Wednesday, February 25, 2009

7DO.I,B - 2009 (Mulet)

Francesc Mulet, escolapio

La escena evangélica de hoy se desarrolla en Cafarnaúm. Jesús, viendo la fe que tenían, dice algo que resulta sorprendente ante un enfermo que viene buscando curación: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Era fácil hacer tan atrevida afirmación, escandalosa por lo demás para los letrados allí presentes que piensan para sus adentros: ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?

Después de la alegre noticia: "Hijo, tus pecados quedan perdonados", viene la vida propia de un convertido, la enmienda y los frutos de la conversión. Estos se refieren a una actitud penitencial que debe llenar de sentido de conversión y de liberación toda nuestra vida cristiana. Es la penitencia de la vida, inevitable con frecuencia, que debemos asumir gozosamente y en plan de conversión continua y ascendente.

Actitud penitencial que supone un auténtico catálogo de penitencias, tales como: la azarosa vida cotidiana como esfuerzo cristiano de superación y de aguante; la ayuda y el servicio a los hermanos mediante gestos de amor, comprensión y paciencia; la sonrisa y el silencio cuando nos tienta el devolver una desconsideración; el esmero en acoger y aceptar a los demás cuando lo fácil es el mal gesto, el desaire y la chapucería; la protesta y la denuncia de la injusticia cuando lo cómodo es callar y desentenderse; el acercamiento al marginado que nadie quiere; el desinstalamiento del apoltronamiento estéril; el amor y la aceptación de quien nos resulta insoportable por uno u otro defecto; el olvido de las propias penas, problemas y disgustos para reír con el que está alegre o necesita sonreír; etc. Ésta es la penitencia de la vida que expresa y avala nuestra conversión a Dios.

Sigamos adelante, sintiéndonos perdonados y actuar como tales en nuestra vida de cada día.

Buena semana,
Francesc Mulet, escolapio

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