Wednesday, October 29, 2008

30DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 22, 34 – 40
PASIÓN POR DIOS, COMPASIÓN POR EL SER HUMANO
José Antonio Pagola

Cuando olvidan lo esencial, fácilmente se adentran las religiones por caminos de mediocridad piadosa o de casuística moral, que no sólo incapacitan para una relación sana con Dios, sino que pueden desfigurar y destruir gravemente a las personas. Ninguna religión escapa a este riesgo.

La escena que se narra en los evangelios tiene como trasfondo una atmósfera religiosa en que maestros religiosos y letrados clasifican cientos de mandatos de la Ley divina en «fáciles» y «difíciles», «graves» y «leves», «pequeños» y «grandes». Imposible moverse con un corazón sano en esta red.

La pregunta que plantean a Jesús busca recuperar lo esencial, descubrir el «espíritu perdido»: ¿cuál es el mandato principal?, ¿qué es lo esencial?, ¿dónde está el núcleo de todo? La respuesta de Jesús, como la de Hillel y otros maestros judíos, recoge la fe básica de Israel: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser».

Que nadie piense que se está hablando aquí de emociones o sentimientos hacia un Ser Imaginario, ni de invitaciones a rezos y devociones. «Amar a Dios con todo el corazón» es reconocer humildemente el Misterio último de la vida; orientar confiadamente la existencia de acuerdo con su voluntad: amar a Dios como fuerza creadora y salvadora, que es buena y nos quiere bien.

Todo esto marca decisivamente la vida pues significa alabar la existencia desde su raíz; tomar parte en la vida con gratitud; optar siempre por lo bueno y lo bello; vivir con corazón de carne y no de piedra; resistirnos a todo lo que traiciona la voluntad de Dios negando la vida y la dignidad de sus hijos e hijas.

Por eso el amor a Dios es inseparable del amor del amor a los hermanos. Así lo recuerda Jesús: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No es posible el amor real a Dios sin descubrir el sufrimiento de sus hijos e hijas. ¿Qué religión sería aquella en la que el hambre de los desnutridos o el exceso de los satisfechos no planteara pregunta ni inquietud alguna a los creyentes? No están descaminados quienes resumen la religión de Jesús como «pasión por Dios y compasión por la humanidad».

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29DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 22, 15 – 21
SON DE DIOS, DE NADIE MÁS
José Antonio Pagola

«Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». Pocas palabras de Jesús habrán sido tan citadas como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada desde intereses muy ajenos a aquel Profeta que vivió totalmente dedicado, no precisamente al Emperador sino a los olvidados, empobrecidos y excluidos por Roma.

El episodio está cargado de tensión. Los fariseos se han retirado a planear un ataque decisivo contra Jesús. Para ello envían a «unos discípulos»; no vienen ellos mismos; evitan el encuentro directo con Jesús. Ellos son defensores del orden vigente y no quieren perder su puesto privilegiado en aquella sociedad que Jesús está cuestionando de raíz.

Pero, además, los envían acompañados «por unos partidarios de Herodes» del entorno de Antipas. No faltan entre ellos terratenientes y recaudadores encargados de almacenar el grano de Galilea y enviar los tributos al César.

El elogio que hacen de Jesús es insólito en sus labios: «Sabemos que eres sincero y enseñas el camino conforme a la verdad». Todo es una trampa, pero han hablado con más verdad de lo que se imaginan. Es así. Jesús vive totalmente entregado a preparar el «camino de Dios» para que nazca una sociedad más justa.

No está al servicio del emperador de Roma; ha entrado en la dinámica del reino de Dios. No vive para desarrollar el Imperio, sino para hacer posible la justicia de Dios entre sus hijos e hijas. Cuando le preguntan si «es lícito pagar impuesto al César o no», su respuesta es rotunda: «Pagad al Cesar lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios».

Jesús no está pensando en Dios y el César como dos poderes que pueden exigir cada uno sus derechos a sus súbditos. Como judío fiel, sabe que a Dios le pertenece «la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes» (salmo 24). ¿Qué le puede pertenecer al César, que no sea de Dios? Sólo su dinero injusto.

Si alguien vive enredado en el sistema del César, que cumpla sus «obligaciones», pero si entra en la dinámica del reino de Dios ha de saber que los pobres le pertenecen sólo a Dios, son sus hijos predilectos. Nadie ha de abusar de ellos. Esto es lo que Jesús enseña «conforme a la verdad».Sus seguidores nos hemos de resistir a que nadie, cerca o lejos de nosotros, sea sacrificado a ningún poder político, económico, religioso ni eclesiástico. Los humillados por los poderosos son de Dios. De nadie más.

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29DO,A - 2008 (Mulet)

Francesc Mulet

Lo más acertado para definir la conducta del cristiano en la sociedad civil es atender al ejemplo y la actuación de Jesús de Nazaret; porque también él fue ciudadano de un Estado. Frente a la autoridad Jesús mantuvo una actitud de lealtad, si bien crítica. Aunque cumplía las observaciones básicas de la ley mosaica: celebraba la pascua y demás festividades, frecuentaba la sinagoga, acudía al templo y pagaba el impuesto del mismo, etc., no obstante, fue un revolucionario religioso y doctrinal.

Aunque en ningún caso aparece Jesús como un revolucionario político, pues siempre rehusó el mesianismo temporal (es bueno releer “Jesús y los revolucionarios de su tiempo” Oscar Cullman. Madrid 1973). Él no aprobó la lucha armada de los zelotas; y jamás enseñó, ni permitió, ni usó la violencia, ni siquiera para defender su vida ante una condena injusta por parte de los poderes constituidos.

En su respuesta sobre el impuesto al César, Jesús no sacraliza la autoridad del que manda, pero sí le reconoce su derecho, y presenta la obediencia como un deber de los ciudadanos; por eso asiente al pago del impuesto. No obstante delimita el cometido del poder civil al ordenamiento del bien común de la sociedad, pues coloca el derecho de Dios y la obediencia al mismo sobre la sumisión al Estado, que queda también dentro de la ordenación general a Dios.

Por eso, en caso de conflicto es Dios quien debe prevalecer, como proclamaron los apóstoles ante el sanedrín. Y también por eso es legítimo el disentimiento, la objeción de conciencia, la oposición, la resistencia e incluso la desobediencia, en el caso de un Estado totalitario que se autodiviniza o de una ley civil que contradice los principios evangélicos o que no salvaguarda los derechos de las personas, tales como: ética, vida, familia, libertad de religión, de conciencia, de educación, etc.

El cristiano debe ser el mejor ciudadano. Nada de lo que debemos a Dios, se lo quitamos al César. Pero la fe religiosa no nos exime de dar a una autoridad estatal legítima y justa la obediencia y colaboración ciudadanas: pago de impuestos, cumplimiento de las leyes, responsabilidad cívica, participación democrática, crítica constructiva y solidaridad en la justicia.

Disculpa, pero en caso de que no estar interesado en estas presentaciones, te ruego que me lo indiques, para no agobiarte más.

Gracias,
Francesc Mulet i Ruís

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Monday, October 13, 2008

28DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 22, 1 – 14
EN LOS CRUCES DE LOS CAMINOS
José Antonio Pagola

Jesús conocía muy bien la vida dura y monótona de los campesinos. Sabía cómo esperaban la llegada del sábado para «liberarse» del trabajo. Los veía disfrutar en las fiestas y en las bodas. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a un banquete y poder sentarse a la mesa con los vecinos a compartir una fiesta?

Movido por su experiencia de Dios, Jesús comenzó a hablarles de una manera sorprendente. La vida no es sólo esta vida de trabajos y preocupaciones, penas y sinsabores. Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos e hijas. A todos los quiere ver sentados junto a él, en torno a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.

Jesús no se contentaba sólo con hablar así de Dios. Él mismo invitaba a todos a su mesa y comía incluso con pecadores e indeseables. Quería ser para todos la gran invitación de Dios a la fiesta final. Los quería ver recibiendo con gozo la invitación y creando entre todos un clima más amistoso y fraterno que los preparara adecuadamente para la fiesta final.

¿Qué ha sido de esta invitación?, ¿quién la anuncia?, ¿quién la escucha?, ¿dónde se puede tener noticias de esta fiesta? Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a todo lo que no sea nuestro propio interés inmediato, no creemos necesitar de Dios. ¿No nos estamos acostumbrando poco a poco a vivir sin necesidad de una esperanza última en nada?

En la parábola de Mateo, cuando los que tienen tierras y negocios rechazan la invitación, el rey dice a sus criados: «Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda». La orden es inaudita, pero refleja lo que siente Jesús. A pesar de tanto rechazo y menosprecio, habrá fiesta. Dios no ha cambiado. Hay que seguir convidando.

Pero ahora lo mejor es ir a «los cruces de los caminos» por donde pasan tantas gentes errantes, sin tierras ni negocios, a los que nadie ha invitado nunca a nada. Ellos pueden entender mejor que nadie la invitación. Pueden recordarnos la necesidad última que tenemos de Dios. Pueden enseñarnos la esperanza.

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28DO,A - 2008 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

La importancia y alegría de una invitación se mide por la categoría del que nos invita, pues tal atención significa entrar en el círculo de sus amigos. ¿Y qué decir si el que nos convida es Dios? A nosotros toca dar una respuesta agradecida a la gratuidad amorosa del Señor. Desgraciadamente abundamos con frecuencia en las excusas de los primeros invitados de la parábola, y por la ceguera de nuestros mezquinos intereses nos autoexcluimos de la fiesta. En el fondo, tal negativa a Dios es negación de la fraternidad humana, que se explaya en el ambiente festivo de una comida de amistad.

Tres son las condiciones para una respuesta adecuada a la invitación de Dios, y las hallamos expresadas en la segunda lectura y en el evangelio de hoy:

a) Tener alma de pobre, porque "Dios colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos" (Lc 1,53). Tener alma de pobre significa estar disponible para Dios y los hermanos, vivir con el corazón despegado del consumismo, compartir con los demás lo que se tiene, sentirse desinstalado y con la absoluta libertad que confiesa Pablo en la despedida de su carta a los Filipenses que le ayudaron con sus bienes y compartieron su tribulación: “Sé vivir en pobreza y en abundancia, pues estoy entrenado para todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación”.

b) Vestir el traje apropiado, es decir, convertir la mente, el corazón y la vida. Dios está siempre dispuesto a cubrirnos con el vestido nuevo del hijo pródigo, que es su amor de Padre, y a contarnos como elegidos entre los llamados.

c) Talante alegre y fraternal. Finalmente, a la invitación de Dios hemos de responder no con la autosuficiencia, ni con la excusa tonta, ni con el voluntarismo ético del mérito y la contabilidad espiritual -aun sabiendo que nuestra colaboración es indispensable-, sino con un talante incondicional y alegre, porque “todo lo podemos en Aquel que nos conforta”.

Ánimo y adelante en la tarea del Reino de Dios, con humildad y sencillez.

Un abrazo,
Francesc Mulet, escolapio

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27DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 21, 33 – 43
NO DEFRAUDAR A DIOS
José Antonio Pagola


La parábola de los «viñadores homicidas» es tan dura que a los cristianos nos cuesta pensar que esta advertencia profética, dirigida por Jesús a los dirigentes religiosos de su tiempo, tenga algo que ver con nosotros.

El relato habla de unos labradores encargados por un señor para trabajar su viña. Llegado el tiempo de la vendimia, sucede algo sorprendente e inesperado. Los labradores se niegan a entregar la cosecha. El señor no recogerá los frutos que tanto espera.

Su osadía es increíble. Uno tras otro, van matando a los criados que el señor les envía para recoger los frutos. Más aún. Cuando les envía a su propio hijo, lo echan «fuera de la viña» y lo matan para quedarse como únicos dueños de todo.

¿Qué puede hacer ese señor de la viña con esos labradores? Los dirigentes religiosos, que escuchan nerviosos la parábola, sacan una conclusión terrible: los hará morir y traspasará la viña a otros labradores «que le entreguen los frutos a su tiempo». Ellos mismos se están condenando. Jesús se lo dice a la cara: «Por eso, os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».

En la «viña de Dios» no hay sitio para quienes no aportan frutos. En el proyecto del reino de Dios, que Jesús anuncia y promueve, no pueden seguir ocupando un lugar «labradores» indignos que no reconozcan el señorío de su Hijo, porque se sienten propietarios, señores y amos del pueblo de Dios. Han de ser sustituidos por «un pueblo que produzca frutos».

A veces pensamos que esta parábola tan amenazadora vale para antes de Cristo, para el pueblo del Antiguo Testamento, pero no para nosotros que somos el pueblo de la Nueva Alianza y tenemos ya la garantía de que Cristo estará siempre con nosotros.

Es un error. La parábola está hablando también de nosotros. Dios no tiene por qué bendecir un cristianismo estéril del que no recibe los frutos que espera. No tiene por qué identificarse con nuestras incoherencias, desviaciones y poca fidelidad. También ahora Dios quiere que los trabajadores indignos de su viña sean sustituidos por un pueblo que produzca frutos dignos del reino de Dios.

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27DO,A - 2008 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

La parábola de los viñadores homicidas constituye un compendio de la historia de la salvación del hombre por Dios, desde la alianza del Sinaí hasta la fundación de la Iglesia por Jesús como nuevo pueblo de Dios, pasando por los profetas y la persona de Cristo. El anunció el reino de Dios y fue constituido piedra angular de todo el plan salvador de Dios mediante su misterio pascual de muerte y resurrección. En esta perspectiva histórico-salvífica hay dos momentos cumbre que acentúa la parábola en la redacción de Mateo: Cristo y la Iglesia.

a) La referencia cristológica se advierte en dos detalles:
Primero:
El hijo del dueño es arrojado de la viña y muerto fuera de la misma por los renteros malvados y avarientos. Alusión manifiesta a la muerte de Jesús en el Gólgota, fuera de las murallas de Jerusalén.
Segundo:
La mención final de la piedra, rechazada en un principio y convertida luego en piedra angular del edificio o del arco de bóveda, fue un pasaje de los Salmos preferido por la comunidad cristiana para referirse a Cristo, el Señor resucitado y glorioso.

b) La proyección eclesial
es el segundo clímax con que Mateo enriquece, con marcada intención, la enseñanza de la parábola. Fiel a su objetivo catequético sobre el nuevo pueblo de Dios que es la comunidad cristiana, enfatiza la misión de la Iglesia dentro del marco de la historia de salvación: "Se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos". De esta forma se desplaza la atención desde la imagen inicial de la viña hacia el reino de Dios, que es confiado a la Iglesia. La viña, que empezó representando a Israel, concluye significando tanto el nuevo Israel, la Iglesia, como el reino de Dios. Asimismo los nuevos arrendatarios de la viña no son exclusivamente sus jefes religiosos, sino el pueblo como protagonista comunitario y fecundo en frutos maduros.

La parábola es una última llamada a la conversión de fe. Jesús está ya en la meta final de su camino de subida a Jerusalén, la ciudad que mataba a los profetas; y pronuncia esta "parábola de choque" como último aviso a los representantes del pueblo judío para que abran los ojos y le reconozcan como el enviado, el Mesías, el hijo de Dios.

Estrenamos nuevo mes y avanzamos en la tarea escolar. Ánimo y a rezar unos por otros.

Un abrazo,
Francesc Mulet, escolapio

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