Friday, January 27, 2012

3DO.I,A 2012 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Convertirse al reino de Dios supone optar por las cualidades constitutivas del mismo, que son los valores personales del ser: verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz, frente a los del tener: dinero, poder, influencia, explotación y dominio. En el interior del hombre, en su corazón, es donde ha de germinar la minúscula semilla del reino; porque es del corazón de las personas de donde brota todo lo bueno y lo malo que vemos en el mundo, como avisó Jesús.

Solamente si nos convertimos a los valores del reino de Dios abandonaremos los criterios del mundo y del hombre terreno, asimilando las actitudes básicas de las bienaventuranzas: pobreza, hambre y sed de justicia, fraternidad, solidaridad, no violencia, reconciliación, perdón y amor al hermano, incluso al enemigo.

El cambio de estructuras en la familia y en la sociedad, en la política y en la economía, es un engaño y una utopía imposible sin esta conversión interior. Pues la trampa y el egoísmo antiguos se agazaparán en la ley y situación nuevas, perpetuándose así el desamor, la explotación del otro y la opresión del más débil. Únicamente la levadura que actúa desde dentro, es decir, la opción evangélica, puede transformar la masa entera y hacer efectivo el proyecto del reino en nuestra vida y nuestro mundo.

Los dones que recibimos de Dios tienen una finalidad sublime: colaborar con él en su reino, es decir, en la obra creadora del bien y del amor, aportando cada uno su granito de arena.

El mundo y la historia, la vida y la ciencia, el amor y la justicia, la sociedad y la familia, todo eso es responsabilidad humana, porque Dios lo dejó en manos del hombre. Son los talentos que él le confió para que los ponga al servicio del bien común, multiplicándolos y haciéndolos asequibles a todos. Esa legítima secularidad, con Dios en la raya del horizonte, es un presupuesto para la auténtica mayoría de edad del cristiano.

Creer es comprometerse y asumir conscientemente la propia responsabilidad y el proyecto cristiano personal y comunitario en progresión ascendente y sin fijaciones infantiles.

Por eso, motivémonos para crecer como personas y como cristianos en profundidad personal y en relación comunitaria; porque ésa es la regla evangélica del juego y la ley del reinado de Dios, ley de crecimiento a todos los niveles. Que él nos conceda el espíritu joven del evangelio para amar cada día más, para empezar la vida cada mañana a los treinta, cuarenta o sesenta años.

Para eso, necesitamos vivir en un perenne estado de conversión, porque el momento que vivimos es apremiante.

Ánimo y a continuar en la tarea del Reino que se nos ha encomendado.
Un abrazo cordial,

Francesc Mulet i Ruís

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