Monday, October 13, 2008

28DO,A - 2008 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

La importancia y alegría de una invitación se mide por la categoría del que nos invita, pues tal atención significa entrar en el círculo de sus amigos. ¿Y qué decir si el que nos convida es Dios? A nosotros toca dar una respuesta agradecida a la gratuidad amorosa del Señor. Desgraciadamente abundamos con frecuencia en las excusas de los primeros invitados de la parábola, y por la ceguera de nuestros mezquinos intereses nos autoexcluimos de la fiesta. En el fondo, tal negativa a Dios es negación de la fraternidad humana, que se explaya en el ambiente festivo de una comida de amistad.

Tres son las condiciones para una respuesta adecuada a la invitación de Dios, y las hallamos expresadas en la segunda lectura y en el evangelio de hoy:

a) Tener alma de pobre, porque "Dios colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos" (Lc 1,53). Tener alma de pobre significa estar disponible para Dios y los hermanos, vivir con el corazón despegado del consumismo, compartir con los demás lo que se tiene, sentirse desinstalado y con la absoluta libertad que confiesa Pablo en la despedida de su carta a los Filipenses que le ayudaron con sus bienes y compartieron su tribulación: “Sé vivir en pobreza y en abundancia, pues estoy entrenado para todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación”.

b) Vestir el traje apropiado, es decir, convertir la mente, el corazón y la vida. Dios está siempre dispuesto a cubrirnos con el vestido nuevo del hijo pródigo, que es su amor de Padre, y a contarnos como elegidos entre los llamados.

c) Talante alegre y fraternal. Finalmente, a la invitación de Dios hemos de responder no con la autosuficiencia, ni con la excusa tonta, ni con el voluntarismo ético del mérito y la contabilidad espiritual -aun sabiendo que nuestra colaboración es indispensable-, sino con un talante incondicional y alegre, porque “todo lo podemos en Aquel que nos conforta”.

Ánimo y adelante en la tarea del Reino de Dios, con humildad y sencillez.

Un abrazo,
Francesc Mulet, escolapio

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