1ª lectura Isa. 50,5-9
2ª lectura Sant. 2,14-18
3ª Evangelio Marc. 8, 27-35
Eduardo Abad, Escolapio
Respirar no es una obligación, ni se me impone.
Respirar es una necesidad para vivir mi vida…
"Vosotros, ¿quién decís que soy yo?...
Tú eres el Mesías",
Pero… ¿qué Mesías?
Vosotros recordáis bien, mis queridos hermanos, que hemos acabado a finales de agosto las cinco catequesis sobre el misterio de la Eucaristía, que es sacrificio incruento y misterioso, místico, de Jesucristo, que actualiza nuestra redención y salvación y que nos deja sin pecado, resplandecientes y transfigurados, llenos de belleza y hermosura, como la novia ataviada y preparada para presentarla al esposo. Las arras o garantía del compromiso del novio por la novia, el mayor regalo y seguridad: la “sangre (del novio), derramada para la remisión de los pecados”, que proclama el sacerdote en la “plegaria eucarística”. “Este es un gran misterio de la fe”, que nos deja a las puertas de la divinidad.
A la vez, la Eucaristía es también sacramento de comunión, que nos diviniza, "porque el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él y así como yo vivo por el Padre, el que come mi carne v bebe mi sangre vivirá por mí". A esta novia ataviada, “a esta nueva Jerusalén bajada del cielo…” la comunión la diviniza y la une en matrimonio místico y perpetuo con Dios: “… y serán los dos una sola carne”, una sola vida”.
La Eucaristía, como nos recuerda el Concilio Vaticano II, es, pues, “la fuente y la cumbre de toda la actividad y acción de la Iglesia”. Este es el fin y la meta de toda la humanidad en la nueva creación: sobrepasar la amistad de la Antigua Alianza, por la del amor de matrimonio de la Nueva Alianza.
Y en esto pensamos poco, predicamos menos y a penas nos lo creemos. Nos cuesta este lenguaje de noviazgos, esponsales y matrimonio. Y en toda la Biblia es revelación insistente y mayor. Y es nuestro fin glorioso, misterioso y apoteósico de cada uno de nosotros.
¿Cómo llegar a esta transformación prodigiosa? Y a partir de este mes de septiembre se nos está diciendo el cómo. Vale la pena prestar atención y poner en práctica lo que se nos revela en esta catequesis que nos hace la Iglesia todos los domingos con la Palabra de Dios que proclamamos.
Se nos ha dicho en domingos inmediatos, y en primer lugar, que para ser sabios e inteligentes en esta gran obra de nuestra santificación, debemos "ataviarnos como novia para participar y ser protagonistas de las bodas del Cordero, y el medio privilegiado es poner por obra los mandatos, que Dios nos ha dado, no como una imposición u obligación, sino como una revelación admirable de cómo funciona y se desarrolla este ser humano, que somos realmente, ya que por el pecado, que ha dañado y herido nuestra naturaleza, lo olvidamos o nos equivocamos en este buen uso de nuestro cuerpo, de nuestro psiquismo, de nuestro ser.
Los que llamamos mandamientos de la ley de Dios no son ni imposiciones, ni obligaciones, sino necesidades para que yo sea lo que yo soy: un ser humano.
Respirar no es una obligación, ni se me impone. Respirar es una necesidad para vivir mi vida.
Cuando los escucho en mi conciencia y los cumplo en mi corazón, mi corazón es bueno, porque es humano. Cuando no los cumplo, de ese corazón deshumanizado "salen los malos propósitos, las fornicaciones, los robos, homicidios, adulterios. codicias, injusticias. fraudes, desenfreno. envidia. difamación. orgullo. frivolidad".
Para ir por este camino sabio e inteligente de los mandamientos, entendidos de esta nueva forma, que me hacen ser lo que soy, un ser humano, un hombre, una mujer, tengo que escuchar al Señor y no hacerme el sordo. Así podré oír a Dios y hablar con El y esa confianza amorosa de este diálogo, me llevará a no temer: "Sed fuertes. No temáis, porque El abrirá los oídos al sordo y al cojo le hará saltar como un ciervo... ". Oiré así su llamada y su invitación a las Bodas del Cordero: "Ven paloma mía, esposa mía. Ven".
Yo empezaré a dialogar no con el vacío y la nada, sino con el Señor de cielos y tierra, mi creador, Padre y Señor, enamorado por la belleza y resplandor de mi ser, recuperado todo ello por el sacrificio de su Hijo, actualizado en la Eucaristía.
Todo esto se va a realizar ahora mismo, si yo no pongo obstáculo alguno y me comprometo esponsalmente con el Señor Jesús. ¿Me lo creo?.
Y hoy, en este domingo 24, se nos revela la verdad de ese camino que debemos recorrer para llegar a la vida nueva y eterna. Isaías nos proclama: "El Señor me abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás... no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos"… "Tengo cerca a mi defensor... Mirad. El Señor me ayuda". Pero hay que tener fe, una plena confianza para adoptar esta actitud ante el descalabro y fracaso de mi vida.
Los apóstoles y nosotros con ellos tenemos que aprender esta lección durante toda la vida, porque la olvidamos enseguida o la entendemos mal y nos da miedo preguntarle", por su vida y por sus planes y nos da vergüenza preguntarle por los que maquinamos en nuestra cabeza y él bien que los sabe.
Si es verdad que Pedro, en nombre del colegio apostólico y casi pudiéramos decir también, en nombre nuestro, contestó rápido y decidido, bajo la fuerza del Espíritu, a la pregunta de Jesús: "Vosotros, ¿quién decís Que soy yo?... Tú eres el Mesías", respondió Pedro; subyacía en su corazón todos las ambiciones, intereses, y deseos mundanos. Sí, Mesías, pero temporal y poderoso y fuerte y guerrero, que establezca el nuevo reino de Israel, venciendo y expulsando a los romanos. Eran sueños centenarios de aquel pueblo de Israel, vencido, ocupado y humillado.
¿No han sido así y no lo son quizás todavía, nuestros deseos e ilusiones: vencer, destacar, estar por encima de los demás de mi familia, de mis vecinos; ser los primeros en el colegio o en la universidad; los más importantes en el pueblo o ciudad, en mi centro de trabajo: yo, el mejor empleado, el mejor profesor en mi materia. El más querido de la familia… siempre el mejor, el más inteligente, el primero hasta en mi parroquia. Y para ello hemos dicho y proclamado también, como Pedro, que todo esto que hacemos y somos, es por Jesús, el Señor, el Me sías. Hasta hemos sido capaces de confesarlo públicamente, Pedro con su confesión y nosotros con nuestras manifestaciones públicas y solemnes, en cuanto tenemos ocasión de lucir nuestra vanidad y orgullo.
Pedro se equivocó de medio a medio. Había entendido poco el mensaje de Jesús... y eso que estaba con él en persona.
Fijaos bien, mis queridos hermanos, el evangelista Marcos: a penas a puesto en boca de Pedro esta confesión solemne: "Tú eres el Mesías", añade: El, Jesús, les prohibió terminantemente, repito, terminantemente, decírselo a nadie". "Y empezó a instruirlos: "El Hijo del hombre tiene que padecer mucho. Tiene que ser condenado... ser ejecutado y resucitar a los tres días".
"Se lo explicaba con toda claridad, pero no acababan de entenderlo y les daba miedo preguntarle". Solo, Pedro, impetuoso e interesado, porque lo que latía en su corazón de grandeza y poderío se le venía abajo y en ello había puesto toda sus ilusiones, "se lo llevó a aparte y se puso a increparlo". Pedro tenía que aprender mucho y nosotros también en le día de hoy.
"Jesús se volvió y de cara y mirando a sus discípulos, increpó a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios". No hace falta comentar nada. Ya sabemos lo que nos ha dicho, quizás lo que aun nos está diciendo Jesús también a nosotros.
"Después llamó a la gente y a sus discípulos, a todos y les dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz (los errores, los fallos, las debilidades y pecados de todo género en mi vida cristiana y humana; también mis enfermedades y dolencias) y me siga."
En esta nueva creación, con un cielo nuevo y una tierra nueva y una nueva vida y esta eterna, el camino de los mandamientos, el camino, que es el mismo Cristo, lo encabeza la cruz de guía, que abre la procesión de la vida…
Que no desaprovechemos, ninguno de nosotros esta ocasión única y de oro en esta época de progresos y desastres y para los jubilados y más allá, en ese vuestra edad de la sabiduría, edad verdaderamente de oro para saber caminar por este camino del dolor, de una ancianidad, que siempre es abrazo de Dios, para saber vivir con alegría, porque nuestro caminar está lleno de esperanza en esta cruz de nuestra debilidad y de nuestro anonadamiento, porque como bien nos enseña San Juan de la Cruz: para venir a gustarlo todo, -no quieras gustar algo en nada. -Y para venir a saberlo todo, -no quieras saber algo en nada. -Para venir a serlo todo, -no quieras ser algo en nada. -Para venir a tenerlo todo, -no quieras tener algo en nada. -Y cuando lo vengas todo a tener, -has de tenerlo sin nada querer, -porque si quieres tener algo en todo, -no tienes puro en Dios tu tesoro".
Y que en esta Eucaristía, que nos salvará de nuevo y nos unirá amorosamente a Jesús, le digamos muy quedamente, como Santa Teresa de Jesús: "Dadme vida, dadme muerte. Dad salud o enfermedad. Honra o deshonra medad. Dadme guerra o paz crecida. Paciencia... o ciencia cumplida, que a todo digo: que sí. ¿Qué mandáis hacer de mí?.
AMEN
Edu. escolapio