Saturday, March 28, 2009

5DC,B - 2009 (Pagola)


Juan 12, 20 - 33
ATRAIDOS POR EL CRUCIFICADO
José Antonio Pagola


Un grupo de «griegos», probablemente paganos, se acercan a los discípulos con una petición admirable: «Queremos ver a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el que resume el sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en su muerte: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Cuando Jesús sea alzado a una cruz y aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y sólo amor para todo ser humano. Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación suprema del Misterio de Dios.

Para ello se necesita, desde luego, algo más que haber oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir a algún acto religioso de la semana santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.

Pero, probablemente a Jesús empezamos a conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente su llamada: «El que quiera servirme que me siga, y dónde esté yo, allí estará también mi servidor».

Todo arranca de un deseo de «servir» a Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir sólo para su proyecto, de seguir sus pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres, cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores.

Esto significa compartir su vida y su destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre donde está él.

¿Cómo sería una Iglesia «atraída» por el Crucificado, impulsada por el deseo de «servirle» sólo a él y ocupada en las cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente hacia Jesús?

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5DC,B - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

El domingo próximo, faltarán sólo siete días para la Semana Santa; y a medida que se aproxima el final de la Cuaresma, va adquiriendo relieve más nítido la meta de la misma: la Pascua, es decir, la Celebración de la Muerte y Resurrección de Cristo, que se anuncia hoy con la parábola del grano de trigo que, al morir en el surco, produce una espléndida cosecha.

Tanto en la oración de Getsemaní como en el pasaje evangélico de hoy queda patente la natural repugnancia de Jesús ante la muerte, debido a su auténtica humanidad y condición mortal como hombre que era.

Desde lo alto de la cruz -aparentemente un rotundo fracaso- dejó Cristo de ser un hombre cualquiera, por muy excelente que fuera su doctrina, para convertirse en el centro de la historia, Señor del cosmos, Salvador de la humanidad entera. La muerte y resurrección de Cristo son la victoria definitiva del amor sobre el egoísmo, del bien sobre el mal, de la gracia sobre el pecado.

Te propongo una oración a partir de este texto del evangelio:


Reflexiono y rezo. Respondo.

¿Qué me quieres decir, Señor? ¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? Pueden ayudar estas ideas:

1 “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo”.

Jesús sabe bien que él es este grano de trigo que fue enterrado. Ha llegado la hora.
¿Nos identificamos nosotros con el grano de trigo?
Estamos dispuestos a morir para resucitar, o
¿queremos gozar de la vida ahorrándonos la cruz de cada día?

Damos gracias a Dios por las personas que saben ser grano de trigo, por los que confían en el poder vivificador de Dios cuando están en dificultades. Pedimos a Dios que perdone y cure nuestro miedo de entregarnos, a morir por amor.

2. Termino la oración, dando gracias a Dios por su compañía, por sus enseñanzas, por su fuerza... Le pido que me ayude a vivir de acuerdo con el Evangelio.

Me despido rezando el Padre Nuestro u otra oración.
Oremos unos por otros, en estos momentos.

Un abrazo,
Francesc Mulet, escolapio

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4DC,B - 2009 (Mulet)


Francesc Mulet, escolapio

Jesús en diálogo con Nicodemo, fariseo, rabino de Jerusalén.

Todos buscamos la verdad, la luz que ilumine nuestra vida, no siempre estamos seguros de encontrarla. Jesús nos dice hoy: el que hace la verdad llega a la luz.

Jesús le dice a Nicodemo “Yo soy la Verdad enviada por Dios, el amor de Dios que nos salva, que nos lleva a la verdad, el que actúa con verdad, llega a la luz”. Verdad será vivir conforme a la luz que Jesús nos trae, ante el amor de Dios nuestro padre vivir el amor a los hermanos.

Buscar la verdad es buscar la justicia, la paz, la honradez, la ayuda a quien la necesita. Buscar la verdad es mantener con fidelidad, con entereza los compromisos adquiridos. Buscamos la verdad al buscar la respuesta a las grandes preguntas que brotan desde lo más profundo de nuestro ser, desde nuestra oscuridad, desde la vida, desde los acontecimientos del mundo al que asistimos. Cuando nos abrimos al diálogo con quienes nos rodean, con quienes convivimos, con la naturaleza, con quienes la estudian, con Dios, el Padre ante el que vivimos y que nos acompaña permanentemente.

Lo decisivo es buscar honestamente la verdad de Dios en nuestra vida. Creer es tan sencillo y, al mismo tiempo, tan complicado como lo es el vivir, amar o ser humano. Lo propio del creyente ha de ser no contentarse con vivir de cualquier manera esta vida compleja, sino encontrar en su fe el mejor estímulo y la mejor orientación para vivir intensamente, honestamente. Saber que Dios está tan cerca, que vivimos ante Él, y buscar siempre responder con generosidad a esa presencia suya, ese es el camino de la luz.

Oremos mutuamente unos por otros, y que el Señor sea nuestra única fortaleza.

Feliz semana,
Francesc Mulet, escolapio

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4DC,B - 2009 (Pagola)


Juan 3, 14 - 21
DIOS AMA EL MUNDO
José Antonio Pagola

No es una frase más. Palabras que se podrían eliminar del Evangelio, sin que nada importante cambiara. Es la afirmación que recoge el núcleo esencial de la fe cristiana. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único». Este amor de Dios es el origen y el fundamento de nuestra esperanza.

«Dios ama el mundo». Lo ama tal como es. Inacabado e incierto. Lleno de conflictos y contradicciones. Capaz de lo mejor y de lo peor. Este mundo no recorre su camino solo, perdido y desamparado. Dios lo envuelve con su amor por los cuatro costados. Esto tiene consecuencias de la máxima importancia.

Primero,
Jesús es, antes que nada, el «regalo» que Dios ha hecho al mundo, no sólo a los cristianos. Los investigadores pueden discutir sin fin sobre muchos aspectos de su figura histórica. Los teólogos pueden seguir desarrollando sus teorías más ingeniosas. Sólo quien se acerca a Jesucristo como el gran regalo de Dios, puede ir descubriendo en todos sus gestos, con emoción y gozo, la cercanía de Dios a todo ser humano.

Segundo.
La razón de ser de la Iglesia, lo único que justifica su presencia en el mundo es recordar el amor de Dios. Lo ha subrayado muchas veces el Vaticano II: La Iglesia «es enviada por Cristo a manifestar y comunicar el amor de Dios a todos los hombres». Nada hay más importante. Lo primero es comunicar ese amor de Dios a todo ser humano.

Tercero.
Según el evangelista, Dios hace al mundo ese gran regalo que es Jesús, «no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Es muy peligroso hacer de la denuncia y la condena del mundo moderno todo un programa pastoral. Sólo con el corazón lleno de amor a todos, nos podemos llamar unos a otros a la conversión. Si las personas se sienten condenadas por Dios, no les estamos transmitiendo el mensaje de Jesús sino otra cosa: tal vez, nuestro resentimiento y enojo.

Cuarto.
En estos momentos en que todo parece confuso, incierto y desalentador, nada nos impide a cada uno introducir un poco de amor en el mundo. Es lo que hizo Jesús. No hay que esperar a nada. ¿Por qué no va a haber en estos momentos hombres y mujeres buenos, que introducen entre nosotros amor, amistad, compasión, justicia, sensibilidad y ayuda a los que sufren…? Estos construyen la Iglesia de Jesús, la Iglesia del amor

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Friday, March 13, 2009

3DC,B - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

En el pasaje de la purificación del templo, Jesús aparece como innovador y se pronuncia por una religión limpia de ritualismos muertos, por un culto vivo y nacido de la fe del corazón. Igualmente en el pasaje de la Samaritana.

Todas las religiones han tenido y tienen un lugar destinado al culto, llámese iglesia, templo, santuario, sinagoga o mezquita. Este espacio sacro cumple diversas funciones bajo el común denominador de religión. Es ubicación de la presencia de la divinidad, lugar de culto a la misma y de convocación del pueblo, presidido por sacerdotes o ministros que hacen de puente entre la deidad y los fieles congregados en la fe común.

Los primeros cristianos no tuvieron templos, ni catedrales, ni basílicas hasta después de varios siglos. Eran conscientes, y debemos serlo nosotros, de que la asamblea es la auténtica iglesia de Dios, su santuario espiritual, prolongación del cuerpo de Cristo que es el templo de la nueva alianza. Incluso cada cristiano, cada bautizado en el Espíritu de Jesús es él mismo templo de Dios.

Sin romper el equilibrio entre persona y comunidad ni minusvalorar la expresión exterior de las formas religiosas y litúrgicas, hay que dar, no obstante, la primacía al espíritu, a la fe y al corazón. Y sobre todo, pasar el culto a la vida y la vida al culto, asumiendo la dimensión religiosa de toda nuestra existencia personal, familiar, laboral y cívica.

Esta semana entramos en la celebración de nuestras fiestas más populares – Madalena y Falles -, que no perdamos el sentido de seguir por el camino de la cuaresma.

Adelante y un abrazo,

Francesc Mulet, escolapio

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Thursday, March 12, 2009

2DC,B - 2009 (Mulet)

2 domingo
Francesc Mulet, escolapio

El evangelista Marcos, inmediatamente después del anuncio por Jesús de su pasión y muerte en Jerusalén, hacia donde camina, nos da hoy en el evangelio una esplendorosa visión teológica de la figura de Cristo, anticipando ya el triunfo de su resurrección. Se une aquí la teología de la cruz con el kerigma de la resurrección, y se evidencia el núcleo de la cristología primitiva: fusión de la divinidad con la humanidad de Cristo, Mesías e Hijo de Dios. Jesús llegará a la gloria de la resurrección, pero no sin haber pasado antes por la prueba suprema de su pasión y muerte.

Cuando nos ronda la tentación del desaliento y nos asalta la duda de si, renunciando al estilo atractivo de vida mundana que hoy priva, no malogramos la nuestra y perdemos el tiempo en seguir a Cristo. Entonces necesitamos experimentar la cercanía de Dios en la oración al Padre, como Jesús en el monte de la transfiguración. La gloria viene después de la cruz, pero en ésta hay ya un anticipo del triunfo, una transfiguración de nuestra condición humilde según el modelo de la condición gloriosa de Cristo.

Hoy podemos entender que el comienzo de la fe es escuchar a Jesús, el Hijo amado del Padre, como nos dice su voz desde la nube de la transfiguración. Cristo es la palabra personal de Dios; y donde mejor se le oye es en la soledad y el vacío interior. Por eso debemos "subir a la montaña" con Jesús para orar.

Avancemos en este camino de cuaresma, dando ánimo a todos los que hay a nuestro lado.

Felicidades a las mujeres trabajadoras y un montón de gracias a todas ellas.

Sigamos orando unos por otros,
Francesc Mulet, escolapio

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2DC,B - 2009 (Pagola)

Marcos 9, 2 - 10
NO CONFUNDIR A JESÚS CON NADIE
José Antonio Pagola

Según el evangelista, Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, los lleva aparte a una montaña, y allí «se transfigura delante de ellos». Son los tres discípulos que, al parecer, ofrecen mayor resistencia a Jesús cuando les habla de su destino doloroso de crucifixión.

Pedro ha intentado incluso quitarle de la cabeza esas ideas absurdas. Los hermanos Santiago y Juan le andan pidiendo los primeros puestos en el reino del Mesías. Ante ellos precisamente se transfigurará Jesús. Lo necesitan más que nadie.

La escena, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús se les presenta «revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías y Moisés, que según la tradición, han sido arrebatados a la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con él. Todo invita a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por Dios.

Pedro reacciona con toda espontaneidad: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No ha entendido nada. Por una parte, pone a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a Elías y Moisés: a cada uno su tienda. Por otra parte, se sigue resistiendo a la dureza del camino de Jesús; lo quiere retener en la gloria del Tabor, lejos de la pasión y la cruz del Calvario.

Dios mismo le va a corregir de manera solemne: «Éste es mi Hijo amado». No hay que confundirlo con nadie. «Escuchadle a él», incluso cuando os habla de un camino de cruz, que termina en resurrección.

Sólo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores, tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Sólo él es el Hijo amado. Su Palabra es la única que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él.

Y hemos de escucharla también hoy, cuando nos habla de «cargar la cruz» de estos tiempos. El éxito nos hace daño a los cristianos. Nos ha llevado incluso a pensar que era posible una Iglesia fiel a Jesús y a su proyecto del reino, sin conflictos, sin rechazo y sin cruz. Hoy se nos ofrecen más posibilidades de vivir como cristianos «crucificados». Nos hará bien. Nos ayudará a recuperar nuestra identidad cristiana.

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