Friday, May 16, 2008

CA - 7/Trinidad.DO - 2008 (Pagola)

La Santísima Trinidad
Juan 3, 16-18
DIOS AMA ESTE MUNDO
José Antonio Pagola

Jesús puede ser considerado desde perspectivas diversas. Puede ser visto como problema histórico, gran líder religioso, un dogma, el inspirador de un camino liberador… El evangelista Juan nos invita a acogerlo como el «mejor regalo» que Dios ha hecho al mundo.

Jesús está hablando con un maestro judío, llamado Nicodemo. No conversan sobre los problemas conflictivos de la Ley judía. Jesús centra la atención en temas de los que apenas se habla en Israel: cómo «renacer» a una vida nueva, qué camino seguir para «tener vida eterna»…

De pronto Jesús pronuncia unas palabras que trascienden cualquier conversación humana, y resumen de manera grandiosa todo el misterio que se encierra en él: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna».

¿Qué podemos sentir, al escuchar estas palabras, los hombres y mujeres de hoy, atraídos por todo bienestar inmediato y tan escépticos ante promesas lejanas de vida eterna? ¿Qué nos puede decir el amor de Dios en una sociedad llena de intereses, objetivos y luchas tan contrarios al amor?

Las palabras de Jesús destacan lo inmenso y universal del amor de Dios. No podía ser de otra manera. Dios ha amado al «mundo», no sólo a Israel, a la Iglesia, a los cristianos… Ha enviado a su Hijo, no para «condenar», sino para «salvar», no para destruir, sino para dar vida eterna. Lo sepa o no, el mundo existe, evoluciona y progresa bajo la mirada amorosa de Dios.

Para saber algo de ese Misterio de Amor que sostiene el mundo, el mejor camino es el mismo Jesús. Acercándonos al Hijo, podemos ver, palpar e intuir cómo es el Padre con todos sus hijos. Viéndolo actuar, podemos captar cómo es el Espíritu que anima a Dios.

Todos los gestos, símbolos, palabras, doctrinas, objetivos y estrategias del cristianismo han de nacer, alimentarse y reflejar ese misterio del Amor de Dios al mundo entero. Si no es así, la religión se encierra en sí misma; los signos se «sacralizan»; el anuncio cristiano pierde en buena parte su significado más auténtico; pueden incluso inventarse prácticas, costumbres y estilos de vivir alejados de la verdad cristiana original.

Gentileza Martintxo Gondra

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CA - 8.PentecostésDP - 2008 (Pagola)

Juan 20, 19-23
BARRO ANIMADO POR EL ESPÍRITU
José Antonio Pagola

Juan ha cuidado mucho la escena en que Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro qué es lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad llenando a todos de su paz y alegría. Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha convocado sólo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.

Jesús los «envía». No les dice en concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Su tarea es la misma de Jesús. No tienen otra: la que Jesús ha recibido del Padre. Tienen que ser en el mundo lo que ha sido él.

Ya han visto a quiénes se ha acercado, cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su proyecto de humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de perdón. Las heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total. Jesús los envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.

Pero sabe que sus discípulos son frágiles. Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan su propio Espíritu para cumplir su misión. Por eso, se dispone a hacer con ellos un gesto muy especial. No les impone sus manos ni los bendice, como hacía con los enfermos y los pequeños: «Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».

El gesto de Jesús tiene una fuerza que no siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a Adán con «barro»; luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se convirtió en un «viviente». Eso es el ser humano: un poco de barro, alentado por el Espíritu de Dios. Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu de Jesús.

Creyentes frágiles y de fe pequeña: cristianos de barro, teólogos de barro, sacerdotes y obispos de barro, comunidades de barro… Sólo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia viva. Las zonas donde su Espíritu no es acogido, quedan «muertas». Nos hacen daño a todos, pues nos impiden actualizar la presencia viva de Jesús. Muchos no pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo. No hemos de bautizar sólo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús. No sólo hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como él.

Gentileza de Martintxo Gondra

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