Thursday, January 27, 2011

4DO.I.A - 2011 (Pagola)

Mateo 5, 1-12
IGLESIA MÁS EVANGÉLICA
José Antonio Pagola

Al formular las bienaventuranzas, Mateo, a diferencia de Lucas, se preocupa de trazar los rasgos que han de caracterizar a los seguidores de Jesús. De ahí la importancia que tienen para nosotros en estos tiempos en que la Iglesia ha de ir encontrando su estilo cristiano de estar en medio de una sociedad secularizada.

No es posible proponer la Buena Noticia de Jesús de cualquier forma. El Evangelio sólo se difunde desde actitudes evangélicas. Las bienaventuranzas nos indican el espíritu que ha de inspirar la actuación de la Iglesia mientras peregrina hacia el Padre. Las hemos de escuchar en actitud de conversión personal y comunitaria. Sólo así hemos de caminar hacia el futuro.

Dichosa la Iglesia "pobre de espíritu" y de corazón sencillo, que actúa sin prepotencia ni arrogancia, sin riquezas ni esplendor, sostenida por la autoridad humilde de Jesús. De ella es el reino de Dios.

Dichosa la Iglesia que "llora" con los que lloran y sufre al ser despojada de privilegios y poder, pues podrá compartir mejor la suerte de los perdedores y también el destino de Jesús. Un día será consolada por Dios.

Dichosa la Iglesia que renuncia a imponerse por la fuerza, la coacción o el sometimiento, practicando siempre la mansedumbre de su Maestro y Señor. Heredará un día la tierra prometida.

Dichosa la Iglesia que tiene "hambre y sed de justicia" dentro de sí misma y en el mundo entero, pues buscará su propia conversión y trabajará por una vida más justa y digna para todos, empezando por los últimos. Su anhelo será saciado por Dios.

Dichosa la Iglesia compasiva que renuncia al rigorismo y prefiere la misericordia antes que los sacrificios, pues acogerá a los pecadores y no les ocultará la Buena Noticia de Jesús. Ella alcanzará de Dios misericordia.

Dichosa la Iglesia de "corazón limpio" y conducta transparente, que no encubre sus pecados ni promueve el secretismo o la ambigüedad, pues caminará en la verdad de Jesús. Un día verá a Dios.

Dichosa la Iglesia que "trabaja por la paz" y lucha contra las guerras, que aúna los corazones y siembra concordia, pues contagiará la paz de Jesús que el mundo no puede dar. Ella será hija de Dios.

Dichosa la Iglesia que sufre hostilidad y persecución a causa de la justicia, sin rehuir el martirio, pues sabrá llorar con las víctimas y conocerá la cruz de Jesús. De ella es el reino de Dios.

La sociedad actual necesita conocer comunidades cristianas marcadas por este espíritu de las bienaventuranzas. Sólo una Iglesia evangélica tiene autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.

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3DO.A - 2011 (Pagola)

Mateo, 4, 12-23
SEGUIDORES
José Antonio Pagola

Cuando Jesús se entera de que el Bautista ha sido encarcelado, abandona su aldea de Nazaret y marcha a la ribera del lago de Galilea para comenzar su misión. Su primera intervención no tiene nada de espectacular. No realiza un prodigio. Sencillamente, llama a unos pescadores que responden inmediatamente a su voz: "Seguidme".

Así comienza el movimiento de seguidores de Jesús. Aquí está el germen humilde de lo que un día será su Iglesia. Aquí se nos manifiesta por vez primera la relación que ha de mantenerse siempre viva entre Jesús y quienes creen en él. El cristianismo es, antes que nada, seguimiento a Jesucristo.

Esto significa que la fe cristiana no es sólo adhesión doctrinal, sino conducta y vida marcada por nuestra vinculación a Jesús. Creer en Jesucristo es vivir su estilo de vida, animados por su Espíritu, colaborando en su proyecto del reino de Dios y cargando con su cruz para compartir su resurrección.

Nuestra tentación es siempre querer ser cristianos sin seguir a Jesús, reduciendo nuestra fe a una afirmación dogmática o a un culto a Jesús como Señor e Hijo de Dios. Sin embargo, el criterio para verificar si creemos en Jesús como Hijo encarnado de Dios es comprobar si le seguimos sólo a él.

La adhesión a Jesús no consiste sólo en admirarlo como hombre ni en adorarlo como Dios. Quien lo admira o lo adora, quedándose personalmente fuera, sin descubrir en él la exigencia a seguirle de cerca, no vive la fe cristiana de manera integral. Sólo el que sigue a Jesús se coloca en la verdadera perspectiva para entender y vivir la experiencia cristiana de forma auténtica.

En el cristianismo actual vivimos una situación paradójica. A la Iglesia no sólo pertenecen los que siguen o intentan seguir a Jesús, sino, además, los que no se preocupan en absoluto de caminar tras sus pasos. Basta estar bautizado y no romper la comunión con la institución, para pertenecer oficialmente a la Iglesia de Jesús, aunque jamás se haya propuesto seguirle.

Lo primero que hemos de escuchar de Jesús en esta Iglesia es su llamada a seguirle sin reservas, liberándonos de ataduras, cobardías y desviaciones que nos impiden caminar tras él. Estos tiempos de crisis pueden ser la mejor oportunidad para corregir el cristianismo y mover a la Iglesia en dirección hacia Jesús.

Hemos de aprender a vivir en nuestras comunidades y grupos cristianos de manera dinámica, con los ojos fijos en él, siguiendo sus pasos y colaborando con él en humanizar la vida. Disfrutaremos de nuestra fe de manera nueva.

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3DO.I,A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

En sus primeras palabras, Jesús pide conversión; Juan pedía también conversión, ¿hablan de la misma conversión Jesús y Juan el Bautista?

Jesús nos pide la conversión como hacer el bien en nuestra vida. Es ciertamente más positivo, supone aceptar la conversión del Bautista y sobre todo asumir la que Jesús nos va a proponer.

¿Cómo realizar nuestra conversión? Los seres humanos no somos iguales, difícil presentar modelos que podamos asumir todos, tenemos características que nos asemejan y muchas también que nos diferencian: el marco genético, la familia en que nacemos, el medio social, la cultura... son condicionantes que inciden profundamente en nuestra personalidad. Cada uno escogemos un camino, una manera de realizarnos en la vida.

¿Podemos seguir nosotros en este siglo XXI los modelos de conversión que nos ofrecen en sus vidas estos dos grandes profetas de Dios?

¿Podremos asumir a Jesús como modelo para nuestras vidas? Él tuvo, como nosotros, una familia que incidió en su personalidad, vivió en un pueblo, en un momento histórico, trabajó durante su vida, era el “hijo del carpintero”, recibió una cultura, fue un hombre de su tiempo.

La conversión que nos pide Jesús, su seguimiento, implica el asumir valores inconfundiblemente suyos, que suponga el que en nuestras vidas se manifieste nuestra fidelidad a la Buena Noticia de Jesús a quien hemos decidido seguir.

La gran pregunta siempre abierta será, qué representa Jesús, quién es Jesús para mí, qué valores puedo asumir de su vida.

Esa ha de ser nuestra decisión, la decisión más personal ante la lectura del Evangelio. Nuestra mejor ayuda, el apoyo fundamental para definir y para vivir nuestra conversión, nuestro seguimiento a Jesús, será la seguridad, la fe de que Jesús resucitado vive presente en nuestra vida, acompañándonos a vivir.

Esto es lo que te deseo de corazón, y que tengas ánimo para hacer frente a las dificultades que se presenten en la vida.

Acaba de llegarme la noticia del fallecimiento de Sor Mercedes, de las Clarisas de Alhama de Granada, que el Señor le dé la paz y la gloria. A nuestras hermanas Clarisas que el Señor las consuele en este momento.

Un fuerte abrazo,

Francesc Mulet

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2DO.I,A - 2011 (Pagola)

Juan 1, 29-34
HAMBRE DE ESPIRITUALIDAD
José Antonio Pagola

Las primeras generaciones cristianas sabían muy bien que "bautizarse" significa literalmente sumergirse en el agua, bañarse o limpiarse. Por eso, diferenciaban muy bien el "bautismo de agua" que impartía el Bautista en las aguas del Jordán y el "bautismo de Espíritu Santo" que reciben de Jesús.

El bautismo de Jesús no es un baño corporal que se recibe sumergiéndose en el agua, sino un baño interior en el que nos dejamos empapar y penetrar por su Espíritu, que se convierte dentro de nosotros en un manantial de vida nueva e inconfundible.

Por eso, los primeros cristianos bautizaban invocando el nombre de Jesús sobre cada bautizado. Pablo de Tarso dice que los cristianos están bautizados en "Cristo" y, por eso, han de sentirse llamados a "vivir en Cristo", animados por su Espíritu, interiorizando su experiencia de Dios y sus actitudes más profundas.

No es difícil observar en la sociedad moderna signos que manifiestan un hambre profunda de espiritualidad. Está creciendo el número de personas que buscan algo que les dé fuerza interior para afrontar la vida de manera diferente. Es difícil vivir una vida que no apunta hacia meta alguna. No basta tampoco pasarlo bien. La existencia termina haciéndose insoportable cuando todo se reduce a pragmatismo y frivolidad.

Otros sienten necesidad de paz interior y de seguridad para hacer frente a sentimientos de miedo y de incertidumbre que nacen en su interior. Hay quienes se sienten mal por dentro: heridos, maltratados por la vida, desvalidos, necesitados de sanación interior.

Son cada vez más los que buscan algo que no es técnica, ni ciencia, ni ideología religiosa. Quieren sentirse de manera diferente en la vida. Necesitan experimentar una especie de "salvación"; entrar en contacto con el Misterio que intuyen en su interior.

Nos inquieta mucho que bastantes padres no bauticen ya a sus hijos. Lo que nos ha de preocupar es que muchos y muchas se marchan de nuestra Iglesia sin haber oído hablar del "bautismo del Espíritu" y sin haber podido experimentar a Jesús como fuente interior de vida.

Es un error que en el interior mismo de la Iglesia se esté fomentando, con frecuencia, una espiritualidad que tiende a marginar a Jesús como algo irrelevante y de poca importancia. Los seguidores de Jesús no podemos vivir una espiritualidad seria, lúcida y responsable si no está inspirada por su Espíritu. Nada más importante podemos hoy ofrecer a las personas que una ayuda a encontrarse interiormente con Jesús, nuestro Maestro y Señor.

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2DO.I,A - 2011 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

El domingo pasado contemplábamos el misterio del bautismo de Jesús. Ahora somos invitados a escuchar la primera predicación del Bautista sobre Jesús. Él quiere proclamar quien es realmente y qué significa Jesús que acaba de salir de las aguas bautismales; y lo hace señalando tres aspectos que de alguna manera nos definen la persona y la misión de Jesús. Él, es el Cordero de Dios que toma sobre sí el pecado del mundo...

Quizá hoy, cuando solo vemos los corderos como figuras del belén, nos cuesta comprender esta manera de hablar sobre Jesús. Pero en tiempo de Juan y de Jesús esta descripción estaba llena de significado: la gente estaba acostumbrada a ver en las estancias del Templo montones de corderos degollados y puestos en el fuego en sacrificio expiatorio... La gente depositaba sobre aquellos animales todas las frustraciones, las penas, la tragedia de la vida... el pecado imposible de anular y ahuyentar. Y el pueblo suplicaba día tras día, año tras año, siglo tras siglo... que Dios le purificase, que Dios sanare la pecaminosidad. Nunca había bastante sangre, bastante fuego, bastantes corderos... Y nunca se sabía si el sacrificio era bastante suficiente para limpiarnos de nuestras culpas.

El Bautista proclama que ya no hace falta que nos angustiemos buscando encontrar la paz y reconciliación con Dios mediante sacrificios de corderos. Jesús es el definitivo Cordero de Dios. Él, al venir a nuestra vida humana, carga sobre sí los pecados, las tragedias, el descalabro de tantos pobres, desvalidos y pecadores... Eso será su vida: tomar como propio todo el dolor de los leprosos, impuros, mujeres esclavizadas por la prostitución... y les devolverá la paz y el gozo del vivir, de ser hijos amados de Dios.

Hoy es un día por tomar conciencia del Espíritu que en nuestro bautismo, configurado a la manera del bautismo de Jesús, nos fue dado para que nos sintiéramos confortados por él y para que nos dejáramos llevar por él.

Hoy es el día para aprender a ser hijos con el Hijo. Para aprender a abandonarnos en las manos de nuestro Padre, para saber que nuestro trasfondo es el amor de un Dios, que nos reconoce como hermanos de su Hijo Primogénito.

Feliz semana y reza por nosotros. Iniciamos esta semana los capítulos locales en nuestras comunidades.

Un abrazo fraterno,
Francesc Mulet

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3DN,A - Bautismo del Señor - 2010 (Pagola)

Mateo 3, 13-17

¿ESTAMOS APAGANDO EL ESPÍRITU?
José Antonio Pagola

Aunque el relato evangélico habla de la inmersión de Jesús en el Jordán, lo decisivo no es este bautismo de agua que recibe de manos del Bautista, sino la acogida del Espíritu que el Padre envía sobre él.

Según la mentalidad bíblica, este Espíritu hace vivir a Jesús desde el aliento vital de Dios, lleno de su amor y su fuerza creadora, entregado a liberar, transformar y potenciar la vida. Por eso, los primeros seguidores de Jesús lo recordaban como un Profeta que, "ungido por Dios con el Espíritu Santo..., pasó la vida haciendo el bien". Este es el Espíritu que ha de alentar a quienes siguen sus pasos.

La crisis religiosa de nuestros días se está extendiendo con tal radicalidad que la indiferencia está afectando ya a los mismos creyentes. Los indicios son cada vez más inquietantes. Hay analistas que denuncian el "ateísmo interior" que está diluyendo la fe de algunos que se dicen cristianos.

La Iglesia no es un "espacio inmunizado". Hay practicantes que de hecho no cuentan con Dios. Pueden pasar tranquilamente sin él. Dios no estimula su vida ni inspira su comportamiento. Viven una religión vacía de comunicación con Dios. En la práctica, Dios no existe para ellos. Sin advertirlo, se están instalando en la "cultura de la ausencia de Dios".

¿Vamos a permanecer pasivos ante esta extinción progresiva de la verdadera fe incluso dentro de nuestros hogares y comunidades? ¿No nos estamos haciendo cada vez más indiferentes a la indiferencia religiosa que parece invadirlo todo? ¿No ha llegado el momento de reaccionar?

Tal vez, lo primero es tomar conciencia de que somos nosotros mismos los que podemos estar apagando el Espíritu dentro de la Iglesia con nuestra ceguera y pasividad. Movidos por el instinto de conservación, corremos el riesgo de dedicarnos a conservar el pasado quizás porque nos resulta más cómodo que vivir en permanente conversión, abiertos a la creatividad del Espíritu.

Seguramente, hemos de cuidar más nuestro modo de relacionarnos con Dios, evitando formas superficiales y vacías, vividas sólo desde lo exterior, y que pueden ser formas de huir de su Misterio santo más que caminos para situarnos ante él en espíritu y en verdad.

Parece más necesario que nunca promover esa "participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas", que el concilio Vaticano II urge "con deseo ardiente", pues considera que es "la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano". Revitalizar la celebración es reavivar la fe.

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