenos”. Nos contentamos con lamentarnos y queremos que los problemas se solucionen sin nuestro sacrificio personal. Sin embargo, misión nuestra es testimoniar ante el mundo que se puede servir a Dios y no al dinero, administrando los bienes materiales sin perder los eternos, y realizando su reino en medio de los negocios, en la cultura, en la empresa, en la acción sindical y en el compromiso cívico y político.

Puede existir en nosotros el peligro de desviar el aviso de Jesús sobre el dinero exclusivamente hacia los ricos de hecho, reduciendo el campo de un mensaje que es para todos, pues todos tenemos apetencias y alma de ricos.

El ídolo dinero crea incompatibilidad evangélica con el Señor Dios. Es el dilema que Jesús nos plantea hoy: Dios o el dinero. Hemos de optar.

En la conclusión de esta parábola, señala Jesús otro camino: Invertir el dinero y los bienes que tengamos, pocos o muchos, en crearnos amigos en las moradas eternas del reino de Dios. Invertir en los hermanos, especialmente en los pobres, colocando nuestros haberes en el banco del amor, no en el del egoísmo, porque el primero da rédito para la vida eterna, y el segundo lleva a la frustración.

Que tengas ánimo al comenzar y coraje para superar las dificultades.

Buena semana. Un abrazo,
Francesc Mulet

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24DO.II,C.2 - 2010 (Mulet)

24 domingo
Francesc Mulet, escolapio

Con la enseñanza que se desprende de las tres parábolas y conforme a su estilo de sencillez teológica, Jesús responde a las críticas de los fariseos y letrados, justificando su conducta en favor de los marginados de la salvación. Con ello viene a decir: Yo me comporto así porque también así actúa Dios, acogiendo a los perdidos, los malos, los que nadie aguanta. Pues "Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su conducta y que viva" (Ez 33,11). Dios, Padre de todos, no margina a nadie, sino que se alegra de recuperar y salvar al hombre perdido en la soledad de su pecado, restaurándolo a su dignidad propia.

Jesús de Nazaret se encontró con dos grupos contrapuestos de personas en la sociedad judía: los que marginaban a los demás, es decir, los puritanos, tales como escribas y fariseos; y los marginados, es decir, los “parias” religioso-sociales, tales como los pecadores, los ignorantes de la ley, los pobres, los publicanos, las prostitutas. En ningún momento se le ocurrió colocarse en el primer grupo como juez del segundo. Pero nosotros sí lo hacemos con facilidad. El puritanismo de los que criticaban a Jesús porque acogía a los pecadores que se le acercaban no queda en mero problema judío o cuestión cultural semita, ajena a nuestra mentalidad.

Algunas de las formas actuales de puritanismo que inciden en la marginación de los demás son, por ejemplo, la discriminación y la hipocresía, tanto a nivel religioso como social y político. La tentación de constituirse en élite religiosa se da tanto en los conservadores como en los progresistas. Son los que se creen más puros que los demás y mejores que los “pecadores”, es decir, que los no practicantes, los divorciados, los que son víctima del alcohol, de la droga, de la lujuria, de la codicia... Son los que tienen complejo de ortodoxia (integristas) o de élite (aperturistas); son los intolerantes de uno y otro signo, los intransigentes, los fundamentalistas, los incapaces de amar, los críticos de todos y de todo, los satisfechos de sí mismos.

Con las parábolas de la misericordia Jesús condenó todo puritanismo clasista y su consecuencia: la marginación a todos los niveles. El puritanismo no es cristiano ni liberador; representa más bien la inversión de los valores evangélicos, como falso sucedáneo que es de la auténtica pureza de espíritu.Gracias a Dios, hay hombres y mujeres de buena voluntad, que viven para los demás, como lo hizo Jesús: sacerdotes, religiosos, misioneros y laicos. Colaborando en instituciones de caridad y organismos humanitarios de ayuda; hay en el mundo mucha gente que apuesta por los marginados, que gasta su vida por los hermanos a fondo perdido, saliendo continuamente de sí mismos en busca de los hambrientos y sin hogar, emigrantes y parados, ancianos y enfermos, drogadictos y encarcelados, oprimidos y explotados, tristes y abandonados. A través de ellos y en medio de nosotros sigue actuando Cristo, haciendo presente en nuestro mundo el amor con que Dios ama al hombre. Así quiere Jesús que nos amemos unos a otros; hoy nos invita a ejercitar ese amor que no margina sino libera.

Oremos unos por otros y que el Señor convierta nuestro corazón.

Un abrazo,
Francesc Mulet

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24DO.II,C - 2010 (Pagola)

Lucas 15, 1-32
UNA PARÁBOLA PARA NUESTROS DÍAS
José Antonio Pagola

En ninguna otra parábola ha querido Jesús hacernos penetrar tan profundamente en el misterio de Dios y en el misterio de la condición humana. Ninguna otra es tan actual para nosotros como ésta del "Padre bueno".

El hijo menor dice a su padre: «dame la parte que me toca de la herencia». Al reclamarla, está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre. Quiere ser libre, romper ataduras. No será feliz hasta que su padre desaparezca. El padre accede a su deseo sin decir palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.

¿No es ésta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Dios ha de desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie.

El hijo se marcha a «un país lejano». Necesita vivir en otro país, lejos de su padre y de su familia. El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su corazón de padre lo acompaña; cada mañana lo estará esperando. La sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo... ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?

Pronto se instala el hijo en una «vida desordenada». El término original no sugiere sólo un desorden moral sino una existencia insana, desquiciada, caótica. Al poco tiempo, su aventura empieza a convertirse en drama. Sobreviene un «hambre terrible» y sólo sobrevive cuidando cerdos como esclavo de un extraño. Sus palabras revelan su tragedia: «Yo aquí me muero de hambre».

El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de nuestra lejanía de Dios. No es fácil el camino de la libertad. ¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón? Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?

El joven «entró dentro de sí mismo» y, ahondando en su propio vacío, recordó el rostro de su padre asociado a la abundancia de pan: en casa de mi padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de hambre». En su interior se despierta el deseo de una libertad nueva junto a su padre. Reconoce su error y toma una decisión: «Me pondré en camino y volveré a mi padre».

¿Nos pondremos en camino hacia Dios nuestro Padre? Muchos lo harían si conocieran a ese Dios que, según la parábola de Jesús, «sale corriendo al encuentro de su hijo, se le echa al cuello y se pone a besarlo efusivamente». Esos abrazos y besos hablan de su amor mejor que todos los libros de teología. Junto a él podríamos encontrar una libertad más digna y dichosa.

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24DO.II,C - 2010 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio
Las consignas de Jesús en el evangelio de hoy adquieren sentido pleno en el contexto de su camino hacia Jerusalén: Si alguno quiere venir conmigo y no pospone a sus familiares, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío.

La opción responsable y definitiva por Cristo y su evangelio es lo que especifica al cristiano, es decir, al discípulo de Cristo, haciéndolo diferente en sus criterios y conducta. Esto es lo que le caracteriza, y no la mera pertenencia socio-religiosa a la Iglesia. Cristiano y discípulo de Cristo son sinónimos. Los consejos evangélicos, los avisos y llamadas de Jesús son para todos. Seguir a Cristo como discípulo tiene un precio. Es lo que nos propone hoy Jesús: la entrega total y la plena disponibilidad ante Dios, primando el valor del seguimiento del reino de Dios por encima de todo afecto humano.

Frente a los caminos, sistemas y reglamentos de conducta, Cristo es el Camino; frente a las verdades, principios e ideologías, Cristo es la Verdad; frente a las promesas, formas, métodos y géneros de vida, Cristo es la Vida. Dicho en síntesis, Cristo es el camino que conduce a la verdad y a la vida, como afirmaron los santos Padres. Hacemos camino al andar, efectivamente, como dijo el poeta; pero sólo si caminamos con Jesús y los hermanos. Pues, no encontraremos al Señor sino en el prójimo, especialmente en el más humilde, conforme a sus mismas palabras: Lo que hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis (Mt 25,40).

Ser cristiano significa revestirse de Cristo y tener sus mismos sentimientos y actitudes en la vida y conducta. En el cristiano auténtico se advierte una visión de la vida, del hombre, del mundo y de los problemas humanos bajo una luz distinta; es su fe pascual. Se le nota una estabilidad anímica que vence la mezquindad y la desesperación, una paz que se sobrepone a las dificultades y al desaliento, una alegría que supera la tristeza y el mal humor. Todo eso es fruto de la esperanza cristiana. Y, sobre todo, lo más atrayente de su talante es la apertura a los demás, la aceptación indiscriminante, la servicialidad y el compartir con los demás -especialmente con el más humildes sus bienes, su tiempo y su persona.

Vuelvo a comenzar. Ahora más que nunca, oremos unos por otros.

Un abrazo,
Francesc Mulet

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23DO.II,C - 2010 (Pagola)

Lucas 14, 25-33REALISMO RESPONSABLE
José Antonio Pagola

Los ejemplos que emplea Jesús son muy diferentes, pero su enseñanza es la misma: el que emprende un proyecto importante de manera temeraria, sin examinar antes si tiene medios y fuerzas para lograr lo que pretende, corre el riesgo de terminar fracasando.

Ningún labrador se pone a construir una torre para proteger sus viñas, sin tomarse antes un tiempo para calcular si podrá concluirla con éxito, no sea que la obra quede inacabada, provocando las burlas de los vecinos. Ningún rey se decide a entrar en combate con un adversario poderoso, sin antes analizar si aquella batalla puede terminar en victoria o será un suicidio.

A primera vista, puede parecer que Jesús está invitando a un comportamiento prudente y precavido, muy alejado de la audacia con que habla de ordinario a los suyos. Nada más lejos de la realidad. La misión que quiere encomendar a los suyos es tan importante que nadie ha de comprometerse en ella de forma inconsciente, temeraria o presuntuosa.

Su advertencia cobra gran actualidad en estos momentos críticos y decisivos para el futuro de nuestra fe. Jesús llama, antes que nada, a la reflexión madura: los dos protagonistas de las parábolas «se sientan» a reflexionar. Sería una grave irresponsabilidad vivir hoy como discípulos de Jesús, que no saben lo que quieren, ni a dónde pretenden llegar, ni con qué medios han de trabajar

¿Cuándo nos vamos a sentar para aunar fuerzas, reflexionar juntos y buscar entre todos el camino que hemos de seguir? ¿No necesitamos dedicar más tiempo, más escucha del evangelio y más meditación para descubrir llamadas, despertar carismas y cultivar un estilo renovado de seguimiento a Jesús?

Jesús llama también al realismo. Estamos viviendo un cambio sociocultural sin precedentes. ¿Es posible contagiar la fe en este mundo nuevo que está naciendo, sin conocerlo bien y sin comprenderlo desde dentro? ¿Es posible facilitar el acceso al Evangelio ignorando el pensamiento, los sentimientos y el lenguaje de los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿No es un error responder a los retos de hoy con estrategias de ayer?

Sería una temeridad en estos momentos actuar de manera inconsciente y ciega. Nos expondríamos al fracaso, la frustración y hasta el ridículo. Según la parábola, la "torre inacabada" no hace sino provocar las burlas de la gente hacia su constructor. No hemos de olvidar el lenguaje realista y humilde de Jesús que invita a sus discípulos a ser "fermento" en medio del pueblo o puñado de "sal" que pone sabor nuevo a la vida de las gentes.

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