Saturday, February 10, 2007

CC - TOrdinario - D6 (EduardoA)

6º.- DOMINGO TO. –C

1ª lectura: Jeremía 17, 5-8
2ª lectura: 1ª Corintios 15,12.16-20
3ª lectura: Lucas 6. 17.20-26


Nos ha dicho el profeta Jeremías: “Maldito quien confía en el hombre” y “Bendito quien confía en el Se-ñor”. Es decir, el ser humano se encuentra en una encrucijada de caminos: entre la maldición y la bie-naventuranza (Deut.11/26-32).

Jeremías espiritualiza esa felicidad o maldición materiales, como dice el Deuteronomio. No se trata de que el justo posea solamente numerosos árboles ricos en fruto, sino que el mismo justo será él, un ár-bol fecundo, que no dejará de dar fruto. (7,8). NO SE TRATA YA DE POSEER, SINO DE SER.

De la misma manera y en igual proporción, el malvado no solo será castigado con la esterilidad de sus campos, convertidos en desierto, sino que él mismo será un desierto estéril, en el que nada, ni nadie acudirá a buscar cobijo (6).

Es un método sapiencial, para gente sensata, gentes sabias, y que consiste en contraponer las dos ca-ras de la realidad. La antítesis de la confianza en lo solo humano, teniendo una visión corta de las cosas y de la vida; y a la que se contrapone la otra cara de la realidad, la tesis, que es poner toda nuestra confianza en Dios, que da un sentido de plenitud a las cosas y a la vida. Maldición, pues, y Bendición o vida llena, bendita, que nos lanza hacia lo infinito, hacia lo absoluto, hacia Dios.

Para presentarnos la antítesis, del que confía solo en lo humano, el profeta empleará imágenes y com-paraciones del mundo vegetal.

Hay pues, que hacer una elección entre Dios, poniendo en él nuestra confianza o ponerla en el hombre carnal, buscando en la carne- el poder terrenal y mundano - toda nuestra fuerza. Hay que elegir entre la maldición del desierto o la bendición del árbol frondoso, plantado junto a las corrientes de agua, que no deja de dar fruto. Hay que elegir entre dichosos, bienaventurados vosotros o entre el ¡ay de voso-tros, malditos!.

El drama del hombre que “se fía de él mismo”, estriba en buscar una felicidad a su medida; este hom-bre edifica a partir de las reservas seguras, que ha podido acumular, frecuentemente con malas artes: dinero, amor, profesionalidad… Pero el corazón se sitúa en una nueva e inesperada alternativa, desde la que se siente llamado, para remontar la noción de una felicidad hecha a su mediocre medida, y lanzar-se a vivir en comunión con el Absoluto y descubrir a aquel que puede hacerle totalmente feliz.

Esta idea clave sobre la felicidad viene concretizada en el sermón de la montaña, donde Jesucristo reve-la la carta magna del cristianismo. Es como su DNI (documento nacional de identidad): El discurso o sermón de las bienaventuranzas: Dichosos, dichosos, felices, felices. Es la primera palabra de todas las bienaventuranzas. El tema clave es, pues, la felicidad. Jesús viene a manifestarnos el proyecto del Pa-dre. Sabemos bien que Dios ha creado al hombre para ser feliz. Lo contrario sería inverosímil e imposi-ble por parte de un Dios que se nos ha revelado como Padre.

Efectivamente, Dios había puesto a Adán y Eva, símbolos que son de toda la humanidad, en un paraíso; la humanidad misma está destinada desde su creación a un paraíso, a ser feliz. Basta por otra parte, mirar alrededor de sí y en nuestro propio corazón para comprobar cómo aspira el hombre a la felicidad. Es una verdadera carrera, llena de avidez y empeño.

Y esto no nos debe extrañar, porque Dios mismo es dichoso, Dios vive en la alegría y en la felicidad. Y es hacia Dios hacia donde camina esta misma humanidad: “Nos hiciste a tu imagen y semejanza, Se-ñor, nos dirá San Agustín, y nuestro corazón permanecerá inquieto y desasosegado mientras no des-canse en ti”.

¿Cómo alcanzaremos esta felicidad profunda y auténtica, esta bienaventuranza? La interpretación de las bienaventuranzas según San Lucas, invita a todos los hombres ricos o pobres, a todos sin excepción, a transformar las estructuras de la sociedad para que haya menos gente pobre y abandonada. Buscar un nuevo orden internacional. Es un mensaje claramente social y está en la línea de todo su evangelio, pues los primeros convertidos al cristianismo se produjeron, de hecho, en las clases sociales desfavore-cidas.

Lucas se dirige a pobres reales, a las clases sociales materialmente más pobres que los otros: “vosotros los pobre, vosotros que tenéis hambre, vosotros que lloráis, vosotros los que sois despreciados”. Se trata de circunstancias bien concretas, históricas, pues el adverbio, ahora, refuerza esta impresión: “los que ahora tenéis hambre, los que ahora lloráis”.

San Mateo hace una interpretación más mística, de las bienaventuranzas en su evangelio. El pensa-miento de Jesús comporta los dos sentidos. En San Mateo se invita a todos los hombres, ricos y pobres, ha despojarse espiritualmente, se nos invita a la conversión del corazón, a una actitud o talante de desprendimiento de las cosas, de lo material. Que las riquezas no te encadenen, que las riquezas no te hagan esclavo, que las riquezas no te ahoguen.

No podré transformar las estructuras injustas de la sociedad para que haya primero más justicia y des-pués más felicidad, si antes no convierto mi corazón, si antes no me desprendo de las cosas, de los bie-nes que he acumulado: materiales: mi dinero; culturales: mis ideas y mis títulos. Si mi tesoro está en esta dicha de lo material, mi corazón estará allí apresado, porque donde está tu tesoro, allí está tu co-razón.

San Juan de la Cruz nos lo dirá con palabras parecidas, que nos introducen en el mundo místico y no por ello menos real, que es en definitiva, la más verdadera y profunda solución al problema del hom-bre: su encuentro amoroso con Dios, su creador y su señor.

“Para venir a poseerlo todo, nos dice San Juan de la Cruz, no quieras poseer algo en nada, puesto que cuando reparas en algo dejas de entregarte al todo. Porque para venir de todo al todo has de dejar del todo, todo. Y cuando lo vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer. Porque, si quieres tener algo en todo, no tiene puro en Dios tu tesoro”.

Conversión del corazón y compromiso temporal, social, son los dos ejes para lograr esta bienaventuran-za prometida por Jesús.

Acabamos el domingo pasado con ese pensamiento o idea, con ese hilo, que hoy necesitamos recordar para entretejerlo: “Simón Pedro y sus compañeros, sacaron las barcas a tierra, repletas de peces y DE-JÁNDOLO TODO, lo siguieron.

Pobres por completo, sin nada.

¿Cómo así? ¿Qué pasó?
Es que antes habían hecho la experiencia de Dios, cuando Jesús subió a su barca y lo dejaron subir y le hicieron caso de apartarse un poco de la orilla; y así sentado en al barca, enseñaba a las gentes y estos hombres se lo comían con los ojos y lo apresaban en su corazón. “Jamás hombre alguno hablaba como ese hombre”.

¿Te pasa a ti lo mismo cuando lees y reflexionas en la Palabra de Dios de los domingos, al menos?

Y le siguieron haciendo caso cuando les pidió entraran de nuevo al lugar de los fracasos de la noche anterior, entrando mar a dentro a pescar. Tan pobres se quedaron, que renunciaron incluso a lo que sabían como pescadores avezados en la pesca.

Que en esta Eucaristía logremos entrar en este diálogo de la felicidad, de la bienaventuranza, para que llenos de ella, la podamos compartir con nuestros hermanos, creyentes o no creyentes, cristianos o no cristianos.

Desprendidos de todo, como verdaderos pobres y con hambre de Dios

AMEN
Edu, escolapio

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