Tuesday, July 29, 2008

18DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 14, 13 – 21
DÁDLES VOSOTROS DE COMER
José Antonio Pagola

El evangelista Mateo no se preocupa de los detalles del relato. Sólo le interesa enmarcar la escena presentando a Jesús en medio de la «gente» en actitud de «compasión». Lo hace también en otras ocasiones. Esta compasión está en el origen de toda su actuación.

Jesús no vive de espaldas a la gente, encerrado en sus ocupaciones religiosas, e indiferente al dolor de aquel pueblo. «Ve el gentío, le da lástima y cura a los enfermos». Su experiencia de Dios le hace vivir aliviando el sufrimiento y saciando el hambre de aquellas pobres gentes. Así ha de vivir la Iglesia que quiera hacer presente a Jesús en el mundo de hoy.

El tiempo pasa y Jesús sigue ocupado en curar. Los discípulos le interrumpen con una propuesta: «Es muy tarde; lo mejor es “despedir” a aquella gente y que cada uno se “compre” algo de comer». No han aprendido nada de Jesús. Se desentienden de los hambrientos y los dejan en manos de las leyes económicas dominadas por los terratenientes: que se «compren comida». ¿Qué harán quienes no pueden comprar?

Jesús les replica con una orden lapidaria que los cristianos satisfechos de los países ricos no queremos ni escuchar: «Dadles vosotros de comer». Frente al «comprar», Jesús propone el «dar de comer». No lo puede decir de manera más rotunda. El vive gritando al Padre: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Dios quiere que todos sus hijos e hijas tengan pan, también quienes no lo pueden comprar.

Los discípulos siguen escépticos. Entre la gente sólo hay cinco panes y dos peces. Para Jesús es suficiente: si compartimos lo poco que tenemos, se puede saciar el hambre de todos; incluso, pueden «sobrar» doce cestos de pan. Esta es su alternativa. Una sociedad más humana, capaz de compartir su pan con los hambrientos, tendrá recursos suficientes para todos.

En un mundo donde mueren de hambre millones de personas, los cristianos sólo podemos vivir avergonzados. Europa no tiene alma cristiana y «despide» como delincuentes a quienes vienen buscando pan. Y, mientras tanto, en la Iglesia son muchos los que caminan en la dirección marcada por Jesús; la mayoría, sin embargo, vivimos sordos a su llamada, distraídos por nuestros intereses, discusiones, doctrinas y celebraciones. ¿Por qué nos llamamos seguidores de Jesús?

Gentileza Martintxo Gondra

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17DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 13, 44 – 52
LA DECISIÓN
José Antonio Pagola

No era fácil creer a Jesús. Algunos se sentían atraídos por sus palabras. En otros, por el contrario, surgían no pocas dudas. ¿Era razonable seguir a Jesús o una locura? Hoy sucede lo mismo: ¿merece la pena comprometerse en su proyecto de humanizar la vida o es más práctico ocuparnos cada uno de nuestro propio bienestar? Mientras tanto, se nos puede pasar la vida sin tomar decisión alguna.

Jesús cuenta dos pequeñas parábolas para seducir el corazón de aquellos campesinos. Un pobre labrador está cavando en un terreno que no es suyo. De pronto encuentra un «tesoro escondido». No es difícil imaginar su sorpresa y alegría. No se lo piensa dos veces. «Lleno de alegría», vende todo lo que tiene y se hace con el tesoro.

Lo mismo le sucede a un rico «comerciante en perlas finas». De pronto se encuentra una perla de valor incalculable. Su olfato de experto no le engaña. Rápidamente toma una decisión. Vende todo lo que tiene y se hace con la perla.

El reino de Dios está «oculto». Muchos no han descubierto todavía el gran proyecto que tiene Dios de un mundo nuevo. Sin embargo, no es un misterio inaccesible. Está «oculto» en Jesús, en su vida y en su mensaje. Una comunidad cristiana que no ha descubierto el reino de Dios no sabe para qué ha nacido de Jesús.

El descubrimiento del reino de Dios altera la vida de quien lo descubre. Su «alegría» es inconfundible. Ha encontrado lo esencial de la vida, lo mejor de Jesús, el valor que puede cambiar su vida. Si los cristianos no descubrimos el proyecto de Jesús, en la Iglesia no habrá alegría.

Los dos protagonistas de las parábolas toman la misma decisión: «venden todo lo que tienen». Nada es más importante que «buscar el reino de Dios y su justicia». Todo lo demás viene después, es relativo y debe quedar subordinado al proyecto de Dios.

Esta es la decisión más importante que hemos de tomar en la Iglesia y en las comunidades cristianas: liberarnos de tantas cosas accidentales para comprometernos en el reino de Dios. Despojarnos de lo superfluo. Olvidarnos de otros intereses. Saber «perder» para «ganar» en autenticidad. Si lo hacemos, estamos colaborando en la conversión de la Iglesia.

Atención Martintxo Gondra

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16DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 13, 24 – 43
COMO FERMENTO
José Antonio Pagola

Jesús lo repetía una y otra vez: ya está aquí Dios tratando de trasformar el mundo; su reinado está llegando. No era fácil creerle. La gente esperaba algo más espectacular: ¿dónde están las «señales del cielo» de las que hablan los escritores apocalípticos? ¿Dónde se puede captar el poder de Dios imponiendo su reinado a los impíos?

Jesús tuvo que enseñarles a captar su presencia de otra manera. Todavía recordaba una escena que había podido contemplar desde niño en el patio de su casa. Su madre y las demás mujeres se levantaban temprano, la víspera del sábado, a elaborar el pan para toda la semana. A Jesús le sugería ahora la actuación maternal de Dios introduciendo su «levadura» en el mundo.

Con el reino de Dios sucede como con la «levadura» que una mujer «esconde» en la masa de harina para que «todo» quede fermentado. Así es la forma de actuar de Dios. No viene a imponer desde fuera su poder como el emperador de Roma, sino a trasformar desde dentro la vida humana, de manera callada y oculta.

Así es Dios: no se impone, sino trasforma; no domina, sino atrae. Y así han de actuar quienes colaboran en su proyecto: como «levadura» que introduce en el mundo su verdad, su justicia y su amor de manera humilde, pero con fuerza trasformadora.

Los seguidores de Jesús no podemos presentarnos en esta sociedad como «desde fuera» tratando de imponernos para dominar y controlar a quienes no piensan como nosotros. No es ésa la forma de abrir camino al reino de Dios. Hemos de vivir «dentro» de la sociedad, compartiendo las incertidumbres, crisis y contradicciones del mundo actual, y aportando nuestra vida trasformada por el Evangelio.

Hemos de aprender a vivir nuestra fe «en minoría» como testigos fieles de Jesús. Lo que necesita la Iglesia no es más poder social o político, sino más humildad para dejarse trasformar por Jesús y poder ser fermento de un mundo más humano.

Atención: Martintxo Gondra

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Sunday, July 13, 2008

15DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 13, 1 – 23
TENER OÍDOS Y NO OÍR
José Antonio Pagola

Las parábolas de Jesús han cautivado siempre a sus seguidores. Los evangelios han conservado cerca de cuarenta. Seguramente, las que Jesús repitió más veces o las que con más fuerza se grabaron en el corazón y el recuerdo de sus discípulos. ¿Cómo leer estas parábolas? ¿Cómo captar su mensaje?

Mateo nos recuerda antes que nada que las parábolas han sido «sembradas» en el mundo por Jesús. «Salió Jesús de su casa» a enseñar su mensaje a la gente, y su primera parábola comienza precisamente así: «Salió el sembrador a sembrar». El sembrador es Jesús. Sus parábolas son una llamada a entender y vivir la vida tal como la entendía y vivía él. Si no sintonizamos con Jesús, difícilmente entenderemos sus parábolas.

Lo que Jesús siembra es «la palabra del Reino». Así dice Mateo. Cada parábola es una invitación a pasar de un mundo viejo, convencional y poco humano a un «país nuevo», lleno de vida, tal como lo quiere Dios para sus hijos e hijas. Jesús lo llamaba «reino de Dios». Si no seguimos a Jesús trabajando por un mundo más humano, ¿cómo vamos a entender sus parábolas?

Jesús siembra su mensaje «en el corazón», es decir, en el interior de las personas. Ahí se produce la verdadera conversión. No basta predicar las parábolas. Si el «corazón» de la Iglesia y de los cristianos no se abre a Jesús, nunca captaremos su fuerza transformadora.

Jesús no discrimina a nadie. Lo que ocurre es que a los que son «discípulos» y caminan tras sus pasos Dios les da a «conocer los secretos del Reino». A los demás no. Los discípulos tienen la clave para captar las parábolas; su conocimiento del proyecto de Dios será cada vez más profundo. Pero los que no dan el paso, y viven sin hacer la opción por Jesús no entienden su mensaje, y lo poco que escuchan lo terminan perdiendo.

Nuestro problema es terminar viviendo con el «corazón embotado». Entonces sucede algo inevitable. Tenemos «oídos», pero no escuchamos ningún mensaje. Tenemos «ojos», pero no miramos a Jesús. Nuestro corazón no entiende nada. ¿Cómo se siembra el evangelio en nuestras comunidades cristianas? ¿Cómo despertamos entre nosotros la acogida al Sembrador?

Gentileza Martintxo Gondra

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14DO,A - 2008 (Pagola)

Mateo 11, 25 – 30
TRES LLAMADAS DE JESÚS
José Antonio Pagola

Un día Jesús sorprendió a todos dando gracias a Dios por su éxito con la gente sencilla de Galilea y por su fracaso entre los maestros de la ley, escribas y sacerdotes. «Te doy gracias, Padre… porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla». A Jesús se le ve contento. «Sí, Padre, así te ha parecido mejor». Esa es la manera que tiene Dios de revelar sus «cosas».

La gente sencilla e ignorante, los que no tienen acceso a grandes conocimientos, los que no cuentan en la religión del templo, se están abriendo a Dios con corazón limpio. Están dispuestos a dejarse enseñar por Jesús. El Padre les está revelando su amor a través de él. Entienden a Jesús como nadie.

Sin embargo, los «sabios y entendidos» no entienden nada. Tienen su propia visión docta de Dios y de la religión. Creen saberlo todo. No aprenden nada nuevo de Jesús. Su visión cerrada y su corazón endurecido les impiden abrirse a la revelación del Padre a través de su Hijo.

Jesús termina su oración, pero sigue pensando en la «gente sencilla». Viven oprimidos por los poderosos de Séforis y Tiberíades, y no encuentran alivio en la religión del templo. Su vida es dura, y la doctrina que le ofrecen los «entendidos» la hacen todavía más dura y difícil. Jesús les hace tres llamadas.

«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados». Es la primera llamada. Está dirigida a todos los que sienten la religión como un peso, los que viven agobiados por doctrinas que les impiden captar la alegría de la salvación. Si se encuentran vitalmente con Jesús, experimentarán un alivio inmediato: «Yo os aliviaré».

«Cargad con mi yugo… porque es llevadero y mi carga ligera». Es la segunda llamada. Hay que cambiar de yugo. Abandonar el de los «sabios y entendidos» pues no es llevadero, y cargar con el de Jesús, que hace la vida más llevadera. No porque Jesús exige menos. Exige más, pero de otra manera. Exige lo esencial: el amor que libera de lo que hace daño a las personas.

«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». Es la tercera llamada. Hay que aprender a cumplir la ley y vivir la religión con su espíritu. Jesús no «complica» la vida, la hace más simple y humilde. No oprime, libera para vivir de manera más digna y humana. Es un «descanso» encontrarse con él.

Gentileza Martintxo Gondra

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8DO,A (Cuerpo y Sangre de Cristo) - 2008 (Pagola)

Juan 6, 51-59
EXPERIENCIA DECISIVA
José Antonio Pagola


Como es natural, la celebración de la misa ha ido cambiando a lo largo de los siglos. Según la época, teólogos y liturgistas han ido destacando algunos aspectos y descuidando otros. La misa ha servido de marco para celebrar coronaciones de reyes y papas, rendir homenajes o conmemorar victorias de guerra. Los músicos la han convertido en concierto. Los pueblos la han integrado en sus devociones y costumbres religiosas…

Después de veinte siglos, puede ser necesario recordar algunos de los rasgos esenciales de la última Cena del Señor, tal como era recordada y vivida por las primeras generaciones cristianas.

En el fondo de esa cena hay algo que jamás será olvidado: sus seguidores no quedarán huérfanos. La muerte de Jesús no podrá romper su comunión con él. Nadie ha de sentir el vacío de su ausencia. Sus discípulos no se quedan solos, a merced de los avatares de la historia. En el centro de toda comunidad cristiana que celebra la eucaristía está Cristo vivo y operante. Aquí está el secreto de su fuerza.

De él se alimenta la fe de sus seguidores. No basta asistir a esa cena. Los discípulos son invitados a «comer». Para alimentar nuestra adhesión a Jesucristo, necesitamos reunirnos a escuchar sus palabras e introducirlas en nuestro corazón, y acercarnos a comulgar con él identificándonos con su estilo de vivir. Ninguna otra experiencia nos puede ofrecer alimento más sólido.

No hemos de olvidar que «comulgar» con Jesús es comulgar con alguien que ha vivido y ha muerto «entregado» totalmente por los demás. Así insiste Jesús. Su cuerpo es un «cuerpo entregado» y su sangre es una «sangre derramada» por la salvación de todos. Es una contradicción acercarnos a «comulgar» con Jesús, resistiéndonos egoístamente a preocuparnos de algo que no sea nuestro propio interés.

Nada hay más central y decisivo para los seguidores de Jesús que la celebración de esta cena del Señor. Por eso hemos de cuidarla tanto. Bien celebrada, la eucaristía nos moldea, nos va uniendo a Jesús, nos alimenta de su vida, nos familiariza con el evangelio, nos invita a vivir en actitud de servicio fraterno, y nos sostiene en la esperanza del reencuentro final con él.

Gentileza Martintxo Gondra

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