Thursday, March 29, 2007

CC - TCuaresma - D5 (EAbad)

1ª lectura: Isaias 43, 16-21
2ª lectura: Filipenses 3, 8-14
3ª lectura: Juan 8, 1-11

La cuaresma intenta llevarnos al encuentro de Jesucristo, para ir con él a la victoria de la Pascua: que nos sintamos triunfadores como él es triunfador del pecado y de la muerte con su resurrección.

Con una gran insistencia y desde hace ya tres domingos, se nos viene revelando ese retrato de un Jesucristo, que busca de mil modos y maneras llegar a nosotros, a nuestro corazón, vacío que está de esperanza por el hastío que produce a la corta o a la larga, el pecado. Esa vida desordenada, irresponsable y caprichosa que deja sin sentido, ni valor nuestra existencia. A esta vida así vivida, no la encontramos sentido.

Recordad primero, a aquel viñador, del que se nos habló el domingo 3º, que pide al dueño de la viña un año más de espera, antes de cortar la higuera que no tenía fruto. Y para nosotros se nos pide un año más de paciencia con nosotros mismos, para que logremos dar fruto, como le ocurrió a aquella higuera, donde había ido el amo un año y otro y otro, así hasta tres, sin encontrar nada. “Si no da fruto el año que viene, la cortarás”. Nosotros debemos tener también paciencia con nosotros mismos si no acabamos de dar fruto en esta cuaresma, en nuestra vida. Nunca la desesperanza.

También con pincelada maestra se nos ha presentado a Dios como ese buen Padre, que ve de lejos al hijo derrochador, que vuelve y que llevó una vida desastrada y disoluta en lejanas tierras. Y lo abraza y le besa. Interrumpe su confesión, aprendida de memoria, y no sentida. Lo viste, lo calza, le pone un anillo de señor y lo sienta a su mesa a un gran festín.

Y ¿qué decir de lo que hizo este mismo padre con su hijo mayor, el que nunca había abandonado ni a su padre, ni la casa? Este hijo mayor se siente justo y cumplidor de las reglas de juego, cumplidor de la ley. Y este padre, ante su actitud acusadora: “ese hijo tuyo, que se ha comido tus bienes con malas mujeres”, y ante su actitud puritana, rebelde, llena de rencor y de envidia, su padre se abaja, se humilla, le suplica: “su padre salió a su encuentro y se puso a rogarle: “hijo mío tu siempre has estado conmigo y todo lo que tengo es tuyo”

Pues bien, si se nos ha trazado el retrato del Padre, lleno de ternura, de paciencia y que espera que un día llegaremos a estar a la altura de su amor, dando fruto, en este domingo y antes de entrar en la gran semana, que nosotros queremos hacer santa, esa gran olimpiada de toda la cristiandad, se nos presenta la figura de Jesucristo, Hijo de Dios, que obra, y ama como el Padre, porque el amor, es único en la Comunidad divina.

Si a estas alturas de la cuaresma hemos descubierto nuestra condición pecadora, bien por transgredir la ley, como el hijo menor, el hijo pródigo; bien por idolatrar la ley, como el hijo mayor con sus grandes fidelidades, pues a pesar de nuestra condición pecadora debemos dejarnos amar por Dios, tal y como somos, tal y como nos sintamos; es decir, pecadores.

Si el Padre perdona a uno y a otro hijo, si el Padre quiere al mayor y al menor, también Jesús, le vemos perdonar a la mujer adultera, cual otro hijo pródigo, y desarmar el corazón del odio que traían escribas y fariseos, que la querían lapidar para cumplir la ley. Nos llama la atención la misericordia tenida por Jesús sobre la mujer adúltera y en realidad de verdad trabajó mucho más al volcarse en amor e inteligencia sobre los fariseos y escribas para que dejaran en el suelo la piedra de su odio puritano y leguleyo.

Vemos a Jesús, sentado en el patio del templo. Había llegado a una hora temprana. Muchas gentes ya le rodeaban para escucharle. Los soldados llegaron a decir: jamás hemos visto hablar a un hombre como este, hablando. De repente, se oye un tumulto. Un grupo de hombres arrastran a la fuerza a una mujer desgreñada. La muchedumbre, que le rodeaba, se aparta y abre camino, después la rodean. Se oyen unas voces acusadoras: “ha engañado a su marido…es una adúltera, la hemos sorprendido… merece que la matemos a pedradas como manda la ley que nos dejó Moisés. Tú ¿qué dices? Se escuchan comentarios insidiosos, condenatorios, acusadores y sin piedad: “hay que apedrearla”. La situación se hace tensa. La mujer está muerta de vergüenza, no levanta la cabeza; la han sorprendido en flagrante delito de adulterio.

Jesús, sereno, los mira a sus ojos llenos de insidia y de odio. Se inclina y empieza a escribir con el dedo en la tierra junto a la mujer, como si quisiera hacer una barrera para protegerla. La actitud de Jesús está llena de respeto y de delicadeza. No la mira para no llenarla de vergüenza. Ya bastante tiene. Señor, no la quieres juzgar con tu mirada. Tienes piedad para con ella. Y empiezas a tomar una posición clara contra la ley por la ley. Las leyes son necesarias. Se necesitan reglas y normas generales para la vida en sociedad. Pero tú ves y vas más allá de la ley. Tú ves el corazón de esta mujer e interpretas la ley, la humanizas.

Los letrados y los fariseos insisten: quieren que Jesús también la condene. Y Jesús también se compadece de ellos, llenos como están de un puritanismo rencoroso, servil e idolátrico.

“Jesús se incorporó y les dijo: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Los haces adentrasen en su propia conciencia: “Mirad dentro de vosotros mismos”. Cuantas veces necesitamos nosotros hacer otro tanto, cuando nos sentimos tentados de juzgar a los demás con dureza y de modo inmisericorde. Nuestras propias debilidades deben hacernos indulgentes con las debilidades de los demás.

Este grupo acusador, conocedores y cumplidores fieles de la ley tienen un gran parentesco con el hijo mayor de la parábola que se nos contó el domingo pasado... Ese hijo también conocía y cumplía la ley, pero éste y aquellos tenían pervertido el corazón por el orgullo, la autosuficiencia, la confianza absoluta en unas normas y tradiciones, que haciéndolas suyas, ellos se convertían en dioses, juzgando, condenando y disponiendo de las vidas de los demás, incluso censurando y condenando la actitud misericordiosa y comprensiva del Padre y de Jesucristo.

Si tú te sientes reflejado en este grupo, fieles y cumplidores de la ley, llénate hoy de esperanza y de alegría, porque, si escuchas y dejas que las palabras de Jesús entren en tu corazón, lograrás dejar en el suelo, la piedra de tu odio acusador de tu autosuficiencia, de tu legalismo puritano, de tu endiosamiento funesto con el que te haces insoportable en la convivencia.

“El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. “Ellos, al oírlo, dejaron que el eco de esa voz sonara y resonara en su corazón y “se fueron uno a uno, tirando por tierra su piedra”, su odio, su soberbia, haciendo ese gesto de auténtica conversión personal. Vinieron en masa y gritando. Se fueron uno a uno y en silencio sonoro. Y así hasta el último. Jesús a todos los quiso. Y ellos respondieron todos, pues todos dejaron la piedra. Y ¿nosotros, Comunidad cristiana de................?.

La adúltera quedó sola. Jesús, entonces, la preguntó: “Mujer ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? La delicadeza e inteligencia de Jesús son admirables: pregunta de tal manera, que pone ya en los labios temblorosos de la mujer la respuesta, que la devuelve su honra y su honor. “Ninguno, Señor”. “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

Esta frase de Jesús debe ser el espíritu con que celebremos esta Eucaristía y la oración jaculatoria de esta 5ª semana de cuaresma, que rezándola y saliendo frecuentemente de nuestros labios, penetre en nuestro corazón y lo haga nuevo. Isaías nos lo ha profetizado: “mirad que realizo algo nuevo. No recordéis, pues, lo de antaño, tus pecados y debilidades, no penséis en lo antiguo. Mirad que realizo algo nuevo: haré brotar agua en el desierto de tu corazón y ríos en el yermo de tu vida, para apagar tu sed.

AMEN
Edu. escolapio

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