SS,B VIERNES SANTO 2012 (Marcos)
Ciclo B
Semana Santa
c. VIERNES SANTO
Marcos Rodríguez
-(Is 52,13-53,12) “Cuando entregue su vida como expiación, prolongará
sus años”.
-(Heb 4,14-5,9) “Él a pesar de ser Hijo, aprendió sufriendo a obedecer”.
-(Jn 18,1-19,42) Tú lo dices: soy Rey. Yo he nacido para ser testigo de
la verdad.
Las tres partes en que se divide la liturgia de este viernes, expresan
perfectamente el sentido de la celebración. La liturgia de la palabra nos pone
en contacto con los hechos que estamos conmemorando y su anuncio profético en
el AT. La adoración de la cruz nos lleva al reconocimiento de un hecho insólito
que tenemos que tratar de asimilar y desentrañar. La comunión nos recuerda que
la principal ceremonia litúrgica de nuestra religión, es la celebración de una
muerte; no porque ensalcemos el sufrimiento y el dolor, sino porque descubrimos
la Vida , incluso
en lo que percibimos como muerte.
Se han dicho tantas cosas y tan disparatadas sobre la muerte de Jesús,
que no es nada fácil hacer una reflexión sencilla y coherente sobre su
significado. Se ha insistido, y se sigue insistiendo tanto en lo externo, en lo
“folklórico”, en lo sentimental, que es imposible olvidarnos de todo eso e ir
al meollo de la cuestión. No debemos seguir insistiendo en el sufrimiento. No
son los azotes, ni la corona de espinas, ni los clavos, lo que nos salva.
Muchísimos seres humanos has sufrido y siguen sufriendo hoy más que Jesús. Tampoco
se debe a una hipotética “voluntad de Dios”. Menos aún “sucedió para que se
cumplieran las Escrituras”. Lo que nos marca el camino de la plenitud humana
(salvación) es la actitud interna de Jesús, que se manifestó durante toda su
vida en el trato con los demás. Ese amor manifestado en el servicio a los
demás, es lo que demuestra su verdadera humanidad y, a la vez, su plena
divinidad. Mientras el cristianismo siga siendo un ropaje exterior, nos podemos
sentir abrigados y protegidos, pero no nos cambia interiormente; y por tanto no
nos salva.
Si Jesús hubiera muerto de viejo y en paz, no hubiera cambiado nada de
su mensaje y de las exigencias que se derivan de él. Si a todo lo que vivió y
predicó, hubieran respondido los dirigentes religiosos de su tiempo con honores
y reconocimiento, en vez de responder dándole muerte, la importancia savadora
de su vida hubiera sido la misma ¿Qué añade su muerte a la buena noticia del
evangelio? Aporta una increíble dosis de autenticidad. Sin esa muerte y sin las
circunstancias que la envolvieron, hubiera sido mucho más difícil para los
discípulos, dar el salto a la experiencia pascual. La muerte de Jesús es sobre
todo un argumento definitivo a favor del AMOR. En la muerte, Jesús dejó
absolutamente claro, que el amor era más importante que la misma vida. Aquí
podemos y debemos encontrar el verdadero sentido de esa muerte.
La muerte de Jesús en la cruz, como resumen y colofón que fue de toda
su vida, nos lo dice todo sobre su persona. También nos dice todo sobre
nosotros mismos, si nuestro modelo de ser humano es el mismo que tuvo él.
Además nos lo dice todo sobre el Dios de Jesús, y sobre el nuestro si es que es
el mismo.
Sobre Jesús nos dice que fue plenamente un ser humano. Que en él, la
encarnación fue absoluta. Una trayectoria humana que comenzó naciendo, como la
de todos los hombres, nos demuestra que las limitaciones humanas, incluida la
muerte, no impide al hombre alcanzar su plenitud. Esa plenitud la puso él en el
amor incondicional y total. Pero todo eso lo tuvo que aprender aceptando las
limitaciones y miserias de toda vida humana.
La buena noticia de Jesús fue que Dios es amor. Pero ese amor se
manifiesta de una manera insospechada y desconcertante. El Dios manifestado en
Jesús es tan distinto de todo lo que nosotros podemos llegar a comprender, que,
aún hoy, seguimos sin asimilarlo. Como no aceptamos un Dios que se da infinitamente
y sin condiciones, no acabamos de entrar en la dinámica de relación con Él que
nos enseñó Jesús. El tipo de relaciones de toma y da acá, que desplegamos entre
nosotros los humanos, no puede servir para aplicarlas al Dios de Jesús. Por eso
el Dios de Jesús nos desconcierta y nos deja sin saber a qué atenernos.
Un Dios que siempre está callado y escondido, incluso para una persona
tan fiel como Jesús, ¿qué puede aportar a mi vida? Es realmente difícil confiar
en alguien que no va a manifestar nunca lo que es. Es muy complicado tener que
descubrirle en lo hondo de mi ser, pero sin añadir nada a mi ser, sino
constituyéndose en la base y fundamento de mi ser, o mejor que es parte de mi
ser en lo que tiene de fundamental.
Nos descoloca un Dios que es impasible al dolor humano, sin darnos
cuenta que al aplicar a Dios sentimientos le estamos haciendo a nuestra propia
imagen. Naturalmente, al hacerlo, nos estamos fabricando nuestro propio ídolo.
Nuestra imagen de Dios, siempre tendrá algo de ídolo, pero nuestra obligación
es ir purificándola cada vez más.
Un Dios que nos exige
deshacernos, disolvernos, aniquilarnos en beneficio de los demás, no para tener
en el más allá un “ego” más potente (los santos), si no para quedar
incorporados a su SER, que es ya ahora nuestro verdadero ser, no puede ser
atrayente para nuestra conciencia de individuos y de personas. “Si el grano de
trigo no cae en tierra y muere, permanece solo, pero si muere da mucho fruto”.
Este es el nudo gordiano que nos es imposible desenredar. Este es el rubicón
que no nos atrevemos a pasar.
La cruz también nos dice todo sobre el hombre, la muerte de Jesús deja
claro que su objetivo es imitar a Dios. Si Él es Padre nuestra obligación es la
de ser hijos. Ser hijo es salir al padre, imitar al padre de tal modo que
viendo al hijo se descubra y se conozca perfectamente cómo es el padre. Esto es
lo que hizo Jesús, y esta es la tarea que nos dejó, si de verdad somos sus
seguidores. Pero el Padre es amor, don total, entrega incondicional a todos y
en todas las circunstancias. ¡Demasiado para el cuerpo! No solo no hemos
entrado en esa dinámica, la única que nos puede asemejar a Jesús, sino que
vamos en la dirección contraria, no solo en la vida terrena, sino que hemos
metido nuestra religión y a nuestro Dios en la estrategia de nuestro egoísmo,
buscando incluso seguridades para el más allá.
A ver si tenemos claro esto. La muerte en la cruz no fue un mal trago
que tuvo que pasar Jesús para alcanzar la gloria. Se trata de descubrir que la
suprema gloria de un ser humano es hacer presente a Dios en el don total de sí
mismo, sea viviendo, sea muriendo para los demás. Dios está solo donde hay
amor. Si el amor se da en el gozo, allí está Él. Si el amor se da en el
sufrimiento, allí está Él también. Se puede salvar el hombre sin cruz, pero
nunca se puede salvar sin amor. Lo que aporta la cruz, es la certeza de que el
amor es posible, aún en las peores circunstancias que podamos imaginar. No hay
excusas.
El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer
lo que tenía que hacer, aunque sabía que eso le costaría la vida, es la clave
para comprender que la muerte no fue un accidente, sino un hecho fundamental
en su vida. Lo esencial no es la muerte, sino la actitud fundamental de Jesús
que le llevó a una fidelidad a toda prueba. El hecho de que le mataran, podía
no tener mayor importancia; pero el hecho de que le importara más la defensa de
sus convicciones, que la vida, nos da la verdadera profundidad de su opción
vital. Jesús fue mártir (testigo) en el sentido estricto de la palabra.
Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está
alcanzando su plena consumación. En ese instante puede decir: "Yo y el
Padre somos uno". En ese instante manifiesta un amor semejante al amor de
Dios. Dios está allí donde hay verdadero amor, aunque sea con sufrimiento y
muerte. Si seguimos pensando en un dios de “gloria” ausente del sufrimiento
humano, será muy difícil comprender el sentido de la muerte de Jesús. Si
pensamos que por un instante Dios abandonó a Jesús, tenemos todo el derecho a
pensar que Dios tiene abandonados a todos los que están hoy sufriendo en
parecidas circunstancias. Eso sería terrible. Dios no puede abandonar al
hombre, y menos al que sufre.
Al adorar la cruz esta tarde debemos ver en ella el signo de todo lo
que Jesús quiso trasmitirnos. Ningún otro signo abarca tanto, ni llega tan a lo
hondo como el crucifijo. Pero no podemos tratarlo a la ligera. Poner la cruz en
todas partes, incluso como adorno, no garantiza una vida cristiana. Tener como
signo religioso la cruz, y vivir en el más refinado de los hedonismos, indica
una falta de coherencia que nos tenía que hacer temblar.
Creo que aún tenemos que reflexionar mucho sobre esa muerte para
comprender el profundo significado que tuvo para él y para nosotros. Su muerte
es el resumen de su actitud vital y por lo tanto, en ella podemos encontrar el
verdadero sentido de su vida. Se trata de una muerte que lleva al hombre a la
verdadera Vida. Pero no se trata de la muerte física, sino de la muerte al
“ego”, y por lo tanto a todo egoísmo. Este es el mensaje que no queremos
aceptar, por eso preferimos salir por peteneras y buscar soluciones que no nos
exijan entrar en esa dinámica. Si nuestro "falso yo" sigue siendo el
centro de nuestra existencia, no tiene sentido celebrar la muerte de Jesús; y
tampoco tendrá sentido celebrar su “resurrección”.
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