Thursday, March 29, 2012

2DC,B 2012 (Mulet)

Francesc Mulet

El relato de la transfiguración del Señor adelanta ya en vida de Jesús, y antes de su pasión y muerte, la plena comprensión que del misterio de Cristo dio a los apóstoles la fe pos-pascual. El evangelista Marcos, inmediatamente después del anuncio por Jesús de su pasión y muerte en Jerusalén, hacia donde camina, nos da hoy en el evangelio una esplendorosa visión teológica de la figura de Cristo, anticipando ya el triunfo de su resurrección.

Como entendemos por la primera lectura de hoy, el sacrificio de Abrahán es la prueba de su fe por Dios. Isaac era el hijo único de Abrahán, el de la ancianidad, el de la promesa divina. Y ahora Dios le pide el sacrificio de su vida. Suprema prueba a la fe, confianza, obediencia y fidelidad de un hombre justo; con el agravante de que, con esa orden, Dios parece romper su palabra y cierra a Abrahán toda esperanza de futuro.

No obstante, Abrahán obedece y se encamina al monte Moria con su hijo Isaac que, sin saberlo, lleva la leña para su propio holocausto. Pero en el momento cumbre el ángel del Señor detiene el brazo de Abrahán, y un carnero sustituye al hijo en el sacrificio. En vista de su probada fidelidad, Dios le renueva a Abrahán su promesa: descendencia numerosa, tierra en posesión y bendición para su pueblo y las naciones todas de la tierra.

Ciertamente la fe no es un sistema de seguridad al uso. Tiene su buena dosis de riesgo, aunque no de irracionalidad. Su objeto no es demostrable, medible y tasable como en las garantías y seguridades temporales. Y hay que aceptarlo así, aunque lo que hoy priva es la seguridad total. Una cierta garantía de seguridad es razonable; pero si se convierte en valor absoluto, obsesivo y sicótico, crea la instalación sedentaria (¡qué bien se está aquí!), el pavor ante el cambio, el odio a lo nuevo. Hasta puede bloquear el avance en todos los sectores: personal, profesional, social y, ¿cómo no?, también cristiano.

Algunos ven la fe como un seguro más para el consumo religioso. Nada más falso. La fe y la religión no son una agencia de seguros para la vida eterna, ni un banco para el cobro de unos intereses a plazo fijo, ni un supermercado para satisfacción de necesidades consumistas, aunque éstas sean espirituales. Todo esto no es fe.

La fe cristiana consiste en depositar nuestra confianza y amistad, por medio de Jesús, en una persona, Dios, a quien aceptamos y de cuya palabra y honestidad nos fiamos absolutamente.

Hoy entendemos que el comienzo de la fe es escuchar a Jesús, el Hijo amado del Padre, como nos dice su voz desde la nube de la transfiguración. Cristo es la palabra personal de Dios; y donde mejor se le oye es en la soledad y el vacío interior. Por eso debemos "subir a la montaña" con Jesús para orar.

Oremos unos por otros.

Un abrazo cordial,
Francesc Mulet

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