Wednesday, April 29, 2009

2DP*,B - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet

Después de la muerte de Jesús el estado de ánimo de los discípulos era deplorable: puertas cerradas por miedo a los judíos, tristeza, incomunicación y duda radical sobre Jesús de Nazaret en quien habían puesto tantas esperanzas y que acabó muerto en cruz por sus enemigos. En este contexto comunitario tiene lugar la inesperada aparición de Jesús al atardecer. Cristo les saluda: ¡Paz a vosotros! Y en seguida les muestra las manos y el costado con las llagas de su pasión, como pruebas de su identidad personal.

Esta nueva aparición tiene un destinatario más en particular: el apóstol Tomás que no estuvo presente en la primera y se resistía a creer a sus compañeros. El exige pruebas fehacientes: Si no veo y no palpo, no creo. De hecho, el destinatario somos todos nosotros, por la conclusión que pronunciará Jesús al final de la escena.

No cabe duda de que la fe en Cristo muerto y resucitado es el núcleo central del mensaje cristiano al que la fe se refiere constantemente como a su fuente original. Conscientes de esto, percibimos que ser creyente entraña muy serias consecuencias prácticas, pues no queda en la pasividad teórica del "yo no lo comprendo, pero creo". Por eso surge la tensión dialéctica, no exclusiva de Tomás, entre fe y razón, fe e incredulidad, fe e inseguridad, fe y oscuridad. Entonces "lógicamente" pedimos luz y pruebas para creer y aceptar a Dios en nuestra vida personal, moral, afectiva, familiar, social, laboral o de negocios. ¡Qué ruines y desconfiados!

Seamos sinceros: ¿Por qué nos cuesta tanto creer de verdad? Básicamente por uno de estos motivos: por miedo al riesgo, por falta de compromiso y generosidad. En definitiva, por falta de amor.

Pues en la medida en que tomamos contacto con el dolor y el sufrimiento de los hermanos enfermos, pobres, humillados y oprimidos, descubriremos al Señor en sus miembros. Sin verlo físicamente, lo veremos por la fe y creeremos en él.

Feliz Pascua y ánimo,
Francesc Mulet

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Tuesday, April 28, 2009

PRP,B - 2009 (Mulet)

Domingo de resurrección
Francesc Mulet, escolapio

La resurrección de Jesús es el misterio central de nuestra fe y dato cierto y real, aunque no verificable por los métodos de las ciencias. Resulta fácil comprobar por los documentos de la historia que Jesús de Nazaret vivió en Palestina en un determinado tiempo y que murió crucificado en Jerusalén. ¿Pero en qué nos basamos para afirmar y creer que también resucitó de entre los muertos?

No ciertamente en la verificación de este dato cierto con los métodos y comprobaciones de la historia como ciencia. Pues este método, además de no conducir de por sí a la fe, que es don de Dios, es inaplicable al acontecimiento de la resurrección de Jesús por ser éste un dato más allá de la historia, un hecho que la trasciende. La condición o vida nueva de Cristo resucitado resulta inaccesible al sentido y a la imaginación. Sencillamente, es un misterio de fe, aunque dato real; es obra divina con las dimensiones propias de Dios. Como reza el Salmo responsorial: Es el Señor quien lo ha hecho; esto ha sido un milagro patente.

Aunque es inútil pedir y buscar pruebas racionales o "científicas" del hecho y del modo de la resurrección de Jesús, nuestra fe en ella no es irracional, ilusoria, ni visceral. Creemos basados en el testimonio de los apóstoles que fueron testigos oculares de Cristo resucitado. Como tales se proclaman desde el principio del kerigma apostólico. Testigos tan cualificados como indica esa palabra en griego: "mártires" que dieron su vida por anunciar y testimoniar el evangelio, la buena nueva de "Jesucristo, muerto por nuestros pecados, y resucitado por nuestra salvación", según la formulación teológica y síntesis paulina del misterio pascual de Cristo (Rom 4,25).

Su testimonio es fidedigno, por tanto, y de plena credibilidad; es la base de la fe de cuantos no vimos personalmente a Jesús, pero creemos en él como Señor de la creación y de la historia humana y Juez de vivos y muertos, que da vida eterna a cuantos lo aceptan por la fe. ¡Dichosos los que crean sin haber visto! Desde entonces la fe de los apóstoles, el credo apostólico, es la fe del pueblo de Dios, que somos nosotros.

Feliz Pascua, hermano,
Francesc Mulet

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DRC,B - 2009 (Pagola)

Domingo de ramos
Marcos 14,1-15,47
EL GESTO SUPREMO
José Antonio Pagola

Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno.

Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás.

Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón.

Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas.

Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Ésta actitud salvadora que inspira su vida entera, inspirará también su muerte.

Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera.

Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados.

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3DP,B - 2009 (Pagola)

Lucas 24, 35-47
CREER POR EXPERIENCIA PROPIA
José Antonio Pagola

No es fácil creer en Jesús resucitado. En última instancia es algo que sólo puede ser captado y comprendido desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros. Si no experimentamos nunca «por dentro» la paz y la alegría que Jesús infunde, es difícil que encontremos «por fuera» pruebas de su resurrección.

Algo de esto nos viene a decir Lucas al describirnos el encuentro de Jesús resucitado con el grupo de discípulos. Entre ellos hay de todo. Dos discípulos están contando cómo lo han reconocido al cenar con él en Emaús. Pedro dice que se le ha aparecido. La mayoría no ha tenido todavía ninguna experiencia. No saben qué pensar.

Entonces «Jesús se presenta en medio de ellos y les dice: “Paz a vosotros”». Lo primero para despertar nuestra fe en Jesús resucitado es poder intuir, también hoy, su presencia en medio de nosotros, y hacer circular en nuestros grupos, comunidades y parroquias la paz, la alegría y la seguridad que da el saberlo vivo, acompañándonos de cerca en estos tiempos nada fáciles para la fe.

El relato de Lucas es muy realista. La presencia de Jesús no transforma de manera mágica a los discípulos. Algunos se asustan y «creen que están viendo un fantasma». En el interior de otros «surgen dudas» de todo tipo. Hay quienes «no lo acaban de creer por la alegría». Otros siguen «atónitos».

Así sucede también hoy. La fe en Cristo resucitado no nace de manera automática y segura en nosotros. Se va despertando en nuestro corazón de forma frágil y humilde. Al comienzo, es casi sólo un deseo. De ordinario, crece rodeada de dudas e interrogantes: ¿será posible que sea verdad algo tan grande?

Según el relato, Jesús se queda, come entre ellos, y se dedica a «abrirles el entendimiento» para que puedan comprender lo que ha sucedido. Quiere que se conviertan en «testigos», que puedan hablar desde su experiencia, y predicar no de cualquier manera, sino «en su nombre».

Creer en el Resucitado no es cuestión de un día. Es un proceso que, a veces, puede durar años. Lo importante es nuestra actitud interior. Confiar siempre en Jesús. Hacerle mucho más sitio en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades cristianas.

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2DP,B - 2009 (Pagola)

Juan 20, 19-31
VIVIR DE SU PRESENCIA
José Antonio Pagola

El relato de Juan no puede ser más sugerente e interpelador. Sólo cuando ven a Jesús resucitado en medio de ellos, el grupo de discípulos se transforma. Recuperan la paz, desaparecen sus miedos, se llenan de una alegría desconocida, notan el aliento de Jesús sobre ellos y abren las puertas porque se sienten enviados a vivir la misma misión que él había recibido del Padre.

La crisis actual de la Iglesia, sus miedos y su falta de vigor espiritual tienen su origen a un nivel profundo. Con frecuencia, la idea de la resurrección de Jesús y de su presencia en medio de nosotros es más una doctrina pensada y predicada, que una experiencia vivida.

Cristo resucitado está en el centro de la Iglesia, pero su presencia viva no está arraigada en nosotros, no está incorporada a la sustancia de nuestras comunidades, no nutre de ordinario nuestros proyectos. Tras veinte siglos de cristianismo, Jesús no es conocido ni comprendido en su originalidad. No es amado ni seguido como lo fue por sus discípulos y discípulas.

Se nota enseguida cuando un grupo o una comunidad cristiana se siente como habitada por esa presencia invisible, pero real y activa de Cristo resucitado. No se contentan con seguir rutinariamente las directrices que regulan la vida eclesial. Poseen una sensibilidad especial para escuchar, buscar, recordar y aplicar el Evangelio de Jesús. Son los espacios más sanos y vivos de la Iglesia.

Nada ni nadie nos puede aportar hoy la fuerza, la alegría y la creatividad que necesitamos para enfrentarnos a una crisis sin precedentes, como puede hacerlo la presencia viva de Cristo resucitado. Privados de su vigor espiritual, no saldremos de nuestra pasividad casi innata, continuaremos con las puertas cerradas al mundo moderno, seguiremos haciendo «lo mandado», sin alegría ni convicción. ¿Dónde encontraremos la fuerza que necesitamos para recrear y reformar la Iglesia?

Hemos de reaccionar. Necesitamos de Jesús más que nunca. Necesitamos vivir de su presencia viva, recordar en toda ocasión sus criterios y su Espíritu, repensar constantemente su vida, dejarle ser el inspirador de nuestra acción. Él nos puede transmitir más luz y más fuerza que nadie. Él está en medio de nosotros comunicándonos su paz, su alegría y su Espíritu.

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3DP,B - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet

Apariciones de Jesús: En la perplejidad de los discípulos ante la aparición de Cristo resucitado vemos que la fe tiene una franja de claroscuro que se sitúa entre la duda y la entrega confiada y que está compuesta de riesgo y seguridad al mismo tiempo.

La fe tiene un matiz muy especial que le es exclusivo y que constituye su paradoja del claroscuro: por una parte es inseguridad y riesgo, aunque compensados por otra con una certeza absoluta, indefinible pero cierta y superior incluso a la verdad experimental, científica o lógica. "La fe es seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve" (Heb 11,1).

Creer en la resurrección de Jesús no es cargarse de razones para demostrar este acontecimiento sorprendente e indemostrable con los métodos científico-históricos, sino aceptar el misterio de fe que constituye este hecho cierto en la vida de Jesús y en la nuestra.

A la fe no se llega por deducciones lógicas o argumentos contundentes, sino por la entrega, la confianza, el encuentro personal y la aceptación de Dios a través de su palabra; es decir, por el núcleo central de la persona que se abre al don de Dios.

"El corazón tiene sus razones que la razón no comprende... Es el corazón el que siente a Dios, no la razón. Y eso es precisamente la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón", escribió Blas Pascal.

Creer hoy es comprometerse gozosamente con Dios, con nuestra conciencia y actitudes personales, con los demás, con el mundo y con la vida. Creer es vivir toda nuestra vida con espíritu pascual, es decir, como resurrección perenne y nacimiento constante a la vida nueva de Dios; y atreverse, como los apóstoles y primeros creyentes, a convertirnos radicalmente cambiando el rumbo de nuestra vida y dando razón de nuestra esperanza a pesar de la duda y del egoísmo, de la injusticia y del desamor, de la vulgaridad y de la muerte.

Oremos unos por otros y ánimo, como Dios quiere.

Abrazos,
Francesc Mulet

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1DRC,B - 2009 (Mulet)

Semana Santa
Domingo de ramos
Francesc Mulet, escolapio

Ramos y Pasión están en mutua referencia, aunque el primer paso suene a triunfo y el segundo a humillación. Jesús entra en Jerusalén como rey mesiánico, humilde, pacífico, en actitud de servicio y no de poder temporal. Él es el siervo paciente del Señor (lª lect.), y camina hacia su pasión mediante la auto-humillación que expresa el himno de la cristiandad primera, tal como nos lo transmite Pablo (2ª lect.). Aun siendo Dios, Cristo se rebajó hasta someterse a una muerte de cruz, por eso el Padre lo levantó sobre todo. Su abajamiento le mereció la gloria de la resurrección, un nombre sublime y la adoración del universo entero como Señor de la creación.

En la pasión de Cristo se cumplió el repetido anuncio de Jesús sobre su muerte violenta en Jerusalén. La pregunta obvia es: ¿Por qué tenía que ser así? La respuesta más profunda y válida solamente Dios puede darla, pues pisamos el terreno insondable del designio divino y su proyecto eterno de redención realizado en Cristo.

Nos consta la repugnancia natural de Jesús, como hombre que era, ante los sufrimientos de su pasión, tanto físicos, torturas, flagelación, coronación de espinas, crucifixión, como síquicos: traición de Judas, precio de esclavo a su persona, negación de Pedro, deserción general de los discípulos, ingratitud del pueblo judío, envidia y odio de sus jefes religiosos. La "agonía" de Getsemaní es un prólogo suficientemente elocuente a este respecto. Jesús, no obstante, acepta la voluntad del Padre: No se haga mi voluntad, sino la tuya. Éste es el motivo y la razón de la obediencia de Cristo: el deseo del Padre, que es la salvación del hombre. Verdad central de nuestra fe y sumamente alentadora: Dios ha tomado partido por el hombre y lo ama.

Jesús carga con la cruz de su pasión por fidelidad al Padre y por amor al hombre, es decir, por solidaridad con sus hermanos. El motivo parece doble, pero en el fondo es único, porque la voluntad del Padre es el amor y la salvación del hombre; "por nosotros y por nuestra salvación"

Cargar hoy la cruz con Cristo supone ir a contracorriente; es solidarizarse con los que no cuentan socialmente; es optar por la justicia, la verdad y la libertad, aceptando las consecuencias dolorosas a que nos conducirá tal opción; es seguir siendo honestos con Dios cuando lo más fácil y ventajoso puede ser abandonar la ética evangélica: dinero sucio, violencia, sexo, discriminación, revanchismo, divorcio, aborto…

Cargar hoy con la cruz del Señor supone elegir la impopularidad en vez del aplauso inmoral, el perdón y la reconciliación en vez del odio y la venganza. Todo eso es morir con Cristo al pecado para resucitar con él a la vida de Dios.

Intentaré vivirlo aquí en la ciudad con los dos padres mayores y las cofradías por delante de casa. Dios también tendrá misericordia de nosotros.

Un abrazo,
Francesc Mulet i Ruís, escolapi

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