Saturday, April 28, 2012

3DP,B 2012 (Marcos)


Ciclo B
Tiempo de Pascua
3 domingo
DOMINGO 3º DE PASCUA  (B)
Marcos Rodríguez


(Hch 3,13-19) “Arrepentíos y convertíos para que se os perdonen los pecados”.
(1 Jn 2,1-5) Quien dice: yo le conozco, y no guarda sus mandatos, es un mentiroso.
(Lc 24,35-48) En su nombre se predicará conversión y perdón a todos los pueblos

Seguimos en tiempo pascual. El tema de este domingo sigue siendo Jesús que vive y da Vida. Esa nueva Vida queda reflejada en las tres lecturas de hoy como conversión y perdón. El pecado es la única muerte a la que debíamos tener miedo, porque es la única realidad que aniquila la verdadera Vida. Pero  pecado es siempre hacer daño a los demás o hacerse daño a sí mismo. Solo cuando hay injusticia y opresión podemos decir con propiedad que hay pecado. Si hay pecado, hay muerte y por tanto, falta de Vida

Todos estamos de acuerdo (incluido el Papa) en que Jesús no volvió a la vida biológica; por lo tanto lo que pasó en Jesús después de su muerte no puede ser objeto de la ciencia ni de la historia. Una realidad no puede ser a la vez material y espiritual. Si Jesús recuperó su cuerpo, necesariamente tiene que estar en el tiempo y en un lugar. Si decimos que su cuerpo es espiritual (pablo lo dice expresamente), estamos afirmando que no hay cuerpo. Si no es cuerpo, no se puede constatar por los sentidos y no puede caer dentro del ámbito de lo histórico. En sí misma no se puede constatar históricamente, pero los efectos que produjo en sus seguidores, sí pueden ser constatados por la ciencia y por la historia. Solo a través de esos efectos podemos enterarnos  de que Jesús sigue vivo y está dando vida a la comunidad. Esto es lo que los textos nos quieren transmitir.

La aparición a los once es narrada, por todos los evangeli­stas, aunque de muy distinta manera. Un verdadero relato lo encontra­mos solo en Lucas y Juan. Recordemos que son los dos últimos en escribir su evangelio, y por eso nos trasmiten relatos muy elaborados teológicamente. En los textos más antiguos se habla siempre de (ôphthè) “dejarse ver”. Es este un término técnico, que normalmente se traduce por aparecerse, pero que no es una traducción adecuada. Para que veáis la dificultad de traducir esa palabreja, basta tener en cuenta que Pablo la utiliza en 1 Cor, 15 para decir que Cristo se apareció a Cefas, a Santiago y a Pablo; y en 1 Tim 3,16, para decir que se apareció a los ángeles. La misma palabra es empleada para decirnos que Moisés y Elías se “aparecieron” junto a Jesús. También se utiliza para designar las lenguas de fuego que “aparecieron” sobre la cabeza de los apóstoles. En el discurso de Esteban Dios se “aparece” a nuestro padre Abrahán. 

En los relatos más tardíos, se tiende a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mt se duda que sea el Cristo; en Lc y Jn se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: confundir lo real con lo que se puede constatar por los sentidos. Hoy sabemos que la verdadera realidad no es lo sensible, sino lo espiritual.

En el evangelio de Lc que acabamos de escuchar, Jesús aparece de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. En el relato que precede de Emaús, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la primitiva iglesia cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.

“Llenos de miedo”. No tiene mucha lógica el terror manifestado, si tenemos en cuenta que los discípulos ya habían recibido el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío por parte de Pedro, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no relata. En ese mismo momento en que aparece Jesús, los de Emaús les estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todos, siguen teniendo miedo, quiere decir que no fue fácil comprender que la Vida puede vencer a la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. Es curioso, en Jn, los discípulos reunidos tienen miedo de los judíos; en Lc, tienen miedo del mismo Jesús que se les aparece.         “Creían ver un fantasma”. El texto se empeña en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerle. Incluso Magdalena pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir estas acotaciones? Era Jesús, pero no era él. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos. No es tan sencillo descubrir, que los textos nos quieren decir mucho más que la simple narración de un suceso.

“Mirad mis manos y mis pies, palpadme”. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz; y de que ese Jesús que se deja ver ahora, es el mismo que crucificaron. Una vez más se insiste en la materialidad de lo narrado. Es importante dejar claro que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el común sentir de todos ellos. Esto da plena garantía de autenticidad a lo que nos quieren trasmitir, aunque al empaquetarlo en una narración, tenemos el peligro de quedarnos en el cuerno. No les importa la falta de lógica del relato. Un refrán escolástico dice: “Lo que prueba demasiado no prueba nada”. Cuando desapareció Jesús ¿Qué pasó con aquel trozo de pescado que comió?

“Así estaba escrito” Otra característica de Lc es la insistencia en que se tienen que cumplir las Escrituras. Esto es muy interesante, porque en todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y reivindica su justicia. Las primeras comunidades eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para poder interpretar su figura. Al insistir en que la Escrituras se tienen que cumplir, nos está diciendo que todo está bajo el control de Dios. No son los enemigos de Jesús los que se han salido con la suya, sino que el plan de Dios se cumple a través de los acontecimientos por muy adversos que se puedan presentar. Hoy sabemos que este afán por descubrir en las Escrituraras lo que después pasó en Jesús no pasa de una interpretación acomodaticia.

“Mientras estaba con vosotros” Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que tenemos que advertir para no caer en la trampa de una interpretación literal. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no caen en la tentación de creer que es la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos como antes. Está con ellos, come con ellos se relaciona con ellos, pero no de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Tampoco pensemos que esta presencia es de inferior categoría. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.

También el encargo de predicar la buena noticia se apoya en las Escrituras. La buena nueva es la conversión y el perdón. Las otras dos lecturas de este domingo apuntan en esta dirección. Si pecado es toda opresión, el dejarse matar antes que oprimir a nadie es la señal suprema de que el pecado está superado. La buena noticia de Jesús es que Dios es amor. Su experiencia del Abba nos tiene que tranquilizar a todos. El amor de Dios es incondicional por su parte. Pero en la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que fallamos en la parte que nos corresponde para hacer nuestro ese amor de Dios. "arrepentíos y convertíos para que se perdonen vuestros pecados"; y Juan: "Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él". 

Para terminar, recordar la última diferencia notable entre Lc y Jn. En Jn, sopla sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lc les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu ni tiene que mandarlo ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros, cuando lo descubrimos, y vivimos su presencia.

La epístola de Jn tiene que hacernos reflexionar. Quien dice: yo le conozco y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso. Está claro que no habla de un conocimiento teórico, sino de una identificación con él. Una erudición exhaustiva sobre la figura de Jesús, no garantiza una vida cristiana. Aceptar con escrupulosidad todos los dogmas, no dará seguridad ninguna de verdadera salvación en Jesús. No se trata de conocer mejor a Jesús, sino de nacer a la Vida que él vivió y desplegarla con la mayor intensidad posible.


Meditación-contemplación


Jesús se hace presente en medio de la comunidad.
Ésta es la realidad pascual vivida por los primero seguidores.
Ésta es la realidad que tememos que vivir hoy,
si queremos ser de verdad sus discípulos.


No debemos esperar que Jesús se vaya a aparecer visiblemente.
Somos nosotros los que tenemos que hacerle presente.
El objetivo de la vida humana de Jesús,
fue hacer presente a Dios en este mundo.


Hacer presente a Jesús es hacer presente a Dios.
Puesto que Dios es amor, solo con amor se le puede manifestar.
Cada vez que ayudamos, de cualquier forma, a otra persona,
estamos haciendo presente a Dios.

1DP,B 2012 (Marcos)


Marcos Rodríguez

(Hch 10,14-43) “Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver...”
(Col 3,1-4) “Aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”.
(Jn 20,1-9) “Entonces entró también el otro discípulo, y vio y creyó”.

La realidad pascual es, tal vez, la más difícil de reflejar en conceptos mentales. La palabra Pascua (paso) tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también nos pueden despistar y enredarnos en un nivel puramente terreno que nada nos dice de lo que estamos celebrando. Lo mismo pasa con la palabra resurrección, también ésta nos constriñe en una connotación de vida y muerte biológicas, que nada tiene que ver con lo que pasó en Jesús y con lo que tiene que pasar en cada uno de nosotros.

La exégesis lleva muchos años aportándonos elementos de juicio que pueden ayudarnos a interpretar lo que quieren decir los textos. Reconozco que su principal tarea es negativa, es decir, nos indica los errores que hemos cometido al interpretar los relatos, por no tener en cuenta la manera de hablar de la época. Pero aún así, sus aportaciones son valiosísimas, porque nos obligan a intentar nuevas maneras de entender los textos, que pueden acercarnos al verdadero sentido de lo que nos quiere decir el NT.

La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material y directa. También la Pascua cristiana debía tener ese efecto de paso, pero en un sentido completamente distinto. En Jesús Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica. El evangelio de Jn lo explica muy bien en el diálogo de Jesús con Nicodemo. “Hay que nacer de nuevo”. Y “De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”. Sin este paso, es imposible entrar en el Reino de Dios.

Cuando el grano de trigo cae en tierra, “muriendo”, desarrolla una nueva vida que ya estaba en él en germen. Cuando ya ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse que pasó con el grano. La Vida que los discípulos descubrieron en Jesús, después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero estaba velada. Solo cuando desapareció como viviente biológico, se vieron obligados a profundizar. Al descubrir que ellos  poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte.

Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección,  que empleamos para designar lo que pasó en Jesús después de su muerte. En realidad, no pasó nada. Con relación a su Vida Espiritual, Divina, Definitiva, no está sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto no puede “pasar” nada; simplemente continúa. Con relación a su vida biológica, como toda vida era contingente, limitada, finita, y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver, no tiene nada que ver con la vida.

Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Pero pensemos que un Jesús en cuerpo, saltando de la ceca a la meca, o travesando paredes y puertas cerradas, para colocarlo después en el cielo a la derecha de Dios, no nos serviría de gran cosa. Yo diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vana, es decir vacía. Aquí debemos buscar el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer a la muerte biológica, porque no la puede afecta para nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Y nosotros empeñados en utilizar el Espíritu, para que permanezca nuestra carne!

Los discípulos pudieron experimentar como resurrección la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos, efectivamente, había muerto. Y no hablamos sólo de la muerte física, sino del aniquilamiento de la figura de Jesús. La muerte en la cruz significaba precisamente esa destrucción total de una persona. Con ese castigo se intentaba que no quedase nada de ella, ni el recuerdo. Por esta razón es muy problemática el relato de un entierro de Jesús por unos desconocidos. Los que le siguieron entusiasmados durante un tiempo, vieron como se hacía trizas su persona. Aquel en quien habían puesto todas sus esperanzas, había terminado aniquilado por completo. Por eso la experiencia de que seguía vivo, fue para ellos una verdadera resurrección.

Hoy nosotros tenemos otra perspectiva. Sabemos que la verdadera Vida de Jesús, la divina no puede ser afectada por la muerte física, y por lo tanto, no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino natural es la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso, que nos es de destrucción si no de maduración. Cuando vemos la espiga de trigo que está madurando, ¿a quién se le ocurre preguntar por el grano que la ha producido y que ha desaparecido? El grano está ahí, pero desplegado en todas sus posibilidades de ser, que antes sólo eran en él, germen.


Meditación-contemplación

Si no he resucitado, mi fe sigue siendo vana.
Comprender lo que pasó en Jesús no es el objetivo.
Es sólo el medio para saber qué tiene que pasar conmigo.
También yo tengo que morir y resucitar, como Jesús.


No se trata de morir físicamente,
ni de una resurrección corporal.
Como Jesús tengo que morir al egoísmo
y nacer del Espíritu al verdadero amor a los demás.


Día a día tengo que morir a todo lo terreno.
Día a día tengo que nacer a lo divino.
Ni muerte ni resurrección terminan mientras viva.
Pero cuanto más muera, más Vida habré conseguido.


4DP,B 2012 (Pagola)


Juan 10, 11-18
VA CON NOSOTROS
José Antonio Pagola

El símbolo de Jesús como pastor bueno produce hoy en algunos cristianos cierto fastidio. No queremos ser tratados como ovejas de un rebaño. No necesitamos a nadie que gobierne y controle nuestra vida. Queremos ser respetados. No necesitamos de ningún pastor.

No sentían así los primeros cristianos. La figura de Jesús buen pastor se convirtió muy pronto en la imagen más querida de Jesús. Ya en las catacumbas de Roma se le representa cargando sobre sus hombros a la oveja perdida. Nadie está pensando en Jesús como un pastor autoritario dedicado a vigilar y controlar a sus seguidores, sino como un pastor bueno que cuida de ellas.

El "pastor bueno" se preocupa de sus ovejas. Es su primer rasgo. No las abandona nunca. No las olvida. Vive pendiente de ellas. Está siempre atento a las más débiles o enfermas. No es como el pastor mercenario que, cuando ve algún peligro, huye para salvar su vida abandonando al rebaño. No le importan las ovejas.

Jesús había dejado un recuerdo imborrable. Los relatos evangélicos lo describen preocupado por los enfermos, los marginados, los pequeños, los más indefensos y olvidados, los más perdidos. No parece preocuparse de sí mismo. Siempre se le ve pensando en los demás. Le importan sobre todo los más desvalidos.

Pero hay algo más. "El pastor bueno da la vida por sus ovejas". Es el segundo rasgo. Hasta cinco veces repite el evangelio de Juan este lenguaje. El amor de Jesús a la gente no tiene límites. Ama a los demás más que a sí mismo. Ama a todos con amor de buen pastor que no huye ante el peligro sino que da su vida por salvar al rebaño.

Por eso, la imagen de Jesús, "pastor bueno", se convirtió muy pronto en un mensaje de consuelo y confianza para sus seguidores. Los cristianos aprendieron a dirigirse a Jesús con palabras tomadas del salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo... Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida".

Los cristianos vivimos con frecuencia una relación bastante pobre con Jesús. Necesitamos conocer una experiencia más viva y entrañable. No creemos que él cuida de nosotros. Se nos olvida que podemos acudir a él cuando nos sentimos cansados y sin fuerzas o perdidos y desorientados.

Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado solo de manera doctrinal, un Jesús lejano cuya voz no se escucha bien en las comunidades..., corre el riesgo de olvidar a su Pastor. Pero, ¿quién cuidará a la Iglesia si no es su Pastor?

4DP,B 2012 (Marcos)


Marcos Rodríguez

(Hch 4,8-12) "Por su nombre (Jesús) se presenta este sano ante vosotros."
(1 Jn 3,1-2) "Somos hijos de Dios y el mundo no nos conoce por que no le conoce."
(Jn 10,11-18) "Yo soy modelo de pastor, que se entrega él mismo por las ovejas".

CONTEXTO.
El texto que acabamos de leer está enmarcado en un contexto más amplio de polémica entre Jesús y los judíos (fariseos), después de la curación del ciego de nacimiento. Quien no entra por la puerta, es ladrón y bandido. Quien no es dueño de las ovejas, sino asalariado, no está dispuesto a dar la vida por ellas. No se trata de una propuesta anodina sino de una denuncia en toda regla. Todo poder que no se pone al servicio del pueblo es contrario a Dios. Hemos abandonado los relatos pascuales, pero no nos salimos del tema pascual. El único mandato que Jesús recibe del Padre es dar Vida.

EXPLICACIÓN.
El problema que tenemos hoy nosotros para comprender la alegoría del buen pastor, es que apenas sabemos lo que es un pastor; mucho menos podemos hacernos la idea de lo que sería un "buen pastor". En nuestro tiempo un pastor no conoce a cada oveja por su nombre, ni las ovejas reconocen a su pastor. En tiempo de Jesús, el pastor era, casi siempre, el dueño de un pequeño número de ovejas, a las que cuidaba como si fueran miembros de la familia, incluso, cobijándolas bajo el mismo techo, llamándolas por su nombre propio. Es natural que así fuera, porque de ellas dependía el sustento de la familia; lana, leche, carne, piel, abono, contribuían a la subsistencia de sus miembros.

La figura del pastor modelo está en contraposición con la figura del mercenario. El pastor que es dueño de las ovejas, actúa por amor y no le importa arriesgar su propia persona para defenderlas de cualquier peligro. El mercenario actúa por dinero, las ovejas le traen sin cuidado. En (4 Esd 5,18) dice: “No nos abandones como un pastor su rebaño en poder de lobos dañinos”. La figura del lobo está en paralelo con la del ladrón y bandido, (de la que habla un poco más arriba) que arrebata y dispersa. Precisamente lo contrario de lo que hace Jesús, reunir las ovejas dispersas (11,52)

La imagen del pastor fue muy utilizada en el AT. Se aplicó a los dirigentes, muchas veces para llamar la atención de que no cumplían con su deber de cuidar como debían del pueblo. También se aplicó al mismo Dios que, cansado de los malos pastores, terminaría por apacentar Él mismo a su rebaño. La única idea totalmente original de Jn es la de dar la vida por las ovejas. Seguramente es una interpretación de la vida y muerte de Jesús como servicio total a los hombres. Hay que recordar una vez más, que no se trata de un discurso de Jesús, sino de una manera de trasmitir lo que los cristianos de aquella comunidad pensaron sobre él durante setenta años.

Yo soy el buen pastor. No se trata de resaltar el carácter de bondad y de dulzura. Con la traducción oficial queda devaluada la expresión. Además “bueno” en griego, sería (agathos). (Kalos) significa bello, ideal, excelente, único en su género o modelo de perfección. Denota perfección suma. No se dice solo de las personas (el vino en la boda de Caná (2,10). Sería el pastor por excelencia, único. Pastores “buenos”, puede haber muchos. Pastor ideal solo puede haber uno. El tomar el evangelio que acabamos de oír como excusa para hablar de los obispos y de los sacerdotes como pastores, no tiene ni pies ni cabeza. La tarea de los dirigentes religiosos no tiene nada que ver con lo que nos quiere decir el evangelio sobre Jesús. Todos somos ovejas de Jesús, no del obispo o del párroco; mucho menos si siguen  empeñados en que, en vez de ovejas, seamos borregos.

El buen pastor se entrega él mismo por las ovejas. La vida (psukhên) se identifica con la persona. En griego existen tres palabras para designar vida: (bios), (zoê) y (psukhê). No significan exactamente lo mismo, y por eso pueden causar confusión. Psukhên significa persona, es decir, capacidad de sentimientos y afectos. (Tithesin) no significa dar, sino poner, o mejor, exponer, arriesgar. Como pastor excelente, Jesús pone su persona al servicio de los demás durante toda la vida. Jesús se desvive por los demás. Dice el DRAE: desvivirse: Mostrar incesante y vivo interés, solicitud o amor por una persona. Es exactamente lo que queremos decir aquí de Jesús. La entrega de la vida física, es la manifestación extrema de su continua entrega durante su vida. Quien no ama hasta dar la vida no es auténtico pastor. El máximo don de sí es la comunica­ción plena de lo que él es. No se trata de que, por su muerte, se nos conceda algo venido de fuera. Se trata de que su Vida, puesta al servicio de los demás, prende y se desarrolla en los demás. Cuando seamos capaces de darnos sin límites, será la prueba de que su Vida está en nosotros.

Conozco a las mías y las mías me conocen.  No se trata de un conocimiento a través de los sentidos o de la razón. En el AT el conocimiento y el amor van siempre juntos. Ese conocimiento mutuo es una relación íntima, por la participa­ción del Espíritu. Esta reciprocidad nos lanza a años luz de la simple imagen de oveja y pastor. Este mutuo conocimiento-a­mor, lo compara con el que existe entre Jesús y el Padre. La comunidad de Jesús no es una filiación externa, sino una experiencia-vivencia de amor. No se trata de la pertenencia a una institución, sino de la unidad de ser y acción en el mismo Espíritu. El descubrimiento vivencial del amor de Dios al hombre lleva a dar la vida.

Tengo otras ovejas que no son de este atrio. Sitúa Jn su evangelio en el amplio contexto de la creación. De ahí deduce la visión universalista de la misión de Jesús. Los supuestos privilegios del pueblo de Israel, desaparecen en beneficio de una comunidad universal. Ya en el prólogo habla de la “luz que ilumina a todo hombre”. Es una pena que nos hayamos olvidado de esta visión. Todos los seres humanos pertenecen al mismo dueño y de todos cuida con la misma solicitud. Tal vez la idea religiosa que más daño ha hecho a nuestro cristianismo, es la de creernos elegidos, y que Dios era propiedad exclusiva nuestra. Todas las religiones han caído en esa trampa; la nuestra ha sido la más exagerada en esa reivindicación de una exclusividad de Dios. "Fuera de la Iglesia no hay salvación". Aún hoy, la idea que tenemos de ecumenismo es raquítica; unirnos todos los que creemos en Cristo. ¿Para hacer frente a los adversarios de una manera más eficaz? La imagen que damos de Dios es lamentable y mezquina. Para nada es la del Dios de Jesús.

Un solo rebaño, un solo pastor. La ausencia de conjunción "y" o preposición "con" entre los dos términos, indica que la relación entre Jesús y el rebaño no es de yuxtaposición ni de compañía. Jesús como fuente de Vida es el aglutinante que constituye la comunidad como tal. No puede ser encerrada en institución alguna, ni nacional ni cultural ni religiosa. Su base es la naturaleza del hombre acabado por el Espíritu que da cohesión y unidad interior. Jesús no ha creado un corral (la Iglesia) donde meter sus ovejas, todos los hombres forman parte de su rebaño. Esto seguimos sin entenderlo, después de dos mil años. Va siendo hora de que abandonemos la seguridad de nuestros supuestos privilegios.

APLICACIÓN.
La disposición a dar Vida, es la categoría intelectual que empalma estos relatos con el tiempo de Pascua que estamos celebrando. Decíamos que la raíz de la experien­cia pascual era que Jesús seguía vivo y estaba comunicando Vida a la comunidad. Es mucho más que celebrar la muerte y creer en una vuelta a la vida. Se trata de descubrir que Jesús comunica a otros lo más valioso de sí mismo. Como los primeros cristianos, nosotros tenemos la misma posibilidad de hacer nuestra esa Vida. Se trata de la misma Vida de Dios, de su amor que se nos entrega incondicionalmente. "El Padre que vive me ha enviado y  yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí". El que me come, quiere decir el que me hace suyo, el que se identifica con mi manera de ser, de pensar, de actuar, de vivir. Si Jesús es pan de Vida, no es porque lo podemos comer a él, sino porque nos capacita para dejarnos comer. Si no me desvivo por el otro, es que su Vida aún no se ha desplegado en mí.

En la medida que cada uno de nosotros hayamos hecho nuestra esa Vida, estaremos dispuestos a desvivirnos por los demás. Como la vida biológica, esta Vida es un “movimiento desde dentro”. El salir de sí mismo e ir a los demás para potenciar su misma Vida, no debe depender de las circunstancias; es un movimiento que tiene su origen es esa misma Vida que se me ha comunicado y que no tiene más remedio que manifestarse en la entrega a lo otros, sin ninguna clase de distinción. El amor que nos pidió Jesús, está reñido con cualquier clase de acepción de personas. No estamos acostumbrados a tener este detalle en cuanta, y así creemos que es amor lo que no es más que recíproco interés o simpatía visceral.

Amar y servir al que me ama y sirve, no es garantía ninguna del amor cristiano. El ayudar al que puede ayudarte y ser amable con la persona que puedes necesitar no es más que un sutil despliegue de egoísmo. Si no atendemos a este detalle en nuestras relaciones con los demás, fácilmente podemos creernos en la cima del cristianismo, simplemente porque somos capaces de sacrificarnos por aquellos de los que dependemos.



Meditación-contemplación

 “Yo doy mi vida por las ovejas”.
Trata de descubrir el verdadero sentido de esta frase.
No se traga de dar la vida muriendo,
Sino de poner toda tu vida al servicio de los demás.

Solo lo que se da, se gana.
Todo lo que se guarda, se pierde.
Si te empañas en salvaguardar a toda costa tu vida,
Habrás desperdiciado tu existencia.

Nadie va a exigirte que entregues tu vida muriendo.
Pero, de tu vida solo permanecerá lo que entregues.
No pienses en grandes sacrificios y renuncias.
Date poco a poco en las cosas más sencillas de cada día.


3DP,B 2012 (Pagola)


Lucas 24, 35-48
TESTIGOS
José Antonio Pagola

Lucas describe el encuentro del Resucitado con sus discípulos como una experiencia fundante. El deseo de Jesús es claro. Su tarea no ha terminado en la cruz. Resucitado por Dios después de su ejecución, toma contacto con los suyos para poner en marcha un movimiento de "testigos" capaces de contagiar a todos los pueblos su Buena Noticia: "Vosotros sois mis testigos".

No es fácil convertir en testigos a aquellos hombres hundidos en el desconcierto y el miedo. A lo largo de toda la escena, los discípulos permanecen callados, en silencio total. El narrador solo describe su mundo interior: están llenos de terror; solo sienten turbación e incredulidad; todo aquello les parece demasiado hermoso para ser verdad.

Es Jesús quien va a regenerar su fe. Lo más importante es que no se sientan solos. Lo han de sentir lleno de vida en medio de ellos. Estas son las primeras palabras que han de escuchar del Resucitado: "Paz a vosotros... ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?".

Cuando olvidamos la presencia viva de Jesús en medio de nosotros; cuando lo hacemos opaco e invisible con nuestros protagonismos y conflictos; cuando la tristeza nos impide sentir todo menos su paz; cuando nos contagiamos unos a otros pesimismo e incredulidad... estamos pecando contra el Resucitado. No es posible una Iglesia de testigos.

Para despertar su fe, Jesús no les pide que miren su rostro, sino sus manos y sus pies. Que vean sus heridas de crucificado. Que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la muerte. No es un fantasma: "Soy yo en persona". El mismo que han conocido y amado por los caminos de Galilea.

Siempre que pretendemos fundamentar la fe en el Resucitado con nuestras elucubraciones, lo convertimos en un fantasma. Para encontrarnos con él, hemos de recorrer el relato de los evangelios: descubrir esas manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, esos pies cansados de caminar al encuentro de los más olvidados; descubrir sus heridas y su pasión. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado por el Padre.

A pesar de verlos llenos de miedo y de dudas, Jesús confía en sus discípulos. Él mismo les enviará el Espíritu que los sostendrá. Por eso les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: "Vosotros sois testigos de esto". No han de enseñar doctrinas sublimes, sino contagiar su experiencia. No han de predicar grandes teorías sobre Cristo sino irradiar su Espíritu. Han de hacerlo creíble con la vida, no solo con palabras. Este es siempre el verdadero problema de la Iglesia: la falta de testigos. 

3DP,B 2012 (Mulet)


Francesc Mulet, escolapio


El evangelio de hoy sigue al episodio de los discípulos de Emaús que, vueltos a Jerusalén, cuentan al grupo de los discípulos su encuentro con Jesús resucitado. Por eso es muy sorprendente que mientras el grupo está escuchando a los de Emaús, precisamente al aparecer Cristo en persona en medio de ellos, los discípulos tienen miedo y se resisten a creer lo que están viendo sus ojos.

Hasta cierto punto era lógico. Lo habían visto padecer, morir y ser sepultado hacía tan sólo unas pocas horas, si bien las suficientes para el desplome de toda ilusión y esperanza mesiánica ante un fracaso tan notorio.

En la perplejidad de los discípulos ante la aparición de Cristo resucitado vemos que la fe tiene una franja de claroscuro que se sitúa entre la duda y la entrega confiada y que está compuesta de riesgo y seguridad al mismo tiempo.

Para nosotros hoy día creer en Cristo y en Dios pertenece al mundo de lo invisible -que no irreal- y, por tanto, no entra de forma inmediata en lo sensible.

Por eso, la fe tiene un matiz muy especial que le es exclusivo y que constituye su paradoja del claroscuro: por una parte es inseguridad y riesgo, aunque compensados por otra con una certeza absoluta, indefinible pero cierta y superior incluso a la verdad experimental, científica o lógica.

Creer hoy es comprometerse gozosamente con Dios, con nuestra conciencia y actitudes personales, con los demás, con el mundo y con la vida.

Creer es vivir toda nuestra vida con espíritu pascual y atreverse, como los apóstoles y primeros creyentes, a convertirnos radicalmente cambiando el rumbo de nuestra vida y dando razón de nuestra esperanza a pesar de la duda y del egoísmo, de la injusticia y del desamor, de la vulgaridad y de la muerte; porque la conversión, como el creer, es tarea de todo tiempo, incluido el pascual.

Nuestro hermano el P. Paricio, ha sido dado de alta hospitalaria, le han detectado una dolencia cardíaca y temporalmente seguirá su tratamiento en la comunidad de Malvarrosa, en Valencia. Te agradezco tu oración y tu compañía fraterna.
Un abrazo fraterno,

2DP,B 2012 (Mulet)


Francesc Mulet, escolapio

En la primera parte del evangelio que hemos escuchado descubrimos los "verdaderos y santísimos efectos" de la Resurrección, que diría san Ignacio de Loyola, y el Señor Resucitado continúa vivificando nuestras vidas. ¿Cuáles son estos efectos?

El primero es abrir "las puertas cerradas por miedo a los judíos". Cambiar el miedo por la fe. Siempre que en el Antiguo o en el Nuevo Testamento se aparece a una persona el misterio de Dios o un ángel, las primeras palabras son "no tengas miedo". El Señor quita los miedos, el Señor es creador de confianza.

Después, Juan dice que "Jesús entró y se puso en medio". Desde el comienzo de este pasaje evangélico la iniciativa es de Él, es el Resucitado quién viene a nosotros. El Señor es el centro de la comunidad.

Como tercer efecto, las primeras palabras del Señor Resucitado a la comunidad, la Paz. En el texto de hoy tres veces lo escucharemos decir: "Paz a vosotros". La paz es otro efecto de la nueva vida de Cristo. La paz del Cristo Resucitado, la que tiene ahora junto al Padre.

Como no quiere que olvidemos que el Resucitado es el Crucificado, se nos dice que "después les enseñó las manos y el costado". Enseña su dolor como dolor del mundo, y nos dice que tenemos que acompañar este dolor de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

El quinto efecto es la primera respuesta de la comunidad a todo el que está viviendo. Hasta ahora el evangelista sólo se ha fijado en el Señor. Ahora expresa los primeros efectos desde los discípulos. Nos dice que "Los discípulos se alegraron al ver al Señor". La alegría es otro efecto de la Resurrección.

Y todavía queda un último efecto de la Resurrección: el perdón, "A quienes perdonaréis los pecados, les quedarán perdonados". Les recuerda que su vida ha sido desvelar la misericordia de Dios Padre, y que Él siempre se adelanta a conceder el perdón.

El Señor Resucitado vuelve a abrir las puertas, a ponerse en medio de la comunidad, a dar la paz, a enseñar las manos, a hacerse tocar las heridas de la pasión. Entonces aparece la fe como una nueva manera de acercarse al Señor, de escuchar a la comunidad, de creer a través de la fe de los otros.

Te pido tu oración por nuestro hermano el padre José Paricio que está en el hospital con un problema cardíaco, ésta es nuestra Pascua. El Señor pasa y nos da ánimo en nuestro caminar.


2DP,B 2012 (Pagola)


Ciclo B
Tiempo de Pascua
2º domingo
Juan 20, 19-31
RECORRIDO HACIA LA FE
José Antonio Pagola

Estando ausente Tomás, los discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita. En cuanto lo ven llegar, se lo comunican llenos de alegría: "Hemos visto al Señor". Tomás los escucha con escepticismo. ¿Por qué les va creer algo tan absurdo? ¿Cómo pueden decir que han visto a Jesús lleno de vida, si ha muerto crucificado? En todo caso, será otro.

Los discípulos le dicen que les ha mostrado las heridas de sus manos y su costado. Tomás no puede aceptar el testimonio de nadie. Necesita comprobarlo personalmente: "Si no veo en sus manos la señal de sus clavos... y no meto la mano en su costado, no lo creo". Solo creerá en su propia experiencia.

Este discípulo que se resiste a creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para llegar a la fe en Cristo resucitado los que ni siquiera hemos visto el rostro de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.

A los ocho días, se presenta de nuevo Jesús a sus discípulos. Inmediatamente, se dirige a Tomás. No critica su planteamiento. Sus dudas no tienen nada de ilegítimo o escandaloso. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le entiende y viene a su encuentro mostrándole sus heridas.

Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado". Esas heridas, antes que "pruebas" para verificar algo, ¿no son "signos" de su amor entregado hasta la muerte? Por eso, Jesús le invita a profundizar más allá de sus dudas: "No seas incrédulo, sino creyente".

Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo experimenta la presencia del Maestro que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: "Señor mío y Dios mío". Nadie ha confesado así a Jesús.

No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos salvan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.

La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo Rostro podemos vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas. "Dichosos los que crean sin haber visto".

1DP,B 2012 (Pagola)


Ciclo B
Tiempo de Pascua
Domingo de Resurrección
Juan 20, 1-9
MISTERIO DE ESPERANZA
José Antonio Pagola

Creer en el Resucitado es resistirnos a aceptar que nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándonos en Jesús resucitado por Dios, intuimos, deseamos y creemos que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el anhelo de vida, de justicia y de paz que se encierra en el corazón de la Humanidad y en la creación entera.

Creer en el Resucitado es rebelarnos con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, humillación y sufrimientos, queden olvidados para siempre.

Creer en el Resucitado es confiar en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podremos ver a los que vienen en pateras llegar a su verdadera patria. 

Creer en el Resucitado es acercarnos con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, discapacitados físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión, cansadas de vivir y de luchar. Un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: "Entra para siempre en el gozo de tu Señor".

Creer en el Resucitado es no resignarnos a que Dios sea para siempre un "Dios oculto" del que no podamos conocer su mirada, su ternura y sus abrazos. Lo encontraremos encarnado para siempre gloriosamente en Jesús.

Creer en el Resucitado es confiar en que nuestros esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío. Un día feliz, los últimos serán los primeros y las prostitutas nos precederán en el Reino.

Creer en el Resucitado es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada se perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor.

Creer en el Resucitado es esperar que las horas alegres y las experiencias amargas, las "huellas" que hemos dejado en las personas y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado generosamente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termina, la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo en todos.

Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos estas increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en boca de Dios: "Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed, yo le daré gratis del manantial del agua de la vida". Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas porque todo eso habrá pasado.

1DP,B VIGILIA PASCUAL 2012 (Marcos)


Ciclo B
Tiempo pascual
VIGILIA PASCUAL
Marcos Rodríguez

El centro de esta vigilia no es un cuerpo, ni muerto ni vivo, sino el fuego y el agua. Ya tenemos la primera clave para entender lo que estamos celebrando en la liturgia más importante de todo el año. Fuego y agua son los dos elementos indispensables para la vida. Del fuego surgen dos cualidades sin las cuales no puede haber vida: luz y calor. El agua es el elemento fundamental para formar un ser vivo. El 80% de cualquier ser vivo, incluido el hombre, es agua. El recordar nuestro bautismo es la clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. Hoy, fuego y agua simbolizan a Jesús porque le recordamos VIVO y comunicando Vida. Este es el centro de la experiencia pascual.        

La vida que esta noche nos interesa, no es la física, ni la síquica, sino la espiritual y trascendente. Por no tener en cuenta la diferencia entre estas vidas, nos hemos armado un buen lío con la resurrección de Jesús. La vida biológica no tiene ninguna importancia para la realidad que estamos tratando. “El que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”. La síquica tiene importancia, porque es la que nos capacita para alcanzar la espiritual. Solo el ser humano, que es capaz de conocer y de amar, puede acceder a la Vida divina. Nuestra conciencia individual tiene importancia sólo como instrumento, como vehículo para alcanzar la Vida definitiva. Una vez que se llega a la meta, el vehículo es abandonado por inútil.

Lo que estamos celebrando esta noche, es la llegada de Jesús a esa meta. Jesús, como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva que es la Vida de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna. Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero creo que no es hoy el más adecuado para expresar esa realidad divina. Inconscientemente lo aplicamos a la vida biológica y sicológica, porque es lo que nosotros podemos sentir, es decir descubrir por los sentidos.  Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando. Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir su divinidad. Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, solo puede ser objeto de fe. Par los apóstoles como para nosotros se trata de una experiencia interior. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA, descubren que tiene que estar él VIVO. Sólo a través de la vivencia personal podemos aceptar la resurrección.

Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la Vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Cristiano es el que está constantemente muriendo y resucitan­do. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina. Tenemos del bautismo una concepción estática que nos impide vivirlo. Creemos que hemos sido bautizados un día a una hora determinada y que allí se realizó un milagro que permanece por sí mismo. Para descubrir el error, hay que tomar conciencia de lo que es un sacramento. Todos los sacramentos están constituidos por dos realidades: un signo y una realidad significada. El signo es lo que podemos ver oír, tocar. La realidad significada ni se ve ni se oye ni se palpa, pero está ahí siempre porque depende de Dios que está fuera del tiempo. En el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que significamos para hacerla presente y vivirla. En tal día a tal hora, han hecho el signo sobre mí, pero el alcanzar y vivir lo significado es tarea de toda la vida. Todos los días tengo que estar haciendo mía esa Vida. Y el único camino para hacer mía la Vida de Dios que es AMOR, es superando el ego-ísmo, es decir amando.

SS,B VIERNES SANTO 2012 (Marcos)


Ciclo B
Semana Santa
c. VIERNES SANTO
Marcos Rodríguez

-(Is 52,13-53,12) “Cuando entregue su vida como expiación, prolongará sus años”.
-(Heb 4,14-5,9) “Él a pesar de ser Hijo, aprendió sufriendo a obedecer”.
-(Jn 18,1-19,42) Tú lo dices: soy Rey. Yo he nacido para ser testigo de la verdad.

Las tres partes en que se divide la liturgia de este viernes, expresan perfectamente el sentido de la celebración. La liturgia de la palabra nos pone en contacto con los hechos que estamos conmemorando y su anuncio profético en el AT. La adoración de la cruz nos lleva al reconocimiento de un hecho insólito que tenemos que tratar de asimilar y desentrañar. La comunión nos recuerda que la principal ceremonia litúrgica de nuestra religión, es la celebración de una muerte; no porque ensalcemos el sufrimiento y el dolor, sino porque descubrimos la Vida, incluso en lo que percibimos como muerte.

Se han dicho tantas cosas y tan disparatadas sobre la muerte de Jesús, que no es nada fácil hacer una reflexión sencilla y coherente sobre su significado. Se ha insistido, y se sigue insistiendo tanto en lo externo, en lo “folklórico”, en lo sentimental, que es imposible olvidarnos de todo eso e ir al meollo de la cuestión. No debemos seguir insistiendo en el sufrimiento. No son los azotes, ni la corona de espinas, ni los clavos, lo que nos salva. Muchísimos seres humanos has sufrido y siguen sufriendo hoy más que Jesús. Tampoco se debe a una hipotética “voluntad de Dios”. Menos aún “sucedió para que se cumplieran las Escrituras”. Lo que nos marca el camino de la plenitud humana (salvación) es la actitud interna de Jesús, que se manifestó durante toda su vida en el trato con los demás. Ese amor manifestado en el servicio a los demás, es lo que demuestra su verdadera humanidad y, a la vez, su plena divinidad. Mientras el cristianismo siga siendo un ropaje exterior, nos podemos sentir abrigados y protegidos, pero no nos cambia interiormente; y por tanto no nos salva.

Si Jesús hubiera muerto de viejo y en paz, no hubiera cambiado nada de su mensaje y de las exigencias que se derivan de él. Si a todo lo que vivió y predicó, hubieran respondido los dirigentes religiosos de su tiempo con honores y reconocimiento, en vez de responder dándole muerte, la importancia savadora de su vida hubiera sido la misma ¿Qué añade su muerte a la buena noticia del evangelio? Aporta una increíble dosis de autenticidad. Sin esa muerte y sin las circunstancias que la envolvieron, hubiera sido mucho más difícil para los discípulos, dar el salto a la experiencia pascual. La muerte de Jesús es sobre todo un argumento definitivo a favor del AMOR. En la muerte, Jesús dejó absolutamente claro, que el amor era más importante que la misma vida. Aquí podemos y debemos encontrar el verdadero sentido de esa muerte.

La muerte de Jesús en la cruz, como resumen y colofón que fue de toda su vida, nos lo dice todo sobre su persona. También nos dice todo sobre nosotros mismos, si nuestro modelo de ser humano es el mismo que tuvo él. Además nos lo dice todo sobre el Dios de Jesús, y sobre el nuestro si es que es el mismo.

Sobre Jesús nos dice que fue plenamente un ser humano. Que en él, la encarnación fue absoluta. Una trayectoria humana que comenzó naciendo, como la de todos los hombres, nos demuestra que las limitaciones humanas, incluida la muerte, no impide al hombre alcanzar su plenitud. Esa plenitud la puso él en el amor incondicional y total. Pero todo eso lo tuvo que aprender aceptando las limitaciones y miserias de toda vida humana.

La buena noticia de Jesús fue que Dios es amor. Pero ese amor se manifiesta de una manera insospechada y desconcertante. El Dios manifestado en Jesús es tan distinto de todo lo que nosotros podemos llegar a comprender, que, aún hoy, seguimos sin asimilarlo. Como no aceptamos un Dios que se da infinitamente y sin condiciones, no acabamos de entrar en la dinámica de relación con Él que nos enseñó Jesús. El tipo de relaciones de toma y da acá, que desplegamos entre nosotros los humanos, no puede servir para aplicarlas al Dios de Jesús. Por eso el Dios de Jesús nos desconcierta y nos deja sin saber a qué atenernos.

Un Dios que siempre está callado y escondido, incluso para una persona tan fiel como Jesús, ¿qué puede aportar a mi vida? Es realmente difícil confiar en alguien que no va a manifestar nunca lo que es. Es muy complicado tener que descubrirle en lo hondo de mi ser, pero sin añadir nada a mi ser, sino constituyéndose en la base y fundamento de mi ser, o mejor que es parte de mi ser en lo que tiene de fundamental.

Nos descoloca un Dios que es impasible al dolor humano, sin darnos cuenta que al aplicar a Dios sentimientos le estamos haciendo a nuestra propia imagen. Naturalmente, al hacerlo, nos estamos fabricando nuestro propio ídolo. Nuestra imagen de Dios, siempre tendrá algo de ídolo, pero nuestra obligación es ir purificándola cada vez más.

Un Dios que nos exige deshacernos, disolvernos, aniquilarnos en beneficio de los demás, no para tener en el más allá un “ego” más potente (los santos), si no para quedar incorporados a su SER, que es ya ahora nuestro verdadero ser, no puede ser atrayente para nuestra conciencia de individuos y de personas. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, permanece solo, pero si muere da mucho fruto”. Este es el nudo gordiano que nos es imposible desenredar. Este es el rubicón que no nos atrevemos a pasar.

La cruz también nos dice todo sobre el hombre, la muerte de Jesús deja claro que su objetivo es imitar a Dios. Si Él es Padre nuestra obligación es la de ser hijos. Ser hijo es salir al padre, imitar al padre de tal modo que viendo al hijo se descubra y se conozca perfectamente cómo es el padre. Esto es lo que hizo Jesús, y esta es la tarea que nos dejó, si de verdad somos sus seguidores. Pero el Padre es amor, don total, entrega incondicional a todos y en todas las circunstancias. ¡Demasiado para el cuerpo! No solo no hemos entrado en esa dinámica, la única que nos puede asemejar a Jesús, sino que vamos en la dirección contraria, no solo en la vida terrena, sino que hemos metido nuestra religión y a nuestro Dios en la estrategia de nuestro egoísmo, buscando incluso seguridades para el más allá.

A ver si tenemos claro esto. La muerte en la cruz no fue un mal trago que tuvo que pasar Jesús para alcanzar la gloria. Se trata de descubrir que la suprema gloria de un ser humano es hacer presente a Dios en el don total de sí mismo, sea viviendo, sea muriendo para los demás. Dios está solo donde hay amor. Si el amor se da en el gozo, allí está Él. Si el amor se da en el sufrimiento, allí está Él también. Se puede salvar el hombre sin cruz, pero nunca se puede salvar sin amor. Lo que aporta la cruz, es la certeza de que el amor es posible, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar. No hay excusas.

El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la vida, es la clave para compren­der que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental en su vida. Lo esencial no es la muerte, sino la actitud fundamental de Jesús que le llevó a una fidelidad a toda prueba. El hecho de que le mataran, podía no tener mayor importancia; pero el hecho de que le importara más la defensa de sus convicciones, que la vida, nos da la verdadera profundi­dad de su opción vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra.

Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su plena consumación. En ese instante puede decir: "Yo y el Padre somos uno". En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de Dios. Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y muerte. Si seguimos pensando en un dios de “gloria” ausente del sufrimiento humano, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús. Si pensamos que por un instante Dios abandonó a Jesús, tenemos todo el derecho a pensar que Dios tiene abandonados a todos los que están hoy sufriendo en parecidas circunstancias. Eso sería terrible. Dios no puede abandonar al hombre, y menos al que sufre.

Al adorar la cruz esta tarde debemos ver en ella el signo de todo lo que Jesús quiso trasmitirnos. Ningún otro signo abarca tanto, ni llega tan a lo hondo como el crucifijo. Pero no podemos tratarlo a la ligera. Poner la cruz en todas partes, incluso como adorno, no garantiza una vida cristiana. Tener como signo religioso la cruz, y vivir en el más refinado de los hedonismos, indica una falta de coherencia que nos tenía que hacer temblar.

Creo que aún tenemos que reflexionar mucho sobre esa muerte para comprender el profundo significado que tuvo para él y para nosotros. Su muerte es el resumen de su actitud vital y por lo tanto, en ella podemos encontrar el verdadero sentido de su vida. Se trata de una muerte que lleva al hombre a la verdadera Vida. Pero no se trata de la muerte física, sino de la muerte al “ego”, y por lo tanto a todo egoísmo. Este es el mensaje que no queremos aceptar, por eso preferimos salir por peteneras y buscar soluciones que no nos exijan entrar en esa dinámica. Si nuestro "falso yo" sigue siendo el centro de nuestra existencia, no tiene sentido celebrar la muerte de Jesús; y tampoco tendrá sentido celebrar su “resurrección”.