CC - TCuaresma - D1 (EduardoA)
2 lectura: Romanos 10, 8 - 13
3 lectura: Lucas 4, 1 - 13
El miércoles de ceniza ha sido como el puerto de salida para toda la Cristiandad. Más de mil millones de cristianos de toda condición, clase social y cultura se han puesto a navegar. Mil millones que nos hemos embarcado en una aventura valiente, esperanzada, pero arriesgada, porque aunque el triunfo está asegurado, hay que luchar para conseguir ese equilibrio de nuestro ser y desde ya, comenzar a ser felices y hacer felices a cuantos nos rodean y a los que no te rodean, a los de cerca y los de lejos.
La travesía dura 40 días. Al pueblo de Israel le costó 40 años. A Jesús le costó también cuarenta días, hacer la prueba del desierto. A ti, lo que dure tu vida, que es también, como un cuarenta.
El número 40 significa en la Biblia, un periodo largo de prueba. En realidad, toda tu vida. Tu vida es un cuarenta. Y durante este periodo de cuarenta, como número o cantidad simbólica andamos buscando el sentido de nuestra condición humana: ¿Quién me ha traído a la vida? Mis padres. Es una respuesta infantil, porque mis padres no son dueños de la vida, que no me la han dado, sino tan solo me la han transmitido. Son como los cables de la luz eléctrica: por ellos pasa la electricidad, pero ellos no son la electricidad. Por ellos pasa la vida, pero ellos no son la vida, no la tienen en propiedad, porque ellos se mueren. ¿Por qué me han traído a esta vida y en este país, y en este siglo, y con estos padres y con esta familia? Y ¿para qué me han traído? Y nos hacemos estas preguntas o las pensamos, de vez en cuando, porque dejarse vivir, y vivir sin sentido, nos resulta un sin sentido, una estupidez. ¿Qué tengo que hacer, qué se espera de mí, si algo se espera? ¿Y cuándo acabará esto? ¿Y después? ¿Hay algo? ¿No hay nada? ¿Qué soy, en definitiva? Y ¿cómo soy?.
El miércoles de ceniza, ya se nos perfiló un poco la respuesta a esta última pregunta y hoy en el Evangelio se nos completa esta respuesta. El miércoles se nos declaraba y se nos daba el programa de cuaresma. Para lograr ser lo que somos tenemos que equilibrar nuestras tendencias, mediante la limosna, la oración y el ayuno.
Este slogan o enunciado tradicional, de la catequesis cuaresmal se presta a quedarnos con una interpretación elemental e infantil, y que no alcancemos su verdadero valor, fuerza y sentido. Procuraremos aclararlo y profundizarlo en la medida de lo posible.
Hoy en el Evangelio, hemos visto al mismo Jesucristo, que en cuanto hombre, ser humano, como cada uno de nosotros, vence y equilibra las tres tendencias que todos sentimos, experimentamos y con ellas vivimos. Son TENDENCIAS BÁSICAS, APTITUDES NATURALES. Son fuerzas de nuestra propia naturaleza humana, ciegas, e instintivas. Son medios privilegiados para realizarnos y hacer que seamos lo que somos. Esas fuerzas naturales, que todos tenemos, son: el deseo de tener, el deseo de ser, y el deseo de gozar. Pero estas fuerzas o tendencias se pueden desequilibrar, se pueden desbocar. Jesús sintió, como ser humano que era, la fuerza desordenada de estas tendencias que tienden entonces a destruir al hombre. Sintió la tentación del desorden de estas fuerzas. Y lo venció con la limosna, la oración y el ayuno, entendidos de manera profunda y no de modo superficial, elemental e infantil.
Intentemos verlo y reflexionar sobre este programa, porque es para toda la cuaresma; aun más, es para toda la vida.
Todo ser humano está constituido por una triple fuerza vital, de la que Dios le ha dotado.
Todos experimentamos una tendencia natural a TENER o poseer para vivir: alimentos, vestidos, vivienda o espacio vital etc. Pero esta tendencia con más o menos frecuencia experimenta la tentación de desbordarse. Y así es una tentación para el ser humano, la AVARICIA: que es querer tener y tener, poseer todo, y se traduce en el egoísmo, que es quererlo toda para sí. San Juan llama a esta tendencia desordenada la concupiscencia de los ojos. Todo lo que vemos, lo queremos. Es la ley que rige el mundo: la ley del dinero, con el que nos parece se consigue todo. “Te daré todo este poder material y la gloria de estos reinos, si te postras delante de mi”, le dijo el diablo a Jesús. Y caemos de rodillas ante el becerro de oro, como los israelitas en el desierto, junto al Sinaí, caemos y somos derrotados por nuestro egoísmo, la avaricia y ansias posesivas.
El remedio para vencer esta tentación es la LIMOSNA, que consiste en comenzar a dar lo que tienes. Si mucho, mucho; si poco, poco, pero hay que dar. Da tu tiempo, tu dinero, tus bienes. Así, por ese camino podrás llegar a dar lo que tus eres, que es la verdadera limosna, el verdadero remedio para la primera tentación de poseer y tener. Da amor, da cariño, da compasión, da indulgencia, da perdón, DATE TÚ. Descubrirás así la dimensión divina de tu grandeza.
Los antiguos lo decían así: OMNIA HABENTES ET NIHIL POSSIDENTES”. Tener TODO, como si no tuviéramos NADA. Desprendimiento, pues de las cosas, de los bienes, de la riqueza, de mi mismo. Ser, pues, SEÑOR de mi mismo. Tener un gran SEÑORÍO sobre todo y sobre mí.
La 2ª tendencia, es el deseo, tendencia o fuerza vital, con la que Dios nos dotó, es el deseo de ser; de ser alguien en la vida y no un mequetrefe; de tener el prestigio debido, en mi familia, entre mis amigos, en mi centro de estudio o de trabajo, que me respeten, que no me traten como a un payaso. Deseo y búsqueda del valor de mi vida, del sentido de mi ser Es el problema fundamental de nuestra vida, De nada sirve comer y gozar, si no nos tienen en cuenta, en consideración. “Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra”, que dijo aquel famoso marino, Hernán Cortés, al destruir su flota, en la conquista de México. Perdió los barcos, pero salvó la honra.
Cuando esta tendencia se desborda, se despierta en nosotros la actitud contraria: la SOBERBIA, el ORGULLO. Nos creemos dueños y señores de todo, determinando a nuestro aire y conveniencia, lo que es bueno y justo, y lo que es malo e injusto. “Tírate de aquí abajo, como si fueras dueño y señor de las leyes del mundo, como si fueras Dios”, le dijo Satán a Jesús, Prescindimos de Dios, negamos a Dios. Nos constituimos en señores del mundo. Y así, de esta manera, nos destruimos nosotros a nosotros mismos y aniquilamos el orden del mundo.
Un solo ejemplo escandaloso de nuestros días a nivel mundial. Los Parlamentos de muchas naciones han dictado y aprobado leyes sobre la vida y la muerte. Aprueban y autorizan el aborto, como dueños y señores de la vida, que se la dan así, por ley, al que quieren. Da tal manera, que hoy, nacer no es un derecho de la naturaleza del ser humano, es un capricho, que depende de la omnímoda voluntad de los partidos políticos y de los Parlamentos que forman.
Aprueban también el divorcio absoluto, como señores y jueces del amor y quieren determinar el fin de la vida humana, por ley de la eutanasia, que dicen es más humana y justa, y se hacen y nos hacen dueños y señores y dioses de una vida humana, que no nos hemos dado, sino que todos hemos recibido. y nos engañan y nos engañamos, cuando no aceptando nosotros, que somos contingentes y no necesarios para el mundo. Nos morimos y el mundo y la humanidad no necesita de cada uno de nosotros, siguen adelante, como si no hubiéramos existido, por muchos homenajes que nos hagan después de nuestra muerte.
El miércoles de ceniza se ponía en nuestras manos el remedio: la ORACIÓN, que es un reconocimiento de que yo no soy nada y el Señor lo es todo. Es la aceptación de mi condición humana, de ser contingente, de criatura y por consiguiente, limitada y mortal. Así, reconozco a Dios como el único Señor. Dejaré, entonces de avasallar a mis semejantes con mi prepotencia, soberbia y orgullo. Donoso Cortés decía, que “Nunca es el hombre más grande, que cuando está de rodillas”. La oración es, pues, la grandeza del hombre
Y finalmente, cuando entro en diálogo con Dios en un trato diario, a través de la oración y desarrollando así un espíritu de humildad y no de soberbia, Jesús mismo se convierte para mí como en un espejo, un modelo y al mirarme en El, me veo desfigurado por el exceso en el placer, en el gozar. Empiezo a sentir la necesidad de purificar mi vida de placeres y sensaciones desordenadas, que me degradan y desfiguran toda la grandeza de mi ser con que he sido creado.
Buscaré y sentiré la necesidad de emplear el remedio infalible para el equilibrio de mi ser. Es el tercer medio: AYUNO Y ABSTINENCIA.
Ayunar y abstenerse de todo aquello que no me deja “ser señor” y que por el contrario te esclaviza y embrutece. No se trata, con esto de ayuno y abstinencia, de comer poco o no comer carne los viernes, que eso es solo signo y señal de lo que realmente encierran esas palabras de ayuno y abstinencia. De lo que se trata es de no comer, es decir, de abstenerme de todo aquello que te degrada y no te deja ser lo que tú eres: criatura de Dios, hijo de Dios.
Come toda la carne que quieras, pero abstente de la relación carnal del concubinato o de la prostitución. De esa carne es de la que debo abstenerme y ayunar, porque me degrada, y destruye mi vida y mi hogar. Así llegaré a “ser señor” e “hijo de Dios.
La Eucaristía que vamos a celebrar será nuestra fuerza para recorrer ese camino. Cristo va delante, camino de su triunfo, de su Pascua, de la nueva vida, de la RESURRECCIÖN, luchando como cualquier hombre contra el deseo desmedido de poder, de prestigio y de bienestar, mediante la limosna, la oración y el ayuno.
Amén
Edu, escolapio