Tuesday, February 28, 2012

5DO.I.B- 2012 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

La palabra de este domingo nos muestra a Jesús venciendo con su poder divino el mal que, como vemos en el caso de Job y en los numerosos enfermos que cura Cristo, trata de dominar al hombre de múltiples maneras, físicas y espirituales. También Pablo siente la urgencia de proclamar la salvación de Dios para el hombre y exclama: ¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!

Hay en el evangelio de hoy un detalle que no puede pasarnos desapercibido. Al día siguiente de haber curado Jesús a la suegra del apóstol Pedro y a otros muchos enfermos que le trajeron al atardecer, el Señor "se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar". Es frecuente en los evangelios esta referencia a la oración de Jesús, que fue su diálogo constante con el Padre.

Tal es la actitud de una fe madura. Sobre ella reflexionaremos hoy, acentuando la necesidad de la madurez personal como soporte de esa fe, para dar el paso de una fe infantil a un cristianismo adulto.

Hablamos hoy de cristianos maduros no por moda o por emancipación del paternalismo clerical de antaño, sino por la convicción profunda de que la fe, para sobrevivir en un mundo secularizado, ha de caminar al mismo paso que la madurez y progresiva personalización del desarrollo humano. Por eso deben corresponderse maduración humana y madurez cristiana.

A las edades cronológicas de la vida: infancia, adolescencia, juventud, edad madura y ancianidad, corresponde una edad sicológica, que no permite el estancamiento ni la regresión. Esto debiera ser así, pero con frecuencia el desarrollo no es rectilíneo, sino con altibajos como efecto de las regresiones que dificultan la integración personal y la convivencia.

Una madurez total es un ideal difícil de alcanzar, pero esforzarse por darle alcance es un deber moral del hombre y de la mujer.

Respecto de la Iglesia, la actitud madura es sentirse miembro responsable de la misma. Ni identificación infantil ni crítica destructiva, sino adhesión personal a la misión de la misma, viviendo bajo el signo del Espíritu con los demás y para los otros, para la difusión de la justicia, de la paz y del amor evangélico. Para esto hay que tomar conciencia de dos aspectos.

1) Vocación del cristiano en la Iglesia de Dios.

2) Es necesario soportar los defectos ajenos lo mismo que los propios, porque son fruto de las limitaciones humanas de una Iglesia compuesta de hombres y mujeres, una comunidad que es santa y pecadora simultáneamente. El tesoro de la fe "lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros" (2Cor 4,7).

En la vida encontramos pocos cristianos auténticamente adultos; pero la verdad es que tampoco existen muchos hombres y mujeres maduros, con personalidad armónica, seguros de sí mismos y equilibrados.

Vivimos en una civilización masiva que no favorece sino que aliena la persona, debido al consumismo, la propaganda del tener sobre el ser, la televisión que infantiliza, la manipulación ideológica, etc.

Una civilización donde la neurosis y la despersonalización de las relaciones, el vértigo y la prisa, la hipertrofia de los sentidos y de la corporalidad, retardan la maduración del individuo, creando regresiones sicológicas y fomentando fijaciones conflictivas. Hemos de reaccionar, motivándonos para crecer con la ayuda de Dios como personas y creyentes.

Ten ánimo y continúa en este camino de personalización y seguimiento del Señor. Reza por los escolapios.

Una abrazo fraterno,
Francesc Mulet

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