Thursday, March 29, 2012

4DC,B 2012 Homilía A.. Martínez

Homilía
Ángel Martínez

Hoy no hace falta buscar un mensaje centrado en las tres lecturas de este domingo IV de Cuaresma. El mensaje está claro: por encima de los pecados del hombre, y de las sociedades que el hombre forma está la misericordia de Dios. Lo que quiere decir que a pesar de que el hombre se empeñe en destrozar su propia existencia, y la historia está llena de ejemplos sangrantes de ello, quien lleva con infinita paciencia esa historia no es el hombre sino Dios; algo así como la vida de un niño o la de un adolescente son llevadas por sus padres que tienen la paciencia necesaria para que sus retoños se vayan adultizando poco a poco a través de sus tropiezos y caprichos, los tropiezos del crecimiento.

Así en la primera lectura se nos dice: ante el desaguisado de los mismos jefes del pueblo que olvidando su condición de pueblo de Dios se hicieron paganos –gentiles dice el texto- en sus costumbres arrastando con ello al pueblo, siempre débil en los terrenos del autocontrol de masas, según aquel otro pasaje del ´Éxodo, cuando el ídolo de oro que se fabricaron en la larga ausencia de Moisés en el monte: sedit populus manducare et vivere et surrexerunt ludere: se entregaron a comilonas, y luego perdieron el control de sí mismos; digo que esa lectura primera nos dice que a pesar de todo “Dios les envió desde el `principio, es decir, siempre con repetición de su misericordia, avisos por medio de sus mensajeros porque tenía compasión de su pueblo y de su morada”.

En la segunda lectura el apóstol Pablo nos recuerda que “Dios en todos los tiempos muestra la inmensa riqueza de su gracia, la bondad, pues, dice, somos obra suya”, antes de lo que juzgamos ser nuestra autonomía.

Pero en el evangelio, no son los profetas ni es Pablo quienes nos hablan de la bondad y misericordia de Dios para con el hombre; es el mismo Jesús quien, en conversación con Nicodemo, hombre de buena voluntad, a pesar de su vejez, nos dice aquellas palabras que deberían ser escritas con letras de oro, pues ellas resumen todo el misterio del Universo resumido en la redención del hombre pecador por parte de su creador, que a pesar del pecado de su creatura, nunca se sintió frustrado de su obra: Sic Deus dilexit mundum ut filium suum unigenitum darte....... Y son palabras pronunciadas por el mismo Hijo, que fueron escritas y ratificadas no con letras de oro, sino de sangre.

Y no cabe duda de que Jesús cuando le dice esto a Nicodemo, no está hablando como un teólogo que expone doctrina, sino como un hombre que ha experimentado, que está experimentando el amor de Dios en su corazón, en su vida, aun sabiendo que ese mismo Dios, ya Padre para él, le va a pedir su vida en testimonio de amor al resto de sus hermanos los hombres.

Y es curioso que en este tiempo cuaresmal en que toda la liturgia parece seleccionada para recordarnos nuestros pecados a fin de movernos al arrepentimiento, estas lecturas de hoy nos recuerden con tanta insistencia el amor de Dios al hombre a pesar de su historia de infelicidad repetida una y mil veces a través de la Historia.

Una y mil veces... en el pasado y una y mil veces que volverán en el futuro: Porque es curioso que en el libro....de la Escritura que va enumerando los reyes de Israel casi siempre tras el nombre del que toca añade: ‘y subió al trono e hizo lo que no agrada al Señor’; de vez en cuando aparece un hombre según el corazón de Dios, pero casi siempre acaba mal, no admitido por los que podríamos llamar la oposición de la época, que siempre estuvo tintada de vueltas al paganismo, al gentilismo del politeísmo idolátrico con todas las aberturas al pecado socializado.

Como en nuestros días..., sí, como en nuestros días... Pero a pesar de todo la Iglesia, heredera, del antiguo Israel a través de Jesús, tiene que seguir predicando la misericordia de Dios. Y la razón siempre es la misma: el hombre no es capaz de medir el alcance del amor de Dios a su obra, a su hijo, el hombre, personificado en su propio Hijo, Jesús por el cual fue hecho todo y para el que todo fue llamado a la existencia. Son misterios que se nos escapan, pero que al menos los tenemos ante el alcance de nuestro conocimiento casi por completo después de la venida del Verbo encarnado a esta nuestra humanidad. Pero el hombre no es sólo inteligencia, mente, conocimiento. Decía el gran poeta alemán Holderlin con gran acierto: ‘el hombre es un mendigo cuando reflexiona y un dios cuando sueña’; pero nadie puede soñar si no tiene un gran corazón que abarca algo grande. Pues eso, que el hombre es más corazón siempre que mente. Pero a ese corazón le falta quizás el dejarse invadir por el amor de Dios que le invade por todas partes. Quizás sólo los santos ha sido capaces de sentir ese amor de Dios llenando sus corazones, por eso han sido siempre los más grandes soñadores eficaces en el amor al hermano.

Finalmente, hemos de anotar, que la festividad de la Misericordia de Dios que el gran Papa Juan Pablo II quiso instituir, precisamente en el domingo in Albis, el primero tras la Pascua inspirándose en las contemplaciones místicas de Sor..... sea uno de los acontecimientos eclesiales más destacados de esta época tan alejada del los mandamientos del Sinaí, y que además parece emperrada en mantenerse con una propaganda ‘legal’ sumamente agresiva tan alejada de los caminos de la paz interior tan necesaria al hombre y de la paz exterior tan necesaria a las naciones. Y no cabe decir que ésta, la paz de las naciones está más asegurada hoy que nunca: eso creían nuestros abuelos y en medio siglo les tocó vivir los dos enfrentamientos más mortíferos en una Europa que era mucho más cristiana oficialmente sin comparación que la nuestra, y en manera alguna se trataron de guerras de carácter religioso. Por eso, la Iglesia sabe que son muchas las almas que entran en desconfianza del mismo Dios, ante la sociedad que se nos paganiza a marchas forzadas comenzando por arriba, como los reyes de Israel: ¿Dónde está Dios para impedir tanto desvarío? Dios sigue estando en la misericordia, en el amor por el hombre y por su historia.

Quizás debamos repetirnos con frecuencia la aclamación preevangélica de hoy, nacida de los mismos labios de Jesús: Sic Deus dilexit mumdum ut Filium suum unigenitum daret. Ello podrá hacer renacer en neeustro corazón la esperanza cristiana y con la esperanza las acciones evangelizadoras que estén a nuestro alcance. Que así sea.

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