CC - TOrdinario - 15d (Pagola)
LOS HERIDOS DE LAS CUNETAS
José Antonio Pagola
La parábola del «buen samaritano» le salió a Jesús del corazón, pues caminaba por Galilea muy atento a los mendigos y enfermos que veía en las cunetas de los caminos. Quería enseñar a todos a caminar por la vida con «compasión», pero pensaba sobre todo en los dirigentes religiosos.
En la cuneta de un camino peligroso hay un hombre asaltado y robado que ha sido abandonado «medio muerto». Afortunadamente, por el camino llegan un sacerdote y luego un levita. Ambos pertenecen al mundo oficial del templo. Son personas religiosas. Sin duda, se apiadarán de él.
No es así. Al ver al herido, los dos cierran sus ojos y su corazón. Para ellos, es como si aquel hombre no existiera: «dan un rodeo y pasan de largo» sin detenerse. Ocupados en su piedad y culto a Dios, siguen su camino. Su preocupación no son los que sufren.
En el horizonte aparece un tercer viajero. No es sacerdote ni levita. No viene del templo ni pertenece siquiera al pueblo elegido. Es un despreciable «samaritano». Se puede esperar de él lo peor.
Sin embargo, al ver al herido «se le conmueven las entrañas». No pasa de largo. Se acerca a él y hace todo lo que puede: desinfecta sus heridas, las cura y las venda. Luego, lo lleva en su cabalgadura hasta una posada. Allí lo cuida personalmente y procura que lo sigan atendiendo.
Difícilmente se puede imaginar una crítica y una llamada más incisiva de Jesús a sus seguidores y, de manera directa, a los dirigentes religiosos. No basta que en la Iglesia haya instituciones, organismos y personas que están junto a los que sufren. Es toda la Iglesia la que ha de aparecer públicamente como la institución más sensible y comprometida con los que sufren física y moralmente.
Si a la Iglesia no se le conmueven las entrañas ante los heridos de las cunetas, lo que haga y lo que diga será bastante irrelevante. En concreto, es la compasión lo único que puede hacer a la jerarquía más humana y más creíble.
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