Thursday, March 29, 2012

a.SemSanta,B Ramos 2012 (Pagola)

Marcos 14, 1¬15,47
IDENTIFICADO CON LAS VÍCTIMAS
José Antonio Pagola

Ni el poder de Roma ni las autoridades del Templo pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender y de vivir a Dios era peligrosa. No defendía el imperio de Tiberio, llamaba a todos a buscar el reino de Dios y su justicia. No le importaba romper la ley del sábado ni las tradiciones religiosas, solo le preocupaba aliviar el sufrimiento de las gentes enfermas y desnutridas de Galilea.

No se lo perdonaron. Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del imperio y con los olvidados por la religión del templo. Ejecutado sin piedad en una cruz, en él se nos revela ahora Dios, identificado para siempre con todas las víctimas inocentes de la historia. Al grito de todos ellos se une ahora el grito de dolor del mismo Dios.

En ese rostro desfigurado del Crucificado se nos revela un Dios sorprendente, que rompe nuestras imágenes convencionales de Dios y pone en cuestión toda práctica religiosa que pretenda dar culto a Dios olvidando el drama de un mundo donde se sigue crucificando a los más débiles e indefensos.

Si Dios ha muerto identificado con las víctimas, su crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de Jesús. No podemos separar a Dios del sufrimiento de los inocentes. No podemos adorar al Crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres humanos destruidos por el hambre, las guerras o la miseria.

Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días. No nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Nos hemos de rebelar contra esa cultura del olvido, que nos permite aislarnos de los crucificados desplazando el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacia una "lejanía" donde desaparece todo clamor, gemido o llanto.

No nos podemos encerrar en nuestra "sociedad del bienestar", ignorando a esa otra "sociedad del malestar" en la que millones de seres humanos nacen solo para extinguirse a los pocos años de una vida que solo ha sido muerte. No es humano ni cristiano instalarnos en la seguridad olvidando a quienes solo conocen una vida insegura y amenazada.

Cuando los cristianos levantamos nuestros ojos hasta el rostro del Crucificado, contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra salvación. Si lo miramos más detenidamente, pronto descubrimos en ese rostro el de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de nosotros, están reclamando nuestro amor solidario y compasivo.

5DC,B 2012 Reflexión M. Espejo

DOMINGO 5º DE CUARESMA, B
(Jr 31,31-34) "Meteré mi ley en su pecho, la escribirá en sus corazones."
(Hch 5,7-9) "Él, a pesar de ser hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer."
(Jn 12, 20-33) Si el grano no cae en tierra y muere, queda infecundo.

CONTEXTO.
Estamos en el c. 12. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Jesús hace un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felpe y Andrés. Versa, como el domingo pasado sobre la Vida, pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada después de haber aceptado la muerte. También hoy hace referencia a ser levantado en alto, pero aquí para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Jn en este relato en muy claro: Los “judíos” rechazan a Jesús, y los paganos le buscan.

EXPLICACIÓN
Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Todo el evangelio de Jn es como una gran lente que concentrara todos sus rayos en la “hora”. Por tres veces se ha repetido en el texto la palabra “hora”; y otras tres veces aparece el adverbio “ahora”. No se trata de un tiempo cronológico, sino de un cairos, momento decisivo, manifestado en la muerte de cruz. Llegada la “hora”, se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. Reflejar lo que es Dios en su entrega total, será la mayor honra del hijo. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo, tiene que descubrirla ahora en “el Hombre”.

Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto. Declaración rotunda y central en el mensaje de Jesús. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida solo se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor, pero el egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida, aunque esté dentro de mí. Amar es romper la cáscara y darse deshaciéndose. La muerte del falso yo es la condición, para que la verdadera Vida se libere. La verdadera potencialidad está latente hasta que es capaz de la entrega-amor total. La incorporación de todos a la Vida, será la tarea que se impone Jesús y será posible gracias a su entrega total hasta la muerte. El fruto no va a depender de la comunicación de un mensaje. Dependerá de la manifestación del un amor total. El amor es el verdadero mensaje. “Si no muere, permanece él sólo” El fruto-amor solo puede darse en la nueva comunidad. Esta idea es original de Jn; no se encuentra en los demás evangelistas.

Hoy sabemos que el grano de trigo no muere más que en apariencia. Solo desaparece lo accidental para ser alimento de lo esencial. En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de la Vida espiritual. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual, sino potenciado y "plenificado".

Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este, es conservarse para una Vida definitiva. La plenitud del ser humano está en el amor. Pero si el amor no es total, no podremos alcanzar la meta. El amor tiene que superar el apego a la vida biológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario, solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo, no es el final de la vida biológica, sino su plenitud. Consciente de esto y perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te puede esclavizar. El evangelista tiene muy claro cual es el sentido de la muerte de Jesús, que no coincide en absoluto, con el sentido que se le ha dado después.

El que quiera colaborar conmigo, que me siga, y así, allí donde yo estoy, estará también mi colaborador. “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servir y servidor, no deja claro el sentido que el texto quiere dar. Jesús invita a seguirlo en el camino que acaba de trazar, dar la vida. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte. Seguir a Jesús es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús, es el de la plenitud del amor. Lo manifestará cuando llegue su “hora”. Allí entregando su vida, hará presente el Amor total, que es Dios. No se trata de la muerte física; mucho menos en el género de muerte que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás. En (Jn 15,13) dice: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos”. Pero el texto griego no dice “bios” ni “zoe”, sino “psijes” que no significa vida biológica, sino vida síquica, es decir lo específicamente humano. El verdadero amor se manifiesta cuando pones todo lo que eres al servicio de los demás.

Ahora me siento fuertemente agitado; ¿Qué voy a decir? “Padre líbrame de esta hora” ¡Pero, si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocan en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Nos está diciendo, que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensitiva protesta vigorosamente. Pero está en el ámbito de la Vida, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo.

Ahora el jefe del orden este va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Jn. Todos nos tenemos que sentir, no sólo llamados, sino empujados hacia la misma meta.

APLICACIÓN
Muerte y vida se entremezclan y se confunden en el evangelio de Jn. Para entender este lenguaje, hay que tener muy claro que está hablando de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la Vida con mayúscula (la espiri¬tual y definitiva) como opuesta a la vida con minúscula (la biológica). Y una es la muerte espiritual al falso yo superando todo egoísmo y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí, porque es el único camino hacia la Vida. La vida interior, la vida divina, la vida de Dios en nosotros, es una realidad muy difícil de aprehender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana que está más allá de la vida biológica, y de las satisfacciones sensoriales terrenas. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu. El mismo mensaje a Nicodemo: hay que nacer de nuevo.

Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. La meta está en el descubrimiento de que mi verdadero ser existe en la medida que me doy a los demás, que la razón de mi existencia lo encontraré en la entrega y en el servicio.

El dolor que causa el renunciar a la satisfacción de la parte inferior de mi ser, la interpreta el evangelio como muerte, y sólo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si nos empeñamos en salvar una, perderemos la otra. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y sicológica, nunca alcanzaremos la espiritual.

Estamos aquí para vivir muriendo. Aceptar la muerte es darse cuenta de nuestra limitación fundamental como criatu¬ras, como seres vivos, como animales, y descubrir la posibilidad de ser más en lo que tenemos de específicamente humano. Estoy aquí para llevar a la materia hacia el espíritu, para poner Vida donde sólo había vida. El gran secreto, revelado en el evangelio, es que el hombre que vive biológicamente, puede acceder a otra realidad que llamamos Vida. Esta es la verdadera meta de un ser humano. El objetivo del hombre es esa Vida con mayúscula, no eliminar la muerte biológica y alcanzar una inmortalidad física. Si enfocamos todas nuestras energías en la vida terrena, nunca descubriremos la vida espiritual. Esto es lo que el evangelio llama perder la vida. Se malgasta la terrena y no se alcanza la espiritual. El que se empeñe en salvar a toda costa su vida biológica, terminará perdiéndola. Pero dará pleno sentido a esta vida si descubre que puede acceder a otro nivel y encontrar la verdadera Vida.


Meditación-contemplación

Si el grano de trigo no cae en tierra y muere…
Se trata de una condición que no podemos soslayar.
Si queremos dar fruto, es decir, dar sentido a nuestra vida,
Tenemos que gastarnos y consumirnos.
…………………

La vela solo cobra sentido cuando está encendida.
Pero si está encendida, se consume.
La rosa al esparcir su fragancia, entrega algo de sí mismo,
Y así está manifestando su verdadero ser.
--------

La vida es movimiento y por lo tanto, energía desplegada.
Puedo consumirla en beneficio del ego (falso yo),
Y entonces la malogro.
Puedo consumirla en beneficio de los demás,
Y entones consumarla dándole plenitud.

5DC,B - 2012 (Pagola)

Juan 12, 20-33
EL ATRACTIVO DE JESÚS
José Antonio Pagola

Unos peregrinos griegos que han venido a celebrar la Pascua de los judíos se acercan a Felipe con una petición: «Queremos ver a Jesús». No es curiosidad. Es un deseo profundo de conocer el misterio que se encierra en aquel hombre de Dios. También a ellos les puede hacer bien.

A Jesús se le ve preocupado. Dentro de unos días será crucificado. Cuando le comunican el deseo de los peregrinos griegos, pronuncia unas palabras desconcertantes: «Llega la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre». Cuando sea crucificado, todos podrán ver con claridad dónde está su verdadera grandeza y su gloria.

Probablemente nadie le ha entendido nada. Pero Jesús, pensando en la forma de muerte que le espera, insiste: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí». ¿Qué es lo que se esconde en el crucificado para que tenga ese poder de atracción? Sólo una cosa: su amor increíble a todos.

El amor es invisible. Sólo lo podemos ver en los gestos, los signos y la entrega de quien nos quiere bien. Por eso, en Jesús crucificado, en su vida entregada hasta la muerte, podemos percibir el amor insondable de Dios. En realidad, sólo empezamos a ser cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús. Sólo empezamos a entender algo de la fe cuando nos sentimos amados por Dios.

Para explicar la fuerza que se encierra en su muerte en la cruz, Jesús emplea una imagen sencilla que todos podemos entender: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Si el grano muere, germina y hace brotar la vida, pero si se encierra en su pequeña envoltura y guarda para sí su energía vital, permanece estéril.

Esta bella imagen nos descubre una ley que atraviesa misteriosamente la vida entera. No es una norma moral. No es una ley impuesta por la religión. Es la dinámica que hace fecunda la vida de quien sufre movido por el amor. Es una idea repetida por Jesús en diversas ocasiones: Quien se agarra egoístamente a su vida, la echa a perder; quien sabe entregarla con generosidad genera más vida.

No es difícil comprobarlo. Quien vive exclusivamente para su bienestar, su dinero, su éxito o seguridad, termina viviendo una vida mediocre y estéril: su paso por este mundo no hace la vida más humana. Quien se arriesga a vivir en actitud abierta y generosa, difunde vida, irradia alegría, ayuda a vivir. No hay una manera más apasionante de vivir que hacer la vida de los demás más humana y llevadera. ¿Cómo podremos seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su estilo de vida?

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4DC,B 2012 Homilía A.. Martínez

Homilía
Ángel Martínez

Hoy no hace falta buscar un mensaje centrado en las tres lecturas de este domingo IV de Cuaresma. El mensaje está claro: por encima de los pecados del hombre, y de las sociedades que el hombre forma está la misericordia de Dios. Lo que quiere decir que a pesar de que el hombre se empeñe en destrozar su propia existencia, y la historia está llena de ejemplos sangrantes de ello, quien lleva con infinita paciencia esa historia no es el hombre sino Dios; algo así como la vida de un niño o la de un adolescente son llevadas por sus padres que tienen la paciencia necesaria para que sus retoños se vayan adultizando poco a poco a través de sus tropiezos y caprichos, los tropiezos del crecimiento.

Así en la primera lectura se nos dice: ante el desaguisado de los mismos jefes del pueblo que olvidando su condición de pueblo de Dios se hicieron paganos –gentiles dice el texto- en sus costumbres arrastando con ello al pueblo, siempre débil en los terrenos del autocontrol de masas, según aquel otro pasaje del ´Éxodo, cuando el ídolo de oro que se fabricaron en la larga ausencia de Moisés en el monte: sedit populus manducare et vivere et surrexerunt ludere: se entregaron a comilonas, y luego perdieron el control de sí mismos; digo que esa lectura primera nos dice que a pesar de todo “Dios les envió desde el `principio, es decir, siempre con repetición de su misericordia, avisos por medio de sus mensajeros porque tenía compasión de su pueblo y de su morada”.

En la segunda lectura el apóstol Pablo nos recuerda que “Dios en todos los tiempos muestra la inmensa riqueza de su gracia, la bondad, pues, dice, somos obra suya”, antes de lo que juzgamos ser nuestra autonomía.

Pero en el evangelio, no son los profetas ni es Pablo quienes nos hablan de la bondad y misericordia de Dios para con el hombre; es el mismo Jesús quien, en conversación con Nicodemo, hombre de buena voluntad, a pesar de su vejez, nos dice aquellas palabras que deberían ser escritas con letras de oro, pues ellas resumen todo el misterio del Universo resumido en la redención del hombre pecador por parte de su creador, que a pesar del pecado de su creatura, nunca se sintió frustrado de su obra: Sic Deus dilexit mundum ut filium suum unigenitum darte....... Y son palabras pronunciadas por el mismo Hijo, que fueron escritas y ratificadas no con letras de oro, sino de sangre.

Y no cabe duda de que Jesús cuando le dice esto a Nicodemo, no está hablando como un teólogo que expone doctrina, sino como un hombre que ha experimentado, que está experimentando el amor de Dios en su corazón, en su vida, aun sabiendo que ese mismo Dios, ya Padre para él, le va a pedir su vida en testimonio de amor al resto de sus hermanos los hombres.

Y es curioso que en este tiempo cuaresmal en que toda la liturgia parece seleccionada para recordarnos nuestros pecados a fin de movernos al arrepentimiento, estas lecturas de hoy nos recuerden con tanta insistencia el amor de Dios al hombre a pesar de su historia de infelicidad repetida una y mil veces a través de la Historia.

Una y mil veces... en el pasado y una y mil veces que volverán en el futuro: Porque es curioso que en el libro....de la Escritura que va enumerando los reyes de Israel casi siempre tras el nombre del que toca añade: ‘y subió al trono e hizo lo que no agrada al Señor’; de vez en cuando aparece un hombre según el corazón de Dios, pero casi siempre acaba mal, no admitido por los que podríamos llamar la oposición de la época, que siempre estuvo tintada de vueltas al paganismo, al gentilismo del politeísmo idolátrico con todas las aberturas al pecado socializado.

Como en nuestros días..., sí, como en nuestros días... Pero a pesar de todo la Iglesia, heredera, del antiguo Israel a través de Jesús, tiene que seguir predicando la misericordia de Dios. Y la razón siempre es la misma: el hombre no es capaz de medir el alcance del amor de Dios a su obra, a su hijo, el hombre, personificado en su propio Hijo, Jesús por el cual fue hecho todo y para el que todo fue llamado a la existencia. Son misterios que se nos escapan, pero que al menos los tenemos ante el alcance de nuestro conocimiento casi por completo después de la venida del Verbo encarnado a esta nuestra humanidad. Pero el hombre no es sólo inteligencia, mente, conocimiento. Decía el gran poeta alemán Holderlin con gran acierto: ‘el hombre es un mendigo cuando reflexiona y un dios cuando sueña’; pero nadie puede soñar si no tiene un gran corazón que abarca algo grande. Pues eso, que el hombre es más corazón siempre que mente. Pero a ese corazón le falta quizás el dejarse invadir por el amor de Dios que le invade por todas partes. Quizás sólo los santos ha sido capaces de sentir ese amor de Dios llenando sus corazones, por eso han sido siempre los más grandes soñadores eficaces en el amor al hermano.

Finalmente, hemos de anotar, que la festividad de la Misericordia de Dios que el gran Papa Juan Pablo II quiso instituir, precisamente en el domingo in Albis, el primero tras la Pascua inspirándose en las contemplaciones místicas de Sor..... sea uno de los acontecimientos eclesiales más destacados de esta época tan alejada del los mandamientos del Sinaí, y que además parece emperrada en mantenerse con una propaganda ‘legal’ sumamente agresiva tan alejada de los caminos de la paz interior tan necesaria al hombre y de la paz exterior tan necesaria a las naciones. Y no cabe decir que ésta, la paz de las naciones está más asegurada hoy que nunca: eso creían nuestros abuelos y en medio siglo les tocó vivir los dos enfrentamientos más mortíferos en una Europa que era mucho más cristiana oficialmente sin comparación que la nuestra, y en manera alguna se trataron de guerras de carácter religioso. Por eso, la Iglesia sabe que son muchas las almas que entran en desconfianza del mismo Dios, ante la sociedad que se nos paganiza a marchas forzadas comenzando por arriba, como los reyes de Israel: ¿Dónde está Dios para impedir tanto desvarío? Dios sigue estando en la misericordia, en el amor por el hombre y por su historia.

Quizás debamos repetirnos con frecuencia la aclamación preevangélica de hoy, nacida de los mismos labios de Jesús: Sic Deus dilexit mumdum ut Filium suum unigenitum daret. Ello podrá hacer renacer en neeustro corazón la esperanza cristiana y con la esperanza las acciones evangelizadoras que estén a nuestro alcance. Que así sea.

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4DC.B - 2012 (Pagola)

Juan 3, 14-21
MIRAR AL CRUCIFICADO
José Antonio Pagola

El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.

Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.

Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre torturado en la cruz?

Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles.

Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.

En esos brazos extendidos que no pueden ya abrazar a los niños, y en esa manos clavadas que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su "amor loco" a la Humanidad.

«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero «la Luz ya ha venido al mundo». ¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos viene del Crucificado?

Él podría poner luz en la vida más desgraciada y fracasada, pero «el que obra mal... no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras». Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. Por el contrario, «el que realiza la verdad, se acerca a la luz». No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.

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3DC,B - 2012 (Pagola)

Juan 2,13-25
LA INDIGNACIÓN DE JESÚS
José Antonio Pagola

Acompañado de sus discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un espectáculo inesperado. Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios. Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes.

Jesús se llena de indignación. El narrador describe su reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas, grita: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Jesús se siente como un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el verdadero culto a su Padre. La religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los sacerdotes buscan buenos ingresos, y donde los peregrinos tratan de "comprar" a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas palabras del profeta Oseas que repetirá más de una vez a lo largo de su vida: «Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios».

Aquel Templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y hermanas. Jesús no puede ver allí esa "familia de Dios" que quiere ir formando con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.

No pensemos que Jesús está condenando una religión primitiva, poco evolucionada. Su crítica es más profunda. Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se puede dar culto trabajando por una comunidad humana más solidaria y fraterna.

Casi sin darnos cuenta, todos nos podemos convertir hoy en "vendedores y cambistas" que no saben vivir sino buscando solo su propio interés. Estamos convirtiendo el mundo en un gran mercado donde todo se compra y se vende, y corremos el riesgo de vivir incluso la relación con el Misterio de Dios de manera mercantil.

Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la «casa del Padre». Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos.

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3DC,B 2012 (Mulet)

Franesc Mulet, escolapio

El evangelio de hoy es uno de los pocos pasajes evangélicos en que aparece la cólera de Jesús, motivada por la situación anómala que encuentra en el templo de Jerusalén, invadido por los vendedores de animales para el sacrificio y por los cambistas de dinero; entonces él, haciendo un azote de cordeles, expulsó a los primeros con su mercancía y volcó las mesas y desparramó por el suelo el dinero de los segundos. Todo para que no convirtieran en mercado la casa de su Padre, casa de oración.

El nuevo templo espiritual se construye sobre Cristo, muerto y resucitado, y fundamenta la nueva alianza y la nueva religión en espíritu y verdad, que viene a sustituir a la antigua alianza, expresada en la ley mosaica.

Todas las religiones han tenido y tienen un lugar destinado al culto, llámese iglesia, templo, santuario, sinagoga o mezquita. Este espacio sacro cumple diversas funciones bajo el común denominador de religión. Es ubicación de la presencia de la divinidad, lugar de culto a la misma y de convocación del pueblo, presidido por sacerdotes que hacen de puente entre la deidad y los fieles congregados en la fe común.

Mediante los ritos cultuales el pueblo fiel puede, en primer lugar, entrar en comunión con el misterio, que constituye el mundo de lo sacro; y en segundo lugar, consigue aplacar a la divinidad y alcanzar sus favores y hasta participar en su vida superior. En la cumbre de esta adoración cultual se dividen las vertientes de la religiosidad auténtica o de su adulteración por la magia.

En el pasaje de la purificación del templo, Jesús aparece como innovador y se pronuncia por una religión limpia de ritualismos muertos, por un culto vivo y nacido de la fe del corazón. Para un culto vivo a Dios cuenta sobre todo el factor humano, es decir, la fe de los creyentes que alaban a Dios en unión con Cristo.

Sin romper el equilibrio entre persona y comunidad ni minusvalorar la expresión exterior de las formas religiosas y litúrgicas, hay que dar, no obstante, la primacía al espíritu, a la fe y al corazón. Y sobre todo, pasar el culto a la vida y la vida al culto, asumiendo la dimensión religiosa de toda nuestra existencia personal, familiar, laboral y cívica.

La auténtica religión y adoración en espíritu y verdad, el culto verdadero y completo, es la religión de la vida entera, vivida con fidelidad plena a la voluntad de Dios y en solidaridad con el hombre, especialmente con nuestros hermanos más débiles y necesitados. Al salir del templo es cuando palpamos la verdad o mentira de nuestro culto y religión.

Que al escuchar la Palabra viva del evangelio, nos solidaricemos cada vez más con los que sufren las consecuencias de la crisis económica y vivamos comprometidamente nuestra fe.

Ánimo en esta tarea. Un abrazo,
Francesc Mulet

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2DC,B 2012 (Mulet)

Francesc Mulet

El relato de la transfiguración del Señor adelanta ya en vida de Jesús, y antes de su pasión y muerte, la plena comprensión que del misterio de Cristo dio a los apóstoles la fe pos-pascual. El evangelista Marcos, inmediatamente después del anuncio por Jesús de su pasión y muerte en Jerusalén, hacia donde camina, nos da hoy en el evangelio una esplendorosa visión teológica de la figura de Cristo, anticipando ya el triunfo de su resurrección.

Como entendemos por la primera lectura de hoy, el sacrificio de Abrahán es la prueba de su fe por Dios. Isaac era el hijo único de Abrahán, el de la ancianidad, el de la promesa divina. Y ahora Dios le pide el sacrificio de su vida. Suprema prueba a la fe, confianza, obediencia y fidelidad de un hombre justo; con el agravante de que, con esa orden, Dios parece romper su palabra y cierra a Abrahán toda esperanza de futuro.

No obstante, Abrahán obedece y se encamina al monte Moria con su hijo Isaac que, sin saberlo, lleva la leña para su propio holocausto. Pero en el momento cumbre el ángel del Señor detiene el brazo de Abrahán, y un carnero sustituye al hijo en el sacrificio. En vista de su probada fidelidad, Dios le renueva a Abrahán su promesa: descendencia numerosa, tierra en posesión y bendición para su pueblo y las naciones todas de la tierra.

Ciertamente la fe no es un sistema de seguridad al uso. Tiene su buena dosis de riesgo, aunque no de irracionalidad. Su objeto no es demostrable, medible y tasable como en las garantías y seguridades temporales. Y hay que aceptarlo así, aunque lo que hoy priva es la seguridad total. Una cierta garantía de seguridad es razonable; pero si se convierte en valor absoluto, obsesivo y sicótico, crea la instalación sedentaria (¡qué bien se está aquí!), el pavor ante el cambio, el odio a lo nuevo. Hasta puede bloquear el avance en todos los sectores: personal, profesional, social y, ¿cómo no?, también cristiano.

Algunos ven la fe como un seguro más para el consumo religioso. Nada más falso. La fe y la religión no son una agencia de seguros para la vida eterna, ni un banco para el cobro de unos intereses a plazo fijo, ni un supermercado para satisfacción de necesidades consumistas, aunque éstas sean espirituales. Todo esto no es fe.

La fe cristiana consiste en depositar nuestra confianza y amistad, por medio de Jesús, en una persona, Dios, a quien aceptamos y de cuya palabra y honestidad nos fiamos absolutamente.

Hoy entendemos que el comienzo de la fe es escuchar a Jesús, el Hijo amado del Padre, como nos dice su voz desde la nube de la transfiguración. Cristo es la palabra personal de Dios; y donde mejor se le oye es en la soledad y el vacío interior. Por eso debemos "subir a la montaña" con Jesús para orar.

Oremos unos por otros.

Un abrazo cordial,
Francesc Mulet

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