Saturday, October 30, 2010

60 Aniversario de ordenación sacerdotal del P. Vicente Gaspar - Homilía (A. Martínez 3.X.2010)

Domingo XXVII del T. O. (ciclo C)
Celebración del 60 aniversario de ordenación sacerdotal del P. Vicente Gaspar
3.X.2010
Malvarrosa

Nos unimos a nuestro hermano, el P. Vicente, para ayudarle a dar gracias al Señor por la predilección de su llamada, de la cual también nosotros somos participantes. Y para ello le ofrecemos esta pequeña meditación sobre las lecturas de hoy a la vez que sobre el acontecimiento de su sexagésimo aniversario de su Ordenación Sacerdotal.

Si vivimos siempre pendientes de la mano de Dios de modo que todo lo conectemos con su divina voluntad, podemos decir que son providenciales las palabras que acabamos de escuchar y que son las que Pablo dirige a su discípulo Timoteo: ‘Querido hermano: aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos’. Naturalmente son palabras que hoy encajan providencialmente en esta nuestra celebración, y no porque vayan dirigidas sólo a nuestro hermano Vicente, sino que con ocasión de que él las pueda rememorar con mayor presencia en el sexagésimo aniversario de su Ordenación Sacerdotal, también nosotros podamos sentir que van dirigidas a nuestras personas igualmente escogidas por el Señor para su encargo ministerial.

Meditémoslas, pues, en su rico contenido. ‘Aviva el fuego’, dice el apóstol. Dice la tradición que Timoteo siendo de lo más fiel a Pablo era más bien un tanto tímido, y le preocupaba al apóstol que el ambiente agresivo de siempre lo frenara, por eso le recuerda que la elección del Señor es garantía de vigor siempre. De todas formas, que Pablo hable de fuego no nos extraña, pues su alma era una hoguera de amor a Jesús desde el momento que se sintió amado particularmente por Él en el camino a Damasco. Una vida de búsqueda, entrega y fidelidad a la Ley hasta el error quiso el Señor aprovecharla, enderezándola con el sello de su amor; y ya desde ese momento Pablo se convirtió en un volcán con deseos de que toda la tierra ardiera en amor a Nuestro Señor Jesucristo. Y así concibió siempre el ministerio sacerdotal. Aquella escena de ‘Pedro, me amas’ que sin duda Pedro le referiría cuando él subió a Jerusalén a entrevistarse expresamente, según nos lo dice taxativamente en otro lugar, con la cabeza de la Iglesia, para encuadrar en su mente los detalles de la vida de Jesús, los referentes a su Pasión y Resurrección sobre todo, tuvieron que recordarle que también Jesús le había amado a él con aquella queja de: ‘Pablo, qué es lo que yo te he hecho para que me persigas’. Desde entonces la vida de Pablo se iluminó en su mente al experimentar que toda la Ley que él tanto dominaba, tenía un nombre personal en Jesús de Nazaret, hijo de Dios y hermano mayor de toda la humanidad, y a partir de entonces todo su vigor comenzó a vaciarse en su corazón en un amor irrefrenable a este Jesús encarnado y a todos los hombres, incorporados por Él, después de tantos siglos, al pueblo, a la historia de salvación.

Y eso es lo que le recuerda a su discípulo Timoteo: aviva el fuego que se te dio de una manera personalizada cuando te impuse las manos. Si en algún momento nos preguntaran cómo es el alma de un sacerdote, hemos de contestar que la de un ser enamorado de la persona de Nuestro Señor Jesucristo. Y buenos momentos los de estas celebramos (celebraciones) aniversarias para recordarnos si aquel enamoramiento de nuestros años jóvenes se mantiene en su ardor primero. Porque en definitiva qué es lo que el Sacerdote debe y puede ofrecer a las almas que le están encomendadas, sino un poco de amor a Nuestro Señor, porque sólo desde el amor puede uno ser consecuente con un estilo de vida cristiano. Ama al Señor y todo lo demás se te dará por añadidura. Empujar a las almas a que amen a Jesús, ese es nuestro ministerio a través de la imposición de las manos consacratorias, es decir, de los sacramentos. Pero primero o simultáneamente han de sentirnos a nosotros inmersos en ese amor de predilección.

Jugamos siempre con amor, y donde anida el amor se encuentran incólumes las demás virtudes que nos describen las lecturas de hoy: la valentía, la energía espiritual, que es la que mueve el mundo, el buen juicio que siempre versa sobre el servicio al otro, la sencillez, el desprendimiento y olvido de sí del que, fuera del amor, no espera nada y puede decir con la tercera lectura y la recomendación del Señor: ‘Cuando hayáis hecho todo lo mandado, todo lo propio de vuestro ministerio de servidores, deciros a vosotros mismos: somos unos pobres siervos de los demás, hemos hecho lo que teníamos que hacer’. Y si el amor es la primera característica identitaria del sacerdote, el servicio desinteresado es el modo que lo distingue de los demás. Y si amor y servicio se le pide también a todo cristiano en el sacerdote han de tener su máxima expresión y presencia en este mundo, tan necesitado de ellos.

Y finalmente, el amor es el que alimenta la fe en el alma, como nos lo recuerda la primera lectura: si te parece que tarda el Señor en los momentos de dolor, espera porque hade llegar sin retrasarse en los momentos que él tiene destinados, porque el injusto, el hombre sin amor tiene el alma hinchada, ero el justo vive por la fe.

Que estas simple consideraciones nos aviven el amor primero de nuestra juventud y nos mantengan por el amor, el servicio y la fe, las tres características que definen al Sacerdote a la espera del Señor, personal, cuando Él quiera, y a la de la Historia. Amén.

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