Friday, October 29, 2010

30DO.II,C - 2010 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

Al pronunciar la parábola evangélica de hoy Jesús pensaba en "algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás", es decir, los fariseos. Idea que el Señor plasma gráficamente y por contraste en dos protagonistas: el fariseo y el publicano. La conclusión de la parábola es que el miserable publicano consigue el favor de Dios, y el fariseo sin tacha no.

Dos tipos de religiosidad: El fariseo encarna el modelo autosuficiente, que se apunta a la contabilidad del mérito. Su oración a Dios parece ser de agradecimiento; de hecho, no es oración ni acción de gracias. Porque, según él, es Dios quien tiene que pagarle sus propios méritos, acumulados mediante una observancia legal tan exacta y generosa que incluso va más allá de lo prescrito por la ley mosaica. El publicano o recaudador de impuestos, es el reverso de la medalla. En su oración empieza por reconocerse pecador y culpable ante Dios. Se da cuenta de que el contacto con el Dios santo le urge una conversión radical de su mala vida. Su inventario espiritual está vacío por completo. De hecho, su currículum es impresentable: ladrón y usurero, sanguijuela de pobres, huérfanos y viudas, violador obstinado de la ley, avariento y estafador. Dechado de sinvergüenzas, pertenece a la casta de los hombres perdidos sin remedio.

Sin embargo, el desenlace de la escena del templo es que el publicano vuelve a su casa justificado por Dios, pues halló gracia ante él, y el fariseo no; porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Los prototipos contrapuestos del fariseo y del publicano quieren decir que somos fariseos cada vez que apelamos a nuestra buena conciencia, nuestro cumplimiento cultual, nuestra mayor cultura o status religioso y social, para creernos mejores y despreciar a los "nuevos publicanos": marginados, mendigos, alcohólicos, drogadictos, divorciados, madres solteras, prostitutas, timadores, aprovechados, gitanos, emigrantes, etc.

Por tanto, en su lectura actual, los destinatarios de la misma son los creyentes, cumplidores y devotos que ceden a la tentación de instalarse en su buena conducta y son proclives a la intransigencia y la descalificación de los demás. Por desgracia, sigue vivo el fariseísmo, esa actitud religiosa que nos impide vernos tal como somos, y que falsea nuestra relación con Dios y con los hermanos. Es constatable que esa religiosidad de escaparate no es cosa del pasado; no ha muerto ni morirá nunca, pues su fundamento es la perenne soberbia humana. Casi nadie está exento de su contaminación. Todos poseemos parcelas personales de fariseísmo, a veces incluso reconociéndonos pecadores sin creérnoslo; una falsa humildad es la forma más refinada de orgullo.

Sigamos constantes y humildes en la oración.

Buena semana y un abrazo,
P. Francesc Mulet

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