1º Lectura: Hechos 5, 27b-32.40b-41
2º Lectura: Apocalipsis 5,11-14
3º Lectura: Juan 21, 1-19
MATERIALES CATEQUÉTICOS
Debemos tener muy en cuenta
Que hemos puesto demasiado el acento en demostrar por activa y por pasiva que Jesucristo ha resucitado. Y bien está, pero no el exceso de argumentaciones, pues parece que nosotros mismos las necesitamos, porque con dificultad lo creemos. ¿o no?.
Casi olvidamos y parece que no nos interesa muy mucho, saber en qué consiste nuestra resurrección.
Y si leemos en el Manual de Teología Dogmática de Ludwig Ott (Ed. Herder 1986):
“TODOS LOS MUERTOS RESUCITARÁN CON SUS CUERPOS EN EL ÚLTIMO DÍA”.
Y la segunda proposición:
“LOS MUERTOS RESUCITARÁN CON EL MISMO (NUMÉRICAMENTE) CUERPO QUE TUVIERON EN LA TIERRA”.
Y que las dos proposiciones SON DE FE, nos asusta y hasta nos da miedo, porque nos parece un disparate aventurar tanto en el campo de la fe.
¿En qué consiste tu resurrección?.
A mi me parece muy importante. Lo malo es que con dificultad nos lo explican y cuando lo explican o no dicen nada o ponen las cosas peor y se entiende menos. Y digo “se entiende” y no, “se comprende”, porque siendo la resurrección del ser humano un misterio de la divinidad, pues resucitados, divinizados quedaremos, a Dios nunca lo podremos “co om pren der”; sí, en cambio entenderemos su misterio.
Alguna vez, alguien que se dice ingeniero, decía en un grupo, que con la fe del carbonero tiene bastante. Resulta entonces, que para comprender cosas de la materia y de sus propiedades físicas, químicas o biológicas, uno es capaz de poner en acción las cualidades naturales con que Dios nos dotó y estudiar cinco o seis años de ingeniería y además reciclarse continuamente para estar en la onda de los avances y para conocer al autor de todo este mundo y de nosotros mismos, nos contentamos con saber cuatro cosas y mal aprendidas para vivir una vida cristiana mágica, supersticiosa, vacía de contenidos revelados.
Para todos, pero sobre todo para esos que se estiman tan poco, que con casi nada ya se contentan, les recomiendo lean en las páginas 715 a 120 La resurrección y los muertos. Es algo difícil, pero solo un poco. Y las dificultades preguntarlas al párroco o sacerdote competente. El libro ya os lo he dicho: Manual de teología dogmática por Ludwig Ott - editorial Herder 1986 séptima edición.
En el Evangelio de San Juan predomina el lenguaje simbólico. La enseñanza se apoya más en el simbolismo que en la realidad histórica, hasta donde la hubo. No busquemos un relato histórico científico y realista, porque entonces perderemos la verdadera intención de San Juan, inspirado por el Espíritu Santo y no captaremos la enseñanza liberadora del pecado y de esta vida terrestre del ser humano, que es aceptable, pero no satisfactoria.
Queremos más, mucho más, a medida que somos mayores, porque la vida humana que ya tenemos casi vivida, no nos ha satisfecho. Aspiramos a más, a una “NUEVA VIDA” o “RESURRECCIÓN”.
El evangelio de hoy está lleno de símbolos y simbolismos:
153 peces (qué curioso que los contaran ¿no?) Qué significado hay que dar a 153.
“Al saltar a tierra, ven unas brasas con un PESCADO puesto encima y PAN”. ¿de dónde saco el pescado, si aun no habían llegado a tierra y cuando les pide pescado el SUYO ya estaba sobre las brasas?.
Leer, pensar y descubrir toda la riqueza de esta catequesis del domingo 3º de Pascua.
A la altura del tercer domingo de Pascua, la Iglesia nos propone con el relato de esta aparición, que ahondemos:
1º,
en el acontecimiento de la Resurrección de Jesús para llenarnos de esperanza y de alegría, pues la muerte ya no es meta, sino punto de salida de nuestro existir.
2º,
También para que vivamos en la esperanza de una “nueva vida”, una nueva categoría de vivir en una relación conciencia y carne, yo y corporeidad, sin tiempo, ni espacio.
“Aclaración oscura”:
El ser humano está constituido por dos principios: el de Inmaterialidad. Y el de Corporeidad.
El Punto, decimos, es el Principio de la línea. Toda Línea tiene un principio, pues si no tuviera un Principio, no podría llegar a ser línea. Así también, el ser humano tiene dos Principios, como acabo de decir. El de Inmaterialidad (espiritualidad) y el de Corporeidad. Sin esos principios no podría ser “ser humano”
Seguimos:
El puñado de hombres y mujeres que empezaron a hacer la experiencia de esta nueva realidad de vida en Jesús, en el que “siempre vive”, “en el viviente”, les hizo cambiar de actitud en sus vidas: de desilusionados, esperanzados; de tristes, alegres; de cobardes y miedosos, valientes y hasta el extremo de que “los apóstoles después de azotados por haber hablado en nombre de Jesús, salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”. (Hch.).
Este acontecimiento de la resurrección de Jesús, que estamos intentando revivir e interiorizar, ¿está cambiando realmente mi actitud frente a la vida? ¿me está llenando de alegría en medio de las tristezas y angustias de esta sociedad? Y ¿cuáles son mis esperanzas: las de este mundo, anclado en los placeres, en la materia económica, en la eficacia fáctica, en el consumismo compulsivo: comprar, comprar y comprar? O ¿verdaderamente son como la de aquellos hombres, ilusionados por una “nueva vida”, la del Resucitado, que les resultaba enormemente extraña y sorprenderte? ¿Era él o no era él, sino un fantasma? Lo pasaron mal con sus dudas y titubeos…
Pedro, nos dice el relato evangélico de hoy, después de aquel viernes negro, se fue a pescar; volvió a su trabajo de siempre, a su trabajo normal. No es un fanático de acontecimientos maravillosos, a pesar de haber asistido a muchos y haber sido testigo de primera mano. Tampoco es Pedro un pietista, sumido en la oración expectante, llena de ensueños de poder y de liberación del romano invasor. Y es ahí, en el trabajo y en la labor de cada día, donde hará la experiencia de Jesús resucitado. Y la hará en un momento de fracaso total, de trabajo inútil: “Pasaron toda la noche trabajando y no pescaron nada”.
Esta situación le llega un día u otro a todo ser humano: se intenta, se lucha, pero se fracasa. Nada de nada... Jesús conoce nuestros fracasos, nuestras decepciones y nuestras penas; nuestros sinsabores. Nos ve venir sin nada.
Y ahí, en medio de nuestros trabajos y de nuestros esfuerzos inútiles, se presenta, al amanecer, como un extraño, que tiene hambre. Pide a gritos pescado y ellos no tienen nada que darle, solo el vacío de su barca y las redes rotas. Y precisamente, Él, que sabe de nuestros descalabros, de nuestros fracasos, con eso se contenta y eso es lo que nos pide. Nuestros fracasos y derrotas.
Pero somos soberbios y no queremos reconocerlo; los disimulamos, los ocultamos. No se los damos.
“Echad las redes al otro lado de la barca”. Lo hicieron y se encontraron con la abundancia. Ante el fracaso de su nada, de su “pasión inútil”, al decir de Sartre, cuando habla de lo que es la vida del hombre, Él, Jesucristo, les dio la plenitud total y absoluta, que ese es el significado de los 153 peces.
El hombre semita, cuando quiere expresar una plenitud absoluta, que solo Dios puede dar, suma uno tras otro los 17 primeros números y llega así a la plenitud más grande y absoluta: a 153. A Dios.
Te sientes fracasado en tus estudios, en tu profesión, en tu trabajo, en tu familia, que la amenaza el divorcio; en tus amores, que huelen a infidelidad; “Echad las redes al otro lado” te está diciendo ese desconocido, que se te ha presentado a la orilla de tu ribera; y te sentirás con el asombro de una plenitud desbordante de vida, que será signo, que tu sabrás interpretar en tu existencia; traducirlo y darle todo su significado, como lo hizo el discípulo que amaba, por eso al pie de la cruz estuvo; y que por ello fue el único en reconocer y comprender quién se ocultaba detrás de aquel desconocido, que les hablaba desde la orilla: “¡Es el Señor!”. Cuando se ama a uno, se le comprende con medias palabras.
“Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan”.
Las gentes de aquel tiempo y hasta entrado el siglo XV, creían que en el fondo de los abismos del océano, se ocultaba y allí tenía su guarida, el monstruo marino, como pez gigante. El adversario de la humanidad, el enemigo acusador, en griego, Satanás.
Jesucristo resucitado se presenta victorioso, con un pescado gigante, símbolo de Satanás, sobre el fuego. No tengáis miedo, les repetirá continuamente: Satanás está vencido.
“Traed de los peces que acabáis de pescar. Después que Pedro, le dio unos peces de los 153, que habían pescado”, les dijo: “Vamos, almorzad”. Jesús se aproxima a la fogata, que Él mismo había alumbrado en la orilla, tomó el pan y se lo dio y así mismo lo hizo con el pescado”.
Este signo que se dio a los pescadores, se nos da ahora a nosotros. “Venid y comed”.
La vida de cada día tomó para ellos y de ahora en adelante, también para nosotros, una dimensión nueva. En las tareas y trabajos profesionales; en las comidas; en el encuentro con los demás; en nuestros triunfos y fracasos Jesús está ahí, escondido, en la orilla de tu vida, para que a través de los signos, advirtamos que el desconocido de la ribera es portador de la sobreabundancia de vida, 153 peces y de la victoria sobre el monstruo marino, ya vencido, derrotado y muerto.
Pascua quiere ser “nueva vida”, que nos arranque de la indiferencia y pesimismo en que tantas veces nos sentimos sumergidos, que eso es muerte. Apostemos por la Pascua, que es apostar por la vida, siempre por la vida, porque la muerte ya no es el final.
Y que al celebrar el signo de la Eucaristía sintamos la fe y amor de Juan para reconocerle en nuestros fracasos.
Y que tengamos la decisión y entusiasmo de Pedro para salir al encuentro del “hombre” que nos aguarda siempre en la orilla, el Resucitado, en una palabra.
Y, que en esta Eucaristía, nos dice también: “Venid y comed” este Pan de Vida y no tengáis miedo: el maligno está vencido.
AMEN.
Edu, escolapio