Tuesday, February 28, 2012

5DO.I,B - Homilía - 2012 (Ángel M.)

P. Ángel Martínes

+Job comienza su quejosa meditación sobre la pesadumbre de la vida iluminámdola con un principio que parece tranquilizarle la mente y extender un paño consolador sobre las penalidades de la misma, de su vida, que, según la Escritura, en él, aparecen como extremas; el hombre, dice, ”está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero...que aguarda el salario ”. No cabe duda que el lenguaje metafórico con que embellecemos los pesares diarios entraña un alivio de los mismos, al fin y al cabo el hombre también es pensamiento y conocemos la fuerza de éste en todo nuestro ser, sobre todo cuando es nuestra propia mente la que lo ha fabricado.

Pero, a continuación, una vez más al sosiego de la oración se le sobrepone todo el peso del día a día; y entonces todo en Job, como en cualquier hombre que sufre, se convierte en llanto plañidero y comienza a describir la dura realidad tal como la siente a diario, y no esfumada como se la presenta la mente; y entonces:

+*se sabe un esclavo que constantemente busca en la sombra el alivio pronto del pondus diei et aestus

+*que lo único que tiene entre manos son días, meses, años baldíos, es decir vacíos, que no le aportan ningún consuelo ni alivio

+*que ni siquiera la noche, que se alarga, le sirve de descanso, pues se le sume en una fatiga interminable, con negros pensamientos, hasta el alba, cuya espera se le hace eterna, dando vueltas y más vueltas, hasta con la misma incertidumbre de si ella, el alba, lo encontrará vivo

+*pero además, dice, mis días corren más que una lanzadera lo que convierte mi vida en un soplo, y qué esperanza de nada me puede quedar, pues sé que mis ojos no verán más la dicha.

Es posible que también a nosotros los años de nuestra vejez se nos tornen insípidos, sobre todo si los de nuestra juventud y adultez han sido brillantes por su actividad y dinamismo. Con todo, hemos de reconocer que hay en nuestro mundo muchas personas a las que la vida, demasiada colmada a veces de dolor, o de simple vacío se les presente como a Job como una pasión inútil, según decía Sartre, como una experiencia sin sentido.

+ En la segunda lectura, Pablo, en diálogo hecho público, pues lo incluye en una carta dirigida a los Corintios, pero que en el fondo es un monólogo consigo mismo, ahonda en la reflexión de Job, pero la ilumina con reflectores altamente espirituales: ¿mi vida...?, se pregunta, no tiene otra alternativa que la de predicar, pues no la he escogido yo a mi gusto, en cuyo caso tendría mis supuestos derechos a las rentas de ese capital mío aventurado por mí; pero no, toda ella es un encargo que otro ha puesto sobre mis hombros; por eso, si se me ocurriera preguntar ¿cuál es mi paga?, me respoondo, dice, simplemente la de predicar, dar a conocer el evangelio, anunciándolo precisamente de balde, pues no es mío, ni siquiera me torturo con la esperanza de los supuestos derechos del portador. Mi respuesta a la gratuidad de la elección de mi vida por otro, es tan gratuita como la misma elección; por eso me abajo a los débiles aunque yo no lo sea... y nada espero de esto como no sea el participar también yo del contenido del Evangelio que predico siendo él un gran don no merecido pero, además, profundamente rico.

Como vemos, hermanos la respuesta de Pablo a la vida dista toto coelo a la quejumbrosa de Job, que por lo demás no criticamos, pues tantas veces caemos también nosotros en exigencias por lo que hacemos, incluso con la experiencia repetida de que cada vez que lo hacemos así, repetimos en nosotros la desesperanza, pues sólo un corazón sencillo y dispuesto a la entrega puede satisfacerle de verdad, en profundidad al hombre, hecho a imagen de Dios que es todo amor gratuito, ofrecido, desinteresado. La advertencia que Pablo se hace a sí mismo, cuando exclama “y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Nos recuerdan esas otras Palabras de la Escritura: “No entrarán en mi descanso”. El descanso de Dios es, primero la paz del alma, “mi paz os doy”, que nos prometió Jesús, y con ella todo los demás. Y de esa paz sólo disfruta el hombre que se siente evangelio, buena noticia que ofrecer a su hermano con su conducta, pues los bienes del evangelio son a la vez la mejor paga para el mismo hombre que lo predica. Y quizás, este de los bienes del evangelio sea un capítulo que predicamos poco: la buena conciencia con Dios, con el prójimo y consigo mismo; la mente clara sobre los valores de la vida cristiana, las ventajas de esforzarse en entrar por la vía estrecha de fidelidad que mantiene la vida en equilibrio, la esperanza en la Providencia de Dios, la fe en que Dios se ha encarnado para darnos ejemplo de vida y fuerzas con su gracia, la caridad, cuya consumación nos aguarda en el Cielo. Esa es nuestra paga, la paga de la vida para el cristiano.

Finalmente en el Evangelio de hoy contemplamos, como de costumbre, a Jesús haciendo realidad concreta la doctrina considerada en las dos primeras lecturas: habilitando a la suegra de Pedro, que por cierto, enferma, debía sufrir más por no poder serles útil que por el malestar de la fiebre; de hecho significativamente añade el evangelista: enseguida se puso a servirles: esa fue la paga que esperaba. Y a continuación la enorme y polifacética acción curativa de Jesús y la oración de madrugada en el silencio de la creación, sumido en el amor al Padre (qué consolador ejemplo para nosotros) y la respuesta que dio a los suyos, cuando para arrancarle con fuerza de su oración le dijeron ’todo el mundo te busca’... Pues, si es así, salgamos nosotros a su encuentro, vayamos a sus aldeas a predicarles en ellas, que para eso he venido yo. Es la respuesta a la queja de Job y al temor de Pablo: ay de mí si no predicare... Y así recorrió toda Galilea predicando, adoctrinando y expulsando a tanto demonio que tantas veces se introduce en nuestras vidas

La vida: una oportunidad que se nos ha dado, para, superando las lamentaciones sobre sus pesadumbres, predicar el evangelio cada uno en la medida en que lo haya recibido y se vea identificado con él.

Terminemos la escucha de la Palabra de Dios en esta Eucaristía, repitiendo una vez más el estribillo del salmo responsorial: Alabad al Señor que sana los corazones quebrantados. Sólo Dios puede cambiar nuestras quejas en actividades evangélicas. Así sea, así es.

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