CA - 4DC - 2008 (Bernardo)
Bernardo Navarr0
En los primeros siglos de la Iglesia en que la mayor parte de las personas se bautizaban siendo ya adultos, la Iglesia estableció un Catecumenado de preparación para el Bautismo que culminaba con la preparación próxima, durante la Cuaresma de aquellos que se bautizarían en la noche de la Vigilia Pascual. Por ello en las misas de Cuaresma aparecen con frecuencia alusiones al Bautismo. Y nos ha quedado un ciclo entero de Catequesis sobre el Bautismo y la necesidad de la fe para seguir a Jesús, en las lecturas de los domingos de Cuaresma del Ciclo litúrgico A, el de este año.
El domingo pasado, en el Evangelio de la samaritana se nos habló de Jesús, fuente de agua viva que sacia la sed que hay en nosotros y que motivaba en los catecúmenos la oración de la samaritana: “Señor, dama agua viva, así no tendré más sed”. Hoy, la liturgia nos presenta a Jesús como luz que ilumina la ceguera exterior e interior del ciego y le obliga a decir “creo, Señor” y a adorarle como Dios, postrándose.
El Bautismo no sólo da la vida por medio del agua y del Espíritu, sino que Cristo, representado en el Cirio Pascual y en la candela que prenden de él los padrinos, va a iluminar con la luz de su palabra y con su vida el camino que debe recorrer el bautizado.
El Evangelio de hoy, nos presenta las dos actitudes que se pueden tomar ante el Bautismo: el del ciego, ejemplo de conducta para todo bautizado, que pasa de las tinieblas a la luz, aumentando paso a paso su conocimiento y comprensión plena de Jesucristo al que llama primero, profeta, luego hombre singular y finalmente su Señor y su Dios, al postrarse ante El).
Por otro lado, está la actitud de los dirigentes judíos que se creían dueños de la verdad, que se niegan a dejarse iluminar y que terminan por no aceptar, ni siquiera lo que es evidente y comprobable, es decir: que el que antes era ciego, ahora ve. Este hecho se hace invisible a ellos a pesar de que todos lo aceptan y perciben con gozo. La ceguera voluntaria de este grupo es tan grave que terminan por expulsa del Grupo al que ha sido curado por Jesús. Esta actitud se da mucho entre los cristianos, quienes marginan a aquellos que con sus obras manifiestan que es posible vivir según dios y resistir al pecado.
Jesucristo realiza con el ciego la misma acción que hiciera Dios al comienzo de la Creación: usa barro de la tierra para dar vida. Todo esto tiene un contexto bautismal: Mediante la aplicación de barro mezclado con la saliva de Jesucristo a los ojos del ciego y la posterior limpieza de los ojos con agua, (agua y Espíritu) recibe nueva vida, se da en él la regeneración, la nueva creación y pasa de la ceguera (muerte) a la vida(ve la vida con una nueva luz) y su mundo interior se ilumina reconociendo en Jesús el enviado de Dios, el Salvador. Por eso se postra y le adora.
San Pablo, en la Segunda Lectura, invita a los cristianos a se consecuentes con esa iluminación recibida en el Bautismo: “Caminad como hijos de la luz, buscando lo que agrada al Señor” (Ef. 5,8-10).
En los primeros siglos de la Iglesia en que la mayor parte de las personas se bautizaban siendo ya adultos, la Iglesia estableció un Catecumenado de preparación para el Bautismo que culminaba con la preparación próxima, durante la Cuaresma de aquellos que se bautizarían en la noche de la Vigilia Pascual. Por ello en las misas de Cuaresma aparecen con frecuencia alusiones al Bautismo. Y nos ha quedado un ciclo entero de Catequesis sobre el Bautismo y la necesidad de la fe para seguir a Jesús, en las lecturas de los domingos de Cuaresma del Ciclo litúrgico A, el de este año.
El domingo pasado, en el Evangelio de la samaritana se nos habló de Jesús, fuente de agua viva que sacia la sed que hay en nosotros y que motivaba en los catecúmenos la oración de la samaritana: “Señor, dama agua viva, así no tendré más sed”. Hoy, la liturgia nos presenta a Jesús como luz que ilumina la ceguera exterior e interior del ciego y le obliga a decir “creo, Señor” y a adorarle como Dios, postrándose.
El Bautismo no sólo da la vida por medio del agua y del Espíritu, sino que Cristo, representado en el Cirio Pascual y en la candela que prenden de él los padrinos, va a iluminar con la luz de su palabra y con su vida el camino que debe recorrer el bautizado.
El Evangelio de hoy, nos presenta las dos actitudes que se pueden tomar ante el Bautismo: el del ciego, ejemplo de conducta para todo bautizado, que pasa de las tinieblas a la luz, aumentando paso a paso su conocimiento y comprensión plena de Jesucristo al que llama primero, profeta, luego hombre singular y finalmente su Señor y su Dios, al postrarse ante El).
Por otro lado, está la actitud de los dirigentes judíos que se creían dueños de la verdad, que se niegan a dejarse iluminar y que terminan por no aceptar, ni siquiera lo que es evidente y comprobable, es decir: que el que antes era ciego, ahora ve. Este hecho se hace invisible a ellos a pesar de que todos lo aceptan y perciben con gozo. La ceguera voluntaria de este grupo es tan grave que terminan por expulsa del Grupo al que ha sido curado por Jesús. Esta actitud se da mucho entre los cristianos, quienes marginan a aquellos que con sus obras manifiestan que es posible vivir según dios y resistir al pecado.
Jesucristo realiza con el ciego la misma acción que hiciera Dios al comienzo de la Creación: usa barro de la tierra para dar vida. Todo esto tiene un contexto bautismal: Mediante la aplicación de barro mezclado con la saliva de Jesucristo a los ojos del ciego y la posterior limpieza de los ojos con agua, (agua y Espíritu) recibe nueva vida, se da en él la regeneración, la nueva creación y pasa de la ceguera (muerte) a la vida(ve la vida con una nueva luz) y su mundo interior se ilumina reconociendo en Jesús el enviado de Dios, el Salvador. Por eso se postra y le adora.
San Pablo, en la Segunda Lectura, invita a los cristianos a se consecuentes con esa iluminación recibida en el Bautismo: “Caminad como hijos de la luz, buscando lo que agrada al Señor” (Ef. 5,8-10).
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